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La oferta del rebelde: Los Chatsfield (7)
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La oferta del rebelde: Los Chatsfield (7)
Libro electrónico194 páginas3 horas

La oferta del rebelde: Los Chatsfield (7)

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Información de este libro electrónico

Lo que menos esperaba era tener a su arrogante marido otra vez en su vida...
Habían pasado cinco años ya desde que Poppy Graham se casara con Orsino Chatsfield entre las cámaras de televisión y los flashes de los paparazis. Pero, en su peor momento, cuando más lo había necesitado, Orsino la había decepcionado. La separación fue amarga y llevaba desde entonces luchando por ser una mujer independiente y segura de sí misma.
Herido en un accidente mientras escalaba, Orsino solo tenía a una persona a la que acudir en busca de ayuda, su esposa. Además, pensaba que tenían asuntos pendientes a los que quería enfrentarse antes de decirle adiós para siempre. Pero, a pesar de todo, la pasión no tardó mucho en reavivarse y se dio cuenta entonces de que quizás hubiera sido una equivocación pedirle ayuda.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 jul 2015
ISBN9788468767154
La oferta del rebelde: Los Chatsfield (7)
Autor

Annie West

Annie has devoted her life to an intensive study of charismatic heroes who cause the best kind of trouble in the lives of their heroines. As a sideline she researches locations for romance, from vibrant cities to desert encampments and fairytale castles. Annie lives in eastern Australia with her hero husband, between sandy beaches and gorgeous wine country. She finds writing the perfect excuse to postpone housework. To contact her or join her newsletter, visit www.annie-west.com

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    La oferta del rebelde - Annie West

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2014 Harlequin Books S.A.

    © 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    La oferta del rebelde, n.º 106 - julio 2015

    Título original: Rebel’s Bargain

    Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-687-6715-4

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    Llegaré en el primer vuelo que encuentre.

    A Orsino no se le pasó por alto la preocupación en la voz de su hermano. Suponía que era algo normal después de saber que su gemelo había estado a punto de morir.

    Después de años participando en todo tipo de deportes de alto riesgo, su suerte había cambiado. Tener que enfrentarse a su propia mortalidad y a una posible incapacidad permanente, había hecho que se detuviera a revaluar su vida.

    –No hay prisa, Lucca –repuso Orsino cambiando el teléfono de oreja.

    Se estremeció de dolor cuando se dio sin querer en los vendajes que cubrían su cabeza.

    –No hay nada que puedas hacer por mí. Además, sé que si vienes te dedicarás a coquetear con las enfermeras en vez de hacerme caso a mí –le dijo para tratar de aligerar el tono.

    –¿Cómo puedes decir eso? –le preguntó Lucca–. Ya no soy así, soy un hombre nuevo. Ahora solo hay una mujer en el mundo para mí y es una princesa. Una princesa de verdad.

    Orsino gruñó al oír las palabras de su hermano. No terminaba de acostumbrarse a ese nuevo hombre tan enamorado y feliz en el que parecía haberse convertido.

    –Además, las enfermeras ya tendrán bastante contigo. ¿Tienes ya el teléfono de la más guapa?

    Estuvo a punto de decirle que no tenía ni idea de cómo era el personal que le atendía. Creía que era un detalle que Lucca no necesitaba saber, solo si llegaba a ser absolutamente necesario.

    –Tú eres el seductor de los dos, Lucca, ¿se te ha olvidado?

    –Vamos, Orsino, es conmigo con quien estás hablando, he visto cómo reaccionan las mujeres al verte. Aunque no sé por qué. Después de todo, yo soy el más guapo de los dos. Así que no me digas que, aunque estés convaleciente, no tienes que quitarte a las enfermeras de encima.

    –Pues la verdad es que no –susurró él.

    Apretó con desesperación el teléfono, se sentía frustrado con su situación y furioso. El personal del hospital se desvivía con él. Pero no por su apariencia física, como suponía su hermano, sino porque en un principio ni siquiera habían estado seguros de que fuera a sobrevivir.

    –Ya me imagino –le dijo Lucca de nuevo con voz seria–. Por eso deberíamos ir al menos uno de nosotros. Necesitas a tu familia.

    –Mi familia… –repitió Orsino sin ocultar su amargura.

    Lo más parecido que había tenido a un contacto familiar antes del accidente había sido cuando el nuevo director general contratado por su padre, Christos Giatrakos, lo había llamado para tratar de sacar provecho de su reputación. Giatrakos le había pedido, o mejor dicho, exigido, que se convirtiera en la imagen de la empresa familiar. Nunca se había llevado bien con su padre, pero pensaba que al menos se podría haber molestado en llamarlo personalmente.

