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Hombre Lobos de Iron Mountain
Hombre Lobos de Iron Mountain
Hombre Lobos de Iron Mountain
Libro electrónico214 páginas2 horas

Hombre Lobos de Iron Mountain

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La joven Cathleen O'Brien viene de una familia de inmigrantes pobres de Irlanda, pero se vio enriquecida a temprana edad gracias a su padre que le dio el tesoro más perfecto: la magia. Cathleen es parte de un clan de Magos celtas con raíces mágicas desde los Tiempos Oscuros. 

Luego de adquirir una estación de radio en un pueblo de montaña remoto, necesitará de su magia para sobrevivir.

Iron Mountain era un pueblo minero en expansión a finales del siglo XIX, pero una nube siniestra pesa sobre este hermoso paisaje montañoso. Los viejos recortes de periódicos cuentan sobre los secuestros y asesinatos de los vecinos del lugar y las desapariciones de los visitantes de los caminos; personas que nunca volvieron a ser vistas.

Cuando Cathleen investiga estas leyendas, descubre que el Sheriff del pueblo, Jason, es igual de interesante que el pasado del pueblo. Con su ayuda, lucha por descubrir los secretos detrás de la sombra de violencia que cierna sobre el pueblo. Pero cuanto más cerca están de la verdad, más se pregunta si su confianza y atracción por Jason son un error.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 ene 2018
ISBN9781507197110
Hombre Lobos de Iron Mountain

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    Hombre Lobos de Iron Mountain - Tell-Tale Publishing Group

    Capítulo 5

    Escaparme de los perros salvajes, o lobos como sospechaba Jason, me había dejado bastante exhausta y el café no había sido de mucha ayuda. Me encontré con la cama destendida luego de que Jason se fuera y luego de tomarme unos minutos para apagar las luces necesarias para iluminar todo el pueblo.

    El reloj marcaba las nueve y media. «¡Dios, he desperdiciado la mayor parte del día!», pensé mientras me sacaba de encima el edredón y la manta militar de lana de papá cuando sirvió de joven en las Fuerzas Armadas Irlandesas. Durante su servicio fue muy bueno confiscando objetos. Era un verdadero Houdini irlandés ya que también sabía cómo mantenerse alejado de los problemas. Sus encantos eran legendarios en la familia. Mi mamá siempre decía que él no había nacido con la suerte de un irlandés, ¡sino que se la había robado!

    Después de una larga ducha para confortar los moretones que me descubrí en la espalda y en los brazos, me maquillé un poco para salir al pueblo y me vestí al estilo chica de montaña. Las botas y las capas de los dos abrigos que llevaba puestos serían sin dudas necesarios ya que había nevado muchísimo durante mi larga siesta. Seguía pensando en mi atemorizante encuentro mientras terminaba de ponerme suficiente ropa como para más de dos personas. «Creo que adoptar un cachorrito después de que Ollie muera sería imposible», pensé. Ollie era un perro mayor y seguramente tendría solo un par de años más como mi compañero. Era probable que un gato fuera a desaparecer en la guarida de un coyote astuto. Eso dejaba como posibles futuros compañeros de mi rústica casa de montaña un pez o un pájaro. No. No serían buenos para jugar al Frisbee o para dormir abrazados.

    Dado que no tenía comida en la heladera, además de la crema y algunas barras de cereal surtidas que había encontrado partidas dentro de la mochila, subí la calefacción a unos 20 grados para volver con una calurosa bienvenida. Abrigada como un esquimal, me aventuré hacia el camino corto y vacío del pueblo.  Me sentía más segura con la luz del día, pero seguía vigilando con cautela los bordes del bosque que me rodeaban, buscando algún hocico dientudo que se asomara en mi dirección. Sabía que mi primera parada sería en El Feo Panadero. Necesitaba café y compañía.

