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El Quinto Origen III. Un Dios inexperto
El Quinto Origen III. Un Dios inexperto
El Quinto Origen III. Un Dios inexperto
Libro electrónico292 páginas4 horas

El Quinto Origen III. Un Dios inexperto

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Continúa la aventura de Jesús en el Antiguo Egipto. En esta ocasión se encontrará de nuevo con Lucius, al que no ha vuelto a ver desde Stonehenge, y entrarán en juego sentimientos encontrados. Lucius ha sido poseído por una crueldad fanática y Jesús intentará remediar sus actos por el bien de la Humanidad. Mientras tanto en Granada Mamen afrontará su maternidad con la precaria ayuda de Dani mientras intenta recopilar el destruido conocimiento de los seres humanos. En Mallorca Toni ha encontrado una esfera que parece conceder todo lo que imaginación desea. De repente, se ha convertido en un Dios.

J.P. Johnson vive en la isla de Mallorca. Ex-guardaespaldas de autoridades militares y broker de bolsa, actualmente se dedica en exclusiva a la literatura. Es autor de las célebres sagas "El Quinto Origen", "La Venganza de la Tierra" y "El Diablo sobre la isla" (publicada con su verdadero nombre, Joan Pont), además de la serie de autoayuda "Sí, quiero. Sí, puedo" y el libro de literatura infantil "Una mascota para Tom".

LIBROS DE J. P. JOHNSON
Serie El Quinto Origen

Stonehenge
Nefer-nefer-nefer
Un Dios inexperto
El sueño de Ammut
Gea (I)
Gea (II)
Serie La Venganza de la Tierra
Mare Nostrum
Abisal
Phantom
Un mundo nuevo
Ultra Neox
Éxodo.

OBRAS DE JOAN PONT.
Serie El Diablo sobre la isla

1-El Diablo sobre la isla.
2-Venganza.
3- Perros de Guerra.

Benet. Jamm Session. (La primera entrega del detective Toni Benet)

NO FICCIÓN

Serie "Sí quiero. Si puedo". (Traducida a múltiples idiomas)
Cómo escribir tu primer libro y publicarlo online.
Consejos imprescindibles para prosperar económicamente en la vida.
¡Socorro, mi hij@ quiere ser youtuber!
Los 12 mandamientos de la autopublicación independiente.
Serie juvenil

Una mascota para Tom (traducido a múltiples idiomas)

Encuentra a J. P. Johnson en:
Email: pontailor2000@gmail.com
Website: pontailor2000.wixsite.com/jpjohnson
Twitter: @J_P_Johnson
Facebook: facebook.com/pontgalmes
Instagram: j.p.johnson1

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 ene 2019
ISBN9780463126349
El Quinto Origen III. Un Dios inexperto
Autor

J. P. Johnson

¡Hola! Soy Joan Pont, aunque publico algunas de mis obras como J.P. Johnson, encantado de conocerte. Vivo en la isla de Mallorca, la mayor de las cinco islas del Archipiélago Balear. Ese es el motivo por el que toda mi obra está impregnada de una "mediterraneidad" profunda y de una pasión desmedida por este pequeño trozo de tierra rodeado de agua salada. Me encanta el mar, practico el surf y el paddle surf y me indigna ver cómo estamos destruyendo este Mediterráneo que conforma el germen de nuestra existencia. Cada vez hay más plásticos y menos peces, pasan barcos a mi lado echando humo de sus motores arrastrando redes kilométricas que destrozan los fondos mientras grandes yates fondean sobre praderas de posidónea y al levar las anclas destruyen estas plantas que son los pulmones del mar. Por eso un día me puse a escribir "La venganza de la Tierra. Mare Nostrum". Porque, tal como explica Lovelock, algún día Gaia, la Madre Naturaleza, acabará con nosotros. En mi novela Gaia nos da un aviso que acaba con la mayor parte de la Humanidad, pero concediéndonos una segunda oportunidad que, como se ve al final, no será entendida por todos. Pere Quetglas sí lo entiende, y su cometido será, a partir de ahora, concienciar a los que han quedado para que no vuelva a repetirse. Mi última obra es "El Quinto Origen. Stonehenge". Tengo que confesarte que estoy completamente enganchado a ella. Me apasiona la historia de los seres inmortales, Jesús y Lucius, que construyen monumentos y luchan entre ellos a lo largo de la Historia. Al mismo tiempo me he enamorado de Mamen, una mujer increíble. En estos momentos estoy terminando la segunda parte de El Quinto Origen, llamada Nefer-Nefer-Nefer. Pero habrá más. Por supuesto que sí. Mi ilusión por la literatura nunca se va acabar, es algo que llevo infiltrado en la sangre, y la culminación de mi trabajo es que te guste mi obra, querida lectora, querido lector, que te enamores de Odisea Pascual y de Mamen Torres, tal como he hecho yo, que llores con Joanet y con Cristian, y que te quedes boquiabierto con la figura de Jesús a través de la historia de la Humanidad. Muchas gracias por leerme. Un gran abrazo.  

