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Bajo las Palmas: Sobreviviendo en los campos de trabajos de Cuba
Bajo las Palmas: Sobreviviendo en los campos de trabajos de Cuba
Bajo las Palmas: Sobreviviendo en los campos de trabajos de Cuba
Libro electrónico196 páginas2 horas

Bajo las Palmas: Sobreviviendo en los campos de trabajos de Cuba

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Bajo las palmas, escrita por la autora de la galardonada novela Esperando en la calle Zapote, describe a los lectores una historia basada en hechos reales.
En la Cuba de los años 60, se frena la vida de una joven de clase media cuando es víctima de lo que rápidamente se convertiría en huracán del dogma idealista y de la política mundial.

«Los libros de Betty Viamontes no pretenden ser libros de la literatura clásica. Al contrario, son deliberadamente simples, sobre personas reales atrapadas en un cataclismo histórico. Como la mayoría de las memorias del holocausto, su fuerza reside en su simplicidad. La Sra. Viamontes cuenta una historia simple de personas normales, permitiendo que la imaginación del lector llene los detalles. El resultado permanece con el lector, mucho después de que se doble la virtual página final.» Dr. Allen Witt.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 sept 2020
ISBN9781005628796
Bajo las Palmas: Sobreviviendo en los campos de trabajos de Cuba
Autor

Betty Viamontes

Betty Viamontes was born in Havana, Cuba. In 1980, at age fifteen, she and her family arrived in the United States on a shrimp boat to reunite with her father after twelve years of separation. "Waiting on Zapote Street," based on her family's story, her first novel won the Latino Books into Movies award and has been selected by many book clubs. She also published an anthology of short stories, all of which take place on Zapote Street and include some of the characters from her first novel. Betty's stories have traveled the world, from the award-winning Waiting on Zapote Street to the No. 1 New Amazon re-leases "The Girl from White Creek," "The Pedro Pan Girls: Seeking Closure," and "Brothers: A Pedro Pan Story." Other works include: Havana: A Son's Journey Home The Dance of the Rose Under the Palm Trees: Surviving Labor Camps in Cuba Candela's Secrets and Other Havana Stories The Pedro Pan Girls: Seeking Closure Love Letters from Cuba Flight of the Tocororo Betty Viamontes lives in Florida with her family and pursued graduate studies at the University of South Florida.

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    Bajo las Palmas - Betty Viamontes

    Bajo las Palmas

    Sobreviviendo en los campos

    de trabajos de Cuba

    Betty Viamontes

    Autora de la novela
    Esperando en la calle Zapote,
    ganadora del premio
    Latino Books Into Movies Award

    Bajo las Palmas

    Sobreviviendo en los campos

    de trabajos de Cuba

    Edición y corrección:

    Margarita Polo Viamontes

    Portada del libro:

    SusanasBooks LLC

    Copyright © 2020 por Betty Viamontes

    Todos los derechos reservados por su autora Este libro no puede reproducirse ni total, ni parcialmente, de forma impresa o electrónica, sin permiso expreso por escrito de la autora.

    Este libro es una obra creativa de no-ficción. Cualquier parecido con lugares o eventos reales,

    o alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

    Publicado en los Estados Unidos de América: Zapote Street Books, LLC, Tampa, Florida

    ISBN: 9798682074952

    Les dedico este libro a:

    A mi madre, por mostrarme que todo es posible.

    A mi esposo y mi familia, por el apoyo de siempre.

    A mis leales lectores, por leer mis libros y

    animarme a seguir escribiendo.

    A los miembros de los clubes de lectura que tan amablemente eligen para sus discusiones grupales mis libros: Esperando en la calle Zapote, La danza de la rosa, Los secretos de Candela y otros cuentos de La Habana, La Habana: El regreso de un hijo y La niña de Arroyo Blanco.

    A grupos de Facebook, como All Things Cuban, por el espacio para compartir historias y cultura sobre el pueblo cubano. A Women Reading Great Books, por el foro que reúne a los autores y lectores.

    Introducción

    Bajo las palmas es un desgarrador testimonio sobre sucesos vividos por una adolescente en los campos de trabajos forzados en Cuba. Sus anécdotas sin embargo van más allá de un grupo de personas, cuyo único delito era desear emigrar de un país a otro, algo usual desde las épocas más remotas del desarrollo social, porque similares vivencias tuvieron los adolescentes y jóvenes cubanos en la nombrada forja del hombre nuevo, con la unión del estudio y el trabajo.

    La autora cubanoamericana Betty Viamontes ha desarrollado una forma muy personal para narrar la historia de Cuba, desde la óptica que le tocó vivir. Sus libros poseen un gran valor testimonial, escritos de forma amena y sencilla, por lo cual los lectores pueden leérselos sin pausas hasta el final.

    Contar la vida de los demás, suele ser complicado, pues debe describir la personalidad del protagonista a través de la narración sin que eso conlleve a realizar un análisis engorroso de terapeuta. Betty logra que, con el recuerdo, sus personajes nos hagan padecer, llorar, reír y cantar con ellos, esa no es tarea fácil para un redactor de oficio, sin embargo, la Viamontes lo hace de forma natural, es un don que Dios le concedió para homenajear a las personas que, como su familia, tuvieron que batallar muy fuerte para realizar sus sueños.