    Gus estaba ocupado con el local lleno de clientes. Algunos estaban holgazaneando apoyados sobre las barras o contra las paredes adornadas de la panadería mientras bebían tazas de café o chocolate caliente que humeaban y desprendían un aroma increíble. Otros esperaban pacientemente en la fila, mientras murmuraban acerca del clima. Incluso con todas estas distracciones, Gus se las arregló para saludarme y sonreírme. Parecía tener un empleado, pero no estaba segura de su relación ya que mantenían un flujo constante de bromas que todos ignoraban. Supuse que era el espectáculo tradicional del pueblo.

    —¡He crecido un poco desde que te pedí que me trajeras la bandeja de las glaseadas! —le gritaba Gus al ayudante que se había escondido de nuevo en la espaciosa ante cocina del negocio.

    Finalmente me abrí camino hacia el principio de la lenta fila y luego de otro saludo, pedí un café grande con mucha crema y una rosquilla con canela. Cuando Gus me entregó la enorme taza y mi shock de azúcar preferido, me hizo una seña para que me acercara al mostrador. Estaba sentado en una especie de escalera móvil que podía moverse de un lado para otro cuando lo necesitaba y ahora estaba sentado en la parte de arriba.

    —Me enteré de que tuviste una corrida con algunos caninos del pueblo, Cathleen.

    —¡Wow! —dije—. Los sucesos no tardan mucho tiempo en llamar tu atención, ¿no, Gus?

    Objetó a lo que creyó ser un cumplido, aunque no me agradaba el hecho de que mi encuentro con el «Sabueso de los Baskerville» se hubiese convertido en un chisme para los vecinos. Debí de haber transmitido un actitud de «chica de la gran ciudad» respecto a las cuestiones de privacidad ya que Gus me contó rápidamente que solo él y Jason sabían de mi aventura.

    —Debimos haberte avisado que no te desviaras del camino transitado, Cathleen —dijo con verdadera preocupación.

    —Pero no estaba lejos del camino, Gus. Solo seguí tus indicaciones y fui hacia la estación en donde los perros, o lobos, o lo que sean me descubrieron. Estaba volviendo a mi casa cuando se me tiraron encima, ¡literalmente!

    Gus parecía algo consternado por mis comentarios y estaba a punto de decir algo más, pero un nuevo cliente estaba detrás de mí conversando con nadie en particular sobre qué gusto se daría.

    —Buen día, Joe —le dijo Gus como forma de reconocer su posición en la fila—. Nos vemos después, Cathleen. Que tengas un buen día —dijo con voz alegre—. Y cuídate —añadió después.

    —Por supuesto, Gus. Que tengas un buen día también —respondí mientras salía del local y sujetaba mi dulce y el café caliente cerca del grueso abrigo.

    Unas horas después mientras desempaquetaba la mitad de mis cajas oí que tocaban la puerta y luego vi la cara de Jason mirando por la ventana delantera. «¡Menos mal que no estaba desempaquetando mi ropa interior!», pensé mientras me apuraba para liberarme de los diarios y las cajas desparramadas a mi alrededor.

    —¡Jason, qué agradable sorpresa! —dije como si lo sintiera, porque así era—. ¿Estás buscando al merodeador nocturno o solo controlando mi paradero?

    Me sonrió con esa sonrisa enigmática y torcida que me había gustado cuando nos conocimos. ¿Había sido realmente en las primeras horas de esta mañana?

    —Veo que todavía trabajas duro para encontrar tus muebles —dijo mientras pisaba una pila de cajas desarmadas.

    Desordenado o no, Jason tenía un aire relajado y se encontraba muy cómodo consigo mismo.

    —Parece que has progresado un poco, Cathleen. Supongo que has estado viviendo a base de café y crema —añadió este último comentario con una mueca de burla en la cara.

    —Salí temprano a buscar café y una de las maravillosas rosquillas de Gus y decidí que era más importante que comprar provisiones. Al menos por el momento —dije mientras intentaba meter envoltorios en la pila que nunca pararía de crecer de bolsas de basura reciclable.

