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Un mundo en el que no existe el dinero…
no existen ni dirigentes ni dirigidos…
no existen las religiones organizadas ni las fronteras.
Todo es de todos, no hay diferencias entre los seres humanos.
Por consiguiente, no existe la pobreza ni la miseria… menos aún el hambre.

Los seres humanos llegaron a ese modelo de bienestar sufriendo una guerra cruel llamada Gran Revolución en la que se enfrentaron las Fuerzas Rebeldes contra las Fuerzas Grises que siempre existieron.

Vencieron las Fuerzas Rebeldes, pero luego de más de un siglo, los Grises amenazan con volver.

¿Podrán evitarlo los Visitantes?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 oct 2022
ISBN9789878731346
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    Visitantes - Gustavo Bargellini

    PRÓLOGO

    El cielo era como un manto negro salpicado de puntos de luz. De vez en cuando miraba hacia arriba a través del parabrisas del auto tratando de no dejar de prestarle atención a la ruta, pero estaba casi hipnotizado por ese espectáculo.

    Los paisajes, cualquiera fuera, en el sur de la Patagonia Argentina son muy impactantes, la mayoría de las veces por la belleza natural a lo que se sumaba la limpieza del ambiente, después del crepúsculo la falta de contaminación lumínica potenciaba la perfección de estas vistas, lo mismo pasaba con el cielo en esos momentos, era difícil discernir si se trataba de un fondo negro con estrellas o un fondo de estrellas con algo negro.

    Mientras conduzco le echo un vistazo al tablero del auto para verificar si tengo la nafta suficiente para llegar al parador, la velocidad a la que estoy circulando y de paso la hora actual, veo que son las dos y media de la madrugada. Como es lógico para esta época del año la temperatura es bastante baja y, como no podía ser de otra manera, viento, fuertísimo viento habitual para esta zona del país, creo que los que vivimos en estas latitudes no entendemos las actividades al aire libre sin el viento que nos empuja y nos dificulta cada una de las acciones. Viento siempre presente y molesto, viento que es parte del entorno.

    Hace casi un par de horas salí de El Calafate, emprendí el viaje alrededor de las 24:30, la llamada de urgencia de un amigo de Río Gallegos que estaba en el hospital Regional de esa ciudad a la espera de que termine la operación de su hijo me cayó como un balde de agua fría, el pibe había tenido un grave accidente de autos y la necesidad de mi presencia en el lugar hizo que lo charláramos brevemente con mi esposa, con quien estábamos mirando una película en la televisión, para comentarle de la urgencia, reuniera todos los documentos necesarios para el viaje, saludara, me subiera al auto y arrancara.

    El gran problema por el momento es que hoy fue un día de esos que llamamos largos, me levanté muy temprano esta mañana, tomé unos mates y salí a mi trabajo del que volví pasadas las 20:00 horas, tal vez sea por eso que no doy más de sueño. Por suerte en unos minutos voy a ver las luces del parador de La Esperanza, ya estoy saboreando el café bien negro y humeante que me voy a tomar y el cigarrillo que me voy a fumar apoyado en el auto. Ahí está, ya veo las luces a lo lejos.

    Paro el auto en el estacionamiento, bajo y entro a la confitería del parador. Como es razonable a estas horas en la confitería hay solo una persona, un hombre que está tomando una bebida y mirando la televisión, saludo, me dirijo primero al baño, cosa medio urgente en ese momento, y luego pido el ansiado café. El silencio es solo interrumpido por el dialogo de la película que se está pasando en la pantalla de la tele, solo estamos esa persona, el señor que atiende la confitería y yo.

    Después de tomarme el café que tanto anhelaba salgo, saco el atado de cigarrillos de mi morral, enciendo un pucho y me lo fumo con tanto placer como si fuera el último de mi vida, lo termino en pocas pitadas porque, además de lo que fumo yo, también el viento me ayuda a que se consuma rápido, vuelvo a subir al auto, conduzco hasta donde están los surtidores y le lleno el tanque de nafta y arranco otra vez.

