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Una muchacha llamada Polina
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Libro electrónico216 páginas2 horas

Una muchacha llamada Polina

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or la autora de la galardonada novela "Esperando en la calle Zapote".

En la noche del 15 de septiembre de 1961, cuando dos madres, Andrea y Maritza, dan a luz, la sala de emergencia de La Covadonga en La Habana está muy concurrida. Andrea, quien apenas es una adolescente, emigra a los Estados Unidos sin sus padres para comenzar una nueva vida. Las circunstancias la obligan a dejar a su niña recién nacida en Cuba. Maritza permanece en la isla junto a su hija, Polina. Allí se verá forzada a enfrentar las consecuencias de los acontecimientos que se desarrollan en la nación isleña.

A medida que la situación social, económica y política dentro de Cuba se deteriora, Maritza y su esposo Tomás, protegen a Polina ocultándole los horrores de la realidad del nuevo gobierno. La bisabuela, Reimunda, quien es una opositora vocal contra el régimen, les advierte sobre los inconvenientes de ocultar la verdad.

Pero esta no es la única verdad que se le oculta a Polina. Sin darse cuenta, ella sigue un camino enrevesado, y eventualmente, desentraña todos los secretos que le han sido ocultados.
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IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 jun 2022
ISBN9781005598112
Una muchacha llamada Polina
Autor

Betty Viamontes

Betty Viamontes was born in Havana, Cuba. In 1980, at age fifteen, she and her family arrived in the United States on a shrimp boat to reunite with her father after twelve years of separation. "Waiting on Zapote Street," based on her family's story, her first novel won the Latino Books into Movies award and has been selected by many book clubs. She also published an anthology of short stories, all of which take place on Zapote Street and include some of the characters from her first novel. Betty's stories have traveled the world, from the award-winning Waiting on Zapote Street to the No. 1 New Amazon re-leases "The Girl from White Creek," "The Pedro Pan Girls: Seeking Closure," and "Brothers: A Pedro Pan Story." Other works include: Havana: A Son's Journey Home The Dance of the Rose Under the Palm Trees: Surviving Labor Camps in Cuba Candela's Secrets and Other Havana Stories The Pedro Pan Girls: Seeking Closure Love Letters from Cuba Flight of the Tocororo Betty Viamontes lives in Florida with her family and pursued graduate studies at the University of South Florida.

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    Una muchacha llamada Polina - Betty Viamontes

    Una muchacha

    llamada

    Polina

    Novela

    Por la autora de

    Esperando en la calle Zapote,

    ganador del premio Latino Books Into Movies Award, categoría Drama TV Series

    Betty Viamontes

    Una muchacha llamada

    Polina

    Copyright © 2022 por Betty Viamontes

    Todos los derechos reservados. Excepto

    por breve extractos en

    reseñas, ninguna parte de este libro puede

    ser reproducidos en cualquier forma, si

    impreso o electrónico, sin el

    permiso expreso por escrito del autor.

    Publicado en los Estados Unidos por

    Zapote Street Books, LLC, Tampa, Florida

    Portada del libro por SusanasBooks LLC

    Este libro es una obra creativa de ficción. Cualquier parecido con lugares o eventos reales,

    o alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

    .

    Número ISBN: 978-1-955848-14-5

    Impreso en los Estados Unidos de América

    Prefacio

    Betty Viamontes le hizo una promesa a su madre: compartiría su historia con el mundo. En 2011, su progenitora murió después de luchar contra el cáncer durante diez años. En 2015, Betty cumplió su promesa con la publicación de Esperando en la calle Zapote, una novela ganadora del Latino Books into Movies Award. Le tomó catorce años escribirlo.

    Los lectores abrazaron este libro escrito como una novela y le pidieron a Betty a través de los medios de comunicación social que siguiera contando estas historias. Desde entonces, ha cubierto en profundidad múltiples aspectos de la vida de la diáspora cubana: la revolución de Fidel Castro, los Vuelos de la Libertad, el éxodo de Pedro Pan, la invasión de Bahía de Cochinos y el éxodo del Mariel, entre otros. Ella quiere convertirse en una voz para los que no la tienen, y así preservar la historia del pueblo cubano.

