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Los Perros
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Los Perros
Libro electrónico133 páginas1 hora

Los Perros

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Cuntas veces pasamos indiferentes ante la magia cotidiana, la belleza de las cosas, lo apasionante de la vida de otros, de nuestra propia vida y si nos detuviramos a apreciar alguno de esos instantes, el presente y no el pasado, sera el dueo de nuestro tiempo.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento21 jul 2014
ISBN9781463388966
Los Perros

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    Los Perros - Ríos Alcocer

    ÍNDICE

    Los Perros

    La Tormenta

    Los Hermanos

    El Rollo De Cobre

    El Vídeo

    El Llamado

    Al Final

    Sueños

    Desaparecido

    Un Enjambre De Abejas

    El Palacio

    Servicio Nocturno

    La Limosnera

    Zac

    La Medicina

    La Detención

    El Rayo

    Antiques

    La Otra Casa

    La Pianola

    La Última Escena

    La ola perfecta

    El Símbolo

    El corazón

    El Talismán

    El Paciente

    La Piedra

    El Número Diez y Seis

    Una Mentira

    La Ceremonia

    Toto

    La Solución

    La Otra Familia

    El Grillo Del Emperador

    Por Teléfono

    El Vuelo

    La Sábana

    El Teléfono

    Una Voz

    La Máscara De Hielo

    Juan

    El Señuelo

    El Perro Negro

    Sara y Bruno

    En El Elevador

    El Puente

    La Beca

    LOS PERROS

    -¡Ya no soporto tanto ladrido!

    Exclamó Jacobo.

    -Voy a asomarme a casa del vecino, parece que está matando a sus perros, tú quédate aquí, ordenó a su novia Amelia.

    Amelia protestó:

    -Yo también quiero enterarme, diciendo esto, salió en pos de Jacobo.

    Como es costumbre en estas tierras, la puerta estaba abierta y el vecino los invitó a entrar;

    -¿Quieren un refresco? Pasen.

    -No, gracias, dijo Jacobo, hace dos días que los perros de la casa de junto ladran y aúllan casi sin descanso.

    -Es que hace dos días que no comen, el dueño de los perros está preso, es cosa de esperar, en unos días se habrán muerto de hambre.

    -Eso no, murmuró Amelia.

    Se despidieron y Jacobo, sorprendido, vio que su novia, habitualmente tranquila, caminaba indignada, en dirección contraria a la casa.

    -¿A dónde vas?

    -Ya verás.

    -Tú te quedas conmigo.

    Ella, habitualmente sumisa, ella, quien lo obedecía de inmediato y abandonaba la mejor de las fiestas al menor gesto de él, ahora se detuvo y viéndolo a los ojos le preguntó:

    -¿Estás conmigo?

    Nunca se le había enfrentado, aquello lo sobrepasaba. La quería realmente, aunque, en secreto pensaba que ella era una simple mujer, y no muy lista, por cierto.

    Respondió:

    -Estoy contigo y la siguió.

    A un par de calles llegaron al taller del cerrajero.

    -Don Nazario, necesito que abra una chapa.

    -Sí niña, deje llevar mi herramienta y encargarle el taller a mi hijo.

    Casi de inmediato se encaminaron a casa de Amelia.

    -Niña ¿se dejó las llaves adentro?

    -No, no es en mi casa, es en la de junto, y le explicó el caso.

    -Yo también quiero a los perros, no los podemos abandonar.

    -Esto es el colmo, rumió Jacobo, pero quiero ver en que acaba todo esto, pensó.

    Fueron de paso a la carnicería.

    -Jacobo, dijo ella, ¿traes dinero?

    Él, sin rechistar, pagó por la carne que ella ordenó.

    Una vez frente a la puerta, Don Nazario introdujo una ganzúa en la cerradura y la destrabó limpiamente.

    Se oyeron los ladridos más cerca, ya no en el patio, sino en la entrada. Al abrir la puerta, Jacobo, quien se había adelantado, se vio frente a los perros, los ojos encendidos, el lomo erizado. Cerró de inmediato.

    -No podemos ni abrir la puerta, están pegados a ella, dijo.

    Amelia intervino:

    -Déjame a mí.

    -Te van a morder.

    Ella, persuasivamente, lo hizo a un lado y abrió la puerta.

    -A ver, dijo a los perros, les traemos de comer, no les vamos a hacer daño.

    Los animales estaban frenéticos, parecían a punto de atacar.

    -No me miren así, aquí hay comida. Por los ojos coruscantes de ambos perros corrió una lucecita de comprensión.

    Amelia les arrojó la carne.

    -Tontitos, cuánta hambre tenían.

    -Ya cierra la puerta, vendremos mañana, dijo Jacobo.

