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Coraje y Complicidad
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Libro electrónico398 páginas5 horas

Coraje y Complicidad

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“Un escrito maravilloso, convincente, desafiante y lleva a la reflexión.” N. Jennings

“¡Magnífico! . . . muy bien escrito, disfruté cada minuto. Emana una luz crítica y compasiva sobre el sistema del Indian residential schools.” T. Moores

En agosto de 1947, Mary Brock abordó un tren en Toronto para dirigirse a la zona silvestre del noroeste de Ontario donde trabajaría como profesora en un Indian residential school. ¡Su
familia estaba aterrada!

Al final de su primer día de clase, María también quedó aterrada, ya que esto no era la aventura emocionante que se había imaginado. Sin embargo, no se dio por vencida y animada por sus ideales y su pragmatismo, siguió adelante.

Culminó el año académico. Cuando subió al tren para volver a casa, supo que había fracasado en todos los sentidos. Los ideales con los que había venido se habían hecho añicos en las paredes de su aula, y un gran pedazo de su corazón yacía enterrado detrás de una pequeña cabaña en el bosque.

Sesenta años después, dos regalos inesperados, la obligaron a mirar el pasado por segunda vez y a mirar el futuro con más esperanza. Después de todo, tal vez sus ideales no eran tan ingenuos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 feb 2021
ISBN9781775060079
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    Coraje y Complicidad - Claudette Languedoc

    Copyright © 2021 by Claudette Languedoc

    Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, distribuida o transmitida en cualquier forma o por ningún medio —fotocopiado, grabación u otros métodos electrónicos o mecánicos— sin la previa autorización por escrito del autor, excepto por citas breves incorporadas en revisiones críticas y otros usos no comerciales permitidos por la ley de copyright.

    Tellwell Talent

    www.tellwell.ca

    saparepress@gmail.com

    ISBN

    978-1-7750600-6-2 (Hardcover)

    978-1-7750600-8-6 (Paperback)

    978-1-7750600-7-9 (eBook)

    Contents

    Preámbulo

    ¿REALIDAD O FICCIÓN?

    ETIQUETAS

    PRÓLOGO

    AGOSTO DE 2006

    SEPTIEMBRE DEL 2009

    AGOSTO

    1947

    PRIMERAS IMPRESIONES

    LA CALLE NIPIGON

    JONATHAN

    SETIEMBRE

    1947

    PRIMEROS DÍAS

    EL PADRE JAMES

    MÚSICA

    EL HERMANO THOMAS

    BEAR LAKE

    OCTUBRE

    1947

    PERDER TERRENO

    COLAPSO

    MI SEGUNDA COMPRA

    BAILE POPULAR

    SILAS

    LA BÚSQUEDA DE UNA CASA

    CRÍMINES Y CASTIGOS

    ANIMIKIIKAA

    NOVIEMBRE

    1947

    BELINDA

    HÁBITOS DIFERENTES

    El Bar de BIRLING

    EL LÁPIZ

    ESCAPADAS

    DICIEMBRE

    1947

    LA OBRA

    NAVIDAD EN TORONTO

    ENERO

    1948

    JANIE

    FEBRERO

    1948

    AMADO Y PERDIDO

    JUEGO DE BRIDGE

    CUMPLEAÑOS

    EL BAILE

    EL HOMBRE DE LA CAMISA A CUADROS

    MARZO

    1947

    EL PAJAR

    ABRIL

    1947

    EL CEMENTERIO

    PLACAS DE LATÓN

    RICITOS DE ORO

    COMO IGUALES

    MAYO

    1948

    OJOS AZULES

    SIMÓN

    JUNIO

    1948

    DESPEDIDAS

    EPÍLOGO

    SETIEMBRE DEL 2010

    HISTORIA CRONOLÓGICA BREVE DE LOS INDÍGENAS RESIDENTIAL SCHOOLS

    RECONOCIMIENTOS

    Preámbulo

    El personaje principal de este libro es el Indian Residential School (escuelas especiales solamente para indígenas). Es importante contar con una comprensión básica del funcionamiento de las escuelas para entender el impacto que tuvieron en los pueblos indígenas de Canadá.