    Luego de mover el gigante oso panda de peluche que arrastraba conmigo desde los tres años, Jason se sentó en el taburete del piano.

    —Por cierto, Cathleen, ¿en qué te manejas?  No vi ningún auto en tu garaje.

    Me llevó un minuto darme cuenta de que debió haber mirado a través de la ventana del garaje para saber ese detalle particular.

    —Bien, Sheriff Tate, claramente has husmeado mi propiedad. ¿Te importaría decirme por qué?

    No se lo pregunté de forma maliciosa, pero sí exigiendo una respuesta, y él podía ver que no estaba contenta con ese tipo de vigilancia.

    —Perdón, Cathleen —dijo y, de alguna manera, logró parecer el ofendido.

    «¡Dios, yo soy la que tiene al policía entrometido mirando por mis ventanas!».

    —Solo estaba controlando que no tuvieses ningún visitante no deseado.

    —Mi garaje parece ser un lugar poco probable para uno, ¿no? —respondí un poco más agria (como una respuesta de una manzana McIntosh en vez de una Red Delicious).

    Se levantó y se acercó hacia donde me encontraba parada.

    —Está bien. La verdad es que quería invitarte a desayunar, pero mi vehículo está en el taller, así que pensé que podríamos ir en el tuyo. Gus me prestó su camioneta pickup para poder venir hasta aquí. Perdón, creo que quería causarte una mejor impresión de la que acabo de hacer —dijo suavemente mientras me miraba desde su 1.80 m.

    Sentí cómo el rubor comenzaba en los dedos del pie y subía hasta las mejillas.

    —No —dije mirando hacia abajo, con vergüenza—. Perdón por ser tan brusca contigo, Jason. Creo que todavía estoy un poco nerviosa por el ataque que sufrí. Y me encantaría escaparme de todo esto —dije, moviendo la cabeza en dirección al desempaque de mi vieja vida—. ¿Tu oferta sigue en pie? —pregunté, con una mirada que esperaba que fuese más dulce y de arrepentida que mis últimas duras palabras.

    Volvió a sonreírme con la sonrisa torcida.

    —Bien, ya que mi patrullero está fuera de servicio por un par de horas más, dame treinta minutos para buscar el auto de mi ayudante y volver aquí.

    —Usaré ese tiempo para arreglarme un poco más para mis nuevos vecinos —dije al reírme ya que parecía verdaderamente contento.

    —No cambies nada por mí —dijo mientras se volvía hacia mí y salía de nuevo hacia el frío—. ¡Para mí luces bastante increíble en jogging y remera!

    —¡No tan desarreglada si soy yo quien lo dice! —Alcancé a ver mi reflejo en el espejo de la entrada mientras cerraba la puerta.

    Capítulo 6

    Me llevó al Restaurante Sol y Luna, un nombre muy oriental para lo que resultó ser igual de americano que Plaza Sésamo.

    —Supongo que este lugar solo está abierto para desayunar y cenar —me atreví a decir.

    —Es nuestro único restaurante además de la Cafetería de Baker, y la dueña siente que se merece la tarde libre después de servir el desayuno de 6 a 11:30 —dijo—. Y no creo que puedas conseguir mejor comida que aquí.

    Parecía realmente ansioso por complacerme por lo que supuse que mi previo mal humor había sido perdonado. Nuestro viaje hacia el restaurante duró más de veinticinco minutos y me di cuenta de que tendría que empezar a buscar cuanto antes un auto. El mío se había gastado con el duro asfalto de Pittsburgh. Mientras observaba el paisaje poco familiar, recordé mi mudanza. A Jason no parecía importarle mi silencio soñador al permanecer sentada mirando y recordando mientras el paisaje nevado se deslizaba.

