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Solo mía
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Libro electrónico207 páginas3 horas

Solo mía

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Información de este libro electrónico

Hace años que Isabella está enamorada del socio de su padre en el negocios de antigüedades, pero Franco Castiglione, el italiano, no parece tener interés en ella. Hasta que todo cambia una noche y le pide que sea su esposa.
Todo parece ser idílico y romántico hasta que él le exige que firme un contrato.
Pero solo resulta ser una boda concertada para salvar a su familia de la ruina. Isabella está atrapada y no quiere pensar en nada, solo escapar muy lejos. Pero él no está dispuesto a dejarla ir. No hasta que cumpla con lo estipulado en ese contrato matrimonial.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 ago 2022
ISBN9798201689353
Solo mía
Autor

Florencia Palacios

Joven escritora latinoamericana autora de varias novelas del género erótico contemporáneo, entre sus novelas más vendidas se encuentra: El jefe, Vendida al mejor postor, Adriano Visconti.

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    Solo mía - Florencia Palacios

    Solo mía (millonarios italianos)

    Florencia Palacios

    Isabella entró en la tienda de antigüedades Prince Galery, agitada. Había sentido que alguien la seguía y pensó que era su esposo o uno de sus gorilas que siempre cuidaban de ella cada vez que se escapaba de Casa Bianca. Apuró el paso pues ya llegaba tarde y eso la tenía nerviosa. Llevaba apenas un mes en Prince Galery y no le gustaba llegar tarde.

    —Señora Castiglione, por aquí por favor.

    Isabella miró al encargado de la tienda y suspiró. La trataba como una niña rica que iba allí porque en su casa se aburría y eso la enfurecía, pero no podía hacer nada. Necesitaba aprender todo lo relacionado a la empresa. Era su empresa y planeaba recuperar cada pieza, cada acción.

    Entró en la sala de exhibición y paró la oreja, en todo mientras miraba a hurtadillas pues todavía sentía que alguien seguía sus pasos. Como antes de la boda, eso no había cambiado. no entendía por qué y la aterraba pensar que su marido estaba tan obsesionado de hacerle eso.

    Decían que el primer año de casados era el peor y no exageraban, pero no imaginó que el tercero fuera tan difícil. Se casó joven, todo el mundo se lo decía. Se casó para escapar de casa y sus padres habían muerto del disgusto al año de su boda. Fue tan triste. Lloró al pensar en eso, todavía los extrañaba a sus queridos viejos.

    Aunque estaba tentada a dejar todo y largarse muy lejos. Estaba harta de todo, de vivir encerrada en su casa, de tener que soportar esa mansión antigua repleta de niños y bebés llorones. De un patriarca que dominaba todo su entorno y de que su marido viera con frustración cómo odiaba quedarse en casa y ser una esposa perfecta.

    No entendía que ella no estaba cómoda en ese papel y que extrañaba la vida alegre de Milán, sus amigas, y también su pequeño rincón de Toscana.

    Ya no soportaba vivir en Nápoles y la palabra divorcio estaba allí, rondando su cabeza.

    No podía creer como luego de casarse y pasar meses de luna de miel en Milán todo se había ido al diablo con solo mudarse con sus parientes sureños de Nápoles. Como el tío estaba viejo y a punto de estirar la pata y había sido como un padre para su marido, bueno, debía hacer el sacrificio, pero no sabía hasta cuándo.

    Se sentía horriblemente agobiada por los ruidos, el bullicio y vivir con esa cantidad de gente y lo único que la salvaba era su amor por su marido. lo adoraba y por él se quedaba, nada más.  había amado a ese hombre en secreto desde que cumplió los dieciséis y conoció al nuevo socio de su padre, el que salvaría la casa de antigüedades, su herencia con una fuerte inversión.  A pesar de su juventud tembló de pies a cabeza al ver a ese hombre alto y fuerte, con una ligera barba negra como su cabello y los ojos cafés muy oscuros. El rostro ancho y vital y la voz grave. Un sureño de pura cepa, un macho alfa de primera pero entonces no lo sabía, pero la mirada de ese hombre la atravesó y luego se apartó avergonzado al saber su edad.

