Amores reñidos
Por JESSICA STEELE
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Pero, al parecer, esta vez no había discutido lo suficiente, porque había accedido a conducir en medio de una tormenta de nieve para llevarle un informe a su casa. Emily tuvo un accidente con el coche, llegó helada y calada hasta las huesos y, para colmo de males, descubrió que la casa era minúscula y no disponía de ninguna habitación para invitados. ¡Una cosa era compartir el despacho, pero dormir en la misma habitación con el antipático señor Cunningham era otra completamente distinta!
JESSICA STEELE
Jessica Steele started work as a junior clerk when she was sixteen but her husband spurred Jessica on to her writing career, giving her every support while she did what she considers her five-year apprenticeship (the rejection years) while learning how to write. To gain authentic background for her books, she has travelled and researched in Hong Kong, China, Mexico, Japan, Peru, Russia, Egypt, Chile and Greece.
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Amores reñidos - JESSICA STEELE
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1999 Jessica Steele
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Amores reñidos, n.º 1461 - junio 2021
Título original: A Nine-To-Five Affair
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises
Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-615-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
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Capítulo 1
MIENTRAS conducía a la entrevista de trabajo esa tarde de invierno, Emmie se vio invadida por confusos pensamientos y emociones, principalmente su necesidad de conseguir ese puesto y la esperanza de lograrlo. No le importaba que sólo fuese temporal, probablemente un máximo de nueve meses. El salario era muy bueno y le daría tranquilidad económica durante un tiempo.
El trabajo como auxiliar y luego sustituta de secretaria de dirección mientras ésta estaba de baja por maternidad sería muy duro, lo que explicaba el excelente salario que Barden Cunningham ofrecía. Pero, aunque en el último año Emmie había tenido un bache en su carrera, varios baches en realidad, sabía que su currículum era ejemplar.
Había obtenido un excelente diploma de secretaria y llevaba tres años trabajando en Usher Trading cuando una mañana, al llegar al trabajo, se enteró de que la compañía cerraba, dejando un rosario de acreedores.
No había sido su único sobresalto ese mes. Todavía no se había recuperado del susto de quedarse en la calle, cuando su padrastro había muerto. Eso había sido mucho peor, ya que Emmie lo quería como si hubiese sido su hija. Su verdadero padre, un científico dedicado a su trabajo, había muerto cuando ella tenía diez años.
Emmie recordaba lo distinta que era su vida entonces. Vivían en una casa elegante en Berkshire y tenían suficiente dinero como para que su madre se dedicara a coleccionar antigüedades. Dos años después de la muerte de su marido, su madre se había casado con Alec Whitford. Alec había sido totalmente distinto al padre de Emmie. Era un hombre lleno de vida y alegría al que no le gustaba trabajar.
Pero no fue hasta la muerte de su madre en un tonto accidente en el jardín que Emmie comenzó a sospechar que ella y Alec estaban en dificultades económicas. Entonces, Emmie tenía quince años.
–¿Busco trabajo, Alec? –le había preguntado, pensando en trabajar por las tardes y los fines de semana.
–De ninguna manera, cielo –le había respondido él–. Venderemos algo.
Cuando Emmie tenía dieciocho años y había terminado en la Escuela de Secretarias su formación, ya les quedaba poco por vender. Para entonces, había aprendido a valorar la seguridad económica por encima de todo. Quería mucho a su padrastro y no le hubiera gustado si fuese distinto, pero Alec se había gastado todo lo que su mujer, que había muerto sin hacer testamento, le había dejado.
Vivía también con ellos la madre de Alec, quien, a pesar de sus ochenta años, estaba en perfectas condiciones mentales. Emmie la llamaba cariñosamente «tía Hannah». La anciana, un personaje poco convencional, tenía su propia pensión, pero como ya le había prestado antes dinero a su hijo y nunca lo había recuperado, se negaba a seguir dándole más.
–Si estás tan escaso de dinero –le había dicho–, ¡vende la casa!
Y él lo había hecho.
Así que se habían mudado a un apartamento de tres dormitorios en una zona muy bonita de Londres, y Emmie había comenzado a trabajar para Usher Trading. Los tres siguientes años transcurrieron agradablemente y ella había llegado a sentir verdadero cariño por la tía Hannah.
Pero luego sobrevinieron la pérdida de su trabajo y la muerte de Alec. Y en medio de su esfuerzo por hacerse a la idea de lo que le sucedía, Emmie se había dado cuenta de que la tía Hannah no se encontraba demasiado bien.