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    El Quinto Origen III. Un Dios inexperto - J. P. Johnson

    EL QUINTO ORIGEN III.

    UN DIOS INEXPERTO

    J.P. JOHNSON

    El Quinto Origen III Un Dios inexperto.

    © J. P. Johnson / Joan Pont Galmés [2018)

    Todos los derechos reservados.

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    Para Mamen

    Instituto Alienígena. Expediente 866.

    Año 123 Después de la Segunda Venida de Cristo (D.S.V.C.)

    MÁXIMO SECRETO/ NO COPIAR

    Tras el suicidio de la Doctora Miriam Cola Servera (la doctora saltó al vació desde un sexto piso del Instituto Alienígena) el estudio posterior no ha logrado discernir los motivos de su acto, aunque resulta evidente la intervención pasiva de la Viajera Del Tiempo número 3, a la que la doctora Cola estaba interrogando en aquellos momentos. Al parecer la Viajera le desveló algo que pudo ser la causa de su decisión de quitarse la vida en ese mismo instante. Después de que la doctora Cola se precipitara al vacío los guardias encontraron a la Viajera sumida en un estado de introspección profunda, aunque con una sonrisa permanente en los labios.

    El descubrimiento del secreto que la doctora Cola se llevó a la tumba es primordial para avanzar en el estudio de la Segunda Venida de Cristo y evitar la destrucción total de la Humanidad en el año 2020 del otro espacio temporal.

    El nuevo equipo, encabezado por el doctor Enrique Salgado, costarricense, tomará el mando de las instalaciones en los próximos días.

    Toda la información referente al suicidio de la doctora Cola ha sido destruida y sustituida por esta:

    La doctora Miriam Cola Servera solicitó abandonar su puesto en el Instituto Alienígena y ser destinada a las excavaciones de la Gran Pirámide de Keops, que será levantada por completo para desvelar su interior, y allí falleció por aplastamiento tras la caída de un bloque de piedra de veinte toneladas.

    Instituto Alienígena

    Conversaciones con la Viajera del Tiempo número 3.

    Doctor Enrique Salgado Morales.

    Director/ Jefe de Equipo.

    "La Viajera es tozuda, es lo primero que se me ocurre. Y voluble. Simplemente hace lo que le da la gana...

    Pandora… En esta sesión, la número J436, la Viajera nos habla continuamente de Pandora. Buceando en los mitos hesiádicos Pandora es la primer mujer, como Eva en la religión judeocristiana. Hefesto (dios del fuego) la modeló a imagen y semejanza de las inmortales, y obtuvo la ayuda de Palas Atenea (diosa de la sabiduría). Zeus ordena su creación para castigar a la raza humana, porque Prometeo había robado el fuego divino para dárselo a los hombres.

    Cada dios le otorgó a Pandora una cualidad como la belleza, la gracia, la persuasión, y la habilidad manual, entre otras; pero Hermes (mensajero de los dioses, e intérprete de la voluntad divina) puso en su corazón la mentira y la falacia.