    –Bueno, sé que he estado muy ocupado y no te he…

    –No me refería a ti, Lucca –lo interrumpió Orsino–. Lo siento. Es que estoy de mal humor. No estoy acostumbrado a tener que estar sin moverme. No debería tomarla contigo. Te agradezco la oferta, de verdad, pero no hay nada que puedas hacer aquí.

    –Bueno, a lo mejor ahora no. Pero, cuando te den el alta, vas a necesitar a alguien.

    –¿Te estás ofreciendo para ser mi enfermera? –le preguntó Orsino sonriendo–. Valdría la pena aceptar tu oferta solo para verte disfrazado de esa guisa.

    La risa de su gemelo al otro lado de la línea consiguió que se sintiera un poco mejor.

    Hasta esa semana, no se había dado cuenta de lo que era importante en su vida. Y había llegado a la conclusión de que debía ver más a menudo a su hermano gemelo. Pero no quería hacerlo hasta que se recuperara lo suficiente. No quería que nadie tuviera que compadecerse de él.

    –¿Por qué siempre me subestimas, Orsino? ¿Solo porque eres un par de minutos mayor que yo?

    –Es que te estoy imaginando con una cofia de enfermera y delantal blanco y almidonado, Lucca. Y es una idea que me atrae mucho –le dijo sonriendo al ver que su hermano volvía a reír–. Pero no te preocupes por eso. Ya encontraré a alguien que me eche una mano cuando me den el alta.

    –¿A quién vas a llamar? ¿A Lucilla?

    –No, aunque ya me ha llamado también para ver cómo estoy. Nuestra hermana mayor aún sigue preocupándose por nosotros. Y eso que parece que ahora está muy ocupada por culpa del nuevo director general. Creo que Giatrakos le está haciendo la vida imposible.

    –Ya… El caso es que necesitas a alguien con experiencia y a alguien en quien puedas confiar.

    Orsino tuvo que controlarse para no echarse a reír. No podía decir que confiara en la persona que quería que lo ayudara cuando le dieran en alta. Todo lo contrario.

    No era precisamente en confianza en lo que pensaba cuando se acordaba de Poppy. Había llegado incluso a jurarse a sí mismo en el pasado que no iba a volver a verla, pero, después de pasar unos días atrapado en una montaña temiendo morir, había cambiado de opinión. Esa situación tan extrema le había dado una nueva perspectiva. Sabía que nunca iba a volver a confiar en ella y darse cuenta de esa realidad le daba una libertad y una seguridad increíbles.

    Pero había llegado a la conclusión de que Poppy y él tenían asuntos pendientes, por eso seguía pensando en ella. Durante cinco años, había tratado de convencerse de que no debía remover el pasado, pero el accidente le había dado la oportunidad de reflexionar y sabía que no iba a poder dejar todo atrás hasta que se enfrentara a ella una vez más.

    Porque tenía claro que aún había algo allí, algo que resolver antes de apartarse para siempre.

    Sabía que a Poppy no iba a gustarle nada tener que verlo de nuevo. Después de lo que ella le había hecho, creía que sería difícil, incluso para una mujer tan valiente como ella. En cuanto a lo de tener que estar a su entera disposición mientras se recuperaba…

    No pudo evitar esbozar una sonrisa sabiendo lo mal que lo iba a pasar. Pero creía que era una venganza muy pequeña después de lo que ella le había hecho.

    –No te preocupes por mí, Lucca. La mujer que tengo en mente para que me ayude es perfecta para ese trabajo –le dijo a su hermano.

    Poppy suspiró con nerviosismo mientras el taxi avanzaba entre el tráfico.

    Había estado muy asustada desde que oyó la noticia sobre la avalancha y los dos escaladores que habían resultado heridos. Incluso los que no conocían a Orsino, habían sentido miedo y admiración por lo que había hecho. Había escuchado a la gente hablar de él incluso en el aeropuerto. Unos hablaban de su heroísmo y otros, de su temeridad.

    No podía dejar de retorcerse las manos sobre su regazo. No era miedo lo que sentía en esos momentos, era terror. Tenía un nudo en el estómago.

    Llevaba cinco años sin ver a Orsino, pero no podía imaginar un mundo en el que no estuviera él. No podía dejar de pensar en su vitalidad, su pasión…

    «Dios mío, ¡su pasión!», se dijo.

    Los recuerdos la inundaron por completo, haciendo que sintiera una oleada de calor por todo su ser. Pero tampoco se le habían olvidado su arrogancia ni sus exigencias. La forma en la que siempre había estado listo para juzgar a los demás, ignorando sus propios defectos.

    Aun así, a pesar de todo lo negativo, tenía un gran nudo en la garganta.

    El mensaje que había recibido del hospital no había sido muy informativo, pero sí bastante tajante. Al recibirlo, se le había helado la sangre en las venas. Había sido suficiente para que saliera a la carrera de Francia con el fin de llegar cuanto antes a la base de la cordillera del Himalaya. Y había hecho todo el viaje con el corazón en un puño.

