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Liliana
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Libro electrónico168 páginas2 horas

Liliana

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Información de este libro electrónico

¡Bang! Ese sonido ensordecedor cambió la vida de Liliana para siempre. Su madre yacía

a su lado muerta tras recibir un disparo en las calles de Chicago. Semanas después

Liliana se marcha a Colombia a vivir con un padre al que no conoce. Mientras trabaja

para pagar la deuda de su padre, conoce al amor de su vida, quien la libera de su padre

para llevarla a un nuevo mundo lleno de giros inesperados.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 jul 2016
ISBN9781507146385
Liliana

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    Vista previa del libro

    Liliana - Neva Squires-Rodriguez

    ÍNDICE

    ––––––––

    Agradecimientos

    Prólogo

    Capítulo Uno

    Capítulo Dos

    Capítulo Tres

    Capítulo Cuatro

    Capítulo Cinco

    Capítulo Seis

    Capítulo Siete

    Capítulo Ocho

    Capítulo Nueve

    Capítulo Diez

    Capítulo Once

    Capítulo Doce

    Capítulo Trece

    Más sobre Neva Squires-Rodriguez

    Agradecimientos

    ––––––––

    En primer lugar me gustaría darle las gracias a Dios por darme la fuerza que necesitaba para terminar este libro. Sin Él, no habría encontrado aún el camino en mi vida. Gracias por llevarme a la iglesia del «pastor Choco» (Wilfredo de Jesús) y mostrarme dónde estaba el camino que había perdido hacía tanto tiempo.

    Quiero dar las gracias en especial a mi madre y a mi padre por compartir mi felicidad en cada paso que doy hacia mis metas. A mis cuatro hijos, gracias por tomar responsabilidades como limpiar vuestras habitaciones, tirar la basura y escuchar los enfados de mamá por cosas que os pidió muchas veces, porque se olvidó de si siquiera os exigió que las hicierais. A mi marido, por ser mi pilar fundamental como solo él sabe serlo. Eres único y sin ti yo no sería quién soy hoy. A todos mis amigos de las redes sociales, este libro es para vosotros. Gracias por inspirarme con vuestras palabras, vuestras frases, vuestras bromas y vuestra continua actitud positiva en la vida, aun cuando no os sentíais tan positivos, vuestras palabras me ayudaron a seguir mi camino. A Vanilla Heart Publishing, por darme la oportunidad que necesitaba para dar a conocer mi nombre, agradezco la oportunidad que me habéis dado. También doy las gracias a Tamara, Chelle, Kimberlee y Stephanie, quienes me guiaron en la misión de publicar mi primera novela.

    ¿Creéis en el mundo espiritual? Yo sí y por eso también quiero dar las gracias a mis ángeles del otro lado. A mi abuela Yolanda, sé que te habría encantado esta historia. Cuánto me gustaría que estuvieras todavía aquí conmigo para experimentar la alegría que siento ahora mismo. Al abuelo Augie, gracias por haberme enseñado a ser persistente. Estoy en deuda para siempre con vosotros por las muchas cosas que habéis hecho por mí a lo largo de mi vida. Gracias por persuadirme para que terminara este libro, incluso desde el otro lado lo hicisteis. A mi bisabuelo Wade, sin ti no estaría hoy aquí. A mi bisabuela Eula, tu actitud positiva y tu amor en general por la vida me ha hecho parte de lo que soy hoy. Todos vosotros sois mi definición de excelencia. También me gustaría dar las gracias a Sokari Aton, a quien debo gran parte de mi fe. A todos vosotros, aún puedo oír vuestras voces, vuestras palabras de aliento y sentir vuestra presencia en mi vida. Por esto os debo todo el éxito que me traiga este libro.

    LILIANA

    Libro 1 de la serie Liliana

    por Neva Squires-Rodriguez

    Prólogo

    El sonido de un disparo en concreto retumba en mi mente cada vez que pienso en ella. Ese sonido me recuerda al segundo en el que estaba sentada, impotente, en el coche de mi madre tras su muerte inesperada. Mi mente reproduce aquellos últimos momentos de vida que compartí con ella mientras yo estaba en el asiento trasero de un taxi de camino al aeropuerto, donde empezaría una nueva vida en un país que no conozco. En ese momento no sabía que ese segundo sería el segundo que cambiaría mi vida para siempre.

