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Hermanos: Los Niños de Pedro Pan
Hermanos: Los Niños de Pedro Pan
Hermanos: Los Niños de Pedro Pan
Libro electrónico236 páginas2 horas

Hermanos: Los Niños de Pedro Pan

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Información de este libro electrónico

En 1961, los hermanos Ángel y Roberto, de quince y doce años respectivamente, pasan a formar parte de la Operación Pedro Pan, el mayor éxodo registrado en el hemisferio occidental de niños solos que partieron rumbo a los Estados Unidos. Vislumbran lo que están a punto de experimentar cuando escuchan a su tía Marina rogarle a un extraño para que saque a su hijo pequeño de Cuba y así salvarlo del nuevo gobierno autoritario. Momentos después, Mirta, la madre de los hermanos, los abraza y los besa llorando mientras se despide de ellos, quienes creen que en unos seis meses volverán a ver a sus padres. Sin embargo, sus vidas se verán alteradas para siempre.
***
Una vez más, Betty trae una historia apasionante a las páginas de su nuevo libro, Hermanos: Los niños de Pedro Pan. Es una novela que ilustra lo que tantos niños sufrieron mientras vivían solos en los Estados Unidos, lejos de sus familias y de sus seres queridos que se quedaron en Cuba. Esta obra cambiará la forma en que se percibe el desarrollo de este momento de la historia, el cual cambió las vidas de tantos y produjo ciudadanos tan notables y sobresalientes. Es una lectura imperativa. Por Susana Jiménez-Mueller, autora, de Ahora yo Nado y productora y anfitriona del podcast The Green Plantain – The Cuban Stories Project.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 sept 2021
ISBN9781005912666
Hermanos: Los Niños de Pedro Pan
Autor

Betty Viamontes

Betty Viamontes was born in Havana, Cuba. In 1980, at age fifteen, she and her family arrived in the United States on a shrimp boat to reunite with her father after twelve years of separation. "Waiting on Zapote Street," based on her family's story, her first novel won the Latino Books into Movies award and has been selected by many book clubs. She also published an anthology of short stories, all of which take place on Zapote Street and include some of the characters from her first novel. Betty's stories have traveled the world, from the award-winning Waiting on Zapote Street to the No. 1 New Amazon re-leases "The Girl from White Creek," "The Pedro Pan Girls: Seeking Closure," and "Brothers: A Pedro Pan Story." Other works include: Havana: A Son's Journey Home The Dance of the Rose Under the Palm Trees: Surviving Labor Camps in Cuba Candela's Secrets and Other Havana Stories The Pedro Pan Girls: Seeking Closure Love Letters from Cuba Flight of the Tocororo Betty Viamontes lives in Florida with her family and pursued graduate studies at the University of South Florida.

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    Hermanos - Betty Viamontes

    Hermanos:

    Los niños de Pedro Pan

    Inspirado por acontecimientos reales

    De la autora de

    Esperando en la calle Zapote,

    ganador del premio Latino Books Into Movies Award, Categoría Serie de TV dramática

    Betty Viamontes

    Hermanos:

    Los niños de Pedro Pan

    Copyright © 2021 por Betty Viamontes

    Todos los derechos reservados por su autora. Este libro no puede reproducirse ni total, ni parcialmente, de forma impresa o electrónica, sin permiso expreso por escrito de la autora.

    Publicado en los Estados Unidos de América por Zapote Street Books, LLC, Tampa, Florida

    Portada del libro por Susana’s Books LLC

    Fotografías en la portada por Getty’s Images, George Marks por Guimebo. Santa Clara por Rebeca Mueller

    Con excepción de los testimonios incluidos, este libro es una obra creativa de ficción. Cualquier parecido con lugares o eventos reales, o alguna persona,

    viva o muerta, es pura coincidencia.

    .

    ISBN:  978-1-955848-02-2

    Impreso en los Estados Unidos de América

    Testimonio

     Nací en La Habana, Cuba en 1946. Los primeros años de mi niñez fueron felices. Era hijo único, con una familia extendida grande y cercana, y con muchos amigos. Mi padre era el orgulloso dueño de una fundidora, y yo asistía a los Escolapios en Guanabacoa, una escuela católica para niños. En 1962, mi mundo cambió. Mis padres, temiendo por mi futuro en una Cuba comunista, decidieron enviarme a los Estados Unidos a través de la Operación Pedro Pan. Llegué el 10 de mayo de 1962 a Miami, y me transfirieron a Camp Matecumbe, donde pasé los siguientes tres meses y medio. No tengo buenos recuerdos de ese lugar debido a la crueldad que vi infligida a los niños más pequeños por parte de los niños mayores. Muchos ‘clichés’ y bromas feas se jugaron contra niños vulnerables. Me sentí desilusionado.