    Los indígenas Residential Schools empezaron como escuelas diurnas para estudiantes indígenas dirigidas por varias iglesias y, por lo general, fueron ubicadas en áreas donde las escuelas públicas no estaban disponibles. Rápidamente se convirtieron en internados (los estudiantes vivían en las escuelas), ya que la mayoría de los indígenas eran nómadas.

    A fines de 1800, el gobierno de Canadá unió fuerzas con las iglesias para pagar y dirigir las escuelas y, en 1920, el gobierno declaró obligatoria la asistencia a las Residential Schools para todos los de estado indio. El estado indio se definió en la Ley India de 1876.

    En el momento de la confederación de Canadá en 1867, el objetivo del gobierno canadiense era eliminar el estado indio. Hubo varios métodos utilizados para fomentarlo. Por ejemplo, si una persona indígena quería el derecho al voto, perdía su estado; si una mujer con el estado indio se casaba con alguien sin ese estado, ella perdía su estado; si una persona indígena obtenía un título universitario o se unía al ejército, también perdía su estado.

    Pero las escuelas eran la forma más importante y considerada la más efectiva de alentar a una persona indígena a dejar su estado. El propósito de las escuelas, según lo declarado por Sir John A. McDonald, el 1er primer ministro de Canadá, era sacar al indio del niño, y para lograrlo, los niños indios deberían alejarse lo más posible de la influencia de los padres, y la única forma de hacerlo sería ponerlos en escuelas industriales de capacitación central donde adquirirán los hábitos y modos de pensamiento de los hombres blancos. 1879

    Con ese fin, se les enseñó a los niños que la mejor forma de vida era la del sistema europeo de los colonos y que las prácticas indígenas eran salvajes o, peor aún, malignas. Estos valores a menudo se enseñaron con duros castigos y frecuentemente acompañados de abuso sexual. La mayoría de los estudiantes de los Residential Schools se graduaron con una educación académica básica, una educación religiosa rigurosa y sin sentido de autoestima.

    ¿REALIDAD O FICCIÓN?

    Los lugares y las personas mencionadas en este libro son completamente ficticios. Los personajes no están basados en ninguna persona, viva o muerta, no existe un pueblo llamado Bear Lake (que yo sepa), ni tampoco Bear Lake Indian Residential School.

    Sin embargo, las historias que se narran aquí se basan en hechos reales. Muchos de los niños que asistieron a los internados sufrieron terribles abusos a manos de sus tutores, pero muchos de ellos, no. Aunque todos vivían con temor al castigo, tenían prohibido hablar su idioma, y regresaban a sus hogares con tan sólo una educación básica, y no tenían idea de cómo ser padres de la próxima generación. Como dice Mary en el epílogo, Había gente buena y amable en el Bear Lake Indian Residential School. Estoy segura de que había gente buena y amable en cada internado indio. Pero la bondad y amabilidad pueden estar muy lejos cuando tu función es hacer que una persona crea que su historia, cultura y ADN son algo vergonzoso.

    Lo vergonzoso es nuestra historia de los internados. No podemos cambiar el pasado; pero sí, el futuro. Los Pueblos Indígenas de Turtle Island (América del Norte) han sufrido mucho a manos de los colonizadores, y éstos han perdido mucho al no trabajar y aprender de este pueblo que conocía esta tierra tanto como a sus propios hijos. Nos necesitamos mutuamente y somos más ricos si nos conocemos los unos a los otros.

    ETIQUETAS

    Las palabras son herramientas poderosas, y sobre todo cuando las usamos para clasificar a una persona o grupo.

