Un jefe engañado
Por Lee Wilkinson
4.5/5
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Ross Dalgowan se enfureció cuando descubrió que la mujer con la que había compartido una apasionada noche de amor estaba casada.
Pero la verdad era que Cathy estaba divorciada. Sólo trataba de ayudar a su hermano haciéndose pasar por su esposa. Y eso la llevó a meterse en un lío, dado que el atractivo desconocido con el que había pasado una noche maravillosa era su nuevo jefe.
Cuando Ross descubrió la verdad, decidió hacerle pagar caro a Cathy su engaño… en el trabajo y en el dormitorio.
Lee Wilkinson
Lee Wilkinson writing career began with short stories and serials for magazines and newspapers before going on to novels. She now has more than twenty Mills & Boon romance novels published. Amongst her hobbies are reading, gardening, walking, and cooking but travelling (and writing of course) remains her major love. Lee lives with her husband in a 300-year-old stone cottage in a picturesque Derbyshire village, which, unfortunately, gets cut off by snow most winters!
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Un jefe engañado - Lee Wilkinson
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2009 Lee Wilkinson
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un jefe engañado, n.º 1945 - septiembre 2021
Título original: The Boss’s Forbidden Secretary
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-693-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 1
CATHY había cargado el coche, se había despedido de los vecinos, había entregado las llaves del piso y había partido de Londres aquella mañana.
Como era un trayecto tan largo y Carl estaba preocupado por ella, había accedido a hacer el viaje en dos etapas y dormir en Ilithgow House, un pequeño hotel cómodo y barato regentado por una familia.
Carl le había dicho:
–Levántate lo antes posible, hermana. Hay un montón de kilómetros hasta Ilithgow; además, estos días antes de Navidad hay más tráfico.
A pesar de la advertencia, el viaje había sido más largo de lo que había imaginado y ya llevaba varias horas viajando de noche.
Acababa de dejar Inglaterra y había entrado en Escocia cuando empezó a nevar. Le encantaba la nieve y pensó en lo maravilloso que sería una Navidad blanca.
O lo sería de no haberse dejado convencer por Carl de vivir una mentira.
Cuando, por fin, vio un cartel en la carretera anunciando el hotel, el viento arreciaba con fuerza haciendo que la nieve golpeara contra los cristales del parabrisas y, prácticamente, estaba conduciendo a ciegas.
Al reservar habitación en Ilithgow House, se había enterado de que el hotel estaba a un kilómetro de la carretera principal. Sin embargo, para llegar había que cruzar un viejo puente de piedra que cruzaba el río Ilith.
Después de haber tomado la carretera secundaria que llevaba al hotel y de recordar el puente, Cathy detuvo el coche. En esas condiciones, podría no ver el puente y acabar en el río.
Tras reflexionar unos segundos, le pareció que lo mejor era salir del coche y echar un vistazo.
Con la mano en la manija de la puerta, vio un coche aproximándose detrás de ella. Era un coche grande, un Range Rover. El vehículo se detuvo al lado del suyo y la oscura silueta de un hombre se hizo visible en la ventanilla.
Cuando Cathy bajó la ventanilla, una agradable voz varonil le preguntó:
–¿Necesita ayuda?
Brevemente, ella explicó lo que le ocurría.
–Por suerte, conozco esta zona muy bien –dijo él–. La llevaré hasta allí, sígame.
Antes de que ella tuviera tiempo de darle las gracias, él se había puesto en marcha.
Por fin, a través de la tormenta de nieve, Cathy divisó las ventanas iluminadas del hotel.
Un momento después, el coche que la guiaba puso el intermitente de la derecha y se detuvo delante de los escalones de la entrada.
Mientras Cathy aparcaba su coche al lado del de él, el hombre apagó los faros de su vehículo, salió de él y se subió el cuello del chaquetón.
Aunque ella no podía verle la cara, sí vio que era un hombre alto y de anchos hombros.
Entonces, él le abrió la portezuela del coche y le preguntó:
–Supongo que tiene habitación reservada, ¿no?
–Sí.
Al ver los zapatos de ante y tacón de ella, él le dijo:
–El suelo está mal. Tenga cuidado al andar.
–Sí. Debería haberme puesto algo más apropiado, pero no esperaba esta tormenta de nieve.
Él no llevaba gorro y, al darse cuenta de que los copos de nieve caían con fuerza sobre su cabeza, Cathy salió del coche con demasiada rapidez y se escurrió.
Agarrándola por el brazo, él la sujetó.
–Ahora puede decirme: «Se lo advertí».
Él se echó a reír.
–Jamás haría una cosa así. ¿Tiene equipaje?
–Sólo una bolsa con lo que necesito esta noche.
Cuando Cathy la sacó del maletero, él dijo:
–Déjeme a mí –y se la quitó de la mano.
–Gracias –murmuró ella–. Pero… ¿no tiene usted también equipaje que llevar?