    En esta publicación, Una muchacha llamada Polina, ella profundiza en los hechos ocurridos cuando un grupo de cubanos desesperados irrumpió en las puertas de la Embajada de Perú en La Habana en 1980 para solicitar asilo político. A través de los ojos de los personajes, Betty explora el drama humano que ocurrió.

    Desde el principio, la historia involucra al lector con Polina, de diecisiete años, describiendo lo que está sucediendo a su alrededor durante su estadía en la embajada. Después de varios días sin apenas comer, se siente tan débil que se pregunta si la muerte está cerca. Es en ese capítulo que el lector descubre un secreto que Claudia, la tía de Polina, se había llevado a la tumba. A Polina le llevará varios años descubrir esa verdad y otras ocultadas a ella.

    Los lectores se enamorarán de la abuela Reimunda, la bisabuela de Polina, alguien que dice exactamente lo que piensa y que se mete en problemas a menudo por hablar abiertamente en contra de la revolución. También seguirán las vivencias de Maritza y Andrea, dos madres que dieron a luz la noche en que nació Polina.

    El amor, la dinámica familiar, el drama, el suspenso, la brujería, la adivinación y los acontecimientos históricos son solo algunos de los elementos que mantendrán a los lectores de esta novela al borde de sus asientos.

    Escrito por Susana Jiménez-Mueller, autora de Now I Swim, coautora del El vuelo del tocororo, autora y productora de The Green Plantain – The Cuban Stories Project podcast

    Les dedico este libro a...

    Mi madre, por demostrarme que todo es

    posible.

    Mi amado esposo y mi familia, por su

    apoyo incondicional.

    Mis leales lectores, por leer mis libros, compartir mis reseñas y

    animarme a seguir escribiendo.

    Capítulo 1

    Polina

    Indeseables

    De todos los eventos que presencié en 1980, cuando irrumpí junto con mi familia en la Embajada del Perú en La Habana para pedir asilo político, uno se quedó grabado en mi mente.

    Entre las miles de personas que nos rodeaban, recuerdo a un niño que debe haber tenido entre siete u ocho años, de ojos hundidos, delgadez esquelética y piel, como la mía, quemada por el sol. Estábamos sentados cerca de un árbol que había perdido la mayoría de sus hojas porque la gente se las había comido. Por alguna razón, intercambiamos miradas. No podía levantarme. No me quedaba energía. Ni a él tampoco. Me preguntaba si el final estaba cerca para los dos luego de varios días de comer casi nada.

    De pronto, varios trabajadores desde afuera de la embajada comenzaron a distribuir unas cajitas con alimentos, y la gente se aglomeró cerca de la verja para tratar de alcanzar una. No podía ver bien desde donde estaba sentaba. Había demasiadas personas frente a mí. Parecía como si los trabajadores estuvieran lanzándolas desde el otro lado del muro. Vi estallar algunas peleas mientras la lucha por la comida continuaba. Algunos hombres parecían animales hambrientos.

    Me hubiera gustado haber tenido energías para también tratar de alcanzar una cajita. Mi mamá, Maritza, sentada a mi lado, lloraba y me tomaba de la mano, mientras que mi padre, junto a mi novio Alfredo, de dieciocho años —un año mayor que yo— luchaban por conseguir alguna. No sé cuánto tiempo estuvieron alejados de nosotras.

    Por fin, papi y Alfredo regresaron. Parecían felices. Me di cuenta de que cada uno de ellos sostenía una cajita blanca. Eso fue todo lo que pudieron conseguir.

    Se sentaron a nuestro lado, y comenzamos a compartir la poca comida que había: un poco de arroz con huevos.

    El niño me miraba mientras yo comía. Quería darle algo de mi comida, pero el arroz me sabía a gloria. ¡Por fin, algo de sustento! No podía dejar de comer. Tal vez el hambre también me había convertido en un animal.

    Más de cinco mil personas estaban congregadas en los terrenos de la embajada. Más tarde, escuché que la comida solo era suficiente para aproximadamente un tercio de nosotros.

    El padre del niño regresó con la cara magullada y el espíritu roto. No pudo conseguir una cajita. Su hijo lo miró con decepción. Luego, el niño me miró de nuevo. Me quedaba una cucharada en el fondo de mi caja.

    El padre, un hombre delgado con la frente sudorosa, el cabello desordenado y la ropa sucia, levantó los brazos en el aire y gritó con desesperación: —¡Ayúdame, Dios mío!

