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Siempre dudé de su existencia
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Libro electrónico778 páginas11 horas

Siempre dudé de su existencia

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Información de este libro electrónico

Herman, dentro de su profesión periodística, inesperadamente la empresa donde labora, lo envía para cubrir la gira de una importante y famosa escritora, por el interior del país.

Nunca imaginaria que durante todo ese trayecto, tendría un cambio sumamente radical, al grado de llegar a exponer su propia vida.

Cuando estuvo a punto de renunciar, algo extraordinario se presentó en él, impulsándolo para hacer cosas que simplemente nunca encontró una explicación a todo ello, que a diario le venían sucediendo, digamos incluso: El Amor.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 may 2023
ISBN9798223811961
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    Vista previa del libro

    Siempre dudé de su existencia - Ricardo Cuéllar

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Capítulo 22

    Capítulo 23

    Capítulo 24

    Capítulo 25

    Capítulo 26

    Capítulo 27

    Capítulo 28

    Capítulo 29

    Capítulo 30

    Capítulo 31

    Capítulo 32

    Capítulo 33

    Capítulo 34

    Capítulo 35

    Capítulo 36

    Capítulo 37

    Capítulo 38

    Capítulo 39

    Capítulo 40

    Capítulo 41

    Capítulo 42

    Capítulo 43

    Epilogo

    Capítulo 1

    Tenía treinta y siete años de edad cuando recibí una notificación de parte de una editorial, ubicada en la ciudad de Guanajuato. Se me informaba era necesario que, a la brevedad posible, me presentara ante ellos. Mi petición había sido aceptada. Unos cuantos meses atrás, Ana Michel me ayudó a elaborar mi currículum, lo firmé y posteriormente lo envió. Sinceramente ya había perdido el interés pues ya había pasado algo de tiempo y pensé que nunca iba a ser requerido por parte de la editorial, de aquella ciudad.

    Vi en el calendario la fecha en la que, aproximadamente, fue enviada la solicitud y sí, habían pasado rápidamente varios meses. Pero finalmente he sido requerido por parte de la Editorial Garza Hermanos. En el último renglón del telegrama, se me informaba que era requerido para ir a ocupar el puesto de jefe en redacción. ¿Quién lo iba a creer? ¡Yo no!

    Necesitaba un cambio de ciudad y de trabajo. Era muy importante para mí, debido a las circunstancias que había pasado hacía poco tiempo. Un día, al no recibir la respuesta esperada, opté por enviar más solicitudes a otras casas editoriales. Incluso, envié algunas a Sudamérica y en esos momentos Ana Michel, decía: Algo bueno va a ocurrir.

    Una vez que me recuperé de la agradable impresión, me apresuré a enumerar las prioridades que tendría que hacer al otro día muy de temprano, y no eran unas cuantas las que tenía que realizar, por cierto. Mi estado de ánimo, muy de repente, había vuelto a ser el de siempre: lleno de mucho optimismo. Pero aún me seguía pareciendo sorprendente: ¿cómo es posible que, de la noche a la mañana, mi vida volviera a dar un giro muy importante? Quizás este era el más importante para sobrevivir o para caer de nuevo.

    Una de estas prioridades, era pedir mi liquidación cuanto antes al trabajo donde había laborado hasta ese momento, por más de seis años. En otros tiempos, lo hubiese pensado demasiado la idea de abandonar la empresa, pero ahora eran otras circunstancias, otros buenos tiempos por enfrentar. La oportunidad de mi vida finalmente había llegado y, en esta ocasión, había llamado hasta la puerta de mi casa. No tendría caso escuchar otras ofertas de mi actual trabajo, ni de ninguna otra editorial.

    Esto lo preví, pensando en que quizás la empresa editorial, en cierto momento, quisiera detenerme. Sabía de antemano, que esto no iba a ser así, pero, podría ser que me hicieran alguna propuesta a última hora.

    Nunca se me ocurrió intentar explorar ese campo, pues siempre temí pedir un aumento. Ahora y afortunadamente, era demasiado tarde para intentarlo.

    De repente mis días en el empleo actual y en la ciudad, se vieron contados, muy pronto debía de abandonar las oficinas, y todos esos lugares, que nunca dejé de merodear y recorrer por cada rincón de la Ciudad de México, a todas horas, sobre todo de noche.

    Era cierto, que todos los lujos que pude haber disfrutado durante mi estancia en la editorial, los iba a echar de menos. Sin olvidar los buenos eventos, en que era encomendado para representar a la empresa.

    Las reuniones en los mejores restaurantes, las obras de teatro y muchas cosas más, que seguro las iba a extrañar, pues era un sinnúmero de cosas que, a partir de ese momento, iba a tener que dejar, una vez que cerrara la puerta de mi departamento y marchara. Mi deseo era el nunca volver a la ciudad, al menos, no a trabajar. Pero por mi bien, todo esto tenía que suceder, y eso, bastante claro lo tenía. Ese viernes hacía mucho frío, estábamos a mediados del mes de junio, era raro que se sintiera este tipo de frío por las mañanas. Entré a la oficina de mi jefe, pues tenía deseos de charlar con él antes de que fuera absorbido por los otros departamentos.

    —¿Estás seguro de lo que me estás pidiendo?

    —¡Completamente, señor!

    —Sabes que tengo nuevos planes contigo... Incluso, hace poco empezamos tú y yo, con algo nuevo. ¿Lo recuerdas?

    —Hace seis meses, señor.

    —Bien, ¿entonces qué sucede contigo?

    —Hace seis meses que lo dijo, señor, pero han pasado muchas cosas desde ese tiempo y...

    —Pero mi promesa vale más que esos seis meses —dijo mientras se ponía de pie y se retiraba un poco de su escritorio— cierto es que no he cumplido, sabes que esto tiende a analizarse por parte de los demás directivos y lleva su tiempo. Sin embargo, independientemente de lo que resuelvas hoy, hablaré con ellos de cualquier manera.

    —Usted sabe bien como es esto, ambos sabemos que eso no va a suceder, al menos, mientras ellos estén en la dirección...

    —Ellos están conscientes del apoyo que nos diste hace poco, en la gira por el país con la escritora.

    —Es precisamente por eso, señor —interrumpí a sabiendas de que iba a continuar haciendo la misma mención—. He comprendido que, debido a lo sucedido, lo mejor es partir y buscar otros caminos diferentes, incluso en otra ciudad.

    —Yo lo entiendo, sé que no debo de preguntar, pero por el tiempo que tienes laborando aquí, te resulta complicado olvidar, pero todo es a su tiempo.

    —¡Sí, y el mío ha llegado!

    —Ok, puedo saber ¿qué vas a ir a hacer a otro lugar?

    —Es buena su pregunta, le contestaré: haré lo que no me han permitido hacer más aquí —dije sonriendo— aquí solo siento que estoy estancado. Aquí mi futuro se fue desde hace mucho tiempo. Y aunque ambos procuramos volver a retomar el pasado para hacer mejores cosas, los directivos no me lo permitieron, por eso me voy.

    —¡Vamos, Herman!

    —Tengo aún la edad y mucho más que eso, la disponibilidad para iniciar mi carrera de nueva cuenta en otro lugar.

    —No era eso a lo que me refería, pero, tienes razón. A veces la vida nos trata duramente y creo que eso es lo que ha sucedido contigo, pero debes de comprender...

    —¿Comprender qué?

    Su insistencia me empezaba a molestar. Pero resignado, aceptó finalmente mi decisión y dijo:

    —Está bien. Si así lo has decidido no hay problema. Ve y haz lo que tengas que hacer, o lo que quieras hacer. Aquí el tiempo, dices, ya no te favorece para olvidar y superar el pasado. Solo recuerda, que aquí siempre tendrás a un amigo para escucharte y apoyarte, y, sobre todo, si un día decides volver, seguramente algo podría hacer por ti.

