Persuasión
Por Margaret Mayo
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A pesar de todo, aquel matrimonio resultó agridulce. La pasión ocupaba sus noches y los malentendidos los días. La convivencia no era fácil y, además, estaba Simone...
Margaret Mayo
Margaret Mayo says most writers state they've always written and made up stories, right from a very young age. Not her! Margaret was a voracious reader but never invented stories, until the morning of June 14th 1974 when she woke up with an idea for a short story. The story grew until it turned into a full length novel, and after a few rewrites, it was accepted by Mills & Boon. Two years and eight books later, Margaret gave up full-time work for good. And her love of writing goes on!
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Persuasión - Margaret Mayo
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1996 Margaret Mayo
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Persuasión, n.º 1180- enero 2021
Título original: Powerful Persuasion
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-120-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
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Capítulo 1
AL ENTRAR en el despacho, Celena sintió como si el corazón se le paralizara. No estaba segura de cómo había esperado que fuera Luciano Segurini, pero, con toda seguridad, no tan alto ni tan imponente. Ni tan descaradamente masculino. Había anticipado una figura poderosa, que soportara bien la autoridad sobre los hombros y que tuviera una enorme seguridad en sí mismo, ya que, sin aquellas cualidades, no habría llegado a alcanzar el nivel al que se encontraba. Sin embargo, nunca se había imaginado que fuera alguien cuya mera presencia llenara la habitación de una sexualidad tan patente que fuera casi tangible.
Tenía el pelo negro, con la raya a un lado y peinado hacia atrás, una barbilla prominente y enjutas mejillas, lo que le daba un aspecto algo severo. La nariz era larga y recta, con las aletas algo anchas y un labio inferior muy carnoso. No era guapo, pero, sin embargo, la combinación de todos aquellos rasgos le confería un atractivo casi letal.
—Señorita Coulsden… —dijo él. Sus ojos marrones, oscuros como el terciopelo, la miraron mientras le apretaba la mano entre la suya con tanta fuerza que a Celena le pareció que iba a romperle todos los huesos—. Siéntese —añadió, tras alargar el saludo más de lo que a ella le pareció necesario.
Con un nombre como el de Segurini, Celena había esperado que aquel hombre tuviera un acento extranjero. Sin embargo, hablaba un inglés perfecto, con una voz profunda y grave que le seducía los oídos y le enviaba oleadas de apreciación por el cuerpo. No entendía lo que le estaba ocurriendo. Había acudido allí por una entrevista de trabajo y, en vez de lo acostumbrado en aquellos casos, estaba experimentando unas turbadoras sensaciones eróticas.
Después de que su compromiso con Andrew Holmes hubiera acabado de un modo tan desastroso, se había cuidado mucho de dejar que otro hombre la cortejara. Instintivamente, desconfiaba de todo el sexo masculino y había construido un muro a su alrededor que desconectaba automáticamente de su vida a todo el que osaba mover ni siquiera un ladrillo. Todo el mundo decía que había cambiado después de lo de Andrew, y tal vez había sido así, pero era el modo en que Celena tenía de enfrentarse a ello.
Un par de años después, cuando sus padres murieron en un accidente de esquí, Celena se había alegrado de no haberse casado con él. Su hermana pequeña, Davina, estaba en un internado y Celena tenía la intención de dejarla allí. A Andrew no le habría agradado aquella idea y hubiera considerado una pérdida de tiempo pagar dinero por su educación cuando había colegios estatales perfectamente adecuados. El hecho de que la propia Celena hubiera ido también a un internado había sido siempre motivo de roce entre ellos.
Por todo aquello, Celena no podía entender que hubiera tenido una reacción tan fuerte con respecto a aquel hombre, al que seguramente le horrorizaría saber los pensamientos que a ella le estaban pasando por la cabeza.
—Gracias —respondió ella.
Él esperó hasta que ella se acomodó y luego se sentó tras un amplio escritorio que alojaba una batería de equipamiento tecnológico. Cualquier otro hombre se hubiera visto empequeñecido por todo aquello, pero aquello era imposible en el caso de Luciano Segurini. Cuando escribió algo sobre un teclado, Celena notó que tenía las manos cuidadas pero que, a pesar de todo eran fuertes. No era de extrañar que casi la hubiera pulverizado.