    Luego hizo un gesto negativo con la cabeza, y le dijo algo a su hijo. El niño lo miró con una expresión vacía y asintió.

    El padre examinó su entorno y se acercó a las personas que tenían cajitas. Algunos acercaron su comida a sí mismos, pero otros, vacilantes, colocaron una cucharada de arroz en las manos del padre. Le llevó la comida a su hijo, quien la devoró con desesperación.

    Guardé mi última cucharada para el niño. Mi madre debe haber notado mis intenciones. De lo contrario, ella habría dicho lo de siempre: —Polina, cómete toda tu comida.

    El gobierno nos llamaba a las personas dentro de la embajada ‘indeseables’ porque muchos de nosotros preferimos arriesgarlo todo a seguir viviendo en Cuba.

    Mientras estábamos en la embajada, una mujer le dijo a mami: —No estoy buscando un futuro, sino un presente, ya que no tengo ninguno.

    Sus palabras me ayudaron a entender un poco mejor a mis padres.

    La embajada no sólo sería la entrada a un nuevo presente, sino también la puerta de acceso para que yo descubriera un secreto que mi tía Claudia, la hermana de mi padre, se había llevado con ella a la tumba.

    Capítulo 2

    Andrea

    La Danza

    Me pregunto: —Si toda mi existencia hubiera estado basada en una mentira, ¿querría saberlo?

    Mi nombre es Andrea, un nombre que mi madre eligió durante su último mes de embarazo. Significa valiente. Algunas personas asocian este nombre con la inteligencia y la búsqueda de la verdad. Sin embargo, ahora que la verdad sobre mi pasado ha salido a la luz, no me siento preparada para aceptarla.

    No puedo imaginar cómo terminará mi historia, que inexplicablemente ha vinculado mi vida a la de una joven llamada Polina. Quizás, al compartirla, desenterraré las respuestas. Es el año 2000, y tengo cincuenta y cinco años. Supongo que tengo varios más por delante, pero ¿y si no es así? Es por eso por lo que me comuniqué con una escritora para que documentara mi historia, mi verdad; esa verdad que descubrí hace diez años y que cambió mi vida, sin cambiar nada.

    ***

    Lo conocí el primer sábado de septiembre, en casa de un vecino, en el pequeño pueblo de Sevillano, en La Habana. Corría el año 1961. David, de catorce años, era el único hijo de la familia Martino. Acababa de regresar a casa después de haber estado en el campo durante varios meses, educando a agricultores que no sabían leer ni escribir.

    Durante los primeros años de la revolución de Fidel Castro, la eliminación del analfabetismo se había convertido en un objetivo clave. La Comisión Nacional de Alfabetización imprimió los manuales ¡Venceremos! y Alfabeticemos para introducir a los incultos al nuevo régimen en un currículo progubernamental.

    David había sido uno de los más de 100,000 maestros desplegados para este esfuerzo. Su grupo, los Brigadistas Conrado Benítez, fue parte de la segunda fase del esfuerzo por la alfabetización. Se había formado cuando Castro cerró las escuelas (en abril de 1961) para alentar a los estudiantes a unirse al proyecto. Para prepararse, los estudiantes asistieron durante una semana a un curso intensivo.

    Después del entrenamiento, David había sido enviado a las montañas del Escambray en la provincia de Oriente, donde había mayor necesidad. Bajo la supervisión de maestros, tuvo que vivir en áreas rurales que carecían de las necesidades básicas de la vida, como agua y electricidad. Después de meses fuera de casa, David regresó desencantado de la revolución. No sabía las razones ni tampoco me importaban en ese entonces. Más tarde, mi madre especularía que tal vez le sucedió algo cuando estuvo solo fuera de casa, sin la supervisión de los padres. O tal vez, no le gustaba ser parte de los esfuerzos de adoctrinamiento.

    Había perdido algunas libras durante su ausencia, y su tez lechosa se volvió bronceada. Desde su regreso, según una conversación que sus padres tuvieron con los míos, David a menudo parecía perdido en sus pensamientos. Sus padres le preguntaban por qué actuaba así, pero David permaneció evasivo.

    —¿Cómo te fue por allá? —le pregunté después del saludo obligatorio, un abrazo y un beso en la mejilla. Me miró por un momento, y esquivando mi mirada respondió: —No quiero hablar de eso.

