Encuentros
Por Luci Waisman
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El encuentro (¿destino?), la acción (¡el arte!) de soltar lo que ya no es necesario en nuestras vidas, la flexibilidad ante los cambios repentinos, el confiar en las nuevas posibles direcciones del acontecer de nuestro transitar por estas vías de la experiencia (de "ser humano"), la conexión con la perfección a través de la mirada de un otro ser (una loba en busca de sus lobeznos), o a través de los profundos sonidos de las ballenas ("ellas saben de mí, lo saben todo"). Estos relatos encierran algo de todo esto y resuenan en lo primigenio.
Cuentos breves que "nada tienen que ver con libros de autoayuda. Son historias, miradas y sentires con deseos de ser compartidos", dice la autora.
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Encuentros - Luci Waisman
Tao
Capítulo I
El lobo
El fuego ardía y sus ojos enormes, brillantes, viajaban en recuerdos, buscando respuestas en las chispas que desprendía la leña.
Saboreaba los restos del estofado, cuando tocaron la puerta.
–Buenas noches Manuel, disculpa que moleste en la cena, sólo quería recordarle que mañana temprano, por la mañana, hemos de partir de cacería. ¡Vamos que te hará bien!. Los hombres estarán en la colina, antes del amanecer, llevarán lo necesario para los próximos días y además, pues el dinero no viene nada mal.
–Está bien, sólo iré porque insistes, tú sabes lo que pienso de esos hombres.
–Pues bien, mi amigo. Nos vemos mañana al amanecer. Que tengas buen descanso.
–Igual para ti.
Aún no salía el sol. El pueblo se veía bañado en un manto gris de neblina, que se perdía entre las piedras de las casas. Las montañas aún no estaban nevadas, aquel invierno se había hecho esperar.
Se preguntaba que hacía allí, cuando su amigo lo sorprendió y despertó con un golpe en la espalda.
–Buenos días Manuel, pues, me alegro que hayas venido. Enseguida llegarán el resto de los loberos. Están terminando de preparar las trampas. Serán días tranquilos, no se esperan lluvias y ya han visto, dicen, los primeros lobeznos.
–¿Aún no ha venido Félix?
–Pues si, se encuentra allí más abajo. No se perdería ninguna cacería con tal de estar lejos de su casa. –Rió.
–Tienes razón. Por la noche vino a mi casa, se lo veía entusiasmado con la cacería. Estuvo semanas insistiendo en que venga. –Resopló con una sonrisa– Creo que sería granjero con tal de estar lejos de los niños.
–¡Jaj! Tú lo conoces mejor que yo.
En la neblina, un grupo de hombres apareció.
El sonido de las fuertes pisadas, risas exageradas y sonidos de metales, hacían saber