    Después de mi tiempo en Matecumbe, estuve alojado durante un año en un seminario de Escolapios en Derby, Nueva York, con otros niños cubanos. Al salir de allí, me fui a vivir como un niño adoptivo con una familia maravillosa en Buffalo, Nueva York, donde me trataron con amabilidad, dignidad y respeto.

    Durante este período tuve la suerte de conocer a mi futura esposa, a su familia y a otro grupo de cubanos que, como yo, aún vivimos en Buffalo. Mis padres y yo, finalmente nos reunificamos en Buffalo en 1966, cuatro años después de mi partida.

    Seis meses después, fui reclutado por el ejército de los Estados Unidos durante la guerra de Vietnam, y con orgullo serví.  Sé que la decisión de mis padres fue muy difícil de tomar, especialmente porque yo era su único hijo. Mi madre sufrió un par de crisis nerviosas durante nuestra separación por las que recibió tratamientos de electrochoque.  

    Las palabras no pueden expresar mi gratitud por el sacrificio que hicieron y por enviarme a este maravilloso país. He tenido una carrera profesional muy exitosa en Tecnologías de la Información y he obtenido una Licenciatura y una maestría en Administración de Empresas. Mi esposa y yo llevamos 52 años de casados, y tenemos dos hermosas hijas. Ahora estoy felizmente retirado. Dios bendiga y mantenga a salvo a los Estados Unidos, el país más maravilloso del mundo, por abrir sus puertas y permitir que tantos de mis compatriotas pudieran emprender una nueva vida en esta tierra de la libertad.

    Pablo Armando Carrera Pérez

    ***

    La novela que sigue a continuación es de una familia ficticia y se basa en varias entrevistas, investigaciones y testimonios, algunos incluidos en este libro. Las partes históricas son fácticas.

    Les dedico este libro a—

    Los niños que se fueron solos de Cuba durante el éxodo de Pedro Pan sin saber cuánto cambiarían sus vidas.

    Las familias de Pedro Pan que tan amablemente compartieron las historias que inspiraron la escritura de

    este libro.

    Mi madre, por mostrarme que todo es posible.

    Mi esposo y mi familia, que son mi fuente de

    inspiración perpetua.

    Mis leales lectores, por leer mis libros y

    animarme a seguir escribiendo.

    Susana Mueller, la talentosa podcaster cubana y

    creadora de The Green Plantain – The Cuban Stories Project. Susana comparte mi pasión por sacar a la luz las

    historias del pueblo cubano.

    Al Lions Eye Institute for Transplant and Research, una organización sin fines de lucro que ayuda a llevar el don de la vista a personas de todo el mundo. Para donaciones, comuníquese con su fundación al 813-289-1200

    Capítulo 1

    La salida

    1961

    Roberto observó consternado cómo su tía Marina dejó a su hijito de dos años en los brazos de un extraño. El pequeño estaba inconsolable y extendió sus bracitos hacia su madre, mientras gruesas lágrimas le rodaban por su enrojecido rostro.

    —Por favor, llévese a mi hijo a los Estados Unidos —le rogó Marina—. Un pariente lo está esperando en Miami.

    Al ver al niño llorando por su madre, el pasajero confundido miró a su esposa. Ella sacudió la cabeza y enunció la palabra no. Él lo miró un poco desconcertado y le devolvió el niño a su madre. Luego inclinó la cabeza y se alejó.

    —Tendrás que calmarlo si quieres que alguien se lo lleve —sugirió Mirta, la madre de Roberto. Ella misma no podría estar aquí en el aeropuerto este día sin la ayuda de una píldora de Meprobamato. Las había estado tomando durante varios días preparándose para lo que estaba a punto de suceder. Fausto, el padre de Roberto no pudo venir ya que tuvo que trabajar. Esa fue la excusa que le dio a su esposa, pero ella sabía la verdad.

    —Y ahora ¿qué hago? —Marina preguntó, meciendo al niño en sus brazos y frotándole la espalda para que se calmara.