    Había una jarra que contenía todos los males. Pandora apenas la vio, la abrió y dejó que los males inundaran la tierra. Para cuando logró cerrar la jarra, lo único que quedaba adentro era la esperanza, por lo que los humanos no la recibieron. De este mito proviene la expresión ‘abrir la caja de Pandora’. En esta tradición, Pandora representa la perdición de la humanidad al igual que Eva.

    La Viajera del Tiempo relata que yo era Pandora, y que la Caja del mito era una esfera que Dios, o Zeus, poseía y que solo él sabía utilizar.

    El equipo ha reaccionado de manera divergente ante estas revelaciones.

    ¿Zeus? ¿Conoció realmente la Viajera a Zeus? ¿Son los mitos clásicos un reflejo de la realidad?

    Los Dioses griegos eran inmortales, aunque no eran seres inmateriales, sino visibles para los mortales.

    Según la Viajera, Zeus tenía una esfera prodigiosa que no sabía usar muy bien, aunque la dominaba, y con frecuencia era el instrumento para sus caprichos, por lo que los demás Inmortales intentaban arrebatársela.

    Celosa de sus poderes, la Viajera intentó usarla y desató el Caos.

    ¿Tiene algo que ver Zeus con el Dios cristiano? se le pregunta a la Viajera.

    ¡Pues claro que sí! responde ella. Yo le conozco, hablé con él, varias veces...

    Todo el equipo se ha mirado, unos a otros, muchos llorando, tras esta frase de la Viajera.

    Unas palabras que nadie creería si no estuviera perfectamente demostrado que esta mujer, que posee las claves de nuestra Existencia, es inmortal y que ha llegado hasta nosotros a través de un agujero de gusano, y que está entre nosotros por voluntad propia, porque si quisiera, podría aniquilarnos.

    Meseta de Gizah 12 de julio de 1798

    -Ahí está, Sire, lo que buscábamos…

    -Lo que buscabais vos, Brueys, lo que buscabais vos...

    Napoleón Bonaparte, con el pelo hasta los hombros, mantiene su enjuto cuerpo sobre su caballo observando las tres pirámides suspendidas en una nube de vapor, a lo lejos, tras las líneas de los salvajes Mamelucos que triplican en cantidad a su ejército.

    -Se hará de rogar, pero dentro de diez días, como máximo, estaremos ahí - dice un hombre a su lado, flaco como él, con el pelo igual de largo y con una poblada barba que le diferencia del resto de la cúpula militar de Napoleón. Nadie lleva barba en aquel tiempo, aunque algunos oficiales jóvenes ya empiezan a imitar al almirante François-Paul Brueys d'Aigalliers. Aún así ningún retratista oficial se atreverá a plasmar su imagen con barba en un cuadro.

    De todas formas lo de jóven es un decir, porque el almirante ha nacido, según su ficha militar, el 12 de febrero de 1753 en Uzès, Grad, Francia, y morirá en Abukir el 1 de agosto de 1798 en la batalla del Nilo, cosa harto imposible porque, como bien sabe Napoleón Bonaparte, François-Paul Brueys d'Aigalliers nunca muere.

    -¿Seré como vos después de esto? - pregunta Bonaparte con los ojos entornados por el reflejo del inclemente sol.

    -Eso no os lo puedo asegurar, Sire - responde Brueys. -Pero debajo de esos millones de piedras hay alguien a quien busco, alguien que yo encerré y a quien debo encontrar para pedirle ayuda.

    Napoleón Bonaparte fija sus ojos en él. Es un hombre acostumbrado a dictar órdenes, pero con Brueys le ocurre algo que jamás, desde su infancia cuando temblaba ante la sola presencia de su padre, alcohólico, le había vuelto a suceder: adora y teme a su almirante al mismo tiempo, pero el temor no debería traducirse literalmente con la palabra miedo, sino con una más trascendental: fanatismo, le seguiría a donde fuera aunque tuviera que pagar con su vida por ello.

    -¿Y la entrada? ¿La conocéis?

    -La conozco, Sire, aunque habrá que cavar, pero no hay nada más fácil que conseguir hombres para una excavación en El Cairo.