    Ella recuperó su aire dulce:

    -Nunca he tenido perro, y ahora, aquí hay dos abandonados y mira, que lindos.

    Él echó una larga mirada a los fieros doberman que ya habían terminado su pitanza.

    Sin esperar respuesta, Amelia llamó a los perros:

    -Quisi, quisi, aquí conmigo, vámonos.

    Los enormes perros la siguieron.

    El cerrajero volvió a cerrar la puerta, recibió su paga y se despidió comentando:

    -La verdad, los perros están bonitos.

    Jacobo acompañó a su novia a la casa de ésta. Al escuchar el barullo, el padre de la joven había salido a la puerta.

    -¿Y ahora? Preguntó al ver a los muchachos con dos grandes perros.

    -Ya tenemos perros, papá, mira.

    -Veo.

    -Señor, intervino Jacobo ¿no va usted a hacer nada al respecto?

    -¡Ay! Hijo, todavía no conoces a Amelia… cuando se le mete una idea en la cabeza… lo que voy a hacer es una casa para perros, ahí tengo algo de madera en el patio, ¿tú sabes algo de carpintería?

    Jacobo, al fin soltó la risa, tendría que revisar su concepto sobre: una simple mujer.

    ***

    LA TORMENTA

    Saúl se hizo a la mar al pardear la tarde, presintiendo buena pesca, pero una alta ola inesperada se le vino por encima, negra, sin espuma y volcó su barca lanzándolo por el aire en medio de un extraño remolino que lo atrapó.

    Pese a que era un buen nadador, aquella agua vertiginosa lo aturdió y pensó que era su fin. De pronto, otra ola lo levantó y lo dejó en la superficie, en una relativa calma. No sabía hacia donde nadar, no pudo ver su barca, así que sólo trató de mantenerse a flote.

    La tormenta estalló con ramales de rayos y relámpagos, en medio de una lluvia cerrada y fría. Justo cuando dejó de luchar, sintió que lo sostenían, halaban, que lo ponían sobre el maderamen de una cubierta… y perdió la conciencia. Cuando volvió en sí, se encontraba en una litera y sentía el balanceo suave de un barco grande. Se incorporó y vio frente a él una escudilla con sopa caliente que devoró por entero, para de inmediato caer en un pesado sueño.

    Cuando abrió los ojos pudo advertir por la claraboya, que el cielo era perfectamente azul y brillaba el sol. Se levantó para ir a agradecer a sus rescatadores. Subió la escalerilla que llevaba a la cubierta, ésta se encontraba desierta, recorrió todo el barco sin hallar a alguien. Vio la línea de la costa al alcance, y que su barca intacta flotaba junto a una escala al costado de la nave.

    Antes de bajar, gritó:

    -¡Gracias! Por si alguien lo escuchaba. Descendió y montó en su lancha, que pese a la tormenta no había sufrido daño y en ella se encaminó a casa. Volteó a ver que lo había prácticamente dejado frente a la playa de donde había zarpado y, palideció por la sorpresa al ver que la imponente nave de la que acababa de descender, era ahora una vaga silueta semitransparente color entre humo y neblina que se esfumaba rápidamente hasta disolverse frente a sus ojos.

    Desde entonces, algunas veces, Saúl, cuando sale a pescar, ve a lo lejos en el horizonte la silueta color humo de un barco que navega hacia el norte. El pescador agita sus brazos en señal de saludo, pero nunca ha recibido una respuesta.

    ***

    LOS HERMANOS

    Juan Tolome era apuesto, alegre, de trato agradable, no así su hermana Avelina, reservada, seria. Ambos eran los únicos que quedaban de la familia y eso los hacía muy cercanos y bien avenidos. Juan a los diez y ocho años se casó con la hija de un vecino y un par de años después lo hizo Avelina con el abarrotero del pueblo.

    Juan trabajaba el rancho que les habían dejado sus padres y cada día pasaba a la tienda a platicar con su hermana. Así que cuando transcurrió el día sin que Juan apareciera, Avelina dejó solo a su esposo en el establecimiento y fue al rancho a buscar a su hermano.

    -Estás exagerando, mujer, dijo Armando, el esposo de la muchacha.

    Sin responder, ella se marchó preocupada. Martha, la esposa de Juan, aclaró:

    -Lo invitaron unos amigos a la inauguración de la nueva cantina, ya lo conoces, yo ni me preocupo, ya sabes que muchas noches no llega a la casa, por eso mejor me regresé con mis padres.

    Avelina, añadió:

    -Es que siempre pasa a verme, no transcurre el día sin que venga aunque sea sólo por un rato.

    -Tengo menos suerte que tú, comentó Martha.

    Avelina retornó a su casa con la angustia instalada en el

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