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Sobrenatural: Los otros mundos
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Libro electrónico88 páginas1 hora

Sobrenatural: Los otros mundos

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Información de este libro electrónico

Lo sobrenatural tiene varias aproximaciones, algunas de ellas colindan con temas de terror o de suspenso, sin embargo, independientemente de los diversos abordajes, nos encontraremos siempre ante realidades literarias que distan mucho de ser normales.
Esta antología reúne textos de autoras que exploran con lúdica imaginación esos mundos inhóspitos que sin querer se nos presentan un día cualquiera, una noche cualquiera, un instante cualquiera…
Si usted se encuentra representado en alguna de las historias aquí narradas, es tan solo el poder de la coincidencia, aunque, quién sabe, uno nunca tiene la suficiente imaginación y valor para incluirse en esos ámbitos enrarecidos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 feb 2024
ISBN9798224026432
Sobrenatural: Los otros mundos

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    Sobrenatural - Jorge Pacheco Zavala

    SOBRENATURAL

    LOS OTROS MUNDOS

    SELECCIÓN Y PRÓLOGO

    JORGE PACHECO ZAVALA

    Primera edición, enero del 2024.

    © Jorge Pacheco Zavala

    © Todos los derechos reservados.

    © Voz de Tinta

    © Librerío editores (coedición)

    www.librerioeditores.com.mx

    Queda prohibida toda la reproducción total, parcial o cualquier forma de plagio de esta obra sin previo consentimiento por escrito del autor o editor, caso contrario será sancionado conforme a la ley sobre derechos de autor.

    PRÓLOGO

    Lo sobrenatural tiene varias aproximaciones, algunas de ellas colindan con temas de terror o de suspenso, sin embargo, independientemente de los diversos abordajes, nos encontraremos siempre ante realidades literarias que distan mucho de ser normales.

    Esta antología reúne textos de autoras que exploran con lúdica imaginación esos mundos inhóspitos que sin querer se nos presentan un día cualquiera, una noche cualquiera, un instante cualquiera...

    Si usted se encuentra representado en alguna de las historias aquí narradas, es tan solo el poder de la coincidencia, aunque, quién sabe, uno nunca tiene la suficiente imaginación y valor para incluirse en esos ámbitos enrarecidos.

    Esta es la edición número nueve de la serie Mujeres con voz de tinta. Celebramos la libertad que cada autora posee de usar su voz para transferir conocimiento, sentimientos, vivencias y apreciaciones propias de la misma existencia.

    REGRESIÓN Magda Balero

    ARETES DE PLATA María Teresa Pulido-Salas

    CREER O NO CREER Elizabeth Aréstegui González

    UNA AUTÉNTICA DESVENTURA Emilia Torres Medellín

    UN CORAZÓN SANGRANTE America M. Reyes

    ¡SOMOS! Arcelia Mejía Nava

    ALIADA O ENEMIGA Lorena Ericka Vázquez Toscano

    LOS DUENDES

    NEBLINA

    RITUAL SUMERIO Gabriela Andrade

    BUSCANTES, LA ERA DEL ALMA PERDIDA Edith Carrasquedo

    MEDITACIÓN María Arcelia Rodríguez Vargas

    EL BAUL Aide Mata

    LA COMPAÑERA BLANCA Charo Ordóñez

    BOLAS DE FUEGO Laura Libertad

    REGRESIÓN

    Magda Balero

    ––––––––

    Esto que estoy a punto de narrar, es verdad. No lo he contado a nadie antes, por temor a que se me tache de loca o desquiciada, pero es tiempo de que alguien lo sepa.

    Entran los primeros rayos de sol por mi ventana y se deslizan dando claridad a mi mente; por fin liberan mis recuerdos que por mucho tiempo se negaron a salir. Se agazaparon en mi mente como zorros en su madriguera o como un niño que se esconde cuando tiene miedo. De cuando en cuando había atisbos que solo confundían mi dañada memoria.

    Cuando se vive lo que he vivido, no se espera que se sobreviva, y, sin embargo, aquí estoy.

