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Conspiración: Man on the Run
Conspiración: Man on the Run
Conspiración: Man on the Run
Libro electrónico178 páginas2 horas

Conspiración: Man on the Run

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Información de este libro electrónico

La regla de oro: Aquel que tenga el oro, manda.

En un mundo post-oro: Aquel que controle la moneda, manda.

Por accidente, el detective Warren Clog de la CIA descubre un complot que no tiene sentido excepto por los padres de Jack, un joven universitario. Cuando los padres huyen, Jack es arrastrado hacia una conspiración mundial para salvarse a sí mismo y a sus padres. Está en riesgo nada más que la estabilidad del mundo libre

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento21 ene 2021
ISBN9781071584354
Conspiración: Man on the Run

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    Conspiración - Baron Alexander Deschauer

    Para Shoshi

    TAMBIÉN POR EL MISMO AUTOR

    Revelación

    El arte de la riqueza

    Fausto

    Campos de concentración de Canadá

    Serie: Hombre a la fuga

    Volumen 1: El documento Hildebrandt

    Volumen 2: Cómo volverse rico

    Volumen 3: Conspiración

    Volumen 4: Caos

    Volumen 5: Esclavos de la circunstancia

    Volumen 6: Para los más ricos o los más pobres

    Capítulo 1

    Mientras iba por la congelada y solitaria carretera. Me encontré con una figura solitaria. Con mis decisiones tomadas, hice una más y me detuve a ofrecerle un aventón.

    ―¿A dónde vas?― Pregunté. Estaba conduciendo para olvidar y buscando compañía.

    ―Al norte― dijo.

    ―Súbete.

    Lo hizo. Puso su mochila en el asiento trasero y se pasó al frente.

    ―¿Es todo lo que tienes?― dije mirando su mochila.

    ―Si.

    Él era de mediana edad, barbudo, y usaba un abrigo pesado. No podía ver mucho más desde donde yo estaba sentado. Todo lo que sabía es que él pudo haber muerto si alguien no lo hubiera recogido pronto.

    ―¿Esperaste mucho?― Pregunté

    ―Sí, no muchas personas recogen autoestopistas en estos días. Gracias.

    Se encogió de hombros e intentó sonreír. El frío debió de congelar la mayoría de su rostro, pero entendí su gesto.

    ―Te dejaré calentarte antes de que comience a hablarte demasiado― Dije. Él no respondió.

    ―Tengo un termo de café allá atrás por si quieres algo para beber. Hay probablemente un sándwich y algo de chocolate si gustas.

    ―¿Estás seguro?

    ―No lo ofrecería si no lo estuviera. Sírvete.

    Lo hizo, sirvió un café negro para mí y uno para él. Unos minutos después, debió comenzar a descongelarse ya que se quitó su abrigo y lo puso en el asiento trasero. Entonces se desabotonó una pesada chamarra de franela la cual se dejó puesta y se frotó las manos en el suéter que traía debajo para calentarse. Esperaba que tuviera un hedor, pero fue sorprendentemente placentero. Probablemente yo olía peor que él.

    ―¿Fumas?― pregunté.

    ―Cuando tengo la oportunidad. ¿Qué es lo que tienes?

    ―Solo tabaco― dije, dándome cuenta cómo se podría haber mal interpretado eso.

    ―Funciona para mí. Solo fumo tabaco.

    ―Lo siento, no me refería a nada con eso, solo estaba intentando ser amigable.

    ―Traigo cigarros si tú quieres, pero quizás no estés demasiado interesado en que se quede el olor en tu nuevo auto.

    ―Es rentado.

    Eso lo intrigó. ―¿A dónde vas?― preguntó.

    ―El norte suena bien para mí. He conducido desde Dalas. Necesitaba un cambio de escenario. Miré Churchill en un mapa y pensé que el norte de Canadá era tan buen destino como cualquiera. Ya sabes, osos polares y todo eso.

    Él sonrió. ―¿Estás huyendo o es una mala racha?

    ―Una jodida mala racha. Solo necesito despejar mi cabeza.

    ―¿Sabes que no puedes conducir hasta Churchill?

    ―Oh sí, me di cuenta de eso cuando pasé Winnipeg y tomé un mapa. ¿Quién lo hubiera pensado?

    Él se quedó en silencio por un momento ―También voy hacia Churchill. Mi plan era tomar el tren desde Thompson. Si aún quieres ir, esa es realmente tu única opción a menos que quieras volar, pero no pareces tener mucha prisa.

    Eso me hizo sonreír. ―Suena a que tenemos un plan.

    ―¿Vas a conducir durante la noche?