    —Gracias, jefe. Lo sé y es por eso que quise venir antes hablar con usted.

    —Lo demás, ya sabes que tienes que hacer, me refiero a los trámites.

    —Sí, señor. Ahora si me permite, pasaré a las oficinas administrativas, para iniciar los trámites necesarios, esperando que pronto sea aceptada mi renuncia.

    Iba a salir y me detuvo por el antebrazo para preguntarme:

    —¿Cuándo piensas marchar?

    —Si es posible, y si el tiempo lo permitiera, a partir del próximo lunes estaría por allá.

    —De que pronto sea aceptada tu renuncia yo me encargo. Aunque, quizás no te den la liquidación que tú has pensado.

    —Con todo respeto señor, la liquidación en estos momentos, no es tan importante. Lo que me den de liquidación, servirá para darme por bien servido —le dije mientras me despedía estrechando su mano que repentinamente me extendió—. ¡Nuevamente gracias por todo señor!

    —Te entiendo, Herman, ahora mismo hablaré con Susi Carrasco, para que inicie prontamente tu liquidación.

    —Gracias, señor.

    —Gracias a ti por todas esas ideas que siempre plasmaste en gacetas y, en aquellos artículos tan interesantes que siempre armaste. Lamento que haya sido así. Te deseo lo mejor de las suertes. ¡Cuídate, Herman!

    Salí de la Editorial Novo un poco más temprano de lo normal. El licenciado Galván, sin que se lo pidiera, me lo autorizó. Fuera de ahí, me propuse en hacer dos cosas importantes. Consulté mi reloj y observé que aún era buena hora para visitar la inmobiliaria.

    Alguna vez, esta empresa me apoyó para adquirir el departamento actual, que ahora pondría en venta. El plan estribaba en venderlo de inmediato. Mi decisión era definitiva y no volvería por un buen tiempo a la Ciudad de México.

    Eran casi las seis de la tarde cuando salí de la inmobiliaria, dejando previamente un juego de llaves por si deseaban mostrarlo a cualquier interesado, aunque no estuviera presente.

    Por cierto, curiosamente volví a ser atendido por la misma chica que, en aquel entonces, me dio todo el apoyo para conseguirlo: Reyna Santos Ortega. De eso hacía no más de tres años. Cómo pasa el tiempo volando le dije cuando la vi.

    Una vez que salí de ahí, caminé y busqué un restaurante cerca de la misma zona. Y entré al primero que vi. Había abandonado mis lugares favoritos. Realmente sentí que había cambiado mucho. Sentía que no era el mismo de hacía unos cuantos meses, desde que Ana se fue de mi vida.

    Mientras me asignaban un espacio adecuado para sentarme a comer, llamé al contador José Cosh Morales, de la ciudad de Guanajuato. Mis manos temblaban de la emoción y una vez que entró la llamada, al enterarse de quien se trataba, de inmediato prestó atención a lo que decía.

    Me dio una cita, quedó de recibirme al día siguiente, si así yo lo deseaba. Observé que casi al instante en que empezamos el dialogo, mis manos dejaron de temblar. Era una gran persona. Me hizo bien escuchar la voz de una persona nueva. Y, sin pensarlo dos veces, le dije que sí, que ahí estaría presente al día siguiente.

    Colgué dando de brincos de mucho júbilo, pues no pensé que, en tan solo unos cuantos minutos, confirmaría lo expresado en el telegrama del día anterior.

    Surgieron varias cuestiones casi enseguida. Hizo mención, que desde hacía unas cuantas y largas semanas atrás, había estado buscándome, llamando al número de celular que le asignaron y que fue incluido en la solicitud de trabajo, sin obtener respuesta. Seguro que Ana incluyó ese número.

    ¿Pero qué número sería? Luego recordé que había enviado la solicitud al destino que ella misma había elegido.

    En la mesa y a la espera de mi platillo pensé: ¿Ana habría anexado su número telefónico también? ¿Qué pasó con el mío?

    Luego imaginé, ¿qué me diría ella si estuviese ahora aquí? Seguro que me diría: ¡Lo hemos logrado, Herman!, quizás también me hubiese dicho: Bien, Herman, ahora el paso que sigue, ve y no desistas. Y seguro que me colmaría de besos y de muchas felicitaciones.

    Sentí que un extraño escalofrío me recorrió por todo mi cuerpo al volver a pensar en ella. Nunca olvidaré que ese era su plan antes de partir: Regresaré pronto de España para formar un hogar juntos aquí, y en una nueva ciudad.

    Siempre quiso que yo emigrara de mi antiguo trabajo y obviamente de la ciudad. No estaba de acuerdo en la forma en que venía laborando dentro de la empresa. Y una vez, nos fuimos conociendo más y más, ya con toda la confianza, le hablé sobre de mi pasado y de los pormenores por los que pasé.

    En cierta tarde, dijo que me apoyaría para que lograra encontrar el cambio que tanto necesitaba. Se acercó y me dijo:

    Herman, pronto terminaré mi labor aquí y tendré que regresar. He pensado en que quizás, podría hacer algo por ti antes de marcharme. Me gustaría que, con toda la calma posible, elabores un currículum sumamente detallado y me lo des, ya que deseo agregar algo de mi parte, ¿cómo ves?

    Le dije que sí y me limité a observar su rostro, sonreía satisfecha por haberle dicho que sí haría lo que me pidió.

    Y desde ese día, mientras caminábamos, le escuchaba plantear más futuro, sentí que mi vida realmente empezaba a tener un nuevo rumbo.

    Recuerdo que un par de semanas antes de partir, me pidió mi auto y viajó a muy temprana hora a la ciudad de Querétaro. Sí, entonces hablaba de viajar a Querétaro, y de tratar de conectarme ahí, nunca mencionó la ciudad de Guanajuato.

    Ella siempre fue así, tenía un estilo muy diferente de hacer las cosas. Muchas veces no opinaba, simplemente actuaba. Quizás no quiso arriesgarse a comentar en qué ciudad podría ser contratado. Ahora, ese día había llegado y la realidad era que pronto tendría que viajar a la ciudad de Guanajuato. Ya podía verme trabajando en la Gerencia de Redacción de aquella Editorial Garza Hermanos.

    Salí del restaurante satisfecho por haber devorado un corte de más de 250 gramos. Regresé al departamento y enseguida empecé a empacar, al menos todo aquello que estuviese a mi alcance y que yo debería de llevarme. Empecé por ir sorteando lo más especial: mis recuerdos que compartí con la escritora Ana Michel.

    Sabía con certeza de que ya no iban haber más noches de intensa y amarga soledad, siempre con la misma incertidumbre, por temer que los sueños llegasen a ser los mismos en cada noche, y, por ende, las mismas pesadillas.

    Pero sabía que si me alejaba retomaría lo más importante: Escribir. También volvería a publicar y hacer todo aquello que una vez le prometí a Ana Michel. Pero ahora, con otra visión emprendería rumbo a ese viejo camino de sueños, de creación. Daría inicio a un libro donde se dijera con detalle, todas las vivencias que tuve y que fueron un día interrumpidas, y que irremediablemente, me habían causado mucho dolor, tan agudo era, que llegué a pensar que era el final.

    Abrí el closet y tomé mis trajes y los empaqué cuidadosamente. Reparando en guardarlos en un par de maletas, seleccionando las más grandes para no lastimarlos. Llegó entonces el turno de los pocos fracs que adquirí con el paso de los años. Primero el frac de color gris que usé para la graduación de Mariana.