    Me había tomado el único taxi desde el Aeropuerto Regional de los Apalaches cuando llegué a Iron Mountain camino a mi nuevo hogar. Estaba aliviada de haber visto una torre de control verdadera y de que no estuviéramos aterrizando solo con señalizaciones. El viaje desde allí hasta mi nuevo hogar tomó otros 45 minutos. Seguro habíamos impresionado a los vecinos que nos cruzamos, ya que alcancé a ver algunas cortinas un poco abiertas para observarnos mientras manejábamos lentamente como un cortejo fúnebre en las nevadas carreteras secundarias. Los taxis no eran comunes en estas áreas que me había imaginado en lo profundo del bosque.

    Utilicé mi mirada interior para examinar los bosques cercanos. Sentía de manera constante que algo estaba controlando nuestro avance, algo que no pertenecía a este inmaculado escenario montañoso. Mi intuición me decía que estaba en lo cierto, pero no podía determinar quién, o qué, estaba aumentando mi molestia mágica, por lo que dirigí mi atención a una tarea más agradable, la de estudiar el perfil de Jason. Tenía la nariz recta, excepto por una marca pequeña en la mitad del caballete, tal vez por una pelea con un criminal bravucón. No podía dejar de preguntarme si esa era la razón por la que también usaba un parche en el ojo. Me miró y rápidamente miré hacia el parabrisas lleno de nieve.

    —¿Crees que tengan algún Jeep en ese concesionario de autos de allí? —dije mientras trataba de disimular mi mirada al pasar por un concesionario de autos de camino al restaurante.

    —El dueño es Morgan King, y un tipo realmente honesto, especialmente para ser un vendedor de autos, Cathleen —respondió riéndose—. En realidad, hemos sido buenos amigos desde que somos niños. Estoy seguro de que te ayudará. ¿Qué tipo de Jeep estás buscando?

    —Un Wrangler rojo —dije de golpe después de pensar por un minuto. Se sentía bien decirlo y sabía que sería el auto de mis sueños, deportivo y también bueno para estos caminos resbaladizos.

    —Vaya, qué específica —dijo sonriendo—. No sé si podrás encontrar uno rojo, pero sé que tiene un par de Jeeps en su lote. Si quieres puedo llevarte después de desayunar.

    —Grandioso.

    Llegamos justo antes de que terminaran de servir el desayuno y ambos pedimos el Lumber Jack con suficiente comida como para alimentar un pueblo pequeño, y servido en diferentes platos de colores llamativos. Mientras comíamos el banquete, Jason me hizo muchísimas preguntas sobre mi vida y mi pasado.

    —¡Oye! —dije sonriendo luego de sentir que estaba siendo cuestionada al cabo de un tiempo—.  ¿Cuándo tendré la oportunidad de entrevistarlo, Sheriff?

    —Bien, creo que al ser el agente del orden aquí, estoy acostumbrado a ser el que pregunta. Lo lamento —dijo, sonriendo con vergüenza—. Tienes razón. Adelante.

    —¿Naciste en esta zona?

    —He estado aquí toda mi vida —respondió—, pero me fui para estudiar en la universidad y luego de graduarme volví a irme para trabajar en el exterior por un corto tiempo.

    —¿En el Ejército? ¿La Marina?

    —No, solo un par de trabajos fuera del país para una seguridad privada —dijo luego de mirar al costado por un segundo—. Tengo una Maestría en Derecho Penal, así que parecía una buena elección.

    —¿Estabas trabajando en la fuerza policial por entonces?  —pregunté luego de tomar un gran sorbo de mi taza azul brillante.

    —En realidad, sí. Dirigí una unidad de vigilancia para algunos complejos pertenecientes a una gran entidad corporativa.

    —Suena interesante —dije sonriendo, y traté de imaginarme a este machote corriendo con turbante y vestido como Lawrence de Arabia vigilando los yacimientos de petróleo para algún jeque.

    Mientras hablábamos, quedé impresionada por lo que parecía ser una sincera humildad por parte de este hombre tan extraordinario. Nunca alardeó acerca de sus logros, aunque en un momento dijo en voz baja que era el Sheriff más joven en ejercer ese cargo en Iron Mountain, o en cualquier pueblo cercano. Hablar con él se sentía reconfortante

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