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Buscando su destino: El legado (9)
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Buscando su destino: El legado (9)
Libro electrónico185 páginas3 horas

Buscando su destino: El legado (9)

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"Quiero ese cuadro. Es mi última amante perdida, mi amor perdido".
Alessandro di Sione era famoso por su frialdad y falta de sentimientos, pero ni él podía negarle a su abuelo su último sueño: que recuperara un cuadro salpicado por un escándalo que afectaba a una familia real. La clave para recuperarlo era la princesa Gabriella.
Gabby, que fue con Alessandro a Isola d'Oro para encontrar el misterioso cuadro, se sintió atraída por ese hombre atormentado por el remordimiento del pasado. La inocencia de ella hacía que fuese intocable, ya que Alex estaba convencido de que tenía la sangre corrompida. Sin embargo, ¿podría ser su salvación la pasión que brotó entre ellos?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 sept 2017
ISBN9788491700197
Buscando su destino: El legado (9)
Autor

Maisey Yates

Maisey Yates é autora best-seller da New York Times de mais de cem romances. Se não está escrevendo sobre cowboys fortes e trabalhadores, princesas dissolutas ou histórias de gerações de família, está se perdendo em mundos fictícios. Uma ávida tricoteira com um perigoso vício em linhas e aversão ao trabalho doméstico, Maisey mora com o marido e três filhos na zona rural de Oregon. maiseyyates.com

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    Buscando su destino - Maisey Yates

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2017 Harlequin Books S.A.

    © 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Buscando su destino, n.º 132 - septiembre 2017

    Título original: The Last Di Sione Claims His Prize

    Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-9170-019-7

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    SE rumoreaba que Alessandro di Sione había despedido a un empleado porque le había llevado el café dos minutos tarde y cinco grados más frío de lo que lo había pedido. Se rumoreaba que había dejado a una amante, después de mucho tiempo, con un «adiós» y la información de que su secretaria le entregaría un regalo de despedida al cabo de unas semanas. También se rumoreaba que echaba fuego por la boca, que dormía en una mazmorra y que se nutría del alma de los condenados. Por eso, cuando su nueva secretaria provisional entró pisándole los talones al abuelo de él, no era de extrañar que estuviera roja como un tomate y pareciera que iba a la guillotina.

    Naturalmente, nadie podía impedir que Giovanni di Sione entrara donde quisiera. Ninguna secretaria, por muy imponente que fuera, habría podido dejar fuera a su abuelo, independientemente de la edad que tuviera y de lo maltrecha que estuviera su salud. Sin embargo, como su secretaria habitual estaba de baja por maternidad y su sustituta solo llevaba un par de semanas allí, ella no lo sabía. Naturalmente, tenía miedo de que Giovanni fuese un intruso y de que fuesen a castigarla por esa infracción de la seguridad.

    A él no le pareció necesario sacarla de su error. Era muy posible que se pasara el resto del día descifrando el significado de las miradas que le había dirigido. Era muy posible que cuando lo contara dijera que el color negro de sus ojos era el reflejo del color de su alma, y así ensombrecería un poco más su reputación sin que él moviera un dedo.

    –Lo siento mucho, señor Di Sione –se disculpó ella llevándose una mano a los anodinos pechos.

    Él dejó escapar un sonido bajo y de censura y arqueó una ceja. Ella empezó a temblar como un cachorrillo.

    –¿Vuelvo a mi trabajo, señor? –preguntó ella mirando nerviosamente la puerta.

    Él agitó una mano y ella salió tan precipitadamente como había entrado.

    –Veo que estás levantado y que has salido –comentó Alex sin entrar en el sentimentalismo.

    La salud de Giovanni había mejorado un poco con cada amante perdida que había recuperado.

    –Ha pasado bastante tiempo desde mi último tratamiento y me siento mejor.

    –Me alegro de oírlo.

    –No has sido muy amable con tu secretaria, Alessandro –le reprochó su abuelo sentándose enfrente de su nieto.

    –Lo dices como si creyeras que me importa que me consideren amable. Los dos sabemos que no es así.

    –Sí, pero yo también sé que no eres tan atroz como finges ser.

    Giovanni se dejó caer sobre el respaldo con las manos en las rodillas. Estaba haciéndose mayor y la leucemia había vuelto después de haber remitido durante diecisiete años. Además, tenía noventa y ocho años y, probablemente, no le quedarían muchos años de vida independientemente de su salud.

    El objetivo era encontrar todas y cada una de las amantes perdidas de Giovanni. Las historias de esos tesoros estaban grabadas en la memoria de Alex, quien había estado oyéndolas desde que era un niño. Ahora, Giovanni había encomendado a cada uno de sus nietos que encontrara uno de esos tesoros. Menos a Alex, quien había estado esperando saber cuál era el papel que tenía que representar en esa misión.

