Seducida por el príncipe
Por Carol Marinelli
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Antonietta siempre se había preciado de ser una empleada discreta, y le avergonzaba la inapropiada atracción que sentía por el nuevo huésped del hotel en el que trabajaba como camarera. No tenía ni idea de que el misterioso signor Dupont era en realidad el príncipe Rafael de Tulano. Lo único que sabía era que sus besos y sus caricias la hacían derretirse como el sol derretía la nieve.
Por su parte, Rafe, a quien la hipocresía de quienes lo rodeaban lo había convertido en un cínico, jamás se habría esperado conectar de aquel modo con nadie. Lo único que podía ofrecerle a Antonietta era un romance de unos días antes de tener que retomar sus deberes como príncipe heredero, pero, cuando ella le entregó su virginidad, todo cambió.
Carol Marinelli
Carol Marinelli recently filled in a form asking for her job title. Thrilled to be able to put down her answer, she put writer. Then it asked what Carol did for relaxation and she put down the truth – writing. The third question asked for her hobbies. Well, not wanting to look obsessed she crossed the fingers on her hand and answered swimming but, given that the chlorine in the pool does terrible things to her highlights – I’m sure you can guess the real answer.
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Seducida por el príncipe - Carol Marinelli
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2019 Carol Marinelli
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Seducida por el príncipe, n.º 2822 - diciembre 2020
Título original: Secret Prince’s Christmas Seduction
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-917-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Prólogo
GRACIAS, pero confío en poder pasar las Navidades con mi familia –dijo Antonietta. Al darse cuenta de que podría estar pareciendo una ingrata, se apresuró a añadir una disculpa–. Es muy amable por tu parte que me invites, pero…
–Lo entiendo –la interrumpió su amiga Aurora, encogiéndose de hombros, antes de seguir ayudándola a deshacer la maleta–. No has venido a Silibri a pasar el Día de Navidad con los Messina.
–Con los Messina no; ¡ahora eres una Caruso! –le recordó Antonietta con una sonrisa.
En las lápidas del antiguo y bello cementerio del pueblo de Silibri, por donde siempre le había encantado pasear, había muchos apellidos, pero los más prominentes eran Caruso, Messina y Ricci. Sobre todo Ricci.
El apellido de su familia, Ricci, se extendía por la región suroeste de Sicilia y más allá, pero tenía su epicentro en Silibri. Su padre, que era el jefe del cuerpo de bomberos y un importante terrateniente, gozaba de buenos contactos y todo el mundo le tenía un gran respeto.
–¿Sabes en qué acabo de caer? –murmuró, deteniéndose un momento mientras colgaba la ropa en el armario–. En que si me hubiera casado con Silvestro ni siquiera habría cambiado mi apellido; seguiría siendo Antonietta Ricci.
Aurora hizo una mueca.
–Sí, y también serías tremendamente desgraciada.
–Cierto –murmuró Antonietta.
Silvestro y ella eran primos segundos y había estado a punto de casarse con él cinco años atrás, pero había huido el día de la boda, saliendo por la ventana de su dormitorio mientras su padre la esperaba en el piso de abajo para llevarla a la iglesia. Aquello había supuesto un escándalo tremendo y su familia se había sentido tan humillada que no habían querido volver a tener trato con ella.
No habían respondido a sus cartas, ni a sus e-mails y cada vez que los llamaba para intentar explicarse su madre le colgaba. Había pasado los últimos cuatro años viviendo y trabajando en Francia, y aunque se había esforzado por aprender el idioma y había hecho amigos, sentía que no acababa de encajar allí.
Había vuelto a Silibri para la boda de Aurora y Nico, pero su familia le había hecho el vacío. Luego había empezado a trabajar en el hotel de Nico en Roma como camarera, pero allí también se había sentido como una extraña y muchas veces le había confesado a Aurora que añoraba Silibri.
Le había comentado que quería una última oportunidad para arreglar las cosas, y Aurora le había ofrecido una solución: podía trabajar de camarera en El Monasterio, el nuevo hotel de lujo de Nico en Silibri. El edificio había sido un antiguo monasterio en ruinas que había sido reconstruido con esmero y reconvertido en hotel. Además, Aurora le había dicho que podría hacer prácticas a media jornada como masoterapeuta en el hotel. Había estudiado masoterapia en París, una terapia para sanar dolencias mediante masajes, y hacer prácticas en el hotel de Nico sería un empujón fantástico para poder establecerse en un futuro como masoterapeuta profesional con su propia consulta.
Era una oportunidad estupenda, pero con la animosidad que su familia abrigaba hacia ella estaba claro que volver a vivir en el pueblo sería un suplicio. Sin embargo, Aurora también le había dado una solución a eso: había una pequeña cabaña de piedra en los terrenos del hotel, cerca del acantilado, y le había dicho que si quería podía alojarse en ella.
–La conexión a Internet es horrible, y está demasiado cerca del helipuerto y el hangar –le había explicado–; por eso no podemos ofrecérsela a los huéspedes y está desocupada.
–Bueno, confío en que no tendré que alojarme en ella mucho tiempo –le había contestado ella–. Cuando mi familia sepa que he vuelto y que estoy trabajando aquí…
–Antonietta… –la había interrumpido Aurora, vacilante.