    El taxi se detuvo de repente y Poppy miró el feo hospital. No podía controlar su acelerado pulso.

    Ni siquiera parpadeó cuando se le acercaron los periodistas para hacerle mil preguntas. Apenas las oyó. Solo podía pensar en lo que la esperaba en el interior.

    Sus pasos retumbaban en el silencio del pasillo y Poppy estaba cada vez más nerviosa.

    «Por favor, por favor… Que sobreviva, que siga vivo…», rezaba sin parar.

    Había tratado de convencerse de que ya no sentía nada por Orsino Chatsfield. Hacía mucho que habían muerto todos los sentimientos negativos que había tenido hacia él, los había enterrado gracias a su trabajo. Se había centrado en su profesión desde entonces y había conseguido mucho éxito. El trabajo no le había dejado tiempo para sentir dolor, para arrepentirse ni para sentirse culpable. Estaba demasiado ocupada.

    Y había estado viviendo así durante esos últimos cinco años, convencida de que Orsino ya no le importaba. Al menos hasta el día anterior.

    Había tenido un nudo en la garganta desde que se enterara de que había estado a punto de morir en una de las montañas más inhóspitas del mundo. De hecho, sabía que podía incluso estar muriéndose en esos momentos. Pero no quería ni pensar en eso. Orsino no podía morir.

    Nunca tropezaba, ni siquiera cuando llevaba tacones de aguja, pero lo hizo en ese momento. Ella, que dominaba las pasarelas de todo el mundo, acababa de tropezarse sin motivo aparente.

    Llegó por fin a la última habitación. Respiró profundamente y entró. Pero se detuvo al instante al verlo inmóvil en la cama del hospital. Estaba tan quieto que durante unos horribles segundos se preguntó si no estaría…

    Se llevó la mano al corazón. Le latía con tanta fuerza que le dolía el pecho. Tenía la mirada fija en la cama. No recordaba haberlo visto nunca tan quieto como lo estaba en ese momento. Orsino siempre había estado en movimiento, como si tuviera más energía y fuerza que el resto de la gente.

    Solo lo había visto inmóvil cuando se despertaba antes que él. Recordó entonces lo atractivo que había estado en esos momentos, dormido y completamente relajado a su lado. La intensidad de los sentimientos que había sentido entonces por él había llegado a aterrorizarla.

    Y había llegado después a la conclusión de que había tenido motivos más que suficientes para sentir miedo. Lamentaba no haber confiado entonces en sus instintos y haber salido corriendo.

    Pero tenía que reconocer que Orsino había conseguido encandilarla desde el principio.

    Vio que tenía casi todo el cuerpo vendado; la blancura de los apósitos contrastaba contra su piel bronceada. Llevaba un brazo en cabestrillo y estaba escayolado desde los dedos hasta el codo. El otro brazo, desnudo sobre la colcha de algodón, estaba lleno de moretones. También tenía vendada la cabeza. Y no solo el cuero cabelludo, también los ojos.

    Se le encogió el corazón al verlo así.

    La mandíbula y el cuello eran las únicas partes que aún podía reconocer. Se fijó en su boca, en esos labios finos que conseguían seducir a cualquiera con una sonrisa.

    Respiró profundamente, tratando de no pensar en las palabras que habían salido de esa boca hacía cinco años. Pero el tiempo no había disminuido sus recuerdos, seguían haciéndole daño, seguía sintiéndose culpable, indignada y muy dolida.

    Tragó saliva. Se preguntó si de verdad estaría muy mal. No sabía si podía fiarse de lo que había oído en las noticias. Sabía que podían ser poco fiables, pero esas heridas en la cabeza…

    –¿Amindra? ¿Eres tú? –susurró de repente Orsino.

    Se quedó sin respiración al oír de nuevo su voz. Sonaba muy ronca, como si llevara tiempo sin hablar. Era su voz de madrugada, con la que la había despertado a menudo, murmurándole al oído todo lo que quería hacerle mientras la acariciaba con sus hábiles manos.

    Pero no podía pensar en esas cosas, no entendía qué le pasaba. Era al menos un alivio ver que estaba lo suficientemente bien como para hablar.

    Estaba muy nerviosa. Pero, después de más de una década trabajando como modelo, era una experta en ocultar sus emociones tras una máscara de impasibilidad.

    Su mirada se posó en esos ojos vendados y se estremeció, no pudo evitarlo.

    –¿Enfermera? –preguntó él de nuevo–. ¿Eres tú?

    –Hola, Orsino.

    Su voz era tan suave y seductora como la recordaba, como la oía en sus sueños.

    No pudo evitar ponerse rígido al oírla. Tenía al lado el botón de llamada, podía tocarlo con sus dedos, y olía a desinfectante. No estaba soñando,

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