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Libro electrónico145 páginas2 horas

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Información de este libro electrónico

Este libro pretende llevarte a un área muy personal, recorriendo heridas que la mayoría tenemos, como pérdidas, abandonos, complejos físicos y abusos sexuales entre otros.  Esas cosas que no a todos les cuentas.

Abro mi intimidad para inspirar a quien sienta la necesidad y motivación a seguir en la búsqueda de su mejor versión, desde sentirse plenos y felices.  

Quiero simplemente transmitir que sí se puede!

Los abusos sexuales en mujeres, quedan grabados en el subconsciente y mediante olores, colores, temperatura, etc, podrían ir reapareciendo en tu consciente, causando distintos síntomas y enfermedades que podrían afectarte en tu vida adulta.

Las cifras públicas son extremadamente alarmantes, pues 1 de cada 4 mujeres tiene abusos sexuales antes de los 18 años.

Y lamentablemente, al contrario de lo que la mayoría podría pensar, los hombres también sufren de abusos sexuales antes de la mayoría de edad. 

Además, si tomamos en cuenta que, de cada 1 denuncias hay en promedio 24 casos de abusos sexuales no visibilizados, las cifras se disparan alarmantemente.

Los hombres que han sufrido de abusos sexuales presentarán conductas muy marcadas con sus parejas que, tal vez, los hagan sentirse desvalorizados, adquiriendo rasgos cada vez más marcados y obsesivos.

Los abusos sexuales, en la mayoría de las sociedades están tremendamente normalizados y pasarán muchas décadas hasta que estas conductas sean extirpadas de las personas.

Aquí está mi receta, lo que a mí me funcionó, cómo resignifiqué mi historia, mis dolores, mis traumas sobre todo de abusos sexuales y cómo, aún, continúo sanando y espero que a ti también te sirva para llegar a sentirte como el título de esta obra; "PLENA".

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 mar 2023
ISBN9798215047927
Plena
Autor

Laura Neumann Fernández

Laura Neumann Fernández, nació en Argentina, trasladándose antes de cumplir un año, con su familia a vivir a Santiago de Chile, donde actualmente reside.  En el 2011 y tras la llegada de su primera hija, inicia sus investigaciones sobre niños y adultos Índigo y desde el año 2012 nace su necesidad de ayudar profesionalmente a otras personas y para lograrlo, comienza sus estudios como Terapeuta Complementaria Integral, los cuales han sido en distintas áreas: Ancestrología y Genograma, Hipnosis Clínica Regresiva especializada en Depresión y Abuso Sexual, Maestría en Reiki, Biodescodificación, Neurociencia Aplicada, Canalización y Tarot.  Además, lleva 5 años dictando distintos talleres presenciales y online con el fin de llegar, cada día a más personas que están preocupadas por su salud mental y emocional. Lleva 10 años tomando cursos, talleres y formaciones que, en conjunto, han hecho de esta terapia integral, una herramienta eficaz para conectar con la energía y la esencia del árbol genealógico, rescatando a tu niño interior herido e indagando, incluso, en vidas pasadas. Cada vivencia la ha ido incorporando como su As bajo la manga para llevar a cada persona que visita su consulta, a transitar en el camino de convertirse en su mejor versión. Resignificando cada experiencia en aprendizajes y en oportunidades para mirarse y mejorar cada día. Entre los años 1999 y 2001 estudió Secretariado Ejecutivo Bilingüe en el Centro de Estudios Manpower, trabajó en distintas empresas Jurídicas y de las áreas de la Ingeniería, lo que le permitió conocer a distintos tipos de personas con perfiles y necesidades particulares.  Toda esta experiencia la lleva a explorar en su interior para entender que su misión de vida era ayudar a otros a encontrar la Mejor Versión. @lauralabrujis

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    Esta es una confesión personal que ayuda y da consuelo a muchas almas desencantadas, incomprendidas, desesperadas y tristes.
    Laura abre el alma, mostrando su dolorosa experiencia de vida, y, por medio de ella, los lectores podemos percibir su fuerza, su amor y su resiliencia.
    Personalmente, vivo y experimento que " si tú pudiste superarte, yo también puedo".
    Excelente libro. No dejen de leerlo.

