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Las niñas de Pedro Pan: Buscando el cierre
Las niñas de Pedro Pan: Buscando el cierre
Las niñas de Pedro Pan: Buscando el cierre
Libro electrónico233 páginas2 horas

Las niñas de Pedro Pan: Buscando el cierre

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Información de este libro electrónico

Escrita por la autora de la galardonada novela Esperando en la calle Zapote, describe a los lectores una historia basada en hechos reales. En la Cuba de los años 60, Olivia y Clarisa son parte de la Operación Pedro Pan, un éxodo que trae a los Estados Unidos a más de 14,000 niños solos. Lo que debería haber sido una breve separación marcará y transformará sus vidas. Cincuenta y cinco años después, regresan a Cuba. ¿Encontrarán el cierre que buscan tan desesperadamente? ¿Lograrán reconciliarse con su pasado?«Los libros de Betty Viamontes no pretenden ser libros de la literatura clásica. Al contrario, son deliberadamente simples, sobre personas reales atrapadas en un cataclismo histórico. Como la mayoría de las memorias del holocausto, su fuerza reside en su simplicidad. La Sra. Viamontes cuenta una historia simple de personas normales, permitiendo que la imaginación del lector llene los detalles. El resultado permanece con el lector, mucho después de que se doble la virtual página final.» Dr. Allen Witt

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 mar 2021
ISBN9781005334420
Las niñas de Pedro Pan: Buscando el cierre
Autor

Betty Viamontes

Betty Viamontes was born in Havana, Cuba. In 1980, at age fifteen, she and her family arrived in the United States on a shrimp boat to reunite with her father after twelve years of separation. "Waiting on Zapote Street," based on her family's story, her first novel won the Latino Books into Movies award and has been selected by many book clubs. She also published an anthology of short stories, all of which take place on Zapote Street and include some of the characters from her first novel. Betty's stories have traveled the world, from the award-winning Waiting on Zapote Street to the No. 1 New Amazon re-leases "The Girl from White Creek," "The Pedro Pan Girls: Seeking Closure," and "Brothers: A Pedro Pan Story." Other works include: Havana: A Son's Journey Home The Dance of the Rose Under the Palm Trees: Surviving Labor Camps in Cuba Candela's Secrets and Other Havana Stories The Pedro Pan Girls: Seeking Closure Love Letters from Cuba Flight of the Tocororo Betty Viamontes lives in Florida with her family and pursued graduate studies at the University of South Florida.

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    Las niñas de Pedro Pan - Betty Viamontes

    Las niñas

    de Pedro Pan

    Buscando el cierre

    Betty Viamontes

    Autora de la novela

    Esperando en la calle Zapote,

    ganadora del premio

    Latino Books Into Movies Award

    Las niñas de Pedro Pan

    Buscando el cierre

    Edición y corrección:

    Vilma C. Pérez Torres

    Portada del libro:

    SusanasBooks LLC

    Copyright © 2020 por Betty Viamontes

    Todos los derechos reservados por su autora Este libro no puede reproducirse ni total, ni parcialmente, de forma impresa o electrónica, sin permiso expreso por escrito de la autora.

    Este libro es una obra creativa de ficción. Cualquier parecido con lugares o eventos reales,

    o alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

    Publicado en los Estados Unidos de América: Zapote Street Books, LLC, Tampa, Florida

    ISBN: 9-79-8576744572

    Testimonio:

    Yo tenía 11 años cuando salí de Cuba el 7 de abril de 1962. Mi madre se fue de la isla unas semanas después, y mi padre 30 años más tarde, durante el éxodo del Mariel... Los peores recuerdos de aquel día fueron el verme dentro la pecera del aeropuerto, el observar a mi tío del otro lado —con lágrimas corriéndole por el rostro— y a mi madre, pidiéndole a un extraño que iba en mi vuelo, que por favor vigilara a su hija...

    Mi madre me dijo que me comportara, que me callara, que no llorara, que no dijera nada que pudiera causarnos un problema en el aeropuerto. Así que abracé a mi muñeca y me senté allí en la pecera. Después de ver a mi madre irse, nos dijeron que empezáramos a caminar hacia el avión. Mi madre también me había dicho que no mirara atrás. Así que no lo hice...