    –Es posible –concedió Alex dejándose caer sobre el respaldo e imitando la postura de su abuelo sin querer.

    –Al menos, no te atreves a ser atroz en mi presencia.

    –¿Qué puedo decir, nonno? Es posible que tú seas el único hombre más imponente que yo.

    Giovanni agitó una mano para desdeñar las palabras de Alex.

    –Lo halagos me dan igual, Alessandro, y tú ya lo sabes.

    Lo sabía. Su abuelo era un hombre que había llegado a Estados Unidos sin nada y se había labrado una vida próspera, era un hombre que entendía el comercio y se lo había transmitido a Alex. Así se relacionaban los dos, ahí era donde se entendían.

    –No irás a decirme que te aburres y quieres volver a la naviera.

    –En absoluto, pero sí tengo una tarea para ti.

    –¿Me ha llegado el momento de buscar una amante?

    –He reservado la última para ti, Alessandro. El cuadro.

    –¿Un cuadro? –Alex tomó un pisapapeles y lo cambió de sitio–. No irás a decirme que coleccionas cuadros de payasos o algo así.

    –No –Giovanni se rio–. Nada por el estilo. Estoy buscando El amor perdido.

    –Mi edad es avanzada y se me la olvidado un poco la historia del arte, pero no me suena el nombre.

    –Debería. ¿Qué sabes de la desdichada familia real de Isola d’Oro?

    –Si llego a saber que ibas a examinarme, habría estudiado.

    –Recibiste una educación muy cara en un internado muy exclusivo. Me espantaría creer que malgasté el dinero.

    Alex cambió de postura sin soltar el pisapapeles.

    –Un colegio lleno de chicos que estaban a medio mundo de distancia de sus padres y muy cerca de un colegio lleno de chicas que estaban en la misma situación. ¿Qué crees que estudiábamos?

    –Este tema estaría relacionado con ese campo de estudio concreto. El amor perdido es una parte muy escandalosa de la historia de la familia real. Aunque solo fue un rumor, nadie lo ha visto jamás.

    –Menos tú, claro.

    –Yo soy uno de los pocos que pueden confirmar su existencia.

    –Eres un hombre con profundidades insondables.

    Giovanni se rio e inclinó la cabeza.

    –Es verdad, pero esa una de las ventajas de haber vivido una vida tan larga. Hay que tener profundidades insondables y cuadros secretos y escandalosos en el pasado, ¿no crees?

    –No lo sé. Mi vida consiste en pasar muchas horas en la oficina.

    –Y en desperdiciar tu vida y virilidad, en mi opinión.

    Esa vez, le tocó a Alex reírse.

    –Tienes razón, como tú no te pasaste los treinta años levantando tu imperio…

    –Los mayores tenemos el privilegio de poder ver retrospectivamente lo que nadie puede ver en el presente, y de intentar educar a los jóvenes con esa visión retrospectiva.

    –Me imagino que los jóvenes tenemos el privilegio de no hacer caso de ese consejo.

    –Es posible, pero esta vez vas a hacerme caso. Quiero el cuadro. Es mi última amante perdida, mi amor perdido.

    Alex miró al anciano, a la única figura paternal que había tenido de verdad. Giovanni había sido quien le había transmitido los verdaderos principios éticos del trabajo, del orgullo. Giovanni lo había criado, como a sus hermanos, de una manera distinta que sus padres. Se había hecho cargo de ellos cuando sus padres murieron y les había dado mucho más que una vida de inestabilidad y descuido. Les había enseñado a estar orgullosos del nombre de la familia y a no dar nada por sentado. Era posible que su hijo hubiese sido un juerguista inútil y licencioso, pero Giovanni había compensado con creces los errores que había cometido con él al asumir la tarea de criar a sus nietos.

    –¿Y pretendes que vaya a buscarlo?

    –Sí. Pasas demasiado tiempo trabajando. Tómatelo como la aventura de un niño, una expedición para recuperar un tesoro.

    Alex volvió a agarrar el pisapapeles y lo levantó un poco antes de dejarlo otra vez con un golpecito poco delicado.

    –Lo tomaré como lo que es, como una transacción comercial. Me has venido muy bien. Sin tu influencia habría acabado a la deriva, o, peor todavía, como un arribista que se abre paso en Miami a base de champán y bronceado de rayos UVA.

    –Dios mío, que perspectiva tan deprimente.

    –Sobre todo cuando, además, lo habría hecho con tu dinero.

    –Mensaje captado. Soy una influencia magnífica –a Alex le complació ver que su abuelo esbozaba una sonrisa muy leve–. Necesito que recuperes el cuadro. Me ha costado Dios y ayuda ponerme los calcetines para venir aquí. No puedo cruzar el Mediterráneo hasta Aceena para recuperar el cuadro.

