El beso de cenicienta
Por Dixie Browning
4/5
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Atractivo, rico y soltero, Hitch era además amable, simpático y generoso. ¿Podría ver más allá de la timidez de Cindy y descubrir a la mujer vibrante y apasionada que llevaba dentro? Quizá ella debería despertar a su príncipe azul con un beso…
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El beso de cenicienta - Dixie Browning
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2000 Dixie Browning
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El beso de Cenicienta, n.º 1547 - junio 2020
Título original: Cinderella’s Midnight Kiss
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-766-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
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Prólogo
ESTE ES mi primer diario y no sé cómo empezar. Mi madre escribía un diario y me dijo que lo leyera cuando muriese porque de ese modo comprendería, pero sus cosas personales estaban en cajas y he tenido que esperar algún tiempo. Me llamo Cynthia Danbury y tengo catorce años
Catorce años. Diez años atrás. Qué joven era entonces, pensó Cindy.
Todo el mundo me llama Cindy y, en caso de que alguien lea esto, quiero que sepan que mi padre era inventor. Murió antes de inventar algo por lo que le pagaran dinero, pero eso no quiere decir que su trabajo no fuera importante. Mi madre trabajaba mucho para que mi padre pudiera seguir con sus experimentos y no era «una fresca que arruinó la vida de un hombre con talento», como le dijo la tía Stephenson al tío Henry, que es una de las razones por las que estoy escribiendo este diario. Para aclarar las cosas.
Leyendo aquello, Cindy volvió a recordar vívidamente el día que conoció a su tía Lorna Stephenson. Acababan de mudarse a Mocksville y su padre la había llevado a una enorme casa blanca con ventanas emplomadas.
Su tía era una mujer muy alta vestida de negro y cuando ella, una niña de siete años entonces, la llamó tía Lorna, la mujer le dijo: «prefiero que me llames señora Stephenson». Su padre se había puesto furioso y después de tener unas palabras habían llegado a un acuerdo: Cindy podía llamarla «tía S».
Tomando el diario de nuevo, Cindy pasó un par de páginas y siguió leyendo:
Mi madre nunca nos acompañaba cuando íbamos a visitarla y no entendí por qué hasta unos años más tarde, cuando leí su diario. Después del accidente, todo cambió en mi vida. Ocurrió cuando mi padre y yo íbamos a llevar a mi madre al trabajo y un camión sin frenos se nos echó encima. Mi padre murió inmediatamente y yo me rompí la cadera. Una enfermera dijo que me la había aplastado, pero si hubiera sido así habrían tenido que ponerme otra y solo tuvieron que operarme. Mi madre y yo estábamos en el hospital y ni siquiera pudimos ir al funeral de mi padre. La tía S se encargó de todo y supongo que debería agradecérselo. Pero no me gusta pensar en aquellos días, así que no suelo hacerlo.
La cadera de Cindy nunca se había curado del todo y seguía cojeando un poco cuando estaba muy cansada, pero la cicatriz era casi invisible. Tenía once años entonces y unos meses después le llegó la primera regla. Al principio, había creído que tenía algo que ver con su problema en la cadera, hasta que su madre se lo había explicado.
Mi madre se quedó sorprendida de que no lo supiera y creo que yo, en realidad, sabía algo. Lo enseñaban en el colegio, pero es diferente cuando te ocurre a ti. Además, cuando escucho cosas que me dan vergüenza me pongo a diseñar sombreros en mi cabeza. Sombreros enormes y muy elegantes. De esos románticos con plumas y flores…
Y seguía haciéndolo, pero no solo en su cabeza. Cindy leía el diario maravillándose de lo inocente que había sido diez años atrás.
Mi madre se quedó muy triste después de la muerte de mi padre y poco después descubrieron que tenía leucemia. Yo me quedaba con una vecina mientras ella estaba en el hospital y cuando la visitaba, mi madre aparentaba que estaba muy bien, pero yo sabía que no era así. Fueron momentos muy malos. Recuerdo que veíamos la tele en la habitación y a veces nos tomábamos de la mano sin decir nada. Una vez nos reímos porque decía que lo único que yo había heredado de ella era el gusto por los sombreros muy grandes con flores y cintas.
Cindy tomó de su mesilla la fotografía de una mujer rubia con pantalones de campana y un sombrero lleno de margaritas. Su madre a los diecinueve años, sujetando su preciada guitarra.
No voy a hablar de eso porque sigue doliéndome mucho, pero si alguien lee esto alguna vez, quiero que sepa que Aurelia Scarborough Danbury era la mujer más valiente y más buena del mundo. Cuando ella murió, me fui a vivir con la tía Stephenson, el tío Henry y mis primas Maura y Stephanie. La asistente social le dijo a la tía S que, o me aceptaba en su casa o tendría que ir a vivir a un orfanato, o sea que la pobre no tuvo alternativa. Mocksville es una ciudad pequeña y, si no me hubiera aceptado, todo el mundo la habría criticado.
El tío Henry era más simpático que la tía S y solía llamarme «pelo de rábano» por el color rojo. En Navidad me daba un billete de veinte dólares y yo guardaba la mitad del dinero para el futuro y me gastaba el resto en regalos, pero los caramelos nunca me duraban todas las vacaciones porque Steff y Maura son muy golosas.
Yo no quería vivir allí, pero no podía hacer nada y, además, cuando tienes doce años nadie te escucha. Mi prima Maura es dos años mayor que yo y Steff me lleva cuatro años. No teníamos mucho en común, pero nunca tengo problemas con la ropa porque cuando se cansan de ella, me la dan. Algunos vestidos me los dan cuando ya están rotos, pero a mí se me da muy bien coser, así que no pasa nada. Lo único malo son los vaqueros, que siempre son demasiado grandes. Pero son muy prácticos, aunque a la tía S no le gustan.
Puede que quien esté leyendo esto se haya dado cuenta de que me voy por las ramas. Mi madre solía decir que mi cerebro es como un jardín, lleno de flores, hierbas y matojos.
Pero, hablando de la tía S, la verdad es que le estoy muy agradecida por su amabilidad, por eso no puedo marcharme de aquí y empezar a hacer mi vida como me gustaría.
Cuántas veces se había sentido tentada, pero pronto, muy pronto… podría hacerlo.
Bueno, diario, ahora viene lo más duro. Es algo que la tía S ya sabía, pero de lo que yo me he enterado solo cuando conseguí reunir valor para leer el diario de mi madre. Que es una de las razones por las que hago esto, para aclarar las cosas y que mis hijos y mis nietos, si los tengo, sepan la verdad.
No soy una auténtica Danbury. Mi padre biológico era un piloto que murió en un accidente antes de que yo naciera. Su nombre era Bill Jones y era de Virginia.
Cuando mi padre se casó con mi madre me dio su apellido, que es por lo que la tía S aceptó acogerme en su casa.
Suspirando, Cindy dejó el diario y se quedó mirando por la ventana la casa de al lado. Hitch iba a volver. Por eso había sacado el viejo diario, porque John