    Pero ya era tarde. Ella pensó que ese hombre sería suyo algún día, cuando tuviera edad suficiente para prestarle atención y esperó y esperó mientras salía con Marco, su novio de adolescencia y aprendía a besar y algunas cosas, pero seguía siendo virgen. No quería hacerlo con Marco. Aunque lo había intentado algunas veces siempre le decía que no y peleaban y se dejaban y luego volvían... hasta que logró que ese macho alfa le prestara atención y entonces fue el adiós a su novio Marco. Le rompió el corazón, él realmente la quería y lo vio llorar y se sintió como una perra malvada. Pero es que ya no había nada más amistad entre ellos, ya no quería salir con él y mucho menos hacerlo con él y ciertamente que se estaba poniendo pesado, intenso y como buen pendejo: horriblemente controlador.

    Pero cuando fue suya por primera vez nada más le importó, al diablo con todo. Su mundo era él, su todo y comprendió que al fin tenía un verdadero hombre a su lado y no le importó la diferencia de edad, que ella tuviera dieciocho y él nueve años más.  eso de cierta forma la hizo madurar de prisa y se casó joven, con apenas veinte años porque se había ido a vivir con su novio a sus padres casi les da un ataque. Los dos sufrieron de presión alta y pusieron el grito al cielo por tamaña inmoralidad. Eran demasiado viejos, demasiado anticuados para la vida moderna. Eran como del siglo pasado, y le habían inculcado que debía llegar virgen al matrimonio qué locura. Ninguna chica llegaba así en esos tiempos al matrimonio sin saber nada de sexo, pero era imposible razonar con ellos y no estuvieron tranquilos hasta que se casó con Franco Castiglione.  No le importó hacerlo, fue él quien se lo pidió para tranquilizar a sus padres. Porque la amaba y estaba loco por ella y ella ansiosa de aprender y ser suya siempre.

    Tragó saliva al recordar viejos tiempos felices.

    Antes de caer en esa granja de gallinas ponedoras sureñas y sentirse incómoda, inquieta y siempre nerviosa. No podía creer cómo el entorno podía arruinar un matrimonio. Ese viejo no moría nunca pero siempre los reunía para darles consejos y contarles tonterías a sus queridos sobrinos. Cuatro en total más sus esposas y sus niños...

    No sabía cómo pudo soportar esa vida.

    Año tras año hasta que luego de morir sus padres dijo basta y fue a Toscana sola unos días para descansar de tanto ruido. Ya no podía más.

    Luego recibió ese legado de Prince Galery y tuvo que aprender. Eso le dio la excusa para regresar al antiguo departamento que compartieron en Milán de recién casados. Ese lugar le traía tan buenos recuerdos.

    Y él fue tras ella, furioso, pero finalmente lo aceptó y le pidió un bebé. Ella lo miró aterrada.

    —Ya no soy tan joven cielo, es decir sí lo soy, pero no quiero esperar a los cuarenta para ser padre.

    —Tienes treinta y dos recién cumplidos. Claro que eres joven.

    Él la arrastró a la cama y le dijo que dejara de cuidarse. Solo un bebé...

    Y no era la primera vez que se lo pedía, cuando cumplieron tres años de casados tuvo un retraso y pensó que estaba esperando un bebé y se asustó mucho y cambió las píldoras.  Cuando le hacía el amor la volvía loca, era maravilloso pero ese día no se sentía bien, estaba nerviosa en el trabajo. Quería estar con su esposo pegada a él. Jamás imaginó que ese trabajo fuera tan difícil y aburrido.

    Solo que al regresar su esposo estaba de mal humor y no pensaba en el sexo sino en que ella se veía cansada y triste.

    —Qué tienes preciosa? Te ves pálida. No te estás alimentando bien. Has adelgazado.

    Tenía razón, a veces olvidaba comer y luego sufría ese clásico bajón de energía a media tarde que quería largar todo y correr. Pero a pesar de que su trabajo fuera agobiante lo prefería a regresar a la granja del tío solterón que le encantaba vivir rodeado de sus sobrinos, sobrinos nietos, una manada de perros bien entrenados que ladraban como locos todo el tiempo y esas misteriosas reuniones con sus sobrinos cada vez que creía que estaba a punto de irse al otro mundo... ya aburría. Ya nadie creía que el viejo fuera a morirse. Y ella en lo personal veía a ese viejo fumando puros, bebiendo vino y comiendo de todo sin cuidarse, fuerte como un roble, que seguramente los enterraría a todos como rezaba el refrán.

    —Estoy bien, Francesco. Iré a darme un baño.