    —Tengo un poco de Benadrilina —respondió Mirta y extrajo una botella y una cuchara de su gran bolso. Trajo esta medicina debido a sus alergias, las cuales habían empeorado desde que salió de Santa Clara, en Las Villas, Cuba, para viajar hasta La Habana, la capital del país.

    El aeropuerto Rancho Boyeros se había convertido en un mar de niños que traían pequeñas piezas de equipaje y juguetes. Muchos de los varoncitos más pequeños llevaban camioncitos y las niñas abrazaban a sus muñecas. La mayoría de los niños saldrían solos de Cuba, mientras que sus padres tratarían de obtener visas para salir del país después. Los padres temían perder sus derechos paternales y que sus hijos fueran enviados a campamentos de adoctrinamiento. Esos eran los rumores que circulaban por todas partes.

    Los Estados Unidos le había concedido al Padre Bryan O. Walsh, de Catholic Charities (Caridades Católicas), la autoridad para otorgarles cartas a cualquier niño cubano que tuviera entre seis y dieciséis años, removiendo el requisito de una visa de entrada a los Estados Unidos. A medida que los rumores de este programa se extendieran por toda Cuba, muchos padres desesperados decidieron aprovecharse de él.

    Después de que Marina le diera a su hijo la Benadrilina, lo meció en sus brazos hasta que se quedó dormido. Roberto, de doce años, se le acercó a su primo, tanto que ahora podía oler la colonia Agua de Violetas en su fino y oscuro cabello.

    —¿Qué estás haciendo? —Mirta le preguntó a su hijo.

    —Tratando de despertarlo —respondió Roberto.

    —¿Por qué?

    —¡Para despedirme de él!

    Mirta se mordió el dedo. No tenía tiempo ni paciencia para explicaciones.

    —Cariño, déjalo dormir —respondió.

    —Mamá, no quiero irme —protestó Roberto.

    Su hermano de quince años, quien hasta ahora había estado callado observando su entorno, le dijo a su hermano: —Deja de decir eso. Recuerda lo que dijo papá. No te preocupes. Todo va a estar bien. No tengas miedo.

    Después de que Roberto desistiera, Mirta centró su atención en Marina.

    —Debes intentarlo de nuevo. Ya casi es hora —le dijo.

    Marina hizo un gesto positivo con la cabeza. Comenzaron a caminar hacia la zona encapsulada por cristales llamada La Pecera, que está empezando a llenarse de niños, algunos adultos de Caridades Católicas y varias familias que no eran parte del programa de Caridades Católicas.

    Antes de que entraran en La Pecera, Marina se acercó a una pareja bien vestida que viajaría junto a su pequeña hija. Esta vez, se dirigió a la mujer.

    —Por favor, ayúdeme —le dijo—. Estoy desesperada. ¿Podría llevarse a mi hijo a Miami? Está dormido. No la molestará. Mis parientes lo están esperando allí. Por favor, lléveselo. Le voy a entregar una carta que tengo con instrucciones y los papeles de salida de mi bebito.

    Marina le mostró un sobre.

    La mujer miró a su marido, y luego a Marina, que ahora estaba al borde de las lágrimas.

    —Usted tiene una hija —dijo Marina—. Usted entiende por qué necesito enviarlo lejos de aquí. Por favor, salve a mi hijo.

    La mujer vaciló por un momento, y luego tomó al bebé en sus brazos y agarró la carta. Marina le dio las gracias y besó a su hijo suavemente en la frente. Entonces, la mujer entró en La Pecera con el bebé y su familia.

    Marina estalló en sollozos, y la propia Mirta no pudo controlar sus emociones, que ahora les rodaban por su rostro. Mirta pensó en los acontecimientos que la llevaron a este día y hora, y al paso que estaba a punto de dar. En unos minutos, ella misma tendría que despedirse de sus hijos, sin saber cuánto tiempo pasaría antes de que los volviera a ver.

    Capítulo 2

    Encrucijada

    1958

    El tío de Roberto Montero, Antonio, le lanzó la pelota al niño de nueve años, pero cuando Roberto trató de atraparla, no pudo, y la pelota rebotó burlonamente en el asfalto. Después de múltiples intentos, la frustración de Roberto creció, hasta que la recogió, se sentó en la acera y anunció:

    —Ya no me importa este estúpido juego.

    El niño de pelo castaño se limpió el sudor de la frente y miró hacia el asfalto caliente por un momento, antes de girar la cabeza hacia su tío.

    —Tío, cada vez que vienes aquí, tratas de enseñarme a jugar béisbol, pero no quiero ser un jugador de béisbol. Quiero ser como mi padre, un ingeniero.