    De repente el caballo de Bonaparte se encabrita mientras aplasta con sus gigantescos cascos un nido de escorpiones negros.

    -Está bien… Como bien sabéis, almirante, os seguiré a cualquier parte, aunque habrá que apartar de nuestro camino a quince mil infantes de caballería mamelucos.

    El almirante Brueys se incorpora sobre el estribo derecho y descabalga. Napoleón hace lo mismo. Ambos hincan las rodillas en la arena pero Brueys lo hace sobre un escorpión negro que le clava inmediatamente el aguijón en el gemelo.

    -¡Cuidado! - grita Bonaparte, para añadir a continuación: -¡Maldita sea! ¡Nunca me acostumbraré a vuestra extraordinario don, querido amigo!

    La picadura del escorpión es mortal de necesidad, pero el almirante se limita a atrapar al animal con los dedos pulgar e índice y lanzarlo a lo lejos.

    Napoleón pone su mano derecha como visera para ocultar su risa mientras mueve la cabeza en sentido negativo.

    -No… No puedo… Ji, ji, ji, ...creerlo aunque lo vea con mis propios ojos…

    Sin embargo el rostro de Brueys continúa impertérrito. ¿De qué va a asombrarse si él mismo hizo construir las tres moles que se difuminan en el vaho de aquel mediodía abrasador en la meseta de Gizah?

    -La caballería Mameluca nos destrozará si permitimos que cargue en formación a campo abierto, Sire, pero si formáis cuadros huecos, así (trazaba cuadrados en la arena con una lasca de piedra) con cinco cañones de veinte libras en el interior y los mosqueteros en formación, la caballería enemiga perderá su fuerza de ataque y tendrá que repartirse en pequeños grupos.

    -¿Y no haremos fuego entre nosotros, almirante?

    -Siempre habrá caballería enemiga enmedio, Sire, y Montpellier atacará con la división de Lefebvre-Desnouettes, si vos lo aprobáis.

    Igual que había hecho hacía poco cuando a Brueys le había picado el escorpión negro, Napoleón miró a su almirante con una mezcla de fascinación, temor e incredulidad. Normalmente sus subalternos le adulaban de una forma que incluso a él le resultaba repulsiva, teniendo en cuenta que con una sola órden podía encarcelarlos e incluso hacer que los ejecutasen, pero Brueys… ¿Qué hubiera podido hacer el almirante más joven de Francia contra él si alguna vez le hubiera contrariado? ¡Brueys no moría nunca! Cogía enfermedades, eso era cierto, de forma que su don pasaba desapercibido para la mayoría de los que le rodeaban. En ocasiones se le había visto postrado en su camastro presa de convulsiones a causa del tifus o con el rostro plagado de granos purulentos a causa de la viruela, e incluso había corrido en con frecuencia hacia los arbustos víctima de las bacterias ecoli que se propagaban entre la soldadesca mediante los cuencos del rancho, pero François-Paul de Brueys SIEMPRE ESTABA AHÍ de nuevo, inmune a cualquier herida, virus o bacteria, o picadura de escorpión, la primera causa de muerte entre las tropas en las interminables caminatas por el desierto. Y siempre jóven, como el mismo Napoleón, que tenía veintinueve años en aquel momento, a pesar de que Brueys tenía dieciséis años más, pero aparentaba solamente veinte.

    -Os lo vuelvo a preguntar, almirante, ¿encontraré ahí dentro vuestro secreto?

    Brueys se encoge de hombros mientras suelta una carcajada de suficiencia.

    -Sire, ya os dije que…

    -¡Basta! - grita de pronto Bonaparte. -¿Sabéis las ganas que tengo de mandaros fusilar, almirante? ¿Sabéis que os tolero solo por una cosa, que por vuestras palabras y promesas me he embarcado en esta empresa dejando a nuestro país en manos de esos perros del Directorio? ¿Lo entendéis de una vez por todas?

    Brueys se ha quedado mudo de repente, lo único que hace es mirar a Napoleón Bonaparte con esos ojos que provocan en todo el que se convierte en el blanco de su mirada una sensación de tristeza y de piedad infinita.