    —¿Tuviste una mala experiencia? —le pregunté. Permaneció en silencio por un momento, luego respondió: —¿Podemos hablar de otra cosa?

    Su familia, temiendo por su seguridad si se quedaba, inmediatamente comenzó los planes para enviarlo a los Estados Unidos a través del programa Pedro Pan. Bajo este programa, los padres, temerosos de que el gobierno les arrebatara a los padres sus derechos paternales, enviarían a sus hijos solos a los Estados Unidos hasta encontrar una forma de salir del país. El programa, patrocinado por Caridades Católicas, les proporcionó a estos niños exenciones de visa en coordinación con el gobierno de los Estados Unidos.

    Al igual que los padres de David, los míos ya habían decidido enviarme al extranjero, sin darse cuenta de las complicaciones que se avecinaban.

    En el momento en que entré en el patio, con un vestido de muselina rosado, con una falda ancha ceñida a la cintura y una sayuela vaporosa, algunos jóvenes miraron en mi dirección, lo que me hizo sentir incómoda. Sin embargo, me alegré de ver a mis padres felices por primera vez en varios días.

    Mis padres habían tratado de alejarme de lo que estaba sucediendo en el país, desde las ejecuciones hasta la escasez que había comenzado a formar parte de la vida cotidiana. Hasta entonces, viví sin mayores preocupaciones, aparte de las inseguridades ocasionales típicas de una adolescente. Pronto, esto cambiaría.

    En esta noche fresca, jóvenes y adultos se habían congregado en un patio amplio con pisos de losa y bailaban bajo el resplandor de la luna llena y docenas de luces amarillas. Mis padres deslumbraban; mami, con un vestido rosado sin mangas, con una falda ancha, como la mía, y papi, con su guayabera de mangas largas, hecha de lino blanco y perfectamente almidonada. Sus ojos les brillaban mientras que la música los distanciaba de sus problemas. A diferencia de otros días, no parecían preocupados por los innumerables discursos o emblemas revolucionarios como —Cuba Sí, Yanquis No—, ni las vallas publicitarias esparcidas por toda La Habana con retratos de los héroes de la revolución.

    —¿Recuerdas esa canción, de cuando teníamos veinte años? —Mami le preguntó a Papi.

    —Por supuesto que sí. ¿Cómo podría olvidarla?

    Le dio una mirada que reservaba solo para ella, donde el coqueteo, el amor y el orgullo se mezclaban divinamente. Disfrutaba viendo la forma en que se miraban, y me preguntaba si alguna vez encontraría lo que ellos compartían.

    Unos minutos después de nuestra llegada, un joven alto, con la cabellera negra, peinada hacia atrás cuidadosamente, de bigote delgado y ojos oscuros se acercó a nosotros. Mientras tanto, el baile, la música y las conversaciones hacían sonreír a la noche. Disfrutábamos mirando a las parejas bailar un danzón, un baile tradicional y formal, lento y apropiado, donde las damas ocasionalmente hacían una pausa y abrían sus abanicos para refrescarse, aferradas al brazo del caballero que las acompañaba.

    Mi padre me había enseñado a bailar correctamente, y aunque no me consideraba bonita, al menos creía en mis habilidades como bailadora. Entonces, cuando el joven me dijo: —Mi nombre es Mario Pereda Rodríguez. ¿Puede concederme este baile? —. Le dije: —No, gracias. Me gusta bailar con bailadores expertos.

    Pensando ahora en ese día, me imagino cómo mis palabras deben haberle sonado. En vez de ofenderse, sonrió.

    —Entonces, ¿se considera una experta?

    —Creo que lo soy.

    —Pues muy bien. Mi padre es uno de los mejores bailadores de danzón que conozco. ¿Le gustaría bailar con él? Él podría confirmar su talento.

    —¿Es esto una prueba?

    —Si lo toma de esa manera —dijo y dejó escapar una leve sonrisa.

    Papi miró a mami e hizo un gesto negativo con la cabeza. Entonces Mario se excusó y fue en búsqueda de su padre. Regresó momentos después con un caballero que parecía tener más de cuarenta años.

    —Buenas noches. Mi nombre es Julio Pereda.

    Papi frunció el ceño

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