    Soy lo suficientemente mayor como para haber visto una serie de diferentes etiquetas atribuidas a muchos de los pueblos Indígenas en Canadá. Cuando yo estaba creciendo, la etiqueta era indio. Después cambió a Amerindios de Canadá, luego, los Indígenas de América del Norte, Nativo, Aborigen y Naciones Originarias de Canadá. En el momento de escribir este libro, indígena era la versión políticamente correcta. Sin embargo, parece que hay una tendencia que a evitar un término general, y en su lugar, se refieren al grupo lingüístico o cultural, Haida, Anishinaabe, Cree, etc.

    En este libro, utilizo el término indio para describir a los Pueblos Indígenas de este lugar, ya que dicho término estaba en uso durante la época descrita en el libro.

    PRÓLOGO

    AGOSTO DE 2006

    Cuando sonó el timbre yo estaba en postura de bebé feliz (ejercicio de yoga). Se supone que el yoga es restaurativo, pero mientras intentaba ponerme de pie, me preocupaba que quien quiera que esté en la puerta se pudiera impacientar e irse antes de que pueda levantarme del piso y responder a su llamada.

    Un repartidor vestido con uniforme pulcramente planchado me saludó, me entregó un paquete del tamaño de un libro y solicitó mi firma en una tableta de firma digital. Incluso en un momento en que una carta escrita a mano era una novedad, el paquete, envuelto en papel simple de carnicería, era casi de otra época. Escribí mi nombre en su tableta, que la devolví antes de que me entregara el paquete. Después de presionar algunos botones, me agradeció con educación y bajó las escaleras del frente de mi porche. Lo último que vi de él, antes que desapareciera en su camión, fue un gran círculo de sudor en la espalda de su camisa.

    Entré en la casa, impaciente para descubrir el contenido del misterioso paquete. La dirección del remitente era de la oficina de un abogado de Winnipeg.

    ¿Acaso había algún tío desconocido que murió y me dejó un tesoro? Era imposible, ya que yo misma tenía 80 años y la mayoría de mis parientes mayores ya habían fallecido hace mucho. Al cerrar la puerta al sol radiante que rebotaba en mi piso de linóleo, rompí la simple envoltura de papel. Cuando vi el cuero rojo moteado que ataba los libros, entonces supe, con exactitud, lo que tenía. Mis manos se quedaron sin fuerzas y el paquete medio abierto se cayó al piso.

    Algunas horas más tarde, con una patada lo puse debajo de la mesa del pasillo para no tener que verlo. Y después de dos días de lo acontecido, todavía estaba allí.

    Entonces me dije a mí misma: estás siendo ridícula, sólo son un lapicero y papel. Recógelo o deséchalo si quieres, pero hazte cargo.

    Así que lo hice.

    Lo traje a la sala y me senté en el sofá. Con el sol de la mañana que calentaba mi espalda, miré muy fijamente las suaves cubiertas rojas que recordaba muy bien. Dentro de la envoltura encontré un sobre con la misma dirección del abogado, entonces lo abrí primero.

    Estimada Sra. Morrison,

    Lamento informarle el fallecimiento del hermano Thomas, finado de la parroquia de la calle Albans en Winnipeg. Entiendo que su amistad con el hermano Thomas fue corta y ocurrió hace mucho tiempo, pero al preparar su testamento, me aseguró que usted no le habría olvidado. Me pidió que le enviara estos diarios que había guardado de la época en que usted lo conoció.

    El hermano Thomas murió de neumonía hace seis años, el jueves 9 de marzo del 2000. Tenía 97 años. Me disculpo porque pasó mucho tiempo antes de que estos libros lleguen a sus manos, pero estoy seguro de que sabrá comprender que tuvimos ciertas dificultades para localizarla después de todos estos años.

    Si tiene alguna duda o pregunta en cuanto a este regalo o de cualquier otro asunto en particular sobre el hermano Thomas, de verdad, gustosamente, le contaré lo que me sea posible.

    Me pareció que era un hombre sencillo, honesto y amable.

    Atentamente,

    Milton T. Harvey, Licenciado en Derecho

    Sencillo, sí; amable, tal vez; honesto, no tanto, pensé. Más el hermano Thomas estaba en lo cierto, nunca podría olvidarlo. Aunque pensé que lo había hecho.