    ¿Qué será de Mariana?

    Nunca imaginé que Mariana, dentro de su ambiente personal y social, un día se acercara para invitarme a su graduación pues, no teníamos mucho de empezar a conocernos, más que todo de laborar juntos. Siempre procuré ser muy reservado para no volver a caer en algún error y procuré guardar mis distancias y no tener una relación sentimental con alguien del trabajo.

    Aún quedaban restos del fracaso de mi pasada vida matrimonial y definitivamente no quería verme involucrado en más situaciones de esta índole.

    Recuerdo que, un día, mi jefe, el licenciado Galván, se acercó y me habló que pronto me asignaría un nuevo asistente, para que junto conmigo, elaboráramos nuevas ideas para el periódico y también, para la sección de las áreas sociales.

    Así, esperé sin ansias, en que un día cualquiera, aparecería el nuevo asistente. Mas nunca me habló de que mi nuevo asistente sería una mujer, una bella mujer, como lo era Mariana.

    Me pidió que le diera todo el apoyo pues, él consideraba que iba a ser un buen elemento, y que junto conmigo, no dudaba en que hiciéramos un buen trabajo. Y así fue, en pocos días, trabajando juntos, tuvimos nuestros primeros éxitos. Ella tenía buenas ideas y, sobre todo, interés por quedarse en la empresa. Simplemente aproveché esas buenas ideas y las canalicé de lo mejor que pude hacerlo.

    Mariana tenía 25 años cuando se presentó a mi oficina, un par de días después de que el licenciado Galván me diera la noticia. Quedé fascinado desde el primer instante en que la vi e inmediatamente la acepté como mi asistente y compañera.

    Tenía la aptitud para quedarse en el puesto. Facilitándome mucho espacio y tiempo para mis propias actividades. Por más de dos años Mariana y yo logramos mejorar la sección de espectáculos, algo que, durante un buen de tiempo, no se había visto en la editorial: entrevistas a gente muy importante, tanto de los negocios, arte, deportes y demás.

    Varias veces tuvimos el reconocimiento de nuestro director general, y eso, era un gran privilegio para cada trabajador que lo recibiera.

    Las nuevas estrategias de Mariana, simplemente me encantaron. Ella se mantenía muy ocupada creando a diario su propia sección. Mientras que yo, con el tiempo suficiente, lancé al periódico dos artículos, que fueron todo un éxito durante más de dos años. Solo que, como todo, nada es para siempre.

    Los errores siempre tienden a pasarnos factura algún día, y eso fue precisamente lo que sucedió conmigo. Sucedió y entendí que después del error viene la irremediable y absurda soledad.

    Mientras recordaba todo esto, continué empacando mi ropa. Acomodo cuidadosamente todas aquellas cosas de las que jamás me desprenderé.

    Mientras las colocaba, observé que algo ligero cayó en el piso. Era una hoja de papel tamaño carta. En cuanto me detuve para levantarla, recordé perfectamente bien de que se trataba. Una vez más Mariana venía a mi mente.

    En uno de esos días, poco después de haber cometido aquel fatal error, en cierta mañana y a temprana hora, Mariana pasó a dejar las llaves de mi departamento ahí mismo, procurando no encontrarme. También dejó una nota en la recamara. Y ahora la he vuelto a encontrar pues cayó del pantalón del mismo frac que usé en su graduación. No entendí que hacía dicho mensaje en este pantalón pues, no lo volví a usar desde ese día de su fiesta. En tal mensaje refería explícitamente, porque había decidido irse de mi lado y poner punto final a nuestra relación.

    Yo sabía perfectamente lo que decía cada párrafo, sin embargo, la curiosidad por volver a ver su letra, volver a leerla, hizo que lo extendiera y diera inicio como si fuera la primera vez.

    Creí que, al volver a leer, encontraría algo diferente que me condujera a reflexionar desde otro ángulo. Tomé asiento en el piso alfombra de la sala y empecé lectura.

    ¡Herman!

    Sé que no vas a entenderme, pero créeme que lo intenté y busqué de todas formas y con el deseo de siempre de estar muy cerca de ti. Siempre quise hacer y dar lo mejor de mí con el afán de hacerte feliz. Entendí que venías saliendo de una difícil relación y que, para mi mala suerte, no pude cubrir ese hueco que te dejó tal ausencia. Luché con mucho amor y con mucha armonía, para que un día finalmente pudiéramos salir adelante los dos juntos. Pero no fue así. Intenté adaptarme a tu medio, a tus difíciles momentos que por muy sombríos que estos fueran, quise brindarte mi abrigo, mi calor y mi presencia siempre sin ninguna condición.

    Solo me bastaba con el amor que decías sentir por mí. Quise que encontraras en mí la perfección que venías buscado, dentro y fuera del ámbito profesional. Siempre serás lo máximo para mí en todos los sentidos. Gracias por el tiempo que un día me brindaste. Ojalá y algún día, descubras o encuentres lo que desea tu corazón y desde luego, que en algún momento puedas brindarle sitio en tu corazón a alguien más. Entiendo perfectamente que no seré yo.

    Sinceramente: Mariana.

    Recuerdo que en una noche que regresé al departamento, me dirigí hacia el escritorio de mi estudio para dejar algunos documentos que debía de analizar antes de irme a la cama, y encontré un llavero, que pronto reconocí, provocándome mucha alegría al imaginar que ella podría estar esperándome. E ingenuamente llegué a pensar, que Mariana había regresado a mi lado. Lo tomé y me encaminé en su busca. Exploré cada espacio del departamento y todo fue inútil. Fui a mi recamara y dejé mi saco, entonces al colgarlo en el closet, observé que sus pocas pertenecías que un día había dejado, se las llevó.

    Solo una hoja de papel tamaño carta, recién doblada encontré en la entrada de la recamara sobre el tocador. Se trataba de la misma hoja que hoy he vuelto a encontrar misteriosamente.

    La primera vez que lo leí un extraño nudo creció dentro de mi garganta, sería tanta la soledad que me esperaba estando sin ella... Concluí la lectura y estrujé la carta muy triste y molesto, pues acababa de corroborar que Mariana nunca más volvería a estar conmigo. Terminé arrojándola al cesto de la papelera. Quise salir corriendo y llegar hasta en donde ella se pudiera encontrar e intentar dialogar, aunque fuera por última vez, pero ella ya había dado el paso definitivo para no volver a vernos jamás.

    Tomé asiento en el borde de la cama y pensé en cómo serían los siguientes días, estando dentro de la oficina y sin podernos tratar. De hecho, pensé en renunciar.

    Ahora solo recuerdo que, al otro día, antes de ir al trabajo y con más calma, fui y extraje la nota del cesto, dejándola de improviso sobre del escritorio. La volví a leer algunas veces más cuando regresaba de trabajar y pensaba en ella.

    Mariana, como he dicho, llegó a mi vida cuando menos yo lo esperaba, llegó cuando más solo vivía. Vino a hacer que los días ya no fueran tan largos. Con su presencia, logré despejar mi mente, resolver algunas cosas que precisamente, creí no volver a vivir. Ingresaba a sus labores con todo ese ímpetu que todos tendemos hacer, cuando nos llega la oportunidad de tener un nuevo empleo. Dedicó más de su tiempo que cualquier otro empleado de la editorial. Realizaba el trabajo que yo le encomendaba y más aún, aquello que yo iba dejando pendiente. Respondía toda la correspondencia que me llegaba a diario y que mi secretaria muchas veces no hacía.