    Antonio, no considerado por la familia el más inteligente de sus tíos, era uno de dieciséis hermanos varones. Según el padre de Roberto, lo que Antonio carecía de inteligencia, lo tenía en bondad. Sabiendo lo mucho que Roberto disfrutaba de los mangos, a menudo le traía un cartucho con dos o tres mangos grandes que él mismo recogía de la granja de uno de sus hermanos.

    La barba espesa de Antonio contrastaba con la cara afeitada del padre de Roberto, quien olía a colonia almizclada. Roberto no sabía entonces que su tío era uno de los barbudos, el grupo de rebeldes que se habían unido a la causa del joven revolucionario Fidel Castro para sacar del poder al presidente de Cuba, Fulgencio Batista.

    El apoyo a Fulgencio Batista, quien había llegado al poder en 1952 a través de un golpe militar, había disminuido a finales de la década del 1950, mientras que los esfuerzos de resistencia de Castro y las tácticas guerrilleras de Guevara aumentaban. En La Habana, la capital de Cuba, los estudiantes universitarios realizaban manifestaciones masivas contra Batista, mientras Castro continuaba ganándose el corazón y la simpatía del pueblo en toda la isla. Sin embargo, en los pueblos pequeños, a medida que los rebeldes ganaban partidarios, también implantaban tácticas destinadas a intimidar a aquellos que no cooperaran con ellos, lo que debería haber sido una señal de lo que sucedería después.

    Desde febrero de 1958, Radio Rebelde, una emisora de radio pirata que transmitía en onda corta, compartía las últimas noticias sobre el progreso de los esfuerzos de la resistencia. Y estos esfuerzos estaban dando fruto. Antonio, como decenas de otros hombres, había dejado su trabajo para unirse a los rebeldes. Incluso los ricos habían comenzado a respaldar a los revolucionarios.

    El padre de Roberto les ocultó a sus hijos la participación de Antonio en el movimiento revolucionario, en parte debido a que detrás de su casa vivía un chivato. Todos los llamaban 33, 33 porque el gobierno de Fulgencio Batista les pagaba 33 pesos y 33 centavos por ser informantes. La gente del barrio donde vivía Roberto conocía y resentía al chivato.

    Mientras Fidel Castro y los rebeldes gozaban de un creciente apoyo popular, las divisiones entre la familia de Roberto se hicieron más pronunciadas, con algunos de sus tíos apoyando a Fulgencio Batista y otros, a los rebeldes.

    Era diciembre de 1958 en la ciudad de Santa Clara, y la isla estaba en medio de una guerra sangrienta. Ese día, tras una escalada del conflicto entre las fuerzas guerrilleras y el ejército de Fulgencio Batista, Antonio estaba visitando a la familia de su hermano, entre otras cosas, para asegurarse de que todos estuvieran bien.

    —Roberto, vamos —le gritó Antonio a su sobrino—. ¡Levántate! Nunca debes rendirte. Tienes que seguir intentándolo e intentándolo hasta que lo logres. Nadie recuerda a los que se dan por vencidos.

    A regañadientes, el niño se puso de pie y le lanzó la pelota a su tío.

    —Escúchame —gritó su tío—. Eres como tus tíos y tu padre. Eres un Montero. Los Monteros somos fuertes. No le tengas miedo a la pelota y mantén tu vista en ella. Yo creo en ti. ¿Estás listo?

    El niño respiró profundo y asintió con la cabeza. Luego vio la pelota elevarse en el aire de nuevo, bajo el cielo azul y sin nubes. La siguió con sus ojos, levantó los brazos hacia el sol y juntó las manos. Por un momento, aguantó la respiración. No quería dejarla caer de nuevo.

    Mantuvo sus ojos en la pelota a medida que se le acercaba. Esta vez la cogeré. Haré que mi tío se sienta orgulloso de mí, pensó.

    Al sentir que la pelota golpeaba la palma de su mano, gritó: —¡La tengo! —y movió la mano en señal de victoria, pero la pelota salió rebotando de su mano y cayó al asfalto.

    De pronto, el niño escuchó una voz familiar decir detrás de él:

    —¡La próxima vez agárrala y no la dejes ir! ¿Puedo jugar?

    Roberto dio la vuelta y vio a su hermano, Ángel, tres años mayor y más alto que él, con los primeros indicios de bigote sobre de sus labios. Tenía

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