    -Hacedlo, Sire… Matadme vos mismo, por favor. Eso es lo que más deseo en el mundo… - dice de pronto, mientras desenvaina su sable-espada y provoca un movimiento de alerta en la guardia de Dragones de Napoleón que le espera a cien metros de distancia.

    Éste empieza a reírse, aunque su risa no es alegre.

    -Tendría que matar también a mis Dragones, a pesar de que les tengo en gran estima, porque serían testigos de algo anti-natura si yo te atravesara en este mismo instante, ¿verdad?

    Brueys vence los hombros, profundamente abatido. De repente se ha puesto a llorar.

    -Solo quiero volver a ver a mi hijo Cristian, Sire, el que perderé en la Catástrofe dentro de más de doscientos años… Cristian, mi vida, ¡cuánto le echo de menos!

    Napoleón se acerca a él y estrecha sus hombros con ambas manos.

    -Amigo mío, tu dolor penetra en mi persona y me hace tu hermano… Ya me conoces, y nunca podría intentar matarte a pesar de que sé que sería un gesto inútil. Volvamos a la División, derrotemos a ese ejército, entremos en ese lugar, descubramos cómo puedes ver de nuevo a tu hijo…

    Lo que vió Napoleón Bonaparte en el interior de la Gran Pirámide de Keops la noche que entró junto al vicealmirante Brueys cambió el destino del jóven general y por ende el de millones de personas en el continente europeo. Fue algo que le dejó extasiado: ver a un hombre dentro vivo que llevaba tres mil años encerrado en un sarcófago de piedra de una tonelada y que según le contó Brueys era Lucius, o lo que era lo mismo: Lucifer, el demonio.

    Hasta aquel momento Napoleón no tenía más objetivos que los que podía alcanzar a varios meses vista, pero al salir de aquel se sintió imbuido del mismo poder que había visto en aquel hombre, Lucius, y también en Brueys.

    Empezó a sentirse él también inmortal.

    Al cabo de unas semanas el general Bonaparte huyó de Egipto y regresó a Francia, desde donde pensaba dominar Europa y, desde allí, el resto del mundo.

    Los despachos con la noticia de la muerte de Brueys llegaron al cuartel general de Napoleón al cabo de pocas horas, pero él simplemente se echó a reír al verlos, porque el mismo Brueys se encontraba en ese momento en su vestidor, cambiándose de uniforme.

    -¡Habéis muerto, amigo mío! - dijo Bonaparte, en medio de una gran carcajada.

    -¿Otra vez? ¡Ya he perdido la cuenta! - respondió el aludido, para añadir enseguida: -¡Ya estoy listo, Sire! Podemos irnos hacia la pirámide… - El vicealmirante salió del biombo y observó a Napoleón. En realidad no le necesitaba para nada, pero la verdad era que le caía bien aquel hombre.

    -¡Sire! - dijo de repente. -¡Me encantaría deciros mi verdadero nombre!

    -¿Cuál es? - respondió Napoleón, mientras se vestía él mismo con la casaca de su uniforme, habían hecho salir a todos los criados.

    Brueys sopesó si sería adecuado decirle que él era Jesucristo, pero decidió que la impresión podría tumbar a aquel hombre, y le apetecía que le acompañara a la Gran Pirámide, para no encontrarse solo, más que nada.

    -¡Olvidadlo, es mejor para vos que no lo sepáis! ¡Vámonos!

    La soledad era lo que más temía en el mundo.

    1. El palacio de Narmer - Tiran cuerpos y los ensartan - Kipah flagelado - Jesús se enfrenta a Mpt-hj - Toni ante el Alien convertido en estatua de sal - Cae del cielo como un proyectil - La depresión de Dani - ¡Olvídalo! - Mamen no piensa seguirle al abismo, meterse bajo las sábanas - Llamas - Ella renace cual ave Fénix, él contempla el milagro - Cuentan que en 1908 un visitante de la Alhambra reparó en un anacrónico soldado, vestido con armadura y portando una lanza. Acercóse a preguntarle y éste le respondió que penaba desde seiscientos años ya por una maldición, lanzada por un alfaquí musulmán, que le conjuró a custodiar por toda la eternidad el tesoro de Boabdil, otorgándole licencia para salir de la estancia del botín sólo una vez cada cien años.

