Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

¡Oiga bien!
¡Oiga bien!
¡Oiga bien!
Libro electrónico117 páginas1 hora

¡Oiga bien!

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Personajes a la deriva, fantaseando alcanzar una dimensión heroica de tener el coraje de decir lo que piensan. Historias de abandono y redención en un futuro incierto.

-¡Ahí está!, ¡tomadla! -exclamó el líder, parado sobre una banqueta, en el límite de la franja suburbana.

Y la ciudad, con sus colchones en la mano, avanzó.

Una serie de relatos que suceden en un tiempo hipotéticamente futuro. Ciudades colmena en las que a cada uno se le asigna un espacio en el que viven unos seres sin nombre, a los que solo conocemos como él o ella.

La posibilidad de entrar, por momentos, en lo que estos habitantes piensan y querrían expresar, frente a situaciones límite. Personajes a la deriva, fantaseando alcanzar una dimensión heroica, si tuvieran el coraje de decir lo que piensan.

Por eso usted: ¡Oiga bien!

«Sobre la esencia, la existencia y los pensamientos retorcidos. Hay ternura en estos personajes que reflexionan sin motivos aparentes. Piensan, sin que nadie les pida que lo hagan.»
Dalmiro Sáenz, escritor-dramaturgo (1926-2016)

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento29 sept 2017
ISBN9788491129523
¡Oiga bien!
Autor

Martín Romanella

Martin Romanella (Buenos Aires, 1972) es guionista de cine y director. Estudió cinematografía en la Universidad de Nueva Y ork (NYU), Universidad de Buenos Aires y es miembro activo desde el 2013 de la DGA Directors Guild of America. Sus guiones Candela (1998), Funeral Etiquette (2004), Bedroom City (2006), Duck Generation (2008), Keema (2010), I am Your Only (2014) y Spinner (2017), han recibido premios de diversos festivales internacionales de cine, como el de Berlín, Rotterdam, Independent Film Project (IFP), y del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA). ¡Oiga bien! es su primer libro de relatos, publicado en formato digital y papel.

Relacionado con ¡Oiga bien!

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para ¡Oiga bien!

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    ¡Oiga bien! - Martín Romanella

    Nuevos suburbios

    —¡Ahí está!, ¡tomadla! —exclamó el Líder parado sobre una banqueta, en el límite de la franja suburbana.

    Y la ciudad, con sus colchones en la mano, avanzó.

    No existía ninguna consigna, pero por las enormes hileras de humanos que se formaban y recorrían cada una de las calles daba la impresión de que el Líder les hubiera dado alguna directiva con respecto al tránsito. Alguna disciplina que seguir.

    Dos millones de habitantes hacia viviendas plásticas por estrenar, cientos de centros comerciales y hasta departamentos de empleo.

    Dos millones de habitantes, con sus colchones en la mano, eligen sus dormitorios para vivir. Se trata solamente de entrar en la vivienda seleccionada, poner el seguro en la puerta para que otro no la ocupe, y luego sí, cada cual puede dejar su colchón sobre una de esas camas.

    Así lo había explicado el Líder sobre una banqueta, en el límite de la franja suburbana.

    La emisora radial explica desde los altoparlantes: «Es otra mutación moderna de las ciudades dormitorio y cada año florecen los nuevos suburbios. El jardín resultante es la pesadilla de un horticultor: dientes de león se mezclan con plantas de raíces aéreas, atrapamoscas y hasta un bosquecillo de palmeras».

    Y en el departamento de empleos, luego de acomodarse en una de las unidades y dar seguro a la puerta, al hombre de la fila le preguntaron qué tipo de destreza tenía.

    —Soy útil en varios aspectos —explicó.

    Lo registraron como pintor.

    Hace días que este nuevo ciudadano pinta un enorme cartel en el lateral de una construcción monobloque. Cuelga de un andamio y le dieron hasta uno de esos chalecos de seguridad con colores fuertes. Pinta el hombre un nuevo modelo de bronceador mientras escucha, desde el exterior del piso veinte, la voz en los altoparlantes del locutor oficial: «¡Es la tierra de las oportunidades!, de las casas en mayor cantidad, más cadenas de TV, más restaurantes mexicanos, más matriculas de automóviles y baños públicos, más de cien en una franja suburbana de once kilómetros!»