    En la portada y columna de cada diario estaba estampado el año en una hoja dorada que todavía brillaba: 1947 y 1948. ¡Hace tanto tiempo!

    Hace tanto tiempo, pensé otra vez, melancólica, pero todavía ansiosa. Me venció la ansiedad y lo dejé para después una vez más. Ha esperado tanto tiempo, pensé, puede esperar un poco más. Puse los libros en un estante de mi estudio. Los leería cuando los pudiera ver con tranquilidad. Le debía mucho al hermano Thomas.

    Dos años después, puse los diarios en el sótano junto con otros libros que no revisaba, pero eran muy apreciados como para deshacerme de ellos. Se quedaron allí, casi olvidados. Pasó un año más y otra sorpresa tocó mi puerta.

    Luego me pregunté; ¿Será que el hermano Thomas me había enviado a Emily? No me sorprendería tanto, él no era una persona que dejaba un trabajo incompleto.

    SEPTIEMBRE DEL 2009

    Los miembros de mi familia saben que deben llamar desde la puerta cuando vienen a visitar. Cuando Clarice, mi nieta, llegó con su amiga de la universidad a tomar una taza de té, gritó un fuerte hola desde el interior de la puerta principal y esperó a que yo apareciera. Yo estaba encantada de escuchar su voz y bajé por las escaleras de mi estudio para saludarla. Una mujer joven estaba de pie junto a Clarice en el linóleo blanco y negro.

    De contextura delgada, tímida e inocente actitud, esta jovencita causó gran impacto en mí, el mismo que sentí cuando llegó aquel inesperado paquete hace algunos años. Sin embargo, en el momento en que puse mis ojos en ella, desde mi lugar a mitad de las escaleras, mi corazón se detuvo y mi mano se aferró a la baranda de madera.

    ¿Estás bien, Abuela?, preguntó Clarice.

    Estoy bien, querida. ¡Qué maravilloso verte!.

    Sonreí calmadamente y seguí bajando las escaleras, concentrándome en el movimiento de mis pies, sintiendo la pisada y escuchando el suave ruido que hacía con cada paso.

    La joven que estaba al pie de la escalera no era un fantasma, no obstante, su parecido era al de otra mujer joven, alguien que yo había conocido hace muchos años, era impresionante. Sabía que ella no podía ser alguien más que un familiar directo. Me sorprendí de ver que las ventanas se abrieron, a pesar de los años que han permanecido cerrados.

    Cuando llegué al pie de las escaleras, extendí mi mano, y mi nieta nos presentó; Emily, ella es mi abuela, la Sra. Morrison –aunque la mayoría de mis amigos la llaman Abuela.

    Emily parecía un poco confundida.

    Abuela, está bien para mí, dije. Sin embargo, si te sientes incómoda, ‘Sra. Morrison’ también está bien. Vamos a preparar el té. Me dirigí a la cocina, ansiosa de hacer algo mientras la pequeña charla de las chicas se escuchaba en la habitación. Hablaron de sus cursos de la universidad y del modo en que se habían conocido. Habían tenido una conexión instantánea a pesar de tener orígenes muy diferentes. Emily era de Bear Lake, una pequeña comunidad del norte de Ontario; y Clarice, de Toronto. Las dos estaban matriculadas en la facultad de Estudios Indígenas. Yo siempre sonreía cuando escuchaba a mi nieta decir lo que estudiaba. En mi época, tampoco eran indígenas ni Pueblos Originarios de Canadá, se llamaban indios, y nadie estaba interesado en estudiar sobre ellos, sólo querían cambiarlos.

    Emily tenía un fino cabello negro que colgaba hasta su espalda, enmarcando una suave cara ovalada. Tenía ojos que desafiaban a la descripción como ojos verdes, ojos marrones o negros, y todos competían por llamar su atención. Clarice, por el contrario, se parecía a mí cuando tenía su edad, era la típica europea, tenía cabello corto, rubio y siempre trataba de controlar sus rizos. Tenía ojos grises azulados, intensos y cuando sonreía, aparecía un hermoso hoyuelo en su mejilla izquierda.