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Plena - Laura Neumann Fernández

Capítulo I

Un poquito de mí

Nací en Mendoza en circunstancias no tan maravillosas; tras la ruptura de mis padres 4 días antes de mi nacimiento, en donde años de alcoholismo por parte de mi padre, mi madre figuraba con un hijo de un poco más de un año y una nueva bendición saliendo de su vientre.  Las peleas y finalmente la agresión física hicieron que mi mamá tomara la decisión de abandonar a mi papá y con el dolor de su alma, a su hijo de crianza... estuvimos 2 meses allá, tiempo que demoró el trámite de poder sacarnos del país para volver a Chile. 

Mis padres

Mi madre nació en Temuco, una ciudad al sur, en la novena región de Chile en 1950, su familia la componían Luis, su padre, un militar machista, celoso y muy golpeado con heridas de pobreza y agresiones.  Lucy, su esposa 30 años menor que él, descendiente de alemanes, muy bonita ella y que, por las inseguridades de él, la dejaba encerrada con llave para que nadie la mirara, recuerdo haberle escuchado a mi madre que, además él le escondía la peineta para que no se arreglara y probablemente muchas cosas más que no eran informaciones pertinentes para una niña.  Tito, el hijo mayor, un hombre alto, más bien delgado, con un humor muy particular, siempre querendón y amable. Licha la del medio, una mujer clásica, de estatura mediana, sociable, pero a la vez conservadora y muy preocupada por el resto y 10 años menor que Tito; Haydée; mi madre quien se describía a sí misma como la rebelde de los tres, pues se atrevía a desafiar y a no estar de acuerdo con ciertas cosas impuestas por los mayores de la familia.  También me contó alguna vez que era de personalidad melancólica y sensible, pero que se hacía la fuerte porque así había que ser.

A los 17 años de mi madre, se mudaron de Temuco a Santiago a vivir a un pasaje en la calle Loreley en la comuna de La Reina.

Antes de llegar a la capital, la niñez y adolescencia la pasó en Temuco, iba al Liceo de Niñas y tenía una amiga que, años después se transformó en su comadre, pues mi madre era la madrina de su hija mayor.  Ambas algunas veces me contaron que se divertían mucho, alguna que otra vez se arrancaban al correo, sin que los adultos supieran, a dejar cartas para algún amor a distancia, pues por esos años, no estaba permitido tener algún tipo de relación.  Menos con un padre machista y controlador como lo era mi abuelo.

Cuando mi mamá tenía aproximadamente 20 años, conoció a mi papá, nacido en Berlín, 16 años mayor que ella y quién ya tenía un hijo pequeñito de un año llamado Klaus.  Mi abuelo paterno también era militar, había peleado en la Primera Guerra Mundial y su esposa, era una modelo de revistas alemanas, al parecer era una mujer muy hermosa y era la musa inspiradora de un sastre por esos años.  Por lo que cuentan; mi padre era muy excéntrico, con una mezcla de sabiduría y escasa inteligencia emocional y le gustaba vivir la vida, gastar dinero, tomar whiskey y hacer fiestas con amigos.  Era un hombre muy inteligente y encantador.  Mi madre encandilada con toda esta magia se quedó con él.  Tuvieron varios negocios, pusieron el primer Drive in de Chile, una discoteca y distintos emprendimientos que con el tiempo se les iban ocurriendo.

El año 74 y tras la inestabilidad que se estaba viviendo en Chile, se fueron a vivir a Mendoza con mi abuela Lucy y Klaus.