    Margarita Polo Viamontes, Licenciada en Periodismo - Universidad de La Habana. Autora de Así lo cuenta Margarita e Intimidad de un Amor, disponibles en Amazon

    Capítulo 1

    Los telegramas

    Aquella mañana soleada, el cartero llegó a nuestra casa, en la ciudad de Jovellanos, de la provincia cubana de Matanzas, antes de lo habitual, y me entregó dos telegramas que cambiarían nuestras vidas. El joven de rostro recién-afeitado llevaba colgando de su hombro una correa larga de donde enganchaba su bolsa de color marrón. Mientras me entregaba la correspondencia, sonrió y me deseó un buen día. Al quedarme de nuevo sola en el portal, examiné cada uno de los sobres amarillentos y de ventanillas transparentes, que mostraban el nombre del destinatario. Uno de ellos venia dirigido a mí, y el otro a mi hermana mayor, Meli.

    No acostumbrada a recibir correo, abrí el mío con la emoción de una típica veinteañera, que aún vivía en casa con sus padres, en la Cuba del 1968. Mientras lo leía dos veces, la brisa agitaba la saya de mi vestido sin mangas, de óvalos blancos y rosados. Según mamá, me favorecía, ya que me hacía lucir menos delgada de lo que era. El telegrama me comunicaba que el 8 de abril, debía comparecer, con mi familia y mi ropa de trabajo, en el estadio de béisbol del pueblo.

    La brisa de marzo me hacía cosquillas en el rostro y agitaba las hebras de mi cabello corto y rubio, cuando examinaba el segundo telegrama, con la tentación de abrirlo. Entonces, escuché unos pasos detrás de mí.

    —¿Ese telegrama es para mí?

    Era la voz de mi madre. Suave y tranquilizadora. No parecía una mujer que tuviera tres hijas, de diez, veinte y veintitrés años, y un nieto de dos años. A diferencia de otras mujeres de su edad, quienes trataban de ocultar el paso del tiempo, ella mostraba las hebras grises en su cabello corto, como una insignia de honor. Los años pasados frente a un aula, moldeando mentes jóvenes, la habían mantenido joven, espiritualmente. Tenía pocas arrugas y a pesar de la simplicidad de los vestidos que utilizaba, lucía una elegancia poco común.

    Aunque, no me cruzó por la mente en aquel momento, mi madre debe haber sospechado que algún día, recibiríamos un telegrama como aquel. Era parte del precio que debíamos pagar por querer salir de Cuba. De acuerdo con el nuevo gobierno, sólo los traidores querrían abandonar su tierra natal.

    Mi familia había estado esperando unos meses para salir de la isla, pero debido a la crisis de octubre, en el 1962, el gobierno de Castro cerró las posibilidades para que los cubanos emigraran. La crisis ocurrió tras descubrir los Estados Unidos, el despliegue de misiles balísticos soviéticos dentro de Cuba. Durante trece días, el mundo vivió más cerca que nunca, al estallido de una guerra nuclear a gran escala, en la historia reciente.

    Cuando comenzó este enfrentamiento, mis padres habían renunciado a sus puestos de trabajo, un requisito indispensable en el proceso de emigración. Sin embargo, luego del conflicto, el gobierno cerró la salida, pero a mis padres no se les permitió regresar a sus trabajos.

    Teníamos algunos ahorros. Al estos agotarse, la familia de mi madre comenzó a ayudarnos monetariamente. Pero mi padre, testarudo como yo, no le gustaba depender de nadie. Por eso, arriesgando su vida y utilizando documentos de identificación falsos, encontró un trabajo en un ingenio azucarero, el Central Limones, ubicado en la pequeña ciudad de Limonar, a unos 23 kilómetros de Jovellanos. Después del triunfo de la revolución, la fábrica fue nacionalizada. Mi madre vivía con miedo constante de que alguien descubriera el secreto de mi padre. De ser así, se arriesgaba ir preso. Y las cárceles no eran el lugar ideal para personas como nosotras, con planes de salir de Cuba.

    Mientras mi padre trabajaba, las mujeres de nuestra casa tejían suéteres y boticas de bebé para los vecinos, usando hilos de colores importados de la China.

    Mamá logró obtener tarjetas de racionamiento del gobierno, lo que nos permitió comprar una cantidad limitada de alimentos básicos, cuando llegaban a las tiendas, como leche, azúcar, arroz y carne de res o pollo. Estas tarjetas comenzaron a distribuirse en el 1962 en respuesta a la escasez de alimentos, déficit que creció con el paso de los años.

    A pesar de las dificultades, yo luchaba con la idea de dejar el país con mi familia. Mis padres esperaban que mi relación de cinco años con mi novio, Lorenzo, fuera temporal, pero con el paso del tiempo, el amor entre Lorenzo y yo se fortalecía, a la vez, crecía el temor de mis padres de que los decepcionara y me quedara atrás.