    Jesús, Viajero del Tiempo, llamado ahora Imhotep, se detuvo ante el palacio del faraón Narmer.

    Kipah, su fiel Jefe de la Guardia, lo hizo unos metros más atrás, bajo un sol abrasador.

    -Está bien, hemos llegado, Kipah. Ha sido duro, ¿eh?, pero ha valido la pena. Veré al faraón Narmer, hablaré con él. Mantente a mi lado, tú y tus hombres, con las lanzas abajo, esos guardias no me gustan nada.

    El palacio de Narmer estaba enclavado sobre una colina al norte de Menfis. Se trataba de un edificio cuadrangular, de muros de unos diez metros de altura hechos de adobe y junco pero, y eso lo diferenciaba del resto de construcciones de la ciudad, las paredes se sustentaban sobre un basamento de piedra de unos dos metros que conferían al edificio una apariencia inexpugnable.

    La entrada era pequeña en comparación con los muros, flanqueada por dos bejent representando a Narmer. Jesús se quedó boquiabierto al ver las esculturas.

    -Si no recuerdo mal su cara se parecen un montón a Lucius…

    Cada vez tenía más claro que Lucius había llegado allí antes que él, a pesar de que él se había ido el primero de Stonehenge, pero lo que Jesús no podía saber era cuánto tiempo más se había quedado Lucius en aquel lugar del sureste de Inglaterra. Esperaba que no fuera mucho, sus ansias por capturar cada vez más esclavos y terminar el Cromlech le habían horrorizado justo antes de que aparecieran los triángulos brillantes, se escuchara el Eco y fuese enviado a este inhóspito lugar del Imperio Egipcio donde se encontraba ahora.

    En el tiempo que lleva aquí ya se ha creado una gran fama de cruel, ha reunificado al Alto y Bajo Egipto y construido estatuas con su rostro… Si no le conozco muy mal estará pensando en llenar el país entero de ellas pensó a continuación.

    Todo eso lo había escuchado Jesús en el templo de Apis, cuando se preparaban para la visita del faraón, deseoso de ver con sus propios ojos al Dios Osiris recién llegado al Reino de los Mortales. Los sacerdotes cantaban loas de Narmer, el anciano faraón, aunque el hombre que había llegado después no era en absoluto una persona mayor, sino un asustado alfeñique que apenas había pronunciado algunas palabras.

    No eras tú, Lucius, enviaste a otro en tú lugar, y no entiendo muy bien porqué seguía cavilando Jesús, de pie en el camino empedrado y flanqueado por estatuas de leones y de frondosos sicomoros que conducía a la entrada del palacio. Era un día de calor asfixiante en el norte del país, inundado por una brisa procedente del Sinaí que secaba el aliento y convertía los labios en una capa de piel quebradiza.

    Kipah se acercó a Jesús y levantó su odre de agua para que bebiera. Llevaba su nemes en la cabeza y un pectoral de bronce que acababa de sacar de una de las alforjas de las mulas, para impresionar todo lo posible a la Guardia del Faraón. Ni él ni el resto del séquito de Jesús, quince hombres en total, vestían en el día a día sus pectorales debido al asfixiante calor. Era simplemente imposible.

    -Gracias, amigo - agradeció Jesús, antes de dar un breve trago. Ya se había acostumbrado a beber poco, solo lo indispensable. Habían pernoctado en una casa de las afueras y apenas había dormido, pero al menos pudo adecentar su indumentaria y Kipah le había pintado los ojos y las orejas y enviado a limpiar su nemes con arena, aunque no se había bañado, porque el agua era solo para beber, así que olía como nunca hubiera creído que podía hacerlo en su otra existencia, en el año 2020.