    La ruta es extremadamente aburrida por estos lugares, no me cruzo prácticamente con ningún vehículo. Pasa media hora, todo igual, la cinta de asfalto de la ruta apenas iluminada por los faros del auto y a los costados nada, campo de un lado y del otro, nada porque a esta hora se ve como si fuera todo negro, como si fueran dos telones oscuros a los costados del cono de luz de los faros del auto, nada, aburrido, solo las estrellas en esta noche despejada, un espectáculo digno de ver, pero no puedo sacar los ojos de la ruta.

    Puse un poco de música pero es lo mismo, esa sensación de soledad es opresiva. Voy solo. Pienso en encenderme un cigarrillo, pero el olor dentro del auto no me gusta. Debería parar un rato para fumármelo porque el aburrimiento, la oscuridad y el ver siempre lo mismo me está produciendo somnolencia, pero pienso en parar y bajar del auto y ya siento frío, no, mejor sigo. Ya pasó casi una hora y media. El sueño es cada vez más intenso, me cuesta mantener los ojos abiertos, voy a acelerar un poco más para ver si la tensión me hace estar más despierto… pucha… casi se me cierran los ojos… acelero un poco, el auto va a 150 kilómetros por hora…veo como un poco nublado… ¿será la velocidad?... se me cae la cabeza otra vez…me doy cuenta y enderezo el recorrido…casi me voy a la banquina… ¿Qué hago?... ahh… ya sé… pongo el auto en velocidad constante a unos 130 kilómetros por hora…ahora me relajo… me siento más cómodo en el asiento…los ojos se me van cerrando poco a poco… la cabeza se me va cayendo…

    Lo único que recuerdo es sentir la diferencia de superficie cuando salí de la ruta…en un momento creo haber visto los faros del auto iluminando hacia el cielo, pero claro… eso es imposible…después solo un ruido muy fuerte…y nada…nada más.

    Primera Parte

    CAPITULO 1

    El cuerpo esta acostado boca arriba sobre una camilla y conectado con infinidad de cables a distintos aparatos. Casi todos esos aparatos tienen pantallas cuyas luces azuladas le dan una iluminación extra y extraña a la habitación. Es una mezcla de luces y sonidos de pitidos diversos en intensidad y frecuencia.

    La habitación es amplia, fresca y luminosa, además de las distintas pantallas de monitores están encendidas dos luminarias de luz cálida en el cielorraso.

    Las paredes y el cielorraso están pintados de un color claro que afirma la luminosidad general.

    Hay una ventana de tamaño importante, pero es de noche por lo que no ingresa el aporte lumínico que podría haber de día.

    Una de las paredes de la habitación es transparente, parece vidriada, pero, en realidad no es vidrio, es de un material distinto, raro, todo ese muro está construido con ese material.

    Detrás de la pared transparente están parados una mujer y un hombre mirando el cuerpo a través de ese material.

    La mujer es joven, no debe tener más de 30 años, de pelo casi negro, tez morena y altura media. Muy atractiva a su manera.

    El hombre aparenta tener unos años más, no muchos, no más de 35, también su altura es mediana, de unos 1. 75 más o menos.

    Ambos están vestidos con ropa blanca.

    —¿Cómo lo ves Sandra? – pregunta el hombre con cierta inquietud.

    —Por lo que sabemos está todo bien, los signos vitales en perfecto estado, ya no tiene ninguna contusión ni siquiera alguna cicatriz chiquita, lo pudimos traer justito a tiempo…en realidad solo hay que esperar a que se despierte.

    —¡Qué bueno Sandra!, yo justo había salido un ratito… ¿Sabés algo sí pudieron traer también el vehículo?

    —Creo que sí, habría que consultar con el grupo de rescate, pero parece que sí, dicen que salió todo bien, sin ningún inconveniente y que el auto, estaba bastante golpeado, por cierto, lo están terminando de reparar al completo.