    Capítulo Uno

    Ocurrió un viernes por la noche. Mi madre me llevaba a casa de mi tía para irse a una discoteca con unas antiguas amigas. No solía salir a menudo, así que significaba mucho para ella. Yo tenía trece, casi catorce años y en mi opinión no necesitaba una niñera. Mi madre, en cambio, no me dejaba nunca sola. Decía que no es que no confiara en mí, sino que no confiaba en los demás. La semana anterior habían robado a nuestros vecinos, así que supuse que tenía razón.

    Mis padres nunca se casaron. Vivieron juntos hasta que cumplí tres años. Ese año mi padre fue deportado a Sudamérica. Mi madre me dijo que se alegró de que ocurriera pues llevaba queriendo deshacerse de la relación desde que yo nací. Decía que él era muy celoso y que como saludara a otro hombre en su presencia le daba una paliza al volver a casa.

    Mi madre era muy guapa y cuando me hice un poco más mayor, todas sus amigas me decían que era igual que ella. Al principio me avergonzaba, pero con el tiempo me di cuenta del parecido. Llevaba una media melena de color castaño claro y tenía los ojos azul celeste. Era un par de centímetros más alta que yo, un metro sesenta. Mi tía decía que me parecía más a mi madre, pero con rasgos de mi padre y el pelo un poco más oscuro. Mi piel es un poco más oscura que la suya y mi nariz es redonda, mientras que la suya era fina y alargada.

    Mi madre era la definición de pequeña, pero matona. Desde que deportaron a mi padre daba clases de taekwondo para defenderse por si él intentaba volver. Intentó que yo también hiciera taekwondo, pero no mostré interés alguno por ese deporte. Forzarme a hacerlo habría sido tirar el dinero. Pelear era lo último que se me pasaba por la cabeza.

    Acababa de graduarme de octavo y estaba entusiasmada con empezar el instituto en otoño. No tenía enemigos ni en la escuela ni en el barrio en el que vivíamos. Ahora, sentada en el asiento trasero del taxi, camino a un lugar que no conozco, siento que debería haber dado esas clases.

    Capítulo Dos

    Cuando deportaron a mi padre, el quería que mi madre se fuera a vivir con él. Allí en Colombia, encontró trabajo de jardinero de una familia rica con la que trabajó hacía algunos años, antes de venir a Estados Unidos con mi madre. Ella nunca quiso llevarme allí, ni siquiera de visita, por temor a que no la dejara irse. Se enfadó mucho con ella y la llamaba a todas horas para amenazarla de muerte si no hacía lo que él quería, así que anuló la línea de teléfono y se mudó para estar a salvo.

    Mi tía, aunque era hermana de mi padre, apoyó que mi madre lo dejara, lo que resulta interesante pues nunca había apoyado su relación. Para ella, mi madre era una «gringa» o «chica blanca». Estaba resentida con mi madre al principio porque ella fue quien decidió irse de Colombia, pero con el tiempo se hicieron amigas porque estaba yo.

    Mi tía me contó cuando tenía siete años que mi padre se había casado. Llevaba viviendo con una mujer en Colombia solo unos meses cuando esta se quedó embarazada. Mi padre, siendo el tipo de hombre que es, cuando se enteró de la noticia intentó irse del país. La familia de ella tenía otros planes y lo obligaron a casarse. Lo pararon después de haber viajado casi seis horas en un intento de cruzar la frontera y huir a Ecuador. Supuestamente, la familia les dio una casa para vivir porque no tenía dinero y él aceptó quedarse. Tuvo problemas para encontrar trabajo y se jugó lo que había ganado como jardinero antes de que lo despidieran por un motivo desconocido.

    Yo era una niña de papá cuando él estaba aquí, así que me costaba relacionarme con mi madre cuando hablaba de él. Mi madre intentaba no hablar demasiado sobre él conmigo. Decía que intentaba protegerme y a veces la odiaba por ello. Ahí estaba yo, una niñita que no sabía nada de su padre excepto que tenía su apellido. En la escuela se reían de mí por tener un apellido procedente de una lengua que no sabía hablar.

    Mi madre destruyó todas las fotos que tenía de él y mi tía solo tenía algunas fotos suyas de cuando eran niños. Al principio mi tía María me dejaba hablar con él por teléfono cuando se quedaba cuidándome. Me hacía prometerle que no le contaría a mi madre que había hablado con él o no me dejaría volver a su casa. Nunca me atreví a mencionar una palabra sobre nuestro secretito a mi madre. La tía María era la hermana de mi padre y era la única persona en la que mi madre confiaba para cuidarme.