    Estaba exhausta y harta ese día, pero una buena ducha la haría sentirse mejor.

    Pero al regresar su esposo seguía con ganas de pelear y aunque la miraba con ganas de comérsela pues tenía puesta poca ropa no vaciló en decirle:

    —¿Hasta cuándo tendré que soportar que trabajes en Milán? ¿Es que no ves que te pueden secuestrar o hacerte algo peor? Milán es la ciudad más insegura de Italia. ¿Sabes cuántas mujeres son violadas por día?

    Sabía cómo asustarla, o al menos pretendía hacerlo.

    —Me quedaré todo lo necesario porque debo aprender a manejar el legado de mi padre. Es mi empresa tú lo dijiste, aunque tú decides todo. Y no puedo aprender a manejarla si no trabajo allí como cualquier empleado.

    Su marido odiaba que trabajara, y buscaba cualquier pretexto para que no lo hiciera.

    —No tienes que hacerlo, solo pregunta lo que quieras saber—le dijo entonces.

    —No es lo mismo. Quiero ser algo más que tu esposa, Franco Castiglione. Quiero empezar a tener más responsabilidades, a sentirme útil.

    Él no lo entendía.

    —Ser mi esposa tendría que ser suficiente para ti.  

    —Lo es, solo quiero ver cómo va el negocio, hacer algo útil. Quiero trabajar. Lo necesito, me hace bien—le respondió.

    —Pues no pienses que te quedarás trabajando aquí solo permitiré que lo hagas hasta que sepas cómo va tu negocio familiar.

    Ella lo miró molesta.

    —Quiero trabajar, Castiglione, no puedes prohibírmelo.

    —Eso no estaba en el contrato. No fue para tener una esposa todo el día en el trabajo que me casé. ¿Qué tiempo tienes para mí? Muy poco y siempre estás cansada.

    —Tú te lo pasas viajando y yo no te digo nada.  Aquí al menos están mis amigas y mi prima.

    —Isabella, solo te dejaré un tiempo para que tomes las riendas del negocio, no te quedarás aquí trabajando de lunes a sábado porque uno de tus jefes ha decidido emplearte y tratarte como a una más olvidando que eres la dueña.

    —Pues soy la dueña inútil que necesita aprender todo.

    —No tienes por qué hacer eso. Tienes una empresa, una buena cuenta bancaria y eres mi esposa. Lo tienes todo, Isabella Castiglione.

    —Todo te pertenece, Franco Castiglione. El dinero, la cuenta bancaria, hasta mi empresa porque tú eres el socio mayoritario. quiero empezar a cuidar lo único que es mío. Mi herencia.

    —Yo no quiero una esposa que sea experta en arte, solo que sea mi mujer, siempre lista para mí.

    Ella lo miró furiosa.

    —Solo eso te importa. El sexo y un bebé. No quieres nada más de mí.

    —Te quiero a ti, por entero. Y no te dejaré en paz hasta tener lo que busco.

    —Ya te dije lo que pienso.

    Isabella tomó la píldora nerviosa, a veces tomaba más de una porque tenía terror de olvidarse y quedar embarazada.

    Cuando él se le acercaba y la tocaba era como caer en las garras del diablo. El sexo era lo más grandioso del mundo y lo había conocido en sus brazos. El sexo la mantenía atrapada en su cama y en su cuerpo y él le reprochaba que ya no tenían tanto sexo como antes porque ella estaba estresada y se iba a dormir temprano. Eran recién casados y esas cosas no debían pasar.

    —¿Qué tomas, preciosa? ¿Algo para tu jaqueca?

    Ella sonrió.

    —Algo para que no me dejes un regalo en la barriga.

    Eso no le gustó, odiaba que las tomara y en una pelea le había tirado un blíster entero por la ventana.

    –Las pastillas fallan a veces, ¿sabías? —le dijo.

    —Las mías nunca fallan, son las mejores.

    —Eso crees tú.

    Antes de pudiera protestar él la atrapó y le dio un beso ardiente mientras la llevaba a la cama para desnudarla con prisa y penetrarla. Sabía cuánto le gustaba hacerlo y nunca se cuidaba por más que se lo pidiera pues decía que era su esposa y se moría por hacerle un bebé. El sexo y todo lo que hacían culminaba en su anhelo de poseerla, de hacerla suya una y otra vez. Adoraba ese momento y sabía que su enfado se evaporaba y que el sexo siempre sería el postre...