Al principio Emmie lo atribuyó a que, aunque muchas veces se había enfrentado al manirroto de su hijo, la anciana adoraba a Alec y lo había perdido. Quizás, cuando lograse superar su dolor, volvería a ser la misma.
Mientras tanto, Emmie había comenzado a trabajar en una compañía de seguros, pero a las seis semanas, el mujeriego de su jefe, no contento con tener una relación extramarital, le había hecho a ella una proposición, después de insinuársele durante bastante tiempo.
Emmie no se había podido controlar y le había dicho de todo menos bonito, lo cual había acabado con la necesidad de seguir sufriendo sus continuos devaneos, aunque también con su trabajo en la compañía de seguros. Se había consolado pensando que, en realidad no quería seguir trabajando allí, y había buscado otro trabajo.
Le llevó sólo diez semanas perderlo, debido a la impuntualidad. Y era verdad. Su impuntualidad había sido horrorosa. Pero el problema era que la tía Hannah no quería levantarse por la mañana y, aunque no le costaba nada llevarle el desayuno a la cama, Emmie no quería irse a trabajar hasta dejarla vestida y levantada.
El tercer trabajo había tenido peor salario, pero le quedaba más cerca, lo cual le permitía salir de casa más tarde. Parecía que todo marchaba a la perfección hasta que el hijo del jefe había vuelto del extranjero y había comenzado a tratar de persuadirla de lo bueno que podría ser con ella si ella se lo permitiese.
Emmie reconocía que parte del problema era su propia ignorancia de qué hacer en esos casos y se comenzaba a preguntar cuánto más podría soportarlo cuando un día, en el que estaba a punto de explotar, recibió una llamada de la policía. Parecía ser que había en la comisaría una tal Hannah Whitford, que estaba un poco confusa.
–¡Voy para allá! –exclamó Emmie. Controlando el pánico, agarró las llaves del coche y su bolso.
–¿Dónde crees que vas? –preguntó el hijo de su jefe.
–¡No puedo explicárselo ahora!
–¡Tu trabajo! –le había advertido él con tono amenazador.
–¡Todo suyo! –le respondió ella distraída. Quedarse sin empleo era la menor de sus preocupaciones en ese momento. Llegó a la comisaría en tiempo récord.
–¿La señora Whitford? –le preguntó al policía de la entrada.
–Está tomando una taza de té con una de mis compañeras –le dijo, y le explicó que la habían encontrado en pantuflas perdida en la calle.
–¡Pobrecita! –exclamó Emmie.
–Ya se encuentra bien –la tranquilizó el policía–. Afortunadamente llevaba su bolso y encontramos su teléfono en el estuche de sus gafas.
–¡Gracias a Dios que se me ocurrió anotárselo allí! –se lo había puesto porque se le había ocurrido que, antes de leer el número, la anciana buscaría sus anteojos.
–¿Lleva mucho tiempo con estos… olvidos? –preguntó el policía con amabilidad.
Emmie le explicó que sólo desde la pérdida de su hijo, hacía poco. Al enterarse de que Emmie se encontraba fuera la mayor parte del día, el oficial le sugirió que quizás fuese una buena idea buscarle a la señora Whitford un sitio en un hogar de ancianos.
–¡No podría! –fue la reacción inicial de Emmie–. Se sentiría muy mal fuera de casa. ¿Estaba muy alterada cuando la encontraron?
–Alterada, confundida, triste y –añadió con una pequeña sonrisa–, un poquitín agresiva.
Emmie sabía perfectamente lo afilada que podía llegar a ser la lengua de la tía Hannah cuando se encontraba enfadada, y no estaba dispuesta a instalarla en una residencia. El policía le recordó que no eran cárceles, que los residentes podían entrar y salir, y que mientras estaban dentro, alguien los cuidaba y se ocupaba de que comiesen durante el día.
De repente, apareció Hannah Whitford.
–¡Qué lío que han montado! –protestó al verla, pero Emmie se dio cuenta de que era más por vergüenza que enfado–. ¿Tienes el coche fuera?
Emmie no pensaba mencionar la conversación que había tenido con el policía, pero la tía Hannah, que parecía haber tenido una similar en la comisaría, sacó el tema. Cerca del mediodía siguiente, después de haber estado pensando durante un rato, la tía Hannah pareció darse cuenta de que Emmie no estaba en el trabajo.
–¿Qué haces en casa? –preguntó directamente, como era su costumbre.
–Pensaba buscarme otro trabajo –respondió Emmie al darse cuenta de que la anciana había superado la confusión del día anterior y volvía a ser la de siempre.
–Por culpa mía.
Era una afirmación, y aunque