    Mamá me había rogado que lo dejara. Cuanto más lo hacía, más decidida parecía yo. Soñé con la idea de casarme con él y que luego nos fuéramos de Cuba juntos. No pensé que algo pudiera empañar el amor que sentía por él. Ni siquiera cuando el servicio militar obligatorio lo forzó a servir en la defensa al país, se nos ocurrió darle un fin a nuestra relación. Por el contrario, durante su ausencia, sus padres me invitaron a visitarlos y me trataron como a una hija, como si quisieran asegurarse de que nuestra relación continuaría. Yo tenía algo en común con sus padres. Atesorábamos las visitas de Lorenzo a casa.

    El hermano mayor de Lorenzo se había ido de Cuba poco después de que Castro tomó el poder. Cuando yo visitaba a sus padres, observaba las fotos del joven en las paredes. Su madre, Janet, me leía las cartas que recibía de su hijo, ilusionada con la idea de volver a verlo algún día, pero a diferencia de mi tío Diego, quien tenía familia en Miami, este muchacho estaba solo. Janet sabía que podría tomarle años antes de que pudiera hacer algo por quienes dejó atrás.

    Papá debe haberse dado cuenta de que oponerse a mi relación con Lorenzo sólo la fortalecería. Sin embargo, cuando mi novio comenzó el servicio militar, mi padre me dijo algo que me asustó:

    —Cuando Lorenzo termine los años de adoctrinamiento en las fuerzas militares, prepárate para enfrentar el hecho de que ya no sea la persona de la que te enamoraste.

    Mamá me hablaba de la frustración y la angustia de mi padre. Me explicó que el objetivo del servicio militar era fortalecer la revolución y solidificar su control sobre el país. Para lograr ese fin, la revolución necesitaba siervos leales, por lo que temía las consecuencias que el entrenamiento tendría en alguien con poca experiencia de la vida.

    Distraída por mis pensamientos, no respondí a la pregunta de mi madre inmediatamente, pero sus palabras:

    —Rosa, ¿me escuchaste? ¿Ese telegrama es para mí? —me hicieron reaccionar.

    —No, mamá—le contesté, colocando mi pelo corto detrás de mi oreja—. Está dirigido a mí.

    Ella al notar mi mirada preocupada, me preguntó

    —¿Está todo bien? ―entonces le entregué el sobre.

    —Hay otro telegrama para mi hermana—le dije, mientras ella leía el mío. Después abrió el dirigido a mi hermana.

    —¡No pueden hacernos esto! —exclamó, llevando la mano al pecho.

    —¿Hacer qué?

    —Necesito hablar con tu padre. No pueden hacerle esto a mis hijas.

    Era un sábado por la mañana. Mi padre estaba en casa leyendo el periódico en la sala, mientras bebía su taza de café.

    —Manuel —dijo mi madre, extendiendo su brazo hacia él, con los dos telegramas en la mano— No vas a creer lo que pasó. ¡Lee esto, por favor! Tenemos que hacer algo.

    Él los leyó en silencio, mientras que ella permanecía de pie, frente a él, con los brazos cruzados.

    —¿Entiendes lo que esto significa? —ella le preguntó, abriendo los brazos y agitando las manos en el aire.

    La miró con una mirada de preocupación, mientras que trataba de interpretar el mensaje en sus ojos.

    —¿Qué está pasando, mamá? ¿Adónde crees que nos van a llevar?

    Mi madre seguía observando a mi padre. Este permaneció en silencio por un momento, mientras la ira se apoderaba de su expresión.

    —A los campamentos de trabajo forzado —dijo mi padre, apartando a un lado el periódico y apretando los puños—. Esos cobardes quieren humillar a mis hijas.

    —¿A mí? —pregunté— ¿Quieren llevarme a mí a un campamento de trabajo?

    —¿Qué es todo este alboroto? —preguntó mi hermana Meli.

    Ella había salido de la cocina, usando un delantal blanco, sobre su vestido rosado sin mangas, de saya vaporosa y ajustado en la cintura. Su cabello corto y negro resaltaban su piel clara y sus grandes ojos oscuros. Una gruesa línea negra, sobre sus párpados, acentuaban el contraste y la hacía parecer desafiante para cualquiera que no la conociera tan bien como yo.

    Mi madre recuperó la carta dirigida a Meli de la mano de mi padre y se la dio. Ella la leyó en silencio y dijo:

    —Escuché rumores por la ciudad de que estaban enviando mujeres a campamentos de trabajo, pero no me pueden mandar. ¿Quién cuidará de Marcos?

    —¿Acaso estoy pintada en la pared? —respondió mi madre, colocando sus manos sobre sus caderas—. ¿Quién crees que te lo va a cuidar? ¡No faltaba más! Soy su abuela, por el amor de Dios.

    —No es eso lo que quise decir, mami. El niño necesita a su madre. No pueden enviarme lejos por, sabe Dios, cuánto tiempo. ¡Tenemos que arreglar esto! Mamá, tienes que ayudarme.

    —No sé si podré hacer algo, pero lo intentaré —dijo ella, mirando a mi padre por un momento y luego a nosotras—. Saben que siempre estaré aquí para ustedes, mi’jas. Y no te olvides Meli que, pase

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