El Sello Del Escritor Mejores Relatos 2022
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El Sello del Escritor Mejores Relatos 2022 es una recopilación de los relatos más leídos y comentados en el blog literario El Sello del Escritor, durante el año 2022. La hemos catalogado como una antología del más allá y del más acá porque en ella reunimos cuentos y relatos de diversos géneros, incluyendo terror y paranormal, lo cual la hace apta para todos los públicos.
Maria Florinda Loreto Yoris
María Florinda Loreto Yoris, nacida en Caracas, Venezuela, el 24 de mayo de 1969. Publicista de profesión, comunicadora por vocación. Amante de la lectura y la escritura, durante más de veinte años se ha dedicado al estudio de diversos temas relacionados con el Ocultismo y el Misticismo. Se estrenó en la escritura de relatos con “Revelación de Medianoche” en la obra “MEDIUM, historia de un corazón sensible”, en coautoría con Salvador de Ávila. Ha iniciado la serie; Mundo de Hadas con la antología de cuentos;Viaje al Mundo de las Hadas, así como la serie de fantasía paranormal sobre la misteriosa desaparición de Sarah Whitman. Es creadora del periódico digital ficticio "Disparates News", exclusivo de su blog literario El Sello del Escritor donde, además de publicar relatos propios y de colaboradores, realiza entrevistas a escritores independientes, en español e inglés. Recientemente inició la escritura de no ficción con la serie astrológica "Estrellas y Destino"
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El Sello Del Escritor Mejores Relatos 2022 - Maria Florinda Loreto Yoris
EL SELLO DEL ESCRITOR
Una Antología del más allá y del más acá.
Los mejores relatos
2022.
EL SELLO DEL ESCRITOR
Una antología del más allá y del más acá. Los mejores relatos de 2022
.
CUENTOS Y RELATOS
UNA ANTOLOGÍA DEL MÁS ALLÁ
Y DEL MÁS ACÁ.
CORRECCIÓN: Sergio A. Amaya Santamaría
MAQUETACIÓN: Sergio A. Amaya Santamaría
DISEÑO DE PORTADA: María Florinda Loreto Yoris
LICENCIA: SAFE CRATIVE
OBRA SIN FINES DE LUCRO.
PROHIBIDA LA VENTA DE ESTE MATERIAL
Y CUALQUIER OBRA DERIVADA DEL MISMO.
ATRIBUCIÓN REQUERIDA.
Del dicho al hecho
Maria Florinda Loreto Yoris
Aquel día fatídico en el que una bomba incendió el ala este del Centro Empresarial del Oeste, había amanecido despejado y todo indicaba que no llovería.
Como cada miércoles por la mañana, Ernesto Rafael López Fuentes acudió a su cita ineludible con su colega, tocayo y mejor amigo Luis Rafael Isturiz. Ambos abogados de profesión tenían la costumbre de reunirse semanalmente para tratar temas de interés, fuera del frío de su oficina y en un lugar neutral, en medio del contacto con la gente.
Eran las nueve de la mañana cuando Ernesto llegó al local La cita empresarial
, ubicado en el piso diez del Centro Empresarial del Oeste. Si bien ese día de la semana evitaba vestir de traje, llevaba una camisa de manga larga color amarillo pálido, sin corbata y pantalón gris de vestir. Al entrar al local, ya Luis lo esperaba en la mesa de siempre, junto al ventanal que daba a la avenida principal y desde donde, además, podía apreciarse el corredor vial. A Luis era muy fácil reconocerlo, siempre llevaba camisa blanca y pantalón negro, y tampoco llevaba chaqueta cuando se reunía con Ernesto.
Al verlo en la puerta, Esteban Freites, Chef profesional e hijo del dueño del local, se acercó a saludar al joven abogado que acababa de llegar. Ataviado de cocinero y con la sonrisa propia del anfitrión ideal, le dio la bienvenida y lo invitó a pasar. Solía ser un lugar bastante concurrido, por eso Ernesto y Luis preferían llegar temprano.
Una vez en la mesa y dispuestos a desayunar, tocaron el tema obligado que más solía ocuparlos.
—Ernesto, hermano. Tú me conoces, sabes que creo fielmente en la ley y en el diálogo. ¿Crees que logremos que procedan nuestros reclamos acerca de la violación de los Derechos Humanos?
—No lo sé, pero tenemos que seguirlo intentando.