Allá trataron de armarse y luego de varios sube y baja, mi madre queda embarazada de mi hermano Roberto quien nace en el año 78.  En ese minuto la relación ya estaba desgastada, el alcoholismo de mi padre fue la principal razón.  Klaus, de 10 años, ayudaba a mi madre a alimentar y a cambiar los pañales al nuevo bebé, mientras mi padre figuraba cada vez más ausente.  A los 3 meses del nacimiento, mi madre nuevamente se embaraza.  En este punto tengo una historia con dos desenlaces que paso a detallar a continuación:  Ella me contó que mi padre no me quiso tener y que se negó a la sugerencia sobre un posible aborto propuesto por él.  Pero más adelante, cuando encuentro a Klaus, ya siendo adulta, la verdad era otra; Me cuenta mi hermano, con lágrimas en los ojos, haciendo varias pausas, tratando de tragarse la pena, frustración, desilusión y sobre todo su propia niñez que, teniendo poco más de 10 años, nuestro padre lo lleva a una heladería en el centro de la ciudad para explicarle, en palabras muy simples y directas, cómo se hacen los bebés, que su mamá estaba embarazada nuevamente y que ella había decidido matar a ese hijo.  Le pidió que intercediera para que eso no ocurriera, le encargó que hablara con su mamá de crianza, que para ese minuto ya era su propia madre, para evitar este aborto.  ¡Él tenía 10 años! Hoy, sentada escribiendo estas líneas, se me estremece el corazón, pues mi hija tiene la misma edad y no logro imaginar el impacto en esa niñez truncada por esta tremenda responsabilidad de salvar una vida.  Hoy bromeamos con Klaus, que él es mi padre, por esto y por otro tema que comentaré después.

Nací en el hospital Emilio Civit de Mendoza y el señor padre, fue a verme, después de recuperarse de una borrachera, cuando llega a la habitación, mi madre me tapa con la sábana y él, en un gesto de supremacía, toma la sábana para verme y esboza: Ahh, por lo menos se parece a mí.  Esa fue la única vez que nos vimos.  Pasaron dos meses en que mi mamá se hizo asesorar judicialmente para sacarnos a Roberto y a mí del país para volver a Chile, hasta que lo consiguió, pues el Juez propuso una pensión de alimentos provisoria que él jamás cumplió.

La respuesta judicial ante esta situación fue que había perdido los derechos sobre sus hijos, por lo tanto, ya no dependíamos de él para los permisos.

De mi padre y de Klaus no supimos más, hasta muchos años después.

Capítulo II

Infancia Truncada... Ya en Chile

Llegamos a vivir a una casa en Gran Avenida, en la comuna de San Miguel; en un barrio tranquilo, pero sin grandes lujos, mi madre sin trabajo, sin estudios y sin dinero, pero con la ayuda de mi abuela para que nos cuidara, pudo salir a buscar con qué subsistir.

Tengo entendido que, durante algunos meses, su hermana Licha fue quien la ayudó y nos recibió hasta que La Haydée pudo afirmarse un poco.

Tras varios intentos fallidos, en una fila para una entrevista laboral, una chica que ya se había encontrado en varias oportunidades en las mismas circunstancias, le pregunta su nombre, ella le muestra su currículo, al leer el segundo apellido Kükenshöner que era alemán y sonaba a Kuchen le dice... ¿y tú sabes cocinar? _Sí por supuesto_ ¿y por qué no haces un pastel o una torta y la vendes en porciones?  _ ¡Buena idea!_ dijo ella.  Y así fue como preparó una torta y la trozó, fue al centro de Santiago y la vendió en 15 minutos, sorprendida se devolvió a casa, compró más ingredientes y siguió preparando más y más tortas y así empezó un largo tránsito vendiendo cositas para comer en el paseo Ahumada; primero en las tiendas pequeñas y luego al personal de la mayor tienda de retail que había.  Falabella era por esos años, una empresa que vendía artículos para el hogar y para vestir, contaba con 7 locales en la calle principal del centro de Santiago. 