    ―Eso planeaba, pero creo que Thompson está alrededor de siete horas más. Deberíamos llegar justo antes de medianoche.

    ―Suponiendo que el clima coopere. añadió.

    No fue así. Tres horas desde que salí de Winnipeg y dos horas después de haber recogido a mi nuevo compañero de viaje, el viento se levantó y la nieve de los campos comenzó a volar a través de la carretera. Fue una escena agradable al principio, algo sacado de un paisaje de National Geographic. La gran extensión del blanco con el sol poniéndose, crearon un matiz anaranjado mientras seguíamos por el asfalto negro. No estaba cayendo nieve, pero los objetos del suelo estaban siendo impulsados sobre la carretera, arañando la civilización. Trozos de nieve golpearon contra las llantas mientras conducíamos. Bajé la velocidad, encendí, las luces y vi caer los primeros copos de nieve. Nunca antes había pensado en el clima. ¿Quién diablos piensa en el clima? Para eso son los autos buenos. La realidad es que, si no puedes ver la carretera, no puedes conducir.

    Para cuando me di cuenta, me entró pánico. No había muchos pueblos por esta ruta. Mantuve mis ojos bien abiertos y apreté el volante.

    ―No lo tenses dijo.

    ―¿Eh?

    ―Relaja tus manos al volante, desacelera y deja que el auto conduzca. Estaremos bien

    ―Es fácil para ti decirlo. Yo nunca he visto una nevada como esta, mucho menos manejado así.

    ―¿Quieres que yo conduzca?

    Dudé. No conocía a este tipo proveniente Adam, pero de verdad parecía un sobreviviente. No muchos intentarían hacer autoestop aquí. Decidí que era mejor que mis torpes habilidades de conducir. Además, mis nervios se dispararon y todo el romance de despejar mi cabeza y manejar al norte se habían pasado al asiento trasero.

    ―Está bien―dijo―Quita tu pie del acelerador, pero no pises el freno. Lo último que queremos es comenzar a girar a esta velocidad.

    Eso me puso más nervioso. No había considerado el riesgo de girar sin control. Dejé que el auto derrapara hasta detenerse. Cuando estábamos estacionados, mis manos estaban pegadas al volante, logré zafar una mano y poner el auto en aparcado. Solté mi otra mano y me dejé caer hacia atrás en mi asiento, sudando. De hecho, agradecí la ráfaga de viento que entró cuando abrí la puerta para cambiar asientos.

    ―¿Estás bien?― dijo mientras nos acomodábamos en nuestras nuevas posiciones.

    ―Si gracias, te debo una

    ―No, yo te la debo por recogerme. Recuéstate, toma un poco de tu chocolate y te llevaré al siguiente pueblo. Creo que es Grand Rapids. No es glamuroso, pero estoy bastante seguro de que tendrán alguna especie de hotel.

    Me hundí en mi asiento y observé la nieve en las luces delanteras. El sol se había puesto y se sentía como si condujéramos a la velocidad de la luz, con las estrellas corriendo hacia nosotros. La oscuridad nos rodeaba. La calefacción y lo exhaustivo de manejar sin parar, me pusieron a dormir rápidamente.

    Cuando me desperté, estábamos estacionados de nuevo. La nieve continuaba cayendo, más fuerte que antes. Había un resplandor de luces del edificio al lado de nosotros. Él nos aparcó justo enfrente de la entrada del hotel y dejó el motor encendido mientras entraba. Cuando regresó, estaba sonriendo y sostenía un juego de llaves.

    ―Solo tenían una habitación, pero tiene dos camas. Les dije que estaba bien. No creo que tengamos muchas opciones. El restaurante estará abierto por otra hora más o menos. Debería darnos suficiente tiempo para desempacar y comer algo antes de que todo cierre.

    ―Gracias dije―¿Cuánto te debo?"

    ―Nada. Va por mi cuenta

    Pensé lo extraño que era hacer autoestop, pero tener dinero suficiente para pagar una habitación. En ese momento, no me importó mucho. Solo quería salir del infierno invernal y que el sol saliera otra vez.

    Tomé mi maleta y vacié el carro de cualquier cosa que pudiera explotar si se congela y lo alcancé en la pequeña y lúgubre habitación.

    Llamar al establecimiento un hotel era ser amable; era un motel. Era una construcción de madera, construido por lo menos hace siete décadas, con un techo empinado y la puerta principal de aluminio. Pero era un refugio del frío y estaba agradecido. Las camas estaban abultadas y las mantas tenían un ligero hedor entre orina y vomito a pesar de verse claramente bien lavadas y blanqueadas. No me importó. Estaba cálido y era suficiente con los calentadores para mantener el frío afuera. Comimos algo parecido a comida en el restaurante y tomamos unas copas en el bar del motel. La gente era amigable y no podrían haber sido más serviciales con las indicaciones, las historias y su empatía con nuestra situación. En circunstancias diferentes, este lugar me habría gustado.