    Entendí que ella, solo trataba de congraciarse conmigo y nada más que eso. Y ante tal actitud lo que me restaba era apoyarla para que se fuera ambientando a su nuevo trabajo, y obvio, se quedara con el puesto. Muchas veces le dije que se retirara a descansar pues era tarde, pero hacía caso omiso y se quedaba hasta que yo terminara o bien, cerrara la oficina.

    —Deja solo saco este pendiente que tienes y me retiro.

    —¡Siempre te has de salir con la tuya Mariana, ya es muy tarde!

    Casi siempre tenía listo el plan de trabajo para cuando yo llegara, sin esperar a que yo le planteara lo que tenía previsto hacer. Entre todas sus actividades, le gustaba revisar mis escritos antes de publicarlos, realmente se había convertido en más que en una simple compañera, en una agradable asistente.

    Cuidaba asimismo exageradamente de mi persona, por mínimo que fuese el detalle y que ella observara, se acercaba hasta mi escritorio siempre con la misma y cautelosa pregunta:

    —¿Estás bien, Herman? ¡Te noto cansado!

    —¡Claro que sí! ¿Por qué la pregunta?

    Muchas veces sus preguntas me sorprendían.

    —Solo fue mi instinto, me pareció verte preocupado.

    —No es nada. Quizás un poco cansado. Pasémonos a retirar.

    —Deja y reacomodo los artículos de nuevo y nos vamos.

    Efectivamente, muchas veces me sentía cansado o fastidiado por mi recién divorcio. Pero me causaba gracia y sorpresa a la vez, el instinto que, como toda mujer, ella llevaba. Algo así como su sexto sentido.

    Yo tenía una demanda en ese entonces, y estaba a punto de culminarla. Sin embargo, me reusaba en firmar la separación.

    Había pasado un año desde que Mariana y yo empezamos a trabajar en los proyectos de la editorial, y una mañana llegó ante nuestra oficina, un tipo que traía de un nuevo un citatorio por parte del juzgado civil de primera instancia. Raquel, quien aún por aquellos días era mi esposa, me llamó ante el juzgado civil para reiniciar el proceso de divorcio.

    Sin quererlo así, pero debido a las circunstancias de ese momento, Mariana tuvo que presenciar lo que este sujeto me aconsejaba. Solo se limitó en mirarme a los ojos, incrédula, pues nunca le había hablado sobre mi pasado y menos decirle que estaba aún casado. Nunca di motivo para tocar ese tema y tampoco me importaba hacerlo. Pero al escuchar de este tipo tantas sugerencias, creo que se sentía entre la espada y la pared y se limitó a guardar silencio, ya que no sabía qué hacer. Pero no se retiró. Tampoco yo no hice nada por salirme de ahí.

    Apenas unos instantes se acababa de retirar la secretaria del director, dejándonos por escrito la encomienda para asistir por parte de la editorial a la embajada japonesa. La finalidad, era que debíamos de realizar una entrevista a ciertos empresarios nipones que eran muy importantes. Se retiró el tipo una vez que dejó claro lo que podría suceder si yo no me presentara al juzgado a comparecer. Mariana, una vez estando solos, se dirigió hacia Rita para que nos consiguiera una cita a la embajada japonesa, pero creí que le decía algo más que esto.

    —No me habías comentado que fueras casado, perdón, quiero decir: no sabía que lo fueras —dijo visiblemente sonrojada.

    —No te preocupes. No te lo dije, porque ni yo mismo sabía cuál era mi verdadera situación conyugal. —agregué intentando sonreír— hace tiempo que ella se fue...

    —Si gustas no lo comentes.

    Hice caso omiso y continúe. Por primera vez hablaba sobre mi vida, con alguien ajeno, era raro, pero me sentía bien porque siempre había sido así, siempre se iba y regresaba cuando menos lo esperaba.

    —Tristemente debo de aceptar que no fui lo que ella esperaba. Fueron difíciles tiempos, tanto económicos como anímicos.

    —¿Por qué, Herman?

    —¿Por qué? Había muchos factores y nunca les di importancia o bien, no tenía el tiempo suficiente para hacerlo, quizás por causas de trabajo. O quizás porque vi que todo era inútil.

    —¿Y eso pesa después?

    —Sí, porque se cansó de tantas limitaciones, sobre todo limitaciones económicas. Finalmente, todo tiene un límite y a ella llegó el suyo. Hoy he decido darle punto final a esto, quizás lo debí de haber hecho antes, pero aún creía ingenuamente que solo era un capricho de ella y no mío. Hubiéramos evitado tantas situaciones tan difíciles y pesadas, como la de hoy mismo. Irónicamente, desde la última vez en que ella se fue debí de haber demandado. Pero de repente todo empezó a cambiar favorablemente que todo lo dejé así. Sin pensar más en ella. Casi dos años de no verla, ni saber de ella.

    —¿Y luego?

    —Llegué aquí. Un ex profesor de la facultad me recomendó en la editorial y mira... Todo cambió mejor de lo que yo esperaba. Llegaron más oportunidades, otro sueldo. ¿Sabes? Estoy seguro que ni siquiera sabe cuánto percibo. Y bueno, al menos sabe en donde laboro.

    Aún no sé cómo se informó de esta dirección. Estoy seguro de que no sabe en donde vivo y es mejor que no lo sepa, porque después de esto que acabo de presenciar, es seguro que no nos volveremos a ver nunca más. Sabes, tenía por costumbre alejarse de la casa por una o dos semanas y sucedía lo mismo: iba yo por ella y regresaba como si nada hubiese pasado.

    —¿Pero, por qué lo permitías?

    —Siento que era porque la quería mucho. Y otras cosas más, su familia y la mía, eran y son grandes amistades. De ahí salió todo. Pero en cuanto pude, adquirí el departamento en donde ahora vivo. Y un día me fui del antiguo departamento que rentábamos y lo entregué, dejé todos los muebles para cubrir el adeudo y me fui.

    —¿Ya no sientes nada por ella?

    —¡Claro que no! ¿Qué debería de sentir?

    —¿Rencor?

    —En un tiempo sí. Y más al verme humillado frente de sus padres y frente a mi familia también. Nunca creí que se fuera de mi lado y lo hizo. Entonces estaba muy enamorado y tuve que aprender a vivir sin ella. Ahora, al pedirme el divorcio después de tanto tiempo, entiendo que nunca sintió nada por mí.

    —¿Cuánto tiempo tienen o estuvieron casados?

    —No más de dos años. Éramos muy jóvenes, yo casi iba terminando la carrera de periodismo. Un día, decidimos casarnos. Creímos que todo iba a estar bien. Trabajaba de auxiliar para una editorial del gobierno. Pero como te dije, el dinero que yo aportaba no era suficiente para satisfacer sus gustos y lujos innecesarios. Pensé muchas veces que al aceptar casarse conmigo, bien sabía que nuestro inicio de matrimonio iba a ser muy modesto. Creí que ella me amaba al igual que yo, y que eso era suficiente para que de ahí empezáramos a hacer algo bonito y eso fue un error.

    No lo valoró así. Por eso ahora que manda a este tipo con tal citatorio, debo de estar agradecido porque quizás ella piense que no lo voy a aceptar, pero voy a dar fin a este sueño irrealizable de una vez por todas. Ahí estaré para esa fecha.

    —¡Bien dicho! —dijo sonriendo.

    —Me sentía como un idiota con solo ir y pararme a pie de la entrada de su casa. Hasta que un día su padre me vio y me recomendó que, por el bien de los dos, que ya no la buscara más y así lo hice. Dejé las cosas así y me evoqué en trabajar y lograr situarme en otro lugar, con nuevos planes.

    —¡No puedo creerlo! Su familia, ¿le permitieron que regresara a su casa de nuevo?