    -Entremos - indicó, después de suspirar con nerviosismo. Empezó a andar hacia el pórtico flanqueado por los bejent. Pasaron el primer control sin problemas, en aquel lugar los guardias solo observaban. El apestoso patio interior del palacio de Narmer era un horrible hervidero de gente. Jesús enseguida se dio cuenta de que allí se estaban concentrando oficiales de diferentes rangos con sus cuadros de mando, equipados con sus mejores armas. Cuando se hallaban casi en la mitad del enorme patio Kipah se acercó a Jesús y le indicó algo con la mano: estaban lanzando a un hombre con una cuerda al cuello desde unas aperturas situadas a unos cinco metros de altura, a su izquierda.

    -¡Dios! - exclamó Jesús. -¿Pero qué es esto?

    La víctima era de raza nubia, con la piel negra como el carbón. La soga de cáñamo emitió un latigazo seco al tensarse las vértebras del cuello crujieron al romperse. Al darse cuenta de que había empezado aquel espectáculo la muchedumbre del patio enmudeció para prorrumpir inmediatamente en carcajadas al ser lanzado un segundo hombre, y luego un tercero, y así hasta ocho. De pronto, desde algún lugar de la derecha, alguien disparó una flecha que impactó en la cara de uno de los ahorcados. Un murmullo de satisfacción recorrió el patio, mientras una nube de flechas salía disparada hacia los cuerpos y estos quedaban ensartados como si fuesen erizos, chorreando sangre.

    -¿Pero qué hacéis? - Kipah y sus hombres también estaban disparando sus arcos hacia los cuerpos que se balanceaban. Era un espectáculo dantesco para él, aunque muy divertido para el resto de la gente del patio.

    Todos son soldados que han estado alguna vez en una batalla, se nota perfectamente en la expresión de su mirada. Una vez que han dejado atrás la brutalidad su mente anhela disfrutar de nuevo de la inyección de adrenalina… empezó a cavilar Jesús, evitando mirar hacia la muralla. Había visto esas expresiones embrutecidas con anterioridad en Stonehenge y eran exactamente las mismas. Nada podía evitar que un hombre o una mujer que se había visto inmerso en una batalla cuerpo a cuerpo, cubierto de sangre y dando espadazos o hachazos a diestra y siniestra con tal de salvar su vida lo repitiera de nuevo a la menor oportunidad, por muy increíble que pareciera.

    Poco a poco los vítores bajaron de intensidad para acabar convirtiéndose en un murmullo de satisfacción. Los soldados, reunidos en grupos, empezaron a contarse historias de anteriores batallas.

    Estas ejecuciones son en realidad carnaza, un cebo para la soldadesca, para mantener la camaradería…

    -¡Vamos, Kipah!

    El siguiente puesto de guardia estaba menos frecuentado que el primero. De hecho la multitud formaba una media luna ante él, sin atreverse a sobrepasar aquellos límites imaginarios. Así que cuando los seis altivos guardias veían a alguien salir del semicírculo y aproximarse a ellos ya sabían que su intención era entrar en el segundo recinto.

    -Htlhr! - exclamó el guardia más adelantado.

    En ese momento Kipah y sus soldados rebasaron a Jesús y formaron un muro frente a él.

    -¡No, esperad! - gritó Jesús, adelantándose y apartando a Kipah de un empujón. Se dió la vuelta y gritó a sus hombres:

    -Tjt’kl dm-n dtj-n! (¡Yo me encargo! ¡No hagáis nada!)

    Los soldados de aquella guardia eran imponentes, con los torsos brillantes de grasa de buey debajo de los pectorales de cuero, los ojos y las orejas pintados de rojo y un nemes verde en la cabeza. Kipah también había tenido aquel porte arrogante durante la estancia de Jesús en el templo de Apis, pero las penurias del largo viaje por las tierras áridas habían hecho mella en su aspecto y en el de sus hombres y no se diferenciaba mucho de la soldadesca que en ese momento pedía a gritos que lanzaran más nubios por las aperturas de la muralla.

    -Pf’f Mhtp! Kp-f yhh’jj Nm’r! (!Soy Imhotep! ¡Quiero ver al faraón Narmer!) - exclamó Jesús, volviéndose de nuevo hacia la entrada del palacio.

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