—Veamos… Celena Coulsden, soltera, veintiocho años, excelentes notas, con mención especial en dibujo y en gráficos, empezó a trabajar…
—Un momento —le interrumpió Celena, sin poder creer lo que estaba escuchando—. ¿Cómo ha conseguido toda esa información?
Aquello era increíble. ¿Por qué habría considerado aquel hombre investigarla de aquella manera? ¿Qué más sabía? ¿Su talla? ¿El pie que calzaba? ¿Su perfume favorito? Celena se sentía muy intranquila. Allí estaba ocurriendo algo que ella no acaba de entender.
En primer lugar, le habían ofrecido un trabajo que ella ni siquiera había solicitado. Después, aquel hombre tan sorprendente le acababa de revelar que tenía información completa y exacta sobre ella. El corazón volvió a darle un vuelco, aunque aquella vez por una razón muy diferente. Estaba experimentando una premonición, que le advertía que aquel hombre era peligroso.
Él sonrió como para tranquilizarla, pero no lo consiguió. Parecía la sonrisa que un depredador le lanzaría a su presa.
—No hay nada que yo no pueda descubrir, señorita Coulsden, si quiero hacerlo. No hay nada que yo no pueda hacer.
Aquellas palabras la dejaron atónita. ¿Habían sido una amenaza? Entonces, Celena se levantó, irguiéndose en toda su estatura y se apartó la melena castaña rojiza de la cara, dejando bien al descubierto sus ojos grises.
—Creo que estamos haciéndonos perder el tiempo mutuamente, señor Segurini. No debería haber venido. Me encuentro muy a gusto en mi actual trabajo. Muchas gracias.
Iba vestida de rojo, un color que debería haber desentonado terriblemente con el de su pelo, pero, de algún modo, iban a la perfección. Entonces, se colgó el bolso en el hombro y se encaminó hacia la puerta. De repente, la voz imperiosa de él la detuvo.
—¡Espere!
Lentamente, Celena se volvió, con la barbilla bien alta. El corazón empezó a latirle a toda velocidad.
—¿Se ha ofendido porque ya tenga informes sobre usted?
—De hecho, sí —respondió ella, aclarándose la garganta—. Ni siquiera soy su empleada y usted tiene, a pesar de todo, un informe sobre mí. Creo que eso es totalmente inaceptable.
—Creo que estará de acuerdo conmigo en que, en estos tiempos, la mayoría de las personas están incluidas en listas de ordenador. Resulta sorprendente cuánta información de cada uno tienen toda clase de personas, como, por ejemplo, el director del banco. Probablemente sabe mucho más de usted de lo que cree.
—Tal vez —admitió ella—, pero, ¿por qué iba a tenerla usted?
—Piénselo, señorita Coulsden. No le ofrecería un trabajo, en especial uno tan importante, a una persona de la que no supiera nada.
—De acuerdo, pero ¿cómo la consiguió? No nos conocíamos de antes. ¿Cómo ha sabido todo eso sobre mí? ¿Y por qué me ha llamado a mí en particular? Estoy segura de que debe de haber muchos otros publicistas que tengan las características que usted está buscando.
—Usted se ha forjado una excelente reputación. Los anuncios de los que usted se ha encargado, han sido los que han reportado más éxitos a su agencia.
—Yo simplemente me encargo de escribirlos —respondió ella, que era muy modesta sobre sus éxitos.
—Pero qué palabras —replicó él, mirándola con aprobación. Celena intentó no prestar atención a lo que aquello provocó en sus sentidos—. Lo que no entiendo es por qué se ha concentrado en ese lado de la publicidad cuando tiene mucho talento para el diseño.
—Me gusta más.
—Y por eso la quiero en mi equipo. No hay nada que yo no pueda conseguir.