    —Sí. Tienen una buena posición económica. Ya no tengo dos trabajos, pero hubo una temporada en que escribía para dos periódicos de diferente editorial. Mis jefes actuales, me dieron un buen puesto y un buen sueldo con la finalidad de que trabajara en exclusivo para ellos. Y es lo que hago ahora. Bueno, pues, en resumen, ya sabes esta parte de mi vida.

    —Siempre pensé que algo había en ti. —dijo sonriendo.

    —Era difícil de continuar así. Ahora aspiro en seguir superándome y quizás, hasta un día llegué a viajar y entonces regresé y escriba un libro.

    —¡Sé que lo lograrás!

    —Gracias, Mariana. ¿Sabes? Ahora me hace sentir más que bien el tocar este tema con alguien como tú. Hace días hubiese procurado cambiar de tema. ¡A veces hasta me causaba lastima yo mismo al mírame ante el espejo!

    —¡No digas eso!

    —¡Uno nunca sabe hasta dónde podemos aguantar! Solo puedo asegurarte una cosa: ¡Es mi tiempo y procuro hacer de él lo mejor que pueda!

    —¡Y vas bien, Herman! ¡Todo mundo aquí en la editorial, habla bien de ti! Para mí eres un gran hombre, y, en el tiempo que hemos laborado juntos, he tenido la oportunidad de conocerte. Créeme: ¡vas bien!

    —Gracias, Mariana.

    —Gracias a ti por haberme aceptado como tu asistente. ¡No te voy a fallar nunca!

    —¡Lo sé!

    Seguía empacando mis cosas mientras pensaba en Mariana, hacía un buen de tiempo que no pensaba en ella, sin embargo, hoy de nuevo, al leer el mensaje y saber de ella, me hizo sentir bien. Debo de aceptar que ella fue, parte fundamental para que mi vida empezara de nuevo a girar en torno a un buen camino. Tal y como se lo hice saber en aquella ocasión: ahora es mi tiempo y no sé mañana qué venga.

    Sin demora alguna, continué guardando la demás ropa que aún quedaba sobre mi cama. Con mucho esfuerzo, logré cerrar la penúltima maleta. Y pude haber continuado con la siguiente, pero sonó mi celular y respondí al llamado.

    Era la señorita de la inmobiliaria, que apenas hacía un rato le había vuelto a consultar en su oficina. Refería que estuvo revisando su agenda, y observó que tenía un cliente casi con los mismos gustos que los míos en decoración y espacio, era probable que se interesara en el departamento.

    No lo podía creer, pues apenas habían pasado unas cuantas horas que estuve dialogando con ella y ya tenía un probable comprador. Me pidió autorización para poder mostrarlo al día siguiente. No hice reparo alguno y le dije que podía pasar a mostrarlo para cuando ella así lo dispusiera.

    Luego de colgar, volví a la carga, hasta terminar de llenar la cuarta maleta. Después de casi una hora más en estar guardando mi ropa, quedé aniquilado y no pude dar un paso más. Ahí mismo en la recamara, me tendí, sin deseo de hacer ese día un movimiento más.

    No me levanté hasta después de las dos de la mañana. Pues empecé a sentir un poco de hambre y entonces me dirigí hacia el refrigerador pensando que aún conservaba algo de alimentos, extraje dos rebanadas de pavo ahumado y con poco de lechuga, di inicio a una excelente preparación.

    De repente un frío extraño recorrió mi espalda. Tomé una sudadera que había dejado sobre de una de las sillas y me envolví en ella. Comí el sándwich y lo acompañé con un vaso de leche fría y me dirigí hacia mi habitación, procurando dormirme pronto.

    Volvió a sonar mi teléfono, desperté y divisé la hora en el reloj del buró. Pasaban de las 9: 30 horas, no creí que hubiese transcurrido tan pronto el tiempo después de que volví a acostarme.

    Preocupado como siempre, tomé la llamada. Era la Gerencia Administrativa de la editorial. Seguro me llamarían la atención por no ir a trabajar, pero no fue así. Me llamaban, para informarme que ya había sido aceptada mi renuncia y que debía de pasar lo más pronto posible para concluir los últimos trámites. Y de esta manera, pronto obtendría mi liquidación.

    Mis ojos se anegaron de felicidad por lo que acababa de escuchar, como también de nostalgia, al saber que muy pronto quedaría deslindado para siempre de la editorial. Lo iba a resentir mucho pues, fue la primera empresa en donde realmente aprendí a expresar mis ideas con más libertad, desarrollando con mayor profesionalismo todas mis inquietudes y deseos que siempre quise llegar a publicar.

    Desde el primer día en que incursioné en la Editorial Novo, hice el máximo esfuerzo para poder corresponder a quien un día se prestó por recomendarme. Y al igual que Mariana, yo también correspondí con mucho ahínco el apoyo que alguien sin conocerme, me dio la oportunidad, diciéndome:

    Aquí, Herman, hoy te coloco dentro de la catedral de los sueños y de las ideas realizables, solo basta que tú los descubras.

    Lindas palabras. Nunca las olvidaré, porque a diario resuenan por mi mente y siempre con ellas he logrado dar lo mejor de mí. Antes de colgar me dijo la señorita Susi Carrasco, que el director me esperaba en el transcurso de una hora por su oficina. Así que, en cuanto colgué, salí casi volando del departamento. Solo me bastó unos cuantos minutos para un breve aseo y un cambio de ropa.

    Tomé mi auto y en media hora iba entrando sofocado a la editorial. Todos me miraban de una manera muy extraña, intuí que mi director ya les había hecho saber sobre mi renuncia. Y sino fue él, era seguro que la señorita Susi Carrasco ya había hecho lo suyo.

    Observé que la mayoría de los compañeros me trataron de una manera no muy usual. Hasta Rita, mi secretaria, que en los últimos tiempos tuvo un trato nada agradable, me sonrió al verme, como queriendo tirar todo el desprecio que sentía por mí al olvido.

    Todo el rencor que ella mostró fue simplemente porque Mariana y ella llegaron a tener una estrecha amistad.

    Bajo aquellas miradas, entré a mi oficina para recoger parte del informe que cada semana le entregaba a mi jefe. Y en medio de risas, descubro que ella y María Esther, celebran no sé qué. Quizás ya saben que pronto ya no estaré más en la editorial.

    María Esther era mi actual asistente, que el director nuevamente y hacía poco, me había encomendado en preparar para que cubriera la vacante que había dejado Mariana en su tiempo, pues ella misma pidió el cambio de oficina e incluso, el cambio de sucursal. Pasé a la oficina de mi jefe, quien ya me esperaba de pie mirando por la grande y panorámica ventana que tenía detrás de su amplio escritorio.

    —¡Veo que no pudiste dormir después de la grata impresión que te llevaste, Herman!

    —Perdón, señor, la verdad es que me dormí a muy altas horas de la noche, rehaciendo mis maletas. Sé que no es excusa y menos quiero que piense que...

    —Debería de estar molesto, pero no. Te comprendo. Alguna vez todos pasamos por lo mismo. ¿Dices que estás haciendo maletas? ¿Acaso ya te esperan? Digo, sino es indiscreta mi pregunta.

    —Desde luego que no, señor. La verdad sí que me esperan más pronto de lo que yo mismo me he imaginado. He sido convocado para ir y reportarme a mi nuevo trabajo en una editorial de la ciudad de Guanajuato —le dije y creo que no debí de haber dado parte de esos datos.

    —¿En Guanajuato? ¡Qué bien!

    Era evidente que el licenciado Galván lamentaba mi partida, luego al mismo tiempo que tomó un folder dijo:

    —Mira, quiero que le entregues en este día y si te es posible a María Esther toda la información y equipo que tú consideres necesario. Temporalmente se hará cargo de tu trabajo y ya veremos.