    La primera vez que escuché de la tía Celia fue el día que llegó un sobre de papel manila amarillo, de esos que se cierran con un hilo rojo ensartado en un botón de cartón, yo vivía en la casa de asistencia junto con otros cinco estudiantes. Me avisaban que tenía que acudir ante un notario público en la ciudad de México, porque había una herencia que tenía que reclamar. Me asaltó la duda ya que nunca había escuchado a mis padres mencionar a una tía con ese nombre. Cuando se es joven no se atiende a los presentimientos y la idea de heredar algo, me sedujo.

    La llamada telefónica a mis padres, quienes vivían en Atlixco, no me aclaró de qué tía se trataba y mi madre me animó a acudir al notario; debo aclarar que mi carácter siempre ha sido, lo que decía mi padre: apocado e imaginativo; me sentía insegura, por lo que convencí a una compañera de casa para que me acompañara a ver de qué se trataba.

    Concerté la cita con el abogado por teléfono y acudimos mi amiga y yo.

    El edificio donde se ubicaba la notaría estaba en el centro de la ciudad; el trolebús nos dejó sobre el Eje Central y, en medio del bullicio de una ciudad vibrante, nos dirigimos a la calle de República del Salvador. Nos encontramos ante un edificio del Siglo XIX. Se podía percibir la falta de mantenimiento en sus puertas sostenidas apenas por goznes de metal carcomido. Algunas ventanas con cristales rotos o carentes de ellos por donde entraba la lluvia, el polvo, y los transeúntes ociosos que tiraban sus desperdicios aumentaban el deterioro y suciedad. Comprobé la dirección que venía estampada en el sobre, no había duda, esa era la dirección correcta.

    Entramos a un pasillo oscuro y húmedo. Al fondo, iluminado por el sol del medio día, se destacaba un patio central rodeado de arcos y columnas. En el extremo había una puerta en la que se leía: Notaría Pública. El corazón me palpitaba como queriendo escapar de mi cuerpo, tomé una respiración y acerqué mi brazo para pulsar el timbre; de pronto mi mano era de piel oscura, casi negra. Brillaba, lo que hacía que las venas se resaltaran bombeando sangre. Los dedos eran largos y afilados, con las uñas descuidadas y sucias. Lancé un grito. Tere, que se encontraba a mis espaldas distraída observando aquel vetusto edificio, corrió a mi lado. No pude decirle qué me había asustado porque la puerta se abrió de golpe y en el quicio, una persona de hombros anchos y sonrisa que dejaba ver una dentadura perfecta (similar a la que mi abuelo se quitaba cada noche para dormir), nos saludó con un apretón de manos y nos hizo pasar.

    El regreso a la residencia de estudiantes fue extraño. Ni Tere ni yo hicimos cometarios a cerca de lo que acababa de ocurrir. Sería por la sorpresa o lo insólito de la noticia, que el silencio entre nosotras se podía rebanar con un cuchillo. Yo había heredado una casona antigua en el centro de la ciudad.

    El abogado fue breve. Las condiciones que había dejado la tía Celia eran que, para heredar la casa, tenía que vivirla forzosamente por cinco años, sola y hacerme cargo de ella. La condición no me pareció mal ya que teníamos que desalojar la residencia de estudiantes en un mes, puesto que iba a ser vendida para levantar un edificio de departamentos. Por lo que me pareció que mi problema estaba solucionado. La condición de habitarla sola no me gustó. Nunca lo había hecho; haber salido del pueblo para ir a estudiar a la capital me había costado muchas noches de insomnio, pensando en lo que podía suceder en una ciudad tan grande. En aquel tiempo, las migrañas se me agudizaron.

    El edificio marcado como el 356 de la calle República de Chile era como el resto de los edificios del Siglo XIX. Igual de deteriorado. A la distancia, la fachada daba la impresión de un rostro; un portón de madera oscurecida por el tiempo y el humo de los autos, que era como una boca a punto de engullir al visitante; a cada lado,

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