Resultaba evidente que aquel hombre tenía la intención de contratarla, tanto si ella lo aceptaba como si no. Para empezar, cuando recibió la oferta de Luciano Segurini, Celena se sintió halagada y sorprendida, pero también intrigada, aunque le gustaba que él pensara que era lo suficientemente buena como para formar parte de una de las mejores agencias publicitarias de Inglaterra. Además, le había ofrecido un sueldo mucho más alto de lo que estaba ganando en aquellos momentos, que le resultaría muy útil.
Últimamente, se había pasado muchas noches despierta, preguntándose cómo iba a pagar los gastos del internado de Davina al siguiente trimestre. El dinero que sus padres le habían dejado se había evaporado ya, aunque Davina no lo sabía. Celena hubiera sido capaz de trabajar día y noche antes que decírselo. Su hermana estaba muy contenta en aquel colegio, el mismo al que había ido Celena, y si le decía que tenía que dejarlo podría afectar seriamente a sus estudios.
Evidentemente, Celena se había preguntando por qué Luciano Segurini la había elegido a ella para aquel trabajo e incluso cómo había sabido de ella. Había llegado a la conclusión de que todas las agencias vigilan estrechamente a sus competidoras y que las personas hablaban, por lo que no resultaba extraño que hubiera oído hablar sobre ella.
Tenía razón cuando había dicho que Celena había tenido un buen número de éxitos. De hecho, Hillier y Jones estaban muy orgullosos de ella y dudaba que la dejaran marchar. Ni siquiera les había dicho que iba a acudir a aquella entrevista. Solo le había empujado la curiosidad y, por la sorprendente reacción que había tenido con respecto a aquel hombre y por todo lo que él sabía sobre ella, estaba empezando a desear no haber ido. Resultaba muy turbador saber que la habían investigado tan exhaustivamente.
—Quiero que trabaje en el proyecto más importante de toda mi vida. Usted es la persona que he estado buscando ya que tiene las características adecuadas.
—Me imagino que, con el éxito que su agencia ha alcanzado en los últimos años, ya tiene un equipo muy bien preparado.
—Siempre hay lugar para las mejoras.
—Se refiere a sangre nueva. ¿Es que alguien le ha defraudado? Tiene una vacante, ¿no es verdad?
—Sí —respondió él, con una ligera sonrisa en los labios—. Me han defraudado, y mucho, a decir verdad. ¿Va a aceptar el trabajo, Celena?
Ella casi no notó el hecho de que la había llamado por su nombre. No podía apartarle los ojos de la boca, ni de aquel labio inferior tan carnoso. Sin poder evitarlo, se preguntó que sentiría si un hombre como aquel la besaba.
—Lo siento —dijo ella, cuando se dio cuenta de que él parecía estar esperando una respuesta—, ¿qué ha dicho?
—Le ofrezco el doble de lo que esté ganando en la actualidad, sea la cifra que sea.
—Échele un vistazo a su pantalla, señor Segurini. Estoy segura de que le dirá exactamente cuál es mi sueldo actual.
—De hecho, así es. Y también me dice que no tiene novio. ¿Por qué? Es una mujer muy hermosa, Celena, es…
—Mi vida privada no tiene nada que ver con mi profesión. No tiene derecho a husmear en ella —le espetó Celena. Sin embargo, no pudo evitar preguntarse si sabría también de la existencia de su hermana pequeña y de lo mucho que le estaba costando vivir con sus propios medios.
—En realidad, era solo una conjetura. Sin embargo, creo que, por lo mal que se lo ha tomado, tengo razón. Y eso es bueno, porque esperaré de usted que trabaje muchas horas y no quiero que un novio airado esté siempre detrás de mí.
—Todavía no he dicho que vaya a aceptar el empleo —replicó Celena, molesta de que le hubiera engañado.
—Sería una locura por su parte si no lo hiciera. Su vida estaría asegurada.
—¿Vida, señor Segurini? No voy a entregarle mi vida.
—¿Pero está interesada? —peguntó él, sonriendo.
—Tengo un contrato que…
—Que puede romperse fácilmente. En cualquier caso, tengo entendido que Hillier y Jones están pasando dificultades. Se vislumbran despidos y puede que, muy pronto, usted misma se quedara sin trabajo.
—No tengo noticia de nada