    Ahora que han pasado los años, sigo leyendo sobre la Operación Pedro Pan y todas las historias relacionadas con este evento, tratando de encontrar el cierre, pero no sé si alguna vez lo encontraré…

    Margarita Del Carmen Fernández Fundora

    Una niña de Pedro Pan.

    Les dedico este libro a:

    Los niños que se fueron solos de Cuba durante el éxodo de Pedro Pan sin saber cuánto cambiarían sus vidas y a aquellos que se pasaron toda se vida buscando el cierre.

    Las mujeres de Pedro Pan que tan amablemente

    compartieron conmigo las historias en las cuales se fundamenta este libro.

    Mi esposo y mi familia, que son mi fuente de

    inspiración perpetua.

    Mis leales lectores, por leer mis libros y

    animarme a seguir escribiendo.

    Clarissa Lima, Maestra del Año y amiga personal, quien hizo posible la inclusión de las historias de Willy Chirino y del Dr. Carlos Eire en este libro.

    Capítulo 1

    Reunión

    Olivia

    Habían pasado cincuenta y cinco años desde la última vez que vi a mi prima Clarisa. Ahora, en el 2016, estábamos a punto de reencontrarnos. Yo tenía sesenta y siete años y Clarisa sesenta y dos. Ambas resultamos marcadas por nuestro pasado, pero no derrotadas. Mi padre decía: —La vida se va en un abrir y cerrar de ojos. ¡Cuánta razón tenía!

    Sentada en el restaurante Versailles del barrio conocido como La Pequeña Habana, en Miami, consulté mi reloj de pulsera. Eran las dos de la tarde de un domingo, y gran parte de la multitud que allí se aglomeraba a la hora del almuerzo ya se había marchado, disminuyendo los sonidos de múltiples conversaciones, así como las melodías de los platos y los tenedores.

    —¿Desea algo de beber? —preguntó con un tono de voz amigable el camarero uniformado.

    —Una Coca-Cola de dieta, por favor —le contesté.

    Un par de minutos después que se marchara sonó mi celular.

    —¿Olivia? —reconocí la voz de Clarisa, aunque sólo había hablado con ella una vez en la última semana.

    —¿Dónde estás? —me preguntó—. Estoy parada junto a la entrada. ¿Puedes agitar la mano para verte?

    Miré en esa dirección y levanté la mano, moviéndola de un lado a otro.

    —¡Ahora te veo! —respondió.

    Mi mirada vagaba por encima de las cabezas de una docena de clientes, hasta que al fin la vi, caminando hacia mí con una sonrisa que iluminaba el establecimiento. Mostraba asertividad en cada paso, luciendo su vestido con un estampado de flores, mientras que su cabello, ondulado y rubio, rebotaba sobre sus hombros.

    Me paré y esperé su abrazo.

    —No puedo creer que hayan pasado cincuenta y cinco años desde la última vez que te vi —dijo abrazándome, y besándome en la mejilla. Olí el aroma dulce de su perfume mientras añadía:

    —¿Cómo estás?

    —Estoy bien, pero sorprendida de verte después de todos estos años. Además, pensé que tu hermana habría venido.

    Clarisa y su hermana tenían siete y once años la última vez que las vi. Recuerdo cuando entraron en el condominio de mis padres en La Habana aquella mañana, cada una sosteniendo una muñeca. Sentí celos porque siempre quise una hermana, pero mis padres estaban demasiado ocupados para pensar en tener una segunda hija.

    Ahora que Clarisa y yo nos habíamos reconectado, era como encontrar una hermana perdida. Por fin, podría hablar con alguien que me había conocido antes de que mi vida se desmoronara.

    —Mi hermana estaba ocupada con sus nietos —respondió Clarisa.

    —¿Ya tiene nietos? ¿Qué estoy diciendo? ¡Claro que sí! Es un año menor que yo.

    Clarisa se sentó frente a mí sin mirar al menú. Yo también busqué la comodidad de mi silla. El tiempo había sido amable con ella. No sólo parecía joven para su edad, sino que tenía la misma personalidad alegre que recordaba.