Estaba claro que su amiga, que siempre era muy directa, se había estado conteniendo hasta ese momento para no expresar en voz alta lo que era más que evidente.
–Tu familia lleva cinco años sin hablarte…
–Lo sé –murmuró Antonietta–, pero como he estado fuera todo este tiempo…
–Volviste para mi boda, y te ignoraron –apuntó Aurora.
–Creo que los pilló desprevenidos, porque no esperaban verme, pero cuando sepan que estoy aquí y que he venido para quedarme…
Aurora se sentó en la cama.
–Han pasado años –repitió–. Solo tenías veintiún años cuando pasó… ¡y vas para los veintiséis! ¿No crees que ya va siendo hora de que dejes de flagelarte?
–No me flagelo –protestó ella–. Estos cinco años han sido increíbles: he viajado, he aprendido un nuevo idioma… Solo me siento mal en las épocas en las que… Bueno, en las que se deberían pasar en familia, como en Navidad –reconoció–. Es cuando más los echo de menos. Y me cuesta creer que no piensan en mí y también me echan de menos. Sobre todo mi madre. Quiero darles una última oportunidad.
–Me parece bien, pero… ¿cuándo vas a divertirte un poco? –insistió Aurora–. Durante el tiempo que estuviste fuera nunca me hablabas de salidas con amigos, o de que hubieras tenido alguna cita…
–Tú no saliste con nadie antes de Nico –apuntó Antonietta, poniéndose un poco a la defensiva.
–Eso es porque llevo enamorada de él desde que era una cría –replicó su amiga–. Ningún otro estaba a su altura. Pero al menos en una ocasión sí que puse a prueba mis dotes de seducción…
Las dos se rieron al recordar el intento de Aurora de olvidarse de Nico flirteando con un bombero, pero al cabo de un rato la risa de Antonietta se disipó. Había una muy buena razón por la que ella no había salido con nadie, una razón que no le había contado ni siquiera a Aurora.
No había huido el día de su boda porque la repeliera casarse con Silvestro por ser primos segundos. Había sido por el temor a la noche de bodas. Los besos de Silvestro la habían repugnado, sus manos largas, su insistencia y su brusquedad la habían aterrado, y a él lo había enfurecido que se resistiera cada vez.
Semanas antes de la boda había sentido que ya no podía más. Había empezado a entrarle pánico ante la idea de tener que quedarse a solas con él. En un par de ocasiones había estado a punto de forzarla, y se había visto obligada a suplicarle con una mentira: que quería mantenerse virgen hasta la noche de bodas.
«¡Eres una frígida!», la había increpado él, enfadado. Y probablemente lo fuera, había concluido ella, porque el solo imaginarse teniendo relaciones con un hombre seguía sin excitarla en absoluto.
Después de aquello había intentado hablar a su madre de sus temores, pero el consejo que le había dado no la había reconfortado en lo más mínimo. Le había dicho que, una vez estuvieran casados, tenía que asumir que era su deber como esposa satisfacer los deseos de su marido «al menos una vez por semana para mantenerlo contento».
Su inquietud no había hecho sino acrecentarse a medida que se aproximaba el día de la boda. De hecho, incluso en ese momento, años después, no era capaz siquiera de imaginarse besando a un hombre sin que aquel pavor volviera a apoderarse de ella.
–El caso es que ya es hora de que vivas un poco –le insistió Aurora.
–Estoy de acuerdo –asintió Antonietta–, pero siento que tengo que darles a mis padres la oportunidad de perdonarme.
–¿Para qué? –le espetó Aurora–. Silvestro y tú sois primos; está claro que lo único que les importaba era que no se dispersaran las propiedades de la familia.
–Aun así… –la interrumpió Antonietta–. Avergoncé a mis padres delante de todos nuestros parientes. ¡Dejé plantado a Silvestro ante el altar! Yo no estaba allí, pero tú fuiste testigo de la que se lio…
Según parecía se había montado una bronca tremenda dentro de la iglesia. Pero para entonces ella ya estaba subida en el tren, alejándose de allí.
–Echo de menos a mi familia –añadió–. No son perfectos, lo sé, pero me duele que ya no formen parte de mi vida. Y, aunque no pudiéramos hacer las paces, siento que no puedo dejar las cosas así. Aunque solo sea para decirnos adiós, necesito que sea cara a cara.
–Bueno, si cambias de idea, la oferta sigue en pie –le dijo Aurora–: Nico y yo queremos que Gabriele celebre sus primeras Navidades aquí, en Silibri, y… –de repente se quedó callada y sacó de la maleta una tela doblada de color escarlata–. ¡Qué preciosidad! –exclamó–. ¿Dónde la has comprado?
–En París –respondió Antonietta con una sonrisa, y acarició la tela con cariño–. La compré al poco de llegar allí. Iba caminando por la plaza Saint-Pierre y pasé por delante de una tienda de telas. Entré solo por curiosear, pero cuando la vi me quedé prendada de ella y me dejé llevar por un impulso y compré varios metros.
–¿La has tenido todo este tiempo y no has hecho