    –¿Aceena? –preguntó Alex.

    No sabía gran cosa de la isla, aparte de que era famosa por las playas de arena blanca y el agua cristalina.

    –Sí, muchacho. Sinceramente, quiero que ese internado me devuelva el dinero.

    –Sé dónde está Aceena y lo que es, nonno, pero, que yo sepa, su principal atractivo es el alcohol y su principal importación los estudiantes universitarios en vacaciones de primavera.

    –Sí. Supongo que es la lamentable consecuencia de estar en primera línea de playa. Sin embargo, también es donde la familia D’Oro ha pasado el destierro.

    –¿De vacaciones de primavera?

    –En una casa de campo, creo. Aunque también creo que los hijos de la reina Lucia han estado de vacaciones perpetuas y dejando un reguero de escándalos por toda Europa. La reina vive allí con su nieta. Se rumorea que ella fue el tema del cuadro… –su abuelo hizo una pausa–…y su última propietaria. Eso he oído.

    Él no era tonto y tampoco le hacía gracia que su abuelo le tomara por tonto. Giovanni no lo mandaría a Aceena por unos rumores vagos y sabría perfectamente quién era el tema del cuadro si lo había tenido. A nadie podía extrañarle que Giovanni tuviera el retrato de una reina caída en desgracia entre su colección de joyas perdidas.

    –Parece que sabes mucho sobre la familia real.

    –Tengo algunos lazos con Isola d’Oro. La… visité durante un tiempo. Tengo buenos recuerdos y llevo conmigo la historia.

    –Fascinante.

    –No hace falta que te fascines, Alessandro, solo tienes que hacer lo que te he dicho.

    Naturalmente, si Giovanni se lo pedía, él lo haría. Se lo debía. Giovanni lo había criado después de la muerte de sus padres, le había dado un empleo y le había transmitido los principios éticos del trabajo que le habían hecho triunfar. No sería nadie sin Giovanni. Además, si el sueño de su abuelo era ver reunidas a sus amantes perdidas, él no sería el eslabón de la cadena que iba a romperse. Su tozudez ya había hecho sufrir bastante a su familia y no iba a añadir eso a la lista de reproches.

    –Como quieras.

    –Estás convirtiendo esto en una película manida, Alessandro.

    –Creo que ir a buscar un cuadro que una familia real caída en desgracia ha escondido en una isla ya lo es bastante.

    Capítulo 2

    HAY un hombre en la puerta que ha venido a ver a la reina Lucia.

    La princesa Gabriella levantó la mirada de libro que estaba leyendo y frunció el ceño. Estaba en la biblioteca sentada en un taburete de terciopelo que ella llamaba «puf» porque le gustaba cómo sonaba esa palabra. No había esperado que la interrumpieran porque la mayoría de los empleados domésticos sabían que no podían molestarla cuando estaba en la biblioteca. Se quitó las gafas, se frotó los ojos, desdobló las piernas, que las tenía debajo del trasero, y las estiró delante de ella.

    –¿Y por qué cree ese hombre que puede presentarse de improviso y que la reina le conceda una audiencia?

    Ella volvió a ponerse las gafas y apoyó las manos con firmeza en las rodillas mientras esperaba la respuesta.

    –Se llama Alessandro di Sione. Es un empresario estadounidense y dice que ha venido para interesarse por… para interesarse por El amor perdido.

    Gabriella se levantó de un salto y toda la sangre se le subió a la cabeza. Se tambaleó, recuperó el equilibrio y esperó a que el cuarto dejara de dar vueltas.

    –¿Se encuentra bien, señora? –le preguntó Lani, la doncella.

    –Muy bien –contestó Gabriella agitando una mano–. ¿El amor perdido? ¿Está buscando el cuadro?

    –Yo no sé nada de ningún cuadro, princesa.

    –Yo, sí –Gabriella lamentó no tener su diario para ojearlo–. Se mucho de él. Lo sé todo menos si existe de verdad.

    Nunca le había preguntado por él a su abuela. La anciana era una mujer cariñosa, pero reservada, y el cuadro, según lo que se rumoreaba, era todo lo contrario. No podía imaginarse a su abuela en la actitud escandalosa que se necesitaba para que existiera El amor perdido… y sin embargo ella siempre se lo había preguntado.

    –Disculpe, pero parece que lo esencial es saber si algo existe o no.

    –No en mi mundo.

    Gabriella sabía que cuando se trataba de investigar misterios genealógicos la mera posibilidad de que existiera algo era muy importante, era el punto de partida. Algunas veces, reunir información mediante la leyenda era clave para descubrir si algo era real o no. Muchas veces, confirmar la existencia de algo era el último paso, no el primero.

    Cuando se trataba de saber algo sobre el destierro de su familia en

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