    —Hablé con Daniel hace más de un mes, y me habló de tu viaje a Cuba, así que no quería perder la oportunidad de ir contigo —dijo Clarisa—. Entonces, se lo dije a mi hermana, y estaba muy emocionada de que todas fuéramos juntas. Ha sido algo que hemos anhelado durante mucho tiempo. Esto nos permitirá llevar las cenizas de nuestro padre a Cienfuegos, el lugar donde nació. Estoy tan contenta de que su hija también venga, y a la vez, ansiosa de regresar. Me encantaría mostrarles mi ciudad, tan diferente a La Habana.

    —Eso es lo que tengo entendido, que es muy diferente. Sería bueno recordar los viejos tiempos y llevar las cenizas de nuestros padres a su lugar de descanso final —dije, imaginando cómo sería nuestro regreso a Cuba después de tanto tiempo. Luego, en mi mente, repetí las palabras de Clarisa.

    —¿Dijiste que habías hablado con Daniel? ¿Mi primo Daniel?

    —¡Sí! No te lo dije cuando hablamos e inventé que era un amigo porque quería sorprenderte. Es por causa de Daniel que estoy aquí.

    —¡Estoy tan contenta de que los dos se hayan conectado! ¿Cómo se pudo comunicar contigo?

    —Pura coincidencia. Fui a una boda en Miami, y un amigo suyo nos presentó. Cuando escuché su nombre y vi sus ojos azules, pensé que tenía que ser él.

    —No he sabido de él desde hace años. ¿Cómo está? —le pregunté, sólo para darme cuenta de que ella no había tenido tiempo de mirar el menú—. Lo siento, Clarisa. Sigo haciéndote preguntas sin dejarte ordenar.

    —No te preocupes. Sé lo que quiero.

    —No me sorprende. He oído que éste es uno de los restaurantes cubanos más populares en Miami, y has vivido aquí durante mucho tiempo.

    —Sí. Vengo a menudo. Pero antes de que se me olvide, quiero invitarte a que te quedes en mi casa antes y después de nuestro viaje. Como te dije por teléfono, tengo mucho que contarte, Olivia. Entonces también podremos hablar de Daniel. Han pasado muchas cosas desde que tus padres y mi madre decidieron enviarnos a los cuatro, a Daniel, a ti, a mi hermana Katia, y a mí a Miami en aquel vuelo de Pan Am.

    —Si supieras... —dije y miré hacia abajo.

    —Lo siento. No te quise traer malos recuerdos.

    —No has cambiado, Clarisa. Todavía te preocupas por los sentimientos de los demás.

    Recordé cómo había tratado a Daniel, en el 1961, cuando él le dijo que sus padres habían muerto, lo cual no era cierto.

    Clarisa me sonrió y respondió:

    —Sólo he tratado de hacer del mundo un lugar mejor, pero escucha, no es necesario que me cuentes eventos que te traigan malos recuerdos. A veces, es mejor enterrar el pasado.

    —Pero es que necesito decirte lo que me pasó —le dije—. Lo mantuve dentro de mí durante años para complacer a mi madre. Finalmente, se lo dije a mi padre. Pero esa es una larga historia.

    Me detuve por un momento y miré el menú.

    —Vamos a ordenar el almuerzo primero. Entonces, quiero que me hables de tu pasado. Hay cosas que aun no entiendo.

    Yo sabía que Clarisa y su hermana habían nacido en Cienfuegos. Mi madre me dijo que, en el 1954, cuando Clarisa tenía dos años y su hermanita seis, ellas y sus padres emigraron a Miami. La familia vivió en Miami hasta el 1959, el año en que las hermanas y su madre regresaron a Cuba. Pero no entendía por qué su mamá decidió que Clarisa y su hermana regresaran solas a Miami dos años después. Le pregunté a mami una vez, y me dijo algo sobre el divorcio de los padres de Clarisa en Miami, pero prefería escuchar su versión de la historia.

    —Claro. Te contaré lo que pasó. Recuerdo que no estaba contenta cuando mi madre hizo que mi hermana y yo nos fuéramos solas de Cuba. Como sabes, yo sólo tenía siete años y mi hermana Katia, once. No entendíamos lo difícil que debe haber sido para ella tomar aquella decisión. Aun así, no creo que yo hubiese podido hacer lo mismo si hubiera estado en su situación. Bueno, por lo que ves, tenemos mucho que contarnos, así que por fin ¿te quedarás en mi casa?