    A la mañana siguiente, desperté con el resplandor rojizo del reloj del radio. Eran casi las ocho y aún estaba oscuro afuera. Mi compañero de viaje roncaba ligeramente, pero eso no me había despertado. Me di un baño, me rasuré y me alisté para el resto del viaje hacia Thompson.

    ―¿Cómo se ve el clima hoy?― le pregunté a la mesera mientras me servía mi primer café.

    ―Mira por la ventana, cariño

    ―¿Eso es normal? Pregunté

    ―Bastante normal. Parece que es uno grande. No creo que nadie vaya a ningún lado por unos días.

    ―¿Disculpe?

    ―¿No te has enterado? La tormenta más grande de la temporada está entrando. Tienes suerte de haber llegado aquí anoche. Estamos esperando más de catorce pulgadas de nieve, pero el viento va a continuar por días. Tomará un buen día más o menos después de que termine para que las carreteras abran.

    Bajé mi café. No tenía mucha prisa, pero no me esperaba esto.

    ―¿Ya decidiste que es lo que quieres?

    ―Quiero el especial. El lado soleado hacia arriba con pan tostado, por favor.

    Pensé que no tenía sentido morir de hambre si iba a estar estancado aquí. Solo que no estaba seguro de qué iba a hacer por los próximos días. En este punto, el autoestopista llegó a acompañarme.

    ―¿Escuchaste las noticas?― Tomó una silla y se sentó frente a mí.

    ―Si. No son muy buenas

    ―Oh bueno, no me puedo quejar. Estamos en un lugar decente con comida caliente y todas las amenidades. Podría ser mucho peor.

    ―No mucho― dije refunfuñando.

    ―Créeme, esto es el cielo y por lo que puedo deducir de ti y tu situación, quizás esto es justo lo que necesitabas.

    Intenté sonreír. Él era muy maldito optimista.

    ―No estoy seguro si estás calificado para decir eso― dije.

    ―Te sorprendería. Vamos por algo de comer y te contaré una historia que te hará feliz de estar vivo.

    Nos terminamos el desayuno y sin tener otro lugar a dónde ir, nos posicionamos en el bar del motel. Estaba al lado del salón de desayunos y tenía una gran televisión en la pared, con los únicos sillones cómodos de todo el lugar. Era temprano y supusimos que no molestaríamos allí. La mesera nos vio movernos de lugar y nos ofreció una jarra de café.

    Nunca he conocido a ninguna celebridad. No realmente. Lo más cercano que estuve fue una tarde cuando entré a un pequeño restaurante dónde conocí a un viejo comediante que idolatraba en mi juventud, estaba deslumbrado e intentaba parecer despreocupado, lo saludé y le ofrecí mi mano. Él la estrechó y soltó un chiste interno sobre una de sus películas. Me reí cortésmente y se fue por su camino. Su apretón de mano no era extraordinario en ninguna manera. Era una mano. No era un apretón particularmente firme tampoco. La experiencia entera fue menos de lo que esperaba. Por otro lado, el autoestopista, continuaba sorprendiéndome.

    Mientras comenzaba a hablar, me di cuenta de que estaba en presencia de alguien que realmente había vivido una vida. una dónde conoció gente poderosa y tenido igualmente, enemigos poderosos. Puedes juzgar el tamaño de un hombre por sus enemigos. Escuché alguna vez. Esta es la historia que me contó.

    Capítulo dos

    La mesa estaba preparada y la champaña estaba fría. Jack sintió la pequeña caja en su bolsillo. Esta noche le haría esa pregunta a Sarah que sabía que le haría desde el momento en que la conoció.

    Él miró alrededor y no había nada que hacer más que esperar a que Sarah llegara. Comenzó a ordenar la cocina. Un cuchillo yacía en medio de la tabla para cortar, cuando lo tomó, volteó su mano hacia atrás. Lo sorprendió el pensamiento que le cruzó por su mente. Pudo verse a sí mismo agarrando el cuchillo y encajándolo en su cuerpo. Nunca antes había tenido un pensamiento como ese y lo asustó profundamente. Decidió salir de la cocina y alejarse del cuchillo.

    Mientras volteaba para irse, miró hacia abajo y vio el cuchillo penetrando justo debajo de su esternón, en su estómago.

    Lo siguiente que recordó Jack fue a Joe al lado de él, sentado en la gran silla junto a la cama del hospital. Todo niño necesita un padre o

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