–No, no llevo equipaje. No tenía intención de pasar la noche aquí. Sin embargo, una reunión que tenía por la mañana ha sido pospuesta para más tarde y, dadas las condiciones climatológicas, es preferible que pase aquí la noche si no quiero arriesgarme ha acabar en un hoyo.
Cathy no podía estar más de acuerdo y, a través de la cortina de nieve, ascendieron los escalones de la entrada.
Al ver que ella tenía problemas para seguirle el paso, él la rodeó con un brazo. El cariñoso gesto le reconfortó, en agudo contraste con la pesadumbre que llevaba sintiendo hacía mucho tiempo.
Desde la muerte de sus padres, se había visto obligada a asumir todo tipo de responsabilidades, por lo que era extraordinario sentirse protegida, que otra persona asumiera el control de una situación.
Le dio pena cuando llegaron a la puerta y él retiró el brazo.
Una vez dentro, mientras se sacudían los pies en la alfombrilla de la entrada, él se bajó el cuello del chaquetón y se pasó la mano por el cabello para quitarse la nieve.
El vestíbulo del hotel tenía una moqueta roja y era acogedor, con varios sillones, un par de sofás, decoración de Navidad y una chimenea de leña encendida.
Pero la atención de Cathy estaba centrada en ese hombre. Era la primera vez que le veía de verdad y su reacción fue profunda. Un rostro de rasgos marcados y espesas pestañas le hacían el hombre más atractivo que había visto en su vida, y deseó seguir mirándole.
Pero, rápidamente, se recordó a sí misma que no podía permitirse el lujo de sentirse atraída hacia un hombre. Debía asumir el papel de mujer casada.
Un papel que había accedido a representar con el fin de que su hermano pudiera asumir el puesto de profesor de esquí, su sueño desde pequeño. Un papel en el que tenía que aparentar ser feliz; a pesar de que su corta experiencia con el matrimonio, con Neil, había sido de todo menos feliz.
Consciente de que el desconocido la estaba observando y, a juzgar por su expresión, le agradaba lo que veía, se puso nerviosa y apartó la mirada rápidamente.
Un copo de nieve se le calló por el cuello y la hizo temblar.
–Me parece que no le vendría mal utilizar esto –aquel hombre se sacó del bolsillo un pañuelo doblado y se lo ofreció–. Me llamo Ross Dalgowan.
Sus ojos se encontraron brevemente, ella los bajó.
–Yo me llamo Cathy Richardson.
Algo tímida, pensó él, pero era la mujer más fascinante que había visto nunca y quería seguir mirándola.
A pesar de tener buena dentadura y hermosa piel, no era bonita en el sentido estricto de la palabra. Su cabello era entre castaño y rubio, los ojos eran de un color indefinible, tenía la nariz demasiado corta y la boca demasiado grande. Pero su rostro en forma de corazón poseía verdadero carácter.
Mientras se acercaban al mostrador de recepción, ella se secó el rostro con el pañuelo y se lo devolvió.
–Gracias.
–Siempre a su disposición –dijo él con una blanca sonrisa que hizo que le diera un vuelco el corazón.
Cathy aún trataba de recuperar la compostura cuando una mujer rolliza y de cabello cano salió por una puerta al fondo del vestíbulo.
Sonriendo mientras se acercaba al mostrador, dijo animadamente:
–Buenas tardes… aunque me temo que de buenas no tienen nada –entonces, su expresión se torno de sorpresa–. Vaya, es el señor Dalgowan, ¿verdad?
–Sí, así es. Buenas tardes, señora Low.
–No le esperaba con este tiempo.
–Por el tiempo es por lo que estoy aquí –dijo él–. Iba de camino a casa cuando me ha sorprendido la tormenta de nieve y ha hecho que me decida a pasar la noche aquí.
–¡Oh, no! –exclamó la mujer–. No tenemos ninguna habitación libre. Pero sería una locura viajar en una noche así, así que lo único que puedo ofrecerle es un sofá delante de la chimenea y el uso del cuarto de baño de la familia, que está al otro lado del arco a la derecha. ¿Le parece bien?
–Sí, perfecto. Gracias.
–Le daría la habitación de Duggie, pero ha vuelto a casa a pasar la Navidad con nosotros y ha traído a su novia –la señora Low suspiró–. Los jóvenes de ahora son muy atrevidos en lo referente a las relaciones. A mí jamás se me habría ocurrido hacer eso cuando era joven, pero Duggie siempre está diciéndonos a Charlie y a mí que tenemos que modernizarnos. En fin, supongo que tiene razón. Bueno, mejor será que deje de hablar de esto o no terminaré nunca. Y… ¿la señorita?
–La señorita Richardson tiene habitación reservada –respondió Ross Dalgowan fijándose en las manos de ella, sin anillo de casada.
La señora Low abrió el libro en el que estaban las reservas.
–Richardson… Richardson… Ah, sí, aquí está…
Entonces, ruborizada, alzó el rostro y, mirando a Cathy, dijo:
–Me temo que le debo una disculpa, señorita Richardson. Esta tarde, temprano, nos dimos cuenta de que habíamos cometido un error