Fue avanzando de a poco pero muy aceleradamente, pues comenzó a agregar venta de jugos, bebidas en botellitas individuales, sándwiches, queques y todo lo que se le viniera a la mente y lo que la gente le iba solicitando.

Recuerdo algunas cosas de esa época; mi hermano y yo vivíamos jugando en el suelo, un piso largo de madera que habitualmente había que limpiar con virutilla, encerar y sacar brillo.  La casa era pequeña, pero siempre estaba limpia.  Con el tiempo, mi mamá contrató una nana (persona habitualmente del sexo femenino que ayuda en las labores de una casa) para que nos cuidara, pasaron varias; los nombres que recuerdo son Aurora, Damiana y Estere (así le decíamos porque ella tenía una palabra pegada cuando le daba curiosidad alguna cosa que se estaba comentando en la mesa y decía avere? para tratar de decir ¿a ver? ... Pero la que estuvo más años con nosotros fue Anita.  Una chica de Cunco que estuvo muchos años trabajando puertas adentro, para mí era casi como una amiga, me acuerdo de sus minifaldas negras de lycra con las cuales lucía unas piernas preciosas y que, con eso, se ganaba más de un piropo por ahí.  Incluso estuvo saliendo con un cantante bien famoso de esa época. 

Ella escuchaba la radio Aurora, la de la música bonita y fue donde empecé a creerme Miryam Hernández, pues de tanto escucharla, ya me sabía todas sus canciones.  Jugaba a ser artista sobre el sillón del living, que no era más que la cama adaptada como sillón, que servía para que mi mamá durmiera, pero para mí era el escenario en donde mi único público eran los escasos muebles que teníamos en la casa, algunas muñecas y uno que otro peluche.  Usaba los zapatos de taco de mi mamá que, para mí, eran gigantes, sobre todo unas botas grises con taco aguja que ella usaba siempre para ir a trabajar.  Varias veces me pregunté cómo podía caminar con semejante taco en los adoquines del paseo Ahumada, cargando bolsas pesadas con todo lo que vendía.

Cuando se acercaba fin de mes, había que sumar el cuaderno.  Mi mamá fiaba las cosas y las anotaba con nombre y cada vez que le vendía a alguien un sándwich, había que anotar $320, las bebidas $250 y así cada cosa que la gente consumía.  Esas cifras se sumaban varias veces, pues no podía haber errores.  Así fue como empecé a entrenar mi cabecita numérica que después de varios años me sorprendía una y otra vez, demostrándome una memoria sobresaliente en cuanto a aprender números de teléfonos, cédulas de identidad, cuentas bancarias, etc.

Había un local en la esquina de Ahumada con la calle Moneda, donde estaban los más buena onda: El Rincón Juvenil pues vendían exclusivamente ropa para adolescentes, ahí la trataban como la tía-amiga. Recuerdo de algunos nombres; Iván, Pato y Edward, esos tres eran los más pelusones (chistosos y risueños). 

Cuando nos tocaba ir a vender cosas al centro, casi siempre iba con Anita y mi hermano con mi mamá.  Al llevar tantas bolsas, terminábamos todos con los brazos destruidos.  Roberto que era el único hombre de la casa, muy luego tuvo que empezar a cargar las bolsas más pesadas que tenían bebidas.  Ahora que lo pienso, no debe haber tenido más edad que la de mi hijo.

En la oficina del sindicato de Falabella, mi mamá tenía una especie de bodeguita con un refrigerador, donde la dejaban guardar las jabas de bebidas y ahí fue donde conocí el folclor.  Había un grupo de trabajadores que bailaban cueca en septiembre en los distintos locales.  Cosa que años después, se me transformó en una de mis pasiones, pues trabajando como secretaria en la última empresa donde estuve, también formamos un Conjunto Folclórico que funcionó por más de 14 años.

En ese edificio, ubicado en Ahumada 236, pasaban cosas raras... El caballero que cuidaba durante las noches comentaba que, en el montacarga, se le aparecían seres; incluso una vez estuvo con licencia psiquiátrica

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