    Eso escucha el hombre desde la altura, pero no le presta atención. Se le ve algo preocupado por el andamio. Por momentos lo siente inestable. La puerta de su nueva casa también le generó dudas. La aseguró tres veces por su colchón, pero no recuerda haberla empujado finalmente hacia afuera en esa actitud cotidiana con que creía clausurarla.

    Baja luego de un rato, cuando la sirena de la comida, a la entrada de la playa de infractores de tránsito por el ingreso peatonal. Allí está el puesto de comida que le han asignado. Y junto a la góndola de lácteos escucha a los otros del gremio comentar de los que ocupan las nuevas casas, rompen los seguros de las puertas y dejan los colchones de los antiguos dueños en la calle para que se los lleven los del departamento de limpieza y desinfección.

    Una de las sogas del andamio parece distinta al resto, nota el hombre cuando suena la sirena y retoman todos a sus ocupaciones. Quizás ha sido agregada a último momento, piensa y se siente inestable. Se siente inseguro y recuerda entonces a su padre en otro de los pisos, en otro de los colchones, en otra de las ciudades dormitorio. Ya no recuerda cuál.

    FM «del milagro»

    A mi padre lo mató un tiburón.

    Iba en uno de esos botes de goma, mar adentro, cuando lo emboscó el muy desgraciado.

    Mi madre no solía dormir cuando mi padre salía de pesca.

    —No te alejes tanto de la costa —decía—, hay peces grandes cerca, deja que ellos se acerquen a ti, debes hacer algo para llamar su atención y que ellos se acerquen.

    Pero mi padre decía que ella no entendía nada sobre peces y reía, entonces todos reíamos.

    Aquella noche, en la que mi padre no regresó, mi madre dio aviso al servicio de guardia costera, telefoneó a todos sus conocidos y dejó el notificado al operador de la FM local para que cuestionara sobre su paradero.

    —¡Por favor! —le pidió desesperada.

    —Todo va a salir bien —agregó para tranquilizarla el de la radio—, los milagros están a la orden del día. —Y comenzó con el comunicado en ese mismo momento.

    Mi padre fue encontrado muerto a los pocos días en una playa alejada de las ciudades con balnearios.

    Nos avisaron de que lo notaríamos hinchado, sin varios de sus miembros, los comidos por el tiburón, y que por tal motivo era necesaria nuestra presencia en el lugar para identificarlo.

    En el recorrido escuchamos cómo el operador de la FM local anunciaba su desaparición y lo narraba físicamente como mi madre lo había descrito.

    No hice comentario alguno, me pareció inadecuado. Entonces cerré el pico y me limité a escuchar.

    Mi madre dijo: «Escucho lo que dicen de tu padre y creo que es un hombre hermoso, un hombre de esos que ya no se encuentran... »

    Cuando llegamos al balneario, el cuerpo de mi padre no estaba.

    Nos mostraron unas fotografías de cuando los hombres buzo lo sacaban del agua y le preguntaron a mi madre si lo podía reconocer.

    —¿Es su esposo, señora? —le preguntaron.

    Sin varios de sus miembros, los comidos por el tiburón, el hombre era sin dudas mi padre, pero mi madre dijo que no.

    —No estoy segura —dijo mi madre.

    Cuando regresamos a la casa, encontramos en la grabadora varios mensajes del operador de la FM local. Quería saber si habíamos tenido suerte con la búsqueda, colaborar en lo que se pudiera, que estaba a nuestra entera disposición.

    —Aún sin novedades —le dijo mi madre y le pidió que siguiera pasando el mensaje toda la temporada.

    —Siga así —le dijo y que, si era necesario, ella podía aportar un dinero por el tiempo extra.

    —No es necesario —agregó para tranquilizarla el operador de la radio—, manténgase tranquila y no pierda la fe. Eso dijo, y a mi madre le pareció un buen

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1