    Cuando puse la humeante tetera amarilla en su trébede, mi pensamiento se dirigió a otra mesa y a otra cocina, me llevó al pueblo natal de Emily; una pequeña cabaña ubicada fuera de Bear Lake. En ese lugar, se habían sentado otras dos jovencitas alrededor de la misma tetera, hace muchos años. Se podría perdonar a un observador ocasional por pensar que sólo había cambiado la decoración.

    La tetera fue la primera compra que hice en Johnson’s General Store, en Bear Lake, Ontario. Era setiembre de 1947. Yo era una nueva profesora en el Internado Indio de Bear Lake, recién licenciada en la universidad y lista para la aventura.

    La guerra terminó en 1947. Mis hermanos habían regresado; pero mi prometido, no. Yo era una joven inquieta, asfixiada en la burbuja de la lujosa casa de mis padres en Toronto. Estaba tan segura de mí misma y de mi potencial sin límites, como lo estaban mi nieta y su amiga aquel día. Estaba lista para enfrentarme al mundo sin la más mínima idea o preocupación por el complicado lío en el que estaba aventurándome de manera obstinada.

    Para cuando dejé Bear Lake Indian Residential School, tan sólo diez meses después, mi pasión se había enfriado y pensaba que no había hecho un trabajo lo suficiente bueno como para cambiar el mundo. Pero esta jovencita que se encontraba en la mesa de mi cocina, bebiendo té de mi tetera de Bear Lake, alimentó mi esperanza de pensar que tal vez mi pequeña acción había contribuido en algo mayor a mis pensamientos. Aunque había tardado más de lo que consideraba que fuera posible, tal vez algunos de mis ingenuos e idealistas sueños iban a hacerse realidad.

    Era hora de mirar los diarios del hermano Thomas.

    AGOSTO

    1947

    PRIMERAS IMPRESIONES

    Diario del hermano Thomas

    15 de agosto de 1947

    Hoy hay reunión de personal. Una de las pocas a las que tengo que asistir, gracias a Dios. ¡Hace muchísimo calor afuera y sentarse en un ambiente cerrado con un grupo grande de personas conservadoras, sudando por usar esos hábitos extravagantes que al parecer los acerca mucho al infierno, más yo por mi parte intentaré ser más santo!

    Parece que los rumores son ciertos. Vamos a tener dos maestros nuevos este año, ambos son laicos, ninguno es católico. Deben haber estado desesperados.

    El joven es de Montreal. Al parecer, está en camino a la escuela. ¡Le tomó todo el verano! Toda una expedición, y sin duda, una buena preparación para la enseñanza aquí. Se espera que llegue la semana que viene, y tengo curiosidad por conocerlo. No hago apuestas por la otra maestra, una jovencita de Toronto, que acaba de terminar la universidad. Ella está viniendo en tren. No es que yo quiera detener su viaje en tren, ya que yo mismo vendría de esa manera.

    Ya hay dos carpas fuera de la puerta. La escuela todavía abre en un par de semanas, pero los estudiantes están empezando a llegar. Simón y su hermano son dos de los primeros que llegaron hoy. El regreso de los estudiantes es una buena noticia para los que han tenido que quedarse todo el verano, ya que al ver a sus viejos amigos se sienten más acompañados. Además, también puedo servirme de la ayuda adicional.

    Hemos tenido un verano fuerte que afectó los cultivos. Toda esa lluvia, el calor en julio, y ahora, esta sequía que no da señales de llegar a su fin. La temperatura está bajando un poco, pero no parece que llueva pronto. Las verduras se han mantenido por los riegos, pero esto no es muy fácil. He esbozado algunas ideas del hermano Christopher para un canal de riego y lo construiré, pero no tengo muchas esperanzas de que sea este año. Lo único que podemos hacer es rezar para que la gran cosecha de julio compense este miserable agosto.