    —Te amo preciosa, aguarda... —dijo y quitó su miembro de ella para prodigarle ardientes caricias de forma tan ruda y profunda que se agarró de las sábanas para estallar de placer mientras él volvía a tomarla y a llenarla con su miembro hasta el fondo, sin que sobrara nada. Estaba lista para recibirle, más que ansiosa, además. Moría por sentirle venirse dentro de ella.

    Pero ese día se sentía insaciable. El cansancio había desaparecido, solo quería sentir ese abrazo apretado, besarle, darle placer hasta volverlo loco.

    Hasta que ya no pudo más y estalló por tercera vez, un orgasmo múltiple que la dejó sin fuerzas, aferrada a su inmensidad que aún estaba dura y disfrutando cómo él se lo hacía en su interior. Todo estallaba a su alrededor mientras murmuraba.

    —Te amo, mi amor, te adoro, lo sabes ¿verdad?

    Él le sonrió.

    —No estoy seguro de eso cielo.

    Ella lo miró furiosa.

    —Eres un maldito. Por supuesto ya te di todo ¿verdad?

    —Todavía no. No me has dado lo que más deseo en esta vida. Un bebé. sí me amaras...

    —Eso es un vil chantaje.

    Él sonrió y la besó.

    —Eso es amor, querer tener un hijo del hombre que amas antes de que este sea tan viejo que ya no pueda ni usarla para intentarlo.

    Isabella rio su marido siempre la arrancaba sonrisas, aunque fuera algo manipulador a veces.

    No quería tener un bebé, no estaba lista. Solo tenía veintitrés años.

    —Dame un año más al menos, solo un año—le dijo.

    Él la besó y la abrazó muy fuerte. Ese abrazo apasionado era delicioso pues cuando todo terminaba se dormían de esa forma, pegados uno contra otro, tan unidos y felices. Lo amaba tanto que quizás debiera pensar en darle un hijo. Quizás él tuviera algún mal presentimiento o fuera de esos hombres que presentían que morirían jóvenes y por eso hacían todo rápido, se casaban jóvenes, tenían hijos... era una tontería. Él era un hombre sano y fuerte. Nada malo pasaría. No quería ni pensar que algo pudiera separarles jamás. Pero sabía que él adoraba a sus sobrinos y no le molestaba para nada oírlos gritar, pelearse ni berrear. Ella en cambio era más sensible a ese alboroto y se sentía muy poco maternal. En realidad, la asustaba pensar en tener un hijo. No estaba lista. Era muy joven y no tenía paciencia alguna cuando veía a esos bebés llorar a todo pulmón hasta ser atendidos, a los niños corriendo por todas partes haciendo diabluras, rompiendo cosas mientras algún padre le prestaba atención y les tiraba de la oreja o les daba una palmada en el trasero. Eso también la enfermaba. Pero si estaba el tío viejo, el patriarca entonces los niños vivían en completa anarquía, nadie los retaba, nadie se atrevía siquiera a tirarle del cabello por no obedecer o hacer algo incorrecto. El tío se enfurecía si alguien amonestaba a alguno de sus cachorros, por supuesto él no tenía hijos por eso encontraba encantadoras las diabluras de sus sobrinos nietos.

    Pero Isabella pensaba que necesitaba tiempo para hacerse a la idea.

    Pero él estaba molesto porque no podía convencerla de regresar a Nápoles y quedarse allí con su familia. Él creía que estaba más protegida en esa casa y no en Milán la ciudad del vicio.

    —Cuando te haga un bebé te llevaré de regreso a casa, preciosa—le dijo al oído entonces.

    Ella lo miró exhausta pero feliz.

    —No me harás un bebé ahora, Franco Castiglione. Soy muy joven para ser madre y no quiero.

    Él la miró muy serio mientras acariciaba su cuerpo.

    —No escaparás a que te haga un bebé preciosa, aunque tenga que tirarte las pastillas y amarrarte a la cama, será ahora o en un par de años...

    —Prefiero en un par de años, amor—Isabella sonrió, pero en verdad que luego de ver a las mujeres de la mansión de Nápoles había adquirido una fobia a quedarse preñada encerrada con un bebé llorando todo el día. Un ser indefenso que dependía de ella para todo.

    —No me convertirás en una gallina ponedora, Franco Castiglione. Sé lo que planeas, pero no te dejaré. No quiero esa vida para mí. Sería una

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