    —¡Por supuesto que lo haré ahora mismo, señor! Mary se ha convertido en toda una profesional. Ahora me encargaré de dejarle todo listo.

    —También requiero que me entregues por escrito, todo el reporte de los equipos que vayas a dejarle a su disposición. Y entonces puedes ir y a hacer todas aquellas cosas que aún te queden pendientes.

    —Así será, señor. Gracias.

    —Por otro lado, puedes pasar con la señorita Susi Carrasco, quien se le ha encomendado que lleve a cabo toda tu liquidación, junto con el contador José Martínez también.

    —Sí señor, ahora mismo lo haré. —le dije y salí contento por la facilidad que él me estaba brindando para poder marcharme pronto de la editorial.

    Me dirigí a mi oficina y le pedí un poco de espacio a Mary para usar la computadora y bajar mi poca información que aún pudiera quedar por ahí. Le llamé a Rita para que ella hiciera el reporte que mi jefe requería, y una vez que lo tuviera listo, yo lo firmaría. Ahora que me iba liberando de todas mis ataduras, procedí por lo más importante y ascendí al sexto piso, en donde debía de firmar toda la documentación requerida.

    Sucedió lo mismo que en el otro nivel: el personal de este departamento me miraba como a un bicho raro. Hasta que uno de ellos se presentó y me dijo:

    —¿Es cierto que te contrató una empresa importante en la provincia?

    Sonreí, pues no hacía mucho en que lo acababa de comentar. Ahora comprendí qué tan bien o qué tan mal, puede la gente actuar en un santiamén, estando dentro de una empresa, y aquí, no era la excepción.

    —¡Creo que sí!

    Dije con cierta mordacidad. Después de que en un tiempo fui tratado, por casi todos ellos de la manera más ruin.

    Nunca llegué a pensar qué tanto afecto le guardaban a Mariana. Ya que casi todos me aplicaron la ley del hielo cuando Mariana de alguna manera les hizo saber o bien, se enteraron por otros medios sobre mi infidelidad hacia ella.

    Todo sucedió en aquellos días, era un aniversario más de la empresa. Y la editorial como siempre, invita a diferentes personalidades de todos los medios sociales, económicos y desde luego políticos y demás. El magno evento se llevaría a cabo en el pequeño auditorio del mismo edificio. Designaron a Mariana para que ella junto con otros más compañeros fueran los conductores de tal ceremonia en donde se premiarían entre otras cosas, a aquellos empleados que, durante el curso del año, habían hecho mejoras en su desempeño y en cosas más sobresalientes.

    Recuerdo que un día anterior le estuve apoyando a preparar la conducción, le gustó mi protocolo y solo se encargó de afinar algunos puntos más pequeños y me pidió que estuviera ahí presente, muy cerca de ella para darle más confianza.

    Le dije que sí, a sabiendas que eso iba a ser imposible, ella iba a estar sobre del estrado y yo estaría entre la demás gente.

    Sucedió como siempre, para esta clase de eventos, la empresa contrata a un grupo de edecanes finamente seleccionadas por los organizadores del evento.

    Mi jefe, el licenciado Galván, al pasar por mi oficina me vio y me invitó para que lo acompañara a planta baja y ambos conociéramos a las flamantes chicas, que se encargarían de recibir a los invitados el día del evento. Realmente me gustó que me invitara. Siempre tan reservado con los demás y conmigo era la excepción. Así que acepté su propuesta y de inmediato me incorporé.

    —Siempre has tenido buen gusto por las chicas, Herman. —dijo en tono de broma mientras íbamos bajando, no le respondí nada.

    Al llegar nos encontramos efectivamente con un grupo de bellas chicas, que esperaban precisamente el dar inicio al protocolo que se iba a seguir en ese día. El visto bueno lo iban a dar algunos directivos. Creo que mi jefe era uno de ellos, según lo descubrí.

    La hermosura de las chicas era más que evidente. Y en cuanto estaba más cerca de ellas, lo confirmé inmediatamente. Les fueron presentadas al igual que a mí, una por una. Pasamos a sentarnos, acompañados por otros directivos que como por arte de magia se fueron anexando.

    Nos sentamos a un costado para observar, cómo se desenvolvían en el simulacro que empezaron a efectuar bajo las indicaciones de parte de los organizadores. Después de casi media hora de ensayo y de mil comentarios por parte de estos ridículos jefes míos, nos levantamos para cada quien retornar a sus respectivas oficinas.

    Cuando inesperadamente se acercó una de ellas hasta donde yo me encaminaba. Se condujo y me llamó por mi nombre. Quedé incrédulo al observar que alguien me llamaba por mi nombre, mis jefes se detuvieron en el acto. Curiosos se quedaron para ver qué era lo que seguía. Todos boquiabiertos al igual que yo, no respondí. Solo hice alto y esperé.

    —¡Ya lo decía yo, Herman! ¡Debo de juntarme un día de estos contigo, para hacerme más famoso que tú! —y todos soltaron la carcajada.

    —¡Perdón! ¿Se refiere a mí?

    —¡Claro! ¿No es usted el escritor Herman Hernández Curie? de la sección: Los fantasmas de hoy en día.

    —Sí —le respondí incrédulo.

    —Le he escrito a usted a su correo y nunca he tenido una respuesta. Quiero decir, le escribí alguna vez sobre una experiencia que creí haber vivido —dijo muy nerviosa.

    —¿Algo paranormal? —dije sonriendo.

    —¿Por qué se ríe?

    —Perdón, pero me agrada que le interese mi artículo.

    —¿Es en serio lo que dice?

    —¡Por supuesto!

    —Y usted nunca me respondió

    Pensé en Rita a quien yo le había encomendado en contestar todos los correos, valorando desde luego los más importantes. Otras veces lo hacía la propia Mariana.

    —¿Podrías darme un autógrafo? —Dijo y me extendió una hoja.

    —¿Cuál es tu nombre? —Pregunté y extraje la pluma de mi camisa. Mis jefes estaban atónitos y a la vez deleitándose de la bella chica.

    —Lucia Fernández Mejía. ¡Hasta que por fin te conozco! Perdón por quitarte tu tiempo.

    —No te preocupes. Me agrada mucho el haberte conocido. —dije con sinceridad y mis jefes acertadamente me sugirieron:

    —Atiende a la señorita, Herman. Te vemos allá arriba después.

    —Sí, señor. —agregué y se alejaron.

    —Veo que eres buena fisonomista.

    Le dije con más tranquilidad luego de que mis jefes partieran. Platicamos un poco sobre de su tema y quedamos en continuar escribiéndonos por correo electrónico.

    Regresé a mi oficina y Mariana me esperaba sonriendo suspicazmente. Le pregunté si sucedía algo y dijo que no. La conocía lo mismo que ella a mí, demasiado bien. Sabía cuándo algo no andaba bien, o simplemente me quería confiar algo y no encontraba la forma de hacérmelo saber. No en balde pronto cumpliríamos dos años de conocernos. De algo se enteró y sin embargo no quiso hacérmelo saber, en ese momento.

    Capítulo 2

    Llegó el día en que debía de ir y comparecer ante el juez del juzgado civil, por el divorcio que Raquel me había solicitado. Con mucha pena le pedí a Mariana que fuese mi testigo.

    Estando en el juzgado, el juez me pidió copia de mi credencial de identificación. Bajé a la fotocopiadora más cercana y regresé para firmar lo que sería la separación definitiva entre Raquel y yo. Antes debía de aceptar y extender un cheque que ampare el adeudo que quedó pendiente de la renta del antiguo departamento en donde alguna vez ambos vivimos.