    Desde que encontré el pequeño anuncio para maestro en el periódico, nunca perdí mi determinación ni mi entusiasmo por el puesto que había aceptado, a pesar de las advertencias silenciosas que recibía en las charlas con mi padre sobre los peligros de la vida para una joven soltera en los agrestes bosques del norte, el horror ingenuo de mis amigas y los comentarios del pastor de mi iglesia sobre el estilo de vida austero en ese lugar. Yo había pasado la guerra dentro de los límites seguros y cómodos de un hogar bien equipado, y esta era mi oportunidad para la aventura. Hice oídos sordos a las advertencias y construí un muro alrededor de mis propias inquietudes.

    Además, tenía confianza de que no estaba tan desprevenida como pensaban mis detractores. Mi familia y yo pasábamos cada verano en nuestra cabaña en Bella Lake, cerca de Huntsville, y Ontario, también iba al campamento de verano para chicas en la misma zona. Huntsville comenzó como un centro de fabricación y molienda de madera, pero, por los años cuarenta, se convirtió en centro comercial para miles de visitantes en verano y cientos en invierno. Las costas de los grandes y pequeños lagos estaban llenas de cabañas que no se podía contar. Además, había alojamientos, posadas y campamentos. Los más aventureros traían sus propias carpas y canoas cerca del parque Algonquin. Yo estaba entre ellos y pasaba una semana en ese lugar para mis viajes en canoa de agosto. Yo conocía el norte o eso pensé.

    Cuando finalmente llegó el día para tomar el tren a Bear Lake, cualquier inquietud que tuve se perdió en mi emoción. Además de una pequeña maleta que vino conmigo en primera clase, yo tenía dos piezas de equipaje —mi gran baúl azul, el que siempre llevaba al campo— y la maleta de mi padre, fácilmente reconocida por sus iniciales, JWB, que habían sido grabadas en cuero justo debajo de la resistente manija. Cuando las vi desaparecer en el furgón de equipajes yo sabía que no había marcha atrás, y estaba ansiosa de subir al tren. Mis padres no estaban listos como yo. Mi madre lloró y mi padre puso cien dólares en mi mano susurrándome la tarifa de boleto, en caso de que cambie de idea y regrese a casa. Reí y le agradecí, luego dejé de abrazarlos para subir a bordo.

    Me tomó dos días en tren para llegar a Bear Lake. ¡Esos fueron días gloriosos! La mayor parte de los pasajeros eran jóvenes que iban a trabajar a los recién descubiertos yacimientos petrolíferos de Alberta o incluso más al oeste a las minas y los bosques de Columbia Británica. Yo era la reina del baile, coqueteando descaradamente y disfrutando cada minuto. ¡Este era el principio propicio para mi magnífica aventura!

    Cuando finalmente llegamos a Bear Lake, todos miramos muy ansiosos por las ventanas para ver mi nuevo hogar. Por un largo momento, un sombrío silencio llenó el vagón. Se terminó cuando alguien bromeó y dijo que podía quedarme a bordo con ellos, que los yacimientos petrolíferos y las minas de carbón me podían gustar más. Cuando reuní mis cosas, sentí mi primer momento de vacilación. Tal vez, sólo tal vez, mis padres tenían razón, pensé.

    En el lugar de la estación recién pintada de Huntsville con un restaurante y sala de espera, había una plataforma de madera polvorienta con un techo de estaño. En vez de asistentes preocupados en medio de una muchedumbre alborotada y ansiosa vestida con ropa de verano y sombreros coloridos, había unos cuantos hombres encorvados, con las manos en los bolsillos de sus sucios pantalones.

    El hombre que fue enviado a encontrarme fue fácil de detectar, incluso en la multitud de Huntsville. Se destacó no sólo en su vestimenta, sino, también, en su postura. Alto y recto, usaba un hábito negro de antaño, era un hombre larguirucho de edad indeterminada. Unos cuantos pelos grises coronaban una cabeza calva, y sus manos colgaban libremente a sus costados. A pesar de estas diferencias, no se veía fuera de lugar. Era tan mísero y sucio como los otros hombres que muelen en la plataforma, manchas de grasa competían con el polvo para ver cuál cubriría su hábito completamente.