Mientras desayunaban, en los monitores que había en varios puntos del local, hubo una interferencia repentina y ocurrió un corte eléctrico. Algunos clientes se levantaron de sus sitios y se apresuraron a acercarse al ventanal. Desde allí podía verse una multitud de personas en clara actitud de protesta. Todos llevaban pancartas y gritaban al unísono ¡YO RECLAMO MIS DERECHOS!
.
Dada la situación, la clientela de La cita empresarial
salió del local y todos comenzaron a bajar por las escaleras de emergencia alumbrando los pasillos con las linternas de sus teléfonos celulares. Al llegar a la planta baja, se supo que un par de manifestantes enardecidos habían cortado los cables y por eso se había ido la luz. El bullicio era descomunal y ya los cuerpos de seguridad habían llegado a contener la protesta.
Toda la avenida estaba tomada por ancianos, médicos, enfermeras, pacientes crónicos, desempleados y hasta defensores de la vida de los animales que se aventuraron también a llevar a sus mascotas, de cuyos cuellos colgaban carteles que decían Mi opinión también cuenta
Tengo derecho a mis vacunas
y Yo apoyo a mi familia. Más salario, más Perrarina
.
—¿Exactamente qué es lo que reclaman? —preguntó un periodista a una anciana que llevaba una pancarta donde podía leerse: ESTOY HARTA. YO RECLAMO MIS DERECHOS
.
—¡Todo mijo, todo! —contestó ella mientras agitaba la pancarta con fuerza.
En medio del bullicio y el desorden propios de la situación, se escucharon detonaciones y quienes estaban todavía del lado de adentro del edificio se tiraron al piso. Reinaba una gran confusión y la gente empezó a gritar cada vez con más fuerza. Se escuchaban tanto consignas como alaridos de mujeres al borde de la histeria por no saber qué hacer, Los gases comenzaban a sentirse y algunas personas no podían respirar.
Los manifestantes se vinieron hacia el cordón de seguridad para tratar de convencer a los oficiales de no arremeter contra ellos, pero uno de los guardias tumbó al suelo a un anciano que protestaba por falta de medicinas y tres manifestantes que no vieron que estaba en el piso le cayeron encima producto de los empujones.
La gente estaba enloquecida y Luis quiso intervenir para ayudar a levantar al anciano y hacer entrar en razón a la policía. Fue inútil porque al dirigirse al oficial responsable de la agresión lo que sintió fue un golpe en el medio de la cara que le hizo sangrar la nariz, lo detuvo en seco y lo mandó de nuevo a donde se encontraba Ernesto.
Las bombas y los disparos comenzaron a sentirse más seguidos y la gente optó por resguardarse dentro del Centro Empresarial que continuaba sin servicio eléctrico. Desgraciadamente la policía lanzó dos bombas lacrimógenas dentro de la edificación y quienes se encontraban allí tuvieron que correr de nuevo hacia las escaleras de emergencia, como cucarachas huyendo del insecticida.
En medio de la confusión, se escuchó a un hombre gritar ¡Auxilio!, por favor un médico. !Mi mujer está rompiendo fuente!
pero de nada le valieron los gritos. En ese momento la prioridad era escapar de los gases y poder respirar.
—¡Ni se te ocurra decir que tienes ganas de orinar! —dijo Luis a Ernesto, mientras le lanzaba una mirada asesina como cuando alguien te quiere degollar.
—No, hermano. Aquí no vale vejiga llena. ¡Aquí lo que vale es correr!
Se regó como pólvora que había tres heridos de bala en la entrada del edificio y que un par de oficiales había arrastrado por los cabellos a una manifestante que dijo tener cuatro meses de embarazo al momento de notarse que sangraba por el pantalón.
La gente se dispersó como pudo y Ernesto y Luis lograron escapar de los gases al encontrar la puerta que los condujo a la parte trasera del edificio, donde algunos manifestantes se resguardaban debajo de los autos. Muchos querían ya abandonar el lugar, pero toda el área estaba tomada. Las detonaciones cesaron y Ernesto quiso saber qué noticias corrían sobre lo que allí estaba pasando, pero su teléfono se había quedado sin batería.
De los presentes, alguien advirtió que podrían salir por una puerta lateral que conducía a la avenida paralela. Había heridos de bala y la situación se complicaría aún más, así que debían salir de ahí cuanto antes. Luis miró a Ernesto y ambos asintieron.