    Descubrí que el propietario nunca le dijo a Raquel, que ya había yo liquidado todos los adeudos y en qué forma. Su nuevo y futuro esposo, dijo sin embargo y para sorpresa de todos que no habría problema por eso, ya que él asumiría esa responsabilidad, siempre y cuando yo firmara en ese momento. ¡Qué alivio!

    Mariana voltea a verme y guiñando el ojo izquierdo, me da a entender, que todo estaba resultando bastante bien. El nuevo acompañante asumió todo tipo de responsabilidades, sobre todo en pagar trámites y demás. Por mi parte no hubo ningún inconveniente. Todos quedamos satisfechos.

    Salí cansado y confundido en cierta manera, pero al fin libre. Qué acertado estuve al haber invitado a Mariana en venir conmigo, caminaba a mi lado un poco seria, pero sonriente y de vez en cuando cruzábamos las miradas y se sonrojaba.

    —¿Sabes? Me siento bien. Gracias por haber venido.

    —¡Lo hiciste bien! Te felicito. ¿Verdad que era esto lo que a veces te inquietaba y no te hacía sentirte bien?

    —Creo que sí.

    —Era una carga ya innecesaria, Herman. ¿Sabes que me pidió Raquel al final?

    —¿Cómo, se atrevió en pedirte algo?

    —Tranquilo amigo. Sí. Raquel habló conmigo. —respondió mientras ella retomaba de nuevo el paso.

    —¿Acaso Raquel requiere de algo más? —Volví a preguntarle.

    —Sí y no.

    —¡Vamos, Mariana! —Empezaba a desesperarme.

    —Descuida, no es nada de cuidado, solo conversamos un poco. Pero me causó risa su petición, además de que aprovechó para hacerlo, al ver que tu bajabas a sacar las copias.

    —¡Ah! ¿Fue en ese instante?

    —Sí, y sin más preámbulo me pidió que te cuidara mucho. Dijo que realmente eres una buena persona y que en el fondo ella tuvo mucho la culpa.

    La miré absorto por lo que estaba diciéndome.

    —Recalcó en cierto momento, que sí reconocía el haberte hecho mucho mal. Ahora deseaba que simplemente tu vida fuera más amena conmigo. —dijo mientras sonreía con mucha complicidad— Y que daría todo porque nunca volvieras a sentirte mal. Y me pidió que nunca te dejara y que te hiciera muy feliz, tanto o mucho más de lo que ella no lo pudo hacer.

    —¿Cómo se atrevió?

    —No te molestes, tampoco te sientas mal. Ella ha reconocido su error y eso es importante para ti, para que pronto te recuperes y, sobre todo, que te des cuenta que nunca estuviste mal. Y mira que lo dijo enfrente de su nuevo acompañante. ¡Nada que ver ese tipo contigo, Herman!

    —Vamos, Mariana, deja de echar tantas flores que...

    ¡Espérate! Quieres decir que....

    —Vaya por fin...

    —Sí.

    —Ella pensaba o piensa que tú y yo somos... ¿una pareja?

    —Al menos eso pensó, pero ¿acaso no trabajamos juntos, como pareja? Deja de poner esa cara, Herman. ¿No piensas reír?

    —Sí claro, es un buen motivo para hacerlo, pero conduce más aprisa que no llegamos.

    —Finalmente le has demostrado que no la necesitas más. —hizo un alto en el semáforo y continúo diciendo— es normal que al verme contigo, ella piense que pronto has encontrado a alguien más.

    —Creo que ella no debió de haberte dicho nada y...

    —Perdón, solo quise decir...

    —No te preocupes.

    —Solo procuró decir Raquel en el último instante que fueras muy feliz.

    —¡Ya lo soy, y ahora más!

    Ambos sonreímos y ella continuó conduciendo sin decir nada más.

    Capítulo 3

    Pasaron largos seis meses y en una ocasión llegó Mariana a la oficina, dejando sobre mi escritorio una invitación, con bonita presentación, muy bien diseñada. No dijo nada, solo me observó y entonces le pregunté:

    —¿Es para mí?

    Hizo una mueca, pero enseguida abrí el sobre sin imaginarme de qué podría tratarse. Leí el encabezado y vi que se trataba de ella misma.

    —¿Así que te vas a graduar, Mariana?

    —¿Qué, se te hace demasiado pronto?

    —No, creí que ya lo habías hecho.

    —No. Apenas lo voy a hacer. ¿Me vas a acompañar?

    —Me gustaría.

    —También a mí.

    —¿No importa si voy solo?

    —No importa, es por eso que me gustaría que asistieras. Además, así está bien, porque de lo contrario yo no tendría con quien bailar.

    —¿Me estás diciendo que también irás sola?

    —Solo si no vas tú.

    —¿Y si no voy?

    — ¡Iré sola!

    —No lo creo.

    —¿Por qué no?

    —No creo que alguien como tú vaya sola a una fiesta y menos si es su graduación.

    —¿Alguien como yo? ¿Cómo es ese alguien como yo?

    —Bella, agradable. ¡Excelente persona!

    —¡Adulador! Alguien como yo...

    —¡Es verdad, eres una gran persona para mí!

    —No quiero pensar en que me estás cortejando...

    —Solo estoy diciendo la verdad.

    —Gracias, Herman, tú también eres un alguien muy especial para mí.

    —No soy especial, solo que algo has de querer.

    —¡Sí! ¡Que vayas a mi graduación! Pero debo de advertirte que no sé bailar —dijo apenada mientras discretamente toca mi mano.

    —¿No sabes bailar? ¡Yo tampoco! —Dije sonriendo.

    —Entonces vamos bien.

    —Sí, vamos bien.

    —¡Entonces veamos cómo nos va!

    —Perdón, ¿quién más va a ir?

    —Mis padres y mis dos hermanas. Con sus respectivos esposos y nada más.

    —¡Chin, ni modo!

    —¿Cómo que ni modo?

    —Pensé que íbamos a ir solo los dos!

    —¡Herman!

    Y a partir de ese momento y sin pensarlo, sentí que había despertado algo raro y bonito. Y esa noche al llegar a mi departamento y antes de dormir volví a pensar en ella.

    No quería aceptarlo, menos me acercaría para hablarle de otras cosas que no fueran parte de nuestra parte laboral. Rehuía al pensar en ese instante en otra cosa, mientras que ella hablaba sobre sus planes para el día de su graduación.

    Y sin contar el tiempo que faltaran para su graduación, ese día ya había llegado. No quiso que pasara por ella a su casa, solo me pidió que les diera alcance en el propio salón. Y así lo hice. Aún recuerdo ese encuentro y el momento en que era conducido hasta su mesa.

    Al verme se levantó de inmediato. Aún no llegaba hasta en donde ella se encontraba y ya había salido a mi encuentro. Al verme más cerca, se ruborizó aún más que el propio tono de su maquillaje que embellecía en todo su esplendor su rostro. Lo mismo sucedía conmigo, yo también había quedado completamente azorado al observarle, realmente lucía muy bella esa noche.

    Llevaba un vestido brillante de color azul turquesa, en un tono semi obscuro, con los hombros y gran parte de la espalda al descubierto, permitiendo aún más lucir el contraste, del color blanco de su fina piel, con el color negro tabaco de su mediana cabellera y suelta, como pocas veces la había yo visto.

    Sorpresivamente y sin esperarlo, tomó mis manos y me dio un beso en la mejilla. Nunca nos habíamos saludado así. Sonriendo nerviosamente, me invitó a pasar hacia su mesa y me presentó con su familia.