    A medida que nuestro tren se detuvo, lo vi caminar, con pasos lentos y deliberados, hasta el vagón de equipajes, que estaba justo en frente del último vagón. Aparentemente, primero, no sintió la necesidad de saludarme.

    Al salir del tren y entrar en mi nuevo mundo, me apresuré hasta el vagón de equipajes para asegurarme de que llevaba todas mis maletas conmigo. No necesitaba preocuparme. Para cuando llegué allí, mis pertenencias mundanas ya estaban a los pies de mi anfitrión y el silbato del tren estallaba en el cielo caliente de agosto. Siguieron los gritos y me volteé para despedirme de los rostros guapos que mandaban besos por las ventanas. Con gran inquietud miré como mi viejo mundo se alejaba de la estación. Pronto no había nada que ver, sólo los rieles y me quedé sola en mi nuevo hogar.

    Realmente estaba sola. Mi anfitrión no era obviamente uno al que le gustara perder el tiempo en formalidades, ya sean saludos o despedidas. Cuando me volteé a saludarle, se había ido, junto con mi gran baúl azul. Recogí las otras maletas y lo seguí hasta un camión, que, como todo lo que había visto hasta ahora, estaba cubierto de polvo.

    No fue hasta que finalmente nos sentamos uno al lado del otro en la cabina del camión que oí su voz por primera vez.

    Hola, dijo. Me llamo el hermano Samuel. Asumo que es Mary Brock.

    Me di la vuelta para sonreírle. Él me correspondió con una sonrisa de labios apretados.

    Esa soy yo. Gracias por recogerme. Estoy muy emocionada por este año que viene. Nunca he vivido en el norte, y este será mi primer año enseñando, aunque hice el curso de enseñanza del estudiante, por supuesto. Espero estar a la altura de la confianza que han puesto en mí.

    El hermano Samuel gruñó y puso el camión en marcha.

    ¿Qué hace en el internado?.

    Arreglo lo que se necesita arreglar.

    "¿Cómo es allí? ¿Todavía hay algunos estudiantes? Podría haber hecho un millón de preguntas, pero tenía la sensación de que dos a la vez eran probablemente suficientes para el hermano Samuel.

    Usted, sabe niña, dijo, este camión necesita mucha concentración. Si no le importa, la madre Magdalene responderá mucho mejor a sus preguntas y yo seré un mejor conductor si puedo concentrarme. No quiero ser grosero. Sé que sólo está siendo amigable. Así es como soy.

    Y así fue.

    No tuve que soportar el silencio por mucho tiempo. El camino de tierra nos llevó más allá de unas cuantas casas, y luego por un aserradero. A medida que nos alejamos de la ciudad, el bosque se presentaba, más oscuro y denso, hasta que la cubierta formada por las copas de los árboles se cerró sobre nosotros por completo. Conducimos por debajo de estas cerca de diez minutos cuando, de pronto, una cortina se abrió para revelarnos el escenario, los árboles desaparecieron y se pudo ver el internado. Como se encontraba sobre una pequeña colina, llamaba la atención. Con cuatro pisos de altura, con los brazos extendidos a lo ancho, se presentaba como un edificio de apartamentos perdido en medio de un espacio vacío amplio y poco natural. Su inmensidad minimizó el granero y los pocos edificios anexos visibles.

    El bosque había tenido primacía alguna vez aquí, pero ahora se había formado un círculo oscuro alrededor del perímetro, en secciones casi imperceptibles, lugar donde los arboles habían sido reemplazados por vegetales y granos. Es una atracción para las personas de los alrededores y si no hubiera vigilancia continua, esta cercanía sería una amenaza para los sembríos.