    —Hice una reservación en un hotel —le dije.

    —Tonterías. Llama al hotel y cancela. ¡Vienes conmigo! Nos divertiremos mucho.

    Durante los tres días siguientes, mientras nos preparábamos para nuestro viaje a Cuba, pasamos mucho tiempo juntas, hablando del pasado y llenando los vacíos que los años sin vernos habían creado.

    Capítulo 2

    La salida de Cienfuegos

    Clarisa

    Recuerdo vívidamente aquel día, en el 1961, cuando salimos de Cienfuegos. Mi abuelo estaba en el portal con los brazos sobre la baranda, mirándonos con una expresión triste mientras caminábamos hacia el automóvil estacionado frente a la casa. Él usaba espejuelos y tenía la tez bronceada por los años que pasó trabajando en su granja.

    El conductor abrió la puerta, y mi madre, mi hermana Katia y yo nos sentamos en el asiento trasero. Desde mi ventana abierta, olí el aroma de un arbusto de jazmín, y vi a mi abuelo despidiéndose de nosotras con su mano. Agité la mía y, como si pudiera escucharme, yo, aquella niña de siete años, le dijo: —Adiós abuelo.

    Después de que el conductor arrancara el auto, mi abuelo nos lanzó un beso. Se lo devolví y comenzamos a alejarnos.

    Esa fue la última vez que lo vi.

    ***

    Unos años antes, en el 1954, desde nuestra llegada a Miami, mamá solía decir cuánto extrañaba a Cuba. Mi padre también. Él esperaba ganar suficiente dinero para retirarse y regresar a la isla. Quería pasar sus últimos años de vida allí, en la tierra donde sus padres y sus abuelos fueron enterrados. Cuando me retire, la revolución ya se habrá terminado, y la vieja Cuba regresará, nos decía. Yo era una bebé entonces, pero mi madre nos contaba historias de nuestra llegada a Miami.

    En ese momento, Fulgencio Batista acababa de ganar las elecciones presidenciales en Cuba, aunque se rumoraba que éstas habían sido manipuladas para asegurar su victoria. Esto dio lugar a una oposición militante anti-Batistiana y a actos de sabotaje en las provincias.

    En el 1956, una legislación estadounidense fue promulgada e hizo que surgieran dudas sobre las exportaciones de azúcar. Por lo tanto, Batista comenzó a perder el apoyo de la influyente industria agrícola y de personas dentro del gobierno. Estas condiciones y el descontento dentro de la isla facilitaron el éxito de la revolución de Fidel Castro. Finalmente, Batista no tuvo otra opción que huir con su familia durante la noche del 31 de diciembre de 1958.

    La familia de mamá se puso muy nerviosa después de que Batista abandonara el país. Sus tres hermanos habían tenido estrechos lazos con el gobierno de Batista desde el inicio de su administración, y cientos de hombres como ellos estaban siendo detenidos y ejecutados por los pelotones de fusilamiento de Castro. A pesar de que sus dos hermanas no estaban involucradas políticamente, debido a nuestras conexiones familiares, ellas habían vivido un estilo de vida cómodo durante los años en que Batista estaba en el poder.

    Mi madre y sus hermanos habían sido inseparables hasta que ella se casó con mi padre, y éste la convenciera de salir de Cuba. La necesidad de estar con su familia, las largas horas que mi padre trabajaba en Miami, y la soledad que mi madre sentía habían contribuido a la ruptura del matrimonio y a nuestro regreso a Cuba. Sin embargo, el momento de aquel regreso no podría haber sido peor.

    Luego que mi madre, mi hermana y yo dejáramos a mi padre en Miami y regresáramos a Cuba «en enero del 1959, tras la victoria de Castro» miles de personas estaban abandonando la isla, por varias razones. El primer grupo incluía simpatizantes de Batista, pero pronto muchos profesionales y cubanos cuyas empresas habían sido nacionalizadas, también se irían. Sólo un par de meses después de nuestro regreso a Cuba, las hermanas de mamá se unirían al segundo grupo. Sin

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