—Tenemos que irnos, aquí no hay como mediar —expresó Luis con pesar.
—Ya ves, hermano. Por más que queramos paz y equidad, hay situaciones que se nos escapan de las manos. Esta es una de ellas.
Los tocayos se guardaron su idealismo el tiempo suficiente para abandonar el lugar y ponerse a salvo. Caminaron varias cuadras a paso acelerado y, cuando consideraron estar fuera de peligro, escucharon una explosión descomunal y vieron elevarse hasta el cielo una enorme nube negra. Justo donde quedaba el Centro Empresarial.
—Ernesto, hermano. ¿Crees que logremos algún día detener la violación a los Derechos Humanos?
—No lo sé, pero tenemos que seguirlo intentando.
Los dos amigos siguieron su camino, quedaba mucho aún por lo cual luchar. Eso les había quedado perfectamente claro, el día que una granada incendió el ala este del Centro Empresarial del Oeste.
El aprendiz de mago
Era domingo por la tarde y llovía a cántaros cuando un hechizo mal dirigido puso a prueba la intuición del aprendiz de mago.
Andrés González, artista callejero por vocación y albañil de oficio por obligación, llegó a su casa a las seis de la tarde, luego de haber entretenido todo el día con sus trucos a los niños que acostumbraban a reunirse en la plaza cada fin de semana.
Contó una a una las monedas que ganó haciendo reír a las criaturas que habían asistido a la feria y se sintió tentado de ir un poco más allá con la intención de multiplicarlas. Se concentró, pero nada pasó. Lo volvió a intentar y sólo logró que sus manos se entumecieran. Entonces, al volver su rostro hacia el lado derecho, vio sobre la mesa del recibidor una revista que no recordaba haber dejado ahí.
En ese preciso instante, y como por arte de magia, la ventana se abrió de par en par y la brisa de tempestad corrió las hojas hasta la página 45. Al enfocar la vista pudo leer claramente que decía: En lo que piensas te conviertes, pero tu felicidad está allí donde tengas sembrado tu corazón
. Conmovido por la revelación, ese día Andrés decidió volver a casa con su familia, al país de donde partió buscando nuevos horizontes.
Ahora, continúa entreteniendo a los niños con sus trucos en cada feria a la que asiste, pero ya no tiene que recurrir a la magia para multiplicar las monedas que gana porque, desde que está con las personas a las que más ama, la prosperidad lo persigue.
El infierno de los vivos
El lunes amaneció cálido y el cielo lucía de un azul limpio, sin rastro de nubes. Doña Dorinda Estévez, viuda sin casarse y cocinera de oficio por tradición familiar, abrió su venta de empanadas puntualmente a las seis de la mañana, como era de esperar. Sacó de la nevera los recipientes que contenían los guisos y dispuso todos los ingredientes con los que iba a cocinar porque sabía que la clientela no tardaba en llegar.
Llevaba puesta la blusa estampada que Luisito, su nieto más pequeño, le había regalado el día de las madres, y encima se colocó el delantal que había comprado expresamente para estrenarlo el día que inauguró su pequeño local, al cual llamó Las manos benditas de Dorinda
, por sugerencia de una vecina que decía que su don para cocinar era una manera exquisita de devolverle a cualquiera el alma al cuerpo.
Cuando tuvo todo dispuesto sobre el mesón, procedió a amasar y rellenar sin contemplación. Ese era su sello característico: mucho de todo y en combinación perfecta, por eso los aromas que salían de su cocina se extendían cuadra y media fuera del local.
Después de las ocho hizo una pausa para contemplar la mañana desde la puerta de la entrada y vio a una pareja de gatos tendidos bajo el sol, en el tejado de la casa de enfrente. Entonces tomó un respiro que duró lo que tardó Roberto, el dueño del quiosco de revistas, en terminar de fumarse un cigarrillo. Antes de volver a la cocina, Luisito la sacó de sus pensamientos.
—Abuela
—Dime, hijo.
—No sé por dónde entró, pero ahí está el señor extraño que vino la otra vez.
—¿Y está preguntando por mí?
—Sí.
—Dile que no estoy.
—Dice que hoy sí va a comer.
—Pues que coma en otro lado, no lo voy a atender.
Dorinda bordeó el local y regresó a la cocina por la puerta de atrás. Se encerró de nuevo a cocinar, cuando escuchó una vez más