    Justo fuera de las puertas de la escuela, vi unas cuantas carpas de lona sobre la hierba. Los niños corrían entre ellas, un perro los seguía por detrás, y dos mujeres estaban hablando cerca de una fogata. Era imposible perder de vista a un hombre. Al igual que la escuela, él también era muy alto y firme. Me recordó al jefe, el nombre que mi padre le había dado al indio de madera que estaba fuera de la tienda de tabaco que él frecuentaba cuando yo era niña. Éste permanecía quieto, era un árbol incrustado en la tierra, con raíces que crecían amplia y profundamente. A medida que pasamos me miró fijamente.

    Mientras yo trataba de suavizar su fría mirada con una sonrisa, me estremecí al darme cuenta de que este hombre era el primer indio que había visto en mi vida. Antes de solicitar el trabajo al que estaba a punto de embarcarme, nunca había oído hablar del internado indio. Si hubiera pensado en ello, habría dicho que los indios iban a la escuela donde quiera que vivieran, al igual que el resto de nosotros. Si me hubieran preguntado dónde vivían, habría dicho que viven como el resto de nosotros, en la ciudad o en el campo, o tal vez en el monte.

    Nunca había notado la falta de rostros indios en mi mundo. He pasado toda mi vida en Toronto, la ciudad más grande de Canadá, y si los indios vivían en las ciudades, entonces seguramente unos pocos vivían en la mía. Pero deben haber vivido en otro lugar, como también habrán ido a otras escuelas. Nunca vi un indio en las tiendas, en los restaurantes o en los cines que yo frecuentaba. Sin duda, había oído hablar de ellos en la escuela, nos habían enseñado un poco a través de unos cuantos ensayos sobre ellos, pero cuando algo, o en este caso alguien, está completamente ausente de tu vida, es como si no existiera.

    No tuve mucho tiempo para reflexionar sobre este nuevo interés en el jefe, y la disyuntiva que me ocasionó al conocerle. Se oscureció rápidamente con el polvo a nuestro paso y mi atención se volvió hacia el gran edificio de ladrillo. Con el rugido del motor mal amortiguado que anunciaba nuestra llegada, nos dirigimos a través de las puertas del Internado Indio de Lake Bear.

    La entrada prometía grandeza, con un majestuoso y polvoriento camino a través de extensos céspedes que daban a una imponente entrada. El hermano Samuel prometió cuidar mis maletas y me dejó en la parte inferior de los escalones delanteros. Éstos eran anchos y sólidos, llegando a encontrarse con dos importantes puertas de madera. El gran tamaño de la construcción, especialmente el área abierta tallada del bosque circundante fue tan intimidante como una fortaleza. Al arreglar mi falda, traté de calmar la sensación de que era una intrusa extranjera. Luego escalé lentamente esos diez pasos de piedra hacia mi nuevo mundo.

    Una vez que atravesé las pesadas puertas delanteras, lo primero que vi fue un crucifijo enorme. Éste colgaba en la pared trasera del vestíbulo semicircular, era de un metro ochenta y dos centímetros de alto aproximado, con sangre de yeso goteando por el lado de Jesús y sobre sus pies clavados. También había un estandarte sobre la corona de espinas que proclamaba: Jesús nos salva de nuestros pecados. Debajo de él, un cartel con la palabra OFICINA apuntando hacia la izquierda.

    A pesar de esta bienvenida aterradora, la decoración institucional del resto del edificio calmó el aumento de mis inseguridades. Yo pasé los últimos quince años de mi vida en la escuela. Los pasillos se extendían hacia la izquierda y hacia la derecha, y la vista familiar de un suelo de baldosas limpias y puertas de madera numeradas era tranquilizadora.

    Me acomodé el cabello rápidamente, dibujé una sonrisa en mi rostro y giré hacia la izquierda. La primera puerta se abrió hacia una amplia habitación con un mostrador largo.

    Mary Brock, dijo una mujer de rostro tierno con una toca arrugada. ¡Bienvenida! Soy la hermana Abigail. La madre Magdalene la está esperando.

    Ella dejó su puesto detrás del mostrador y me guío un poco más

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