    Mi madre no tenía familia por su parte. Sus padres murieron cuando ella tenía diez años y se crió en un orfanato, donde le asignaron una familia de acogida que la introdujo en el cristianismo. Mamá incluso llegó a viajar a otros países para ayudar a difundir la palabra de Jesús. Dudaba cada vez que me dejaba con mi tía como si supiera que tense traía algo entre manos.

    La tía María tiene seis hijos y si me preguntas, yo le hacía un favor al ir a su casa mientras mi madre salía. Era ruidosa y muy malhablada. Mi madre me contó que María y mi padre no se parecían en nada porque eran de distinto padre. Mi abuela los tuvo a los dos y murió cuando mi padre tenía dieciocho años. Como en aquel entonces ella tenía catorce años, mi padre se quedó a cargo de la tía María.

    Mi madre me había dicho que no sabía qué sería de mí si alguna vez moría. Dijo que le gustaría que viviera con una de sus antiguas amigas, Grace Hooper. Grace no tenía hijos y vivía sola en un apartamento de dos habitaciones en el norte. Parece ser que mi madre nunca dejaba las cosas planificadas y por ese motivo me encontraba en la parte trasera de un taxi de camino al aeropuerto.

    Capítulo Tres

    Aquel viernes por la noche que cambió mi vida a mi madre se le había hecho tarde intentando decidir lo que se iba a poner. Me tumbé en su cama a cepillar mi largo pelo rubio tirando a castaño, mirando mi foto de graduación de octavo. Estaba lista para irme, pero no metí prisa a mi madre pues yo no tenía prisa alguna por ir a casa de mi tía. Me tumbé allí imaginando las horas de gritos que me esperaban mientras intentaba concentrar mi energía en la foto de mis compañeros de clase. Diez minutos más tarde mi madre por fin se decidió por un jersey azul marino y unos vaqueros negros. Mi madre suspiró desanimada mientras cogía las llaves que estaban en el tocador. Cogí mis llaves por si ella perdía las suyas y luego no podíamos volver a entrar en la casa. Finalmente, estábamos listas para irnos y nos dirigimos al coche.

    —  ­­¡Qué viento hace! — dijo mi madre en un intento por sacar conversación.

    Estaba oscuro y el viento soplaba ruidosamente a nuestro alrededor. Había basura volando por la calle mientras caminábamos hacia el coche. Al final de la calle un perro empezó a ladrar como si nos estuviera advirtiendo de que algo malo estaba a punto de ocurrir.

    —  Ya sabes que el tiempo es así en Chicago, mamá. — contesté en voz baja.

    Mi madre me sonrió y nos montamos en el coche. Era casi final de verano, pero el viento azotaba como si fuera a haber un tornado.

    Puse mi CD y condujimos en silencio mientras escuchábamos música. La canción que sonaba era de un cantante de hip hop que sabía que a mi madre no le gustaba. Pude ver la expresión hosca en su cara mientras intentaba seguir de buen humor. No pude evitar intentar fastidiarla, pues yo estaba enfadada porque se iba. ¿Por qué no podía pasar más tiempo conmigo? Sabía que ella no solía salir a mundo y que yo no debía decir nada que le arruinara la noche. Simplemente quería que me dedicara más tiempo y ya no sabía cómo hacérselo ver, aparte de comportándome como una niña malcriada.

    Mi madre se acaba de comprar el coche hacía una semana, un Ford Mustang azul marino que tenía algunos años y que decía que funcionaba como si fuera nuevo. Posiblemente ese era el motivo por el que iba a salir, pensé. Quería enseñárselo a sus amigas. Supongo que a lo mejor a mí también me hubiera gustado enseñarlo. Pensé en lo mucho que me gustaba montarme en el coche «nuevo» de mi madre. Era tan brillante y sus líneas eran tan elegantes que me pareció que debía costar un pastizal.

    Vi a unos adolescentes esperando en la parada del autobús que giraron la cabeza cuando pasamos por su lado con el coche. Pensé en saludarlos, pero mi timidez no me lo permitió. Nunca había tenido novio porque lo acordé con mi madre cuando me dijo que era demasiado pequeña para tenerlo. Mi madre me hacía bromas si algún chico me saludaba y no me creía cuando le decía que solo éramos amigos. La verdad era que nunca había besado a un chico, aunque sí me imaginaba cómo sería besar a uno todos los días de mi vida.

    Suspiré con ese pensamiento y me puse apoyada contra la puerta a mirar rascacielos tras rascacielos hasta que

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