    Enseguida me indicó donde debía de sentarme, era el único lugar que aún quedaba disponible y obvio, quedé cerca de ella. Fue una bella experiencia estar todo ese rato muy cerca de ella y de platicar cosas muy fuera del trabajo. Por segunda ocasión les habló a sus padres de mí y sus padres me felicitaron, agradeciendo a la vez todo el apoyo que le he brindado a su hija, así también por haber venido a acompañarla en su graduación.

    Sus hermanas eran también de buen parecido, pero nada que ver con Mariana, sí que lucía muy bella esa noche.

    La fiesta siguió su curso y una vez que me desentumí, o bien, nos desentumimos y con el efecto de unas cuantas copas, sentí un poco de confianza y la invité a bailar y enseguida aceptó. Antes, se retiró la estola que le cubría parcialmente su bella espalda. Extendió su mano para tomar la mía y juntos partimos rumbo a la pista de baile. Qué verdadera emoción sentí y experimenté, cuando tomé su delicada espalda por primera vez.

    Al ritmo de dulces melodías de la orquesta que en ese momento nos deleitaba, armonizando suavemente la bella sala en donde nos deslizábamos Mariana y yo como toda una pareja lo hiciera. Por mi parte, yo sentía como si flotara sobre del liso y suave piso, trasladándome hacia otro lugar, otro mundo, lejos, muy lejos de en donde hace tiempo deseé en no volver a estar.

    Estando junto a sus brazos esa noche, bien podrían pasar cosas buenas o malas, finalmente estando ahí con ella, no me podría importar nada lo demás. ¡Creo que entonces era yo feliz!

    No podía creer que fuese la misma Mariana con la que en cada día laboraba y así también discutiera asuntos de trabajo.

    La música y también un poco de los cuantos tragos que ingerí, provocaban, que me sintiera con más confianza, como para poder conversar y decir todas esas cosas bellas, que descubrí en ese momento que aún las podría decir con mucha facilidad. Siendo sincero, me imaginé que también a ella le gustaba escucharlas.

    Descubrí también en ese instante, que las zapatillas que Mariana usaba en ese momento, fueron finamente seleccionadas por ella, y creí saber cuál era el motivo. Aunque normalmente ella era un poco más alta que yo, en esa noche estando muy juntos no nos veíamos tan desproporcionados.

    Mi mano con agradable placer, sentía y gozaba del ligero movimiento que su delgada cintura giraba en torno al movimiento que yo le indicaba.

    ¿Cómo sería mi vida, si Mariana aceptara vivir conmigo hoy y siempre? Pensaba mientras aspiraba su suave aroma muy cerca de mi hombro. Antes de responderme, vino otra pregunta, pero ahora era de parte de ella.

    —¿Puedo saber en qué piensas, Herman?

    Creo que adivinó mi pensamiento y al escuchar su tenue voz tan cerca de mi oído, tuve que volver a la realidad y abandonar mis fantasías.

    —¡Eh, en nada! Creo que solo soñaba —dije sorprendido.

    —Es lo que pensé. Y, ¿puedo saber qué soñabas?

    Sentí como su mirada obscura e intensa, se clavaba dentro de mis ojos tiernamente. Quizás a sabiendas de lo que pudiera responderle dejó de moverse y colocó su brazo suavemente a mi espalda, esta vez, dejándose llevar por mi propio ritmo.

    —Pensaba: ¿qué más se le puede pedir a la vida, Mariana?

    —¡Nada, lo tienes todo!

    —¿Pero, dime una que se te ocurra en este momento?

    —¡Herman! ¿No creí que fueras tan romántico?

    —¡Yo tampoco! Dime...

    —¡Ser más feliz!

    —¡Ya lo soy! Dime otra.

    —Ser amado.

    —¿Lo preguntas?

    —Lo afirmo.

    —Bien. Sabes qué me estaba preguntando mientras soñaba...

    —¿Sí?

    —Te lo voy a decir, pero no te vayas a burlar o lo peor: tomarlo a mal.

    —¿Tomarlo a mal?

    —Ok. ¡Solo no te vayas a molestar!

    —¡Me intrigas, Herman! —Dijo mientras me miraba sonriendo.

    —Me preguntaba: ¿cómo es que estando siempre tú tan cerca de mí, no te había observado bien?

    —¡Herman!

    —Sí. Cuando llegué aquí creí haberme equivocado de lugar, o quizás, haber llegado a otra mesa.

    —¿Cómo?

    —No te encontraba o bien, creí no encontrarte.

    —No entiendo —dijo y se detuvo unos cuantos segundos y reiniciamos el movimiento.

    —¡Hasta que me convencí que eras tú! Y...

    —¿Y?

    —Y ahora que estas tan cerca, es decir, ahora que te tengo tan cerca, veo lo hermosa que eres.

    —Solo es el maquillaje, Herman. ¡A veces es el alcohol!

    —¡Más allá de eso!

    —Suena interesante. Pero, ¿qué hay de lo que soñabas, es esto?

    —Pues es eso, admirar lo bello que es la vida y tú eres la vida actual que me rodea ahora.

    —Herman, ¿qué cosas estás diciendo?

    —¡Lo bello que es la vida ante tu presencia!

    —Se me olvidaba que eres escritor.

    —No me entiendes...

    —Por unos cuantos tragos que has tomado, estás viendo monos con...

    —¡No solo son las... manitas del maquillaje, tampoco el efecto del alcohol!

    —¿Vamos, Herman? Pienso que me estás cortejando de nuevo.

    —¿Qué es cortejar? ¿Decir las cosas bonitas que uno siente al momento, y que van llenas de verdad?

    —¡Guau! ¡Qué romántico eres!

    —Creo que no soy el único, pero, ¿quieres que le pregunte a la pareja que está a nuestro lado si están de acuerdo conmigo?

    —¿Lo harías?

    —¡Deja voy!

    —¡Herman! ¡Estás bien loco!

    —¡Sí, eso es cierto, siempre lo he estado!

    Inesperadamente cubrió mi boca con su suave y delgada mano diciendo:

    —¡Herman, deja de decir cosas que no son!

    —Tú empezaste, pues querías saber que era lo que yo soñaba, ¿no es así?

    —Pues, sí.

    —Te estoy diciendo lo que pasaba por mi mente entonces.

    —¡Qué imaginación la tuya!

    —Nunca habías puesto tu suave mano sobre de mi boca.

    —¡Es verdad, perdón! Pero no digas que estás loco —dijo nerviosa.

    —Ok, ya no lo diré.

    —Continúa.

    —¿Quieres que continúe?

    —No sé. Bueno, quiero decir, sigue contándome lo que sueñas, pero mejor ven, salgamos a respirar un poco de aire fresco.

    Salimos a una pequeña terraza alumbrada por luz tenue y de color ámbar. Todo el lugar se veía muy romántico, propicio para empezar a soñar.

    —Nunca he tenido la duda en acertar de que eres un gran pensador y escritor, pero... ¿Romántico? ¡Siempre tan serio!

    —Y es que, estando a tu lado, cualquiera puede convertirse en romántico, sería tonto hablar de negocios en este momento.

    —Solo me haces reír, Herman. ¿No quiero pensar que me estés cortejando?

    —El describir lo que mis ojos ven en ti, ¿es cortejarte?

    —¡Yo digo que sí! Y me intriga el saber por qué.

    —Será porque al ver el rostro en cada pareja que está a nuestro alrededor, siento que yo también como ellos, puedo volver a soñar, y estando con alguien como tú...

    —Ven, mejor vayamos a bailar...

    Acepté y nos dirigimos de nuevo hacia la pista. Introdujo su mano sobre mi hombro y sonrió cuando lo hizo. Me tomó nuevamente por mi espalda y se dejó llevar por el suave

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