    —Bueno, no nos queda otra que esperar entonces… lo que debemos prever es que no entre en shock cuando se despierte… viste que les cuesta asimilar la situación

    —Y, eso lo tenemos que manejar muy despacio como con los anteriores… lo que no tengo es el dato de cuantos trajeron hoy…hay muchos grupos de rescate en distintos lugares

    —yo tampoco, pero creo que un montón… de otra manera no serviría todo el movimiento… tienen que volver muchos con la información para poder tratar de cambiar las cosas.

    —¿Con los rescates de hoy ya se termina el proyecto?

    —No, quedan los de mañana… ya tenemos rescatados desde el lunes, hoy es jueves, mañana serían los últimos y serían miles…

    —Esperemos que resulte, de otra manera se termina la historia.

    —Esperemos Sandra, es la última oportunidad tal como lo veo… esperemos que resulte…

    —Eduardo, una consulta porque al fin me hice lío con todos los cambios que hubo, calculamos un año acá por un minuto allá ¿no?...

    —No, si no cambiaron el algoritmo sería un minuto en el pasado por cada 720 días acá, si sigue así, cuando vuelvan, prácticamente no transcurriría nada de tiempo.

    —¿Cuánto tiempo calculás para que puedan ver y sentir la realidad de acá? – Pregunta Sandra con un poco de inseguridad.

    —Mirá Sandra, a mí me parece que todo va a depender de la apertura mental de los visitantes, no creo que todos respondan de la misma manera.

    —Lo que nunca entendí cuando se planteó el proyecto es por qué eligieron a todos los visitantes con afectos en su vida en el 2020. Te consulto ahora porque vos estuviste en el equipo de selección… la verdad no me cierra.

    —Para seleccionar primero se analizaron las secuencias de accidentes, luego los perfiles de cada uno de los candidatos y finalmente se puso como condición esencial que tengan afectos importantes.

    —Precisamente eso es lo que no entiendo… ¿Por qué el tema de afectos?

    —Es que es la única manera que teníamos de asegurarnos de que quieran volver.

    CAPITULO 2

    Cuando comencé a tomar algo de conciencia lo primero que vi fue el tono rojizo que se ve con los parpados cerrados si hay mucha luz en el exterior, ese tono que vemos cuando cerramos los ojos poniendo la cara hacia el sol.

    Estaba acostado boca arriba en una camilla, quise abrir los parpados de golpe, pero la fuerte iluminación ambiente me molestó y cerré los ojos nuevamente, me di cuenta de que las luces se atenuaban, de a poco, tratando de no marearme fui abriendo los ojos. Algo había pasado, las luces ya no lastimaban, se había transformado todo en un ambiente cálidamente iluminado, un lugar fresco, un lugar en el que daba gusto estar.

    Pude abrir los ojos del todo y comencé a recorrer el sitio en el que estaba mi camilla, todo limpio, me llamaron la atención las pantallas en las que se monitoreaban lo que aparentemente eran mis signos vitales… pero se me acabó el tiempo para recorrer con la vista el lugar… una mujer y un hombre se me acercaron.

    —¡Hola Esteban!... ¡bienvenido! – dijo el hombre que se me acercó, el tipo parecía cordial.

    No reconocía el lugar, tampoco estaba seguro de lo sucedido, solo tenía esos recuerdos, medio vagos y confusos, de las luces del auto iluminando hacia arriba y el ruido fuerte, como a metal golpeándose… ¿había tenido un accidente?

    —Hola, ¿Me podrían decir que pasó?, ¿Qué hago acá acostado y todo conectado a esas pantallas? – pregunté

    —Tranquilo, tenemos un montón de cosas para irte contando, pero vamos de a poco– dijo la mujer con una voz suave

    —Yo me llamo Eduardo – se presentó el hombre – y ella es Sandra… Lo primero que quiero comentarte para que te quedes tranquilo es que tuviste un accidente, no hay nadie lastimado y vos ya estás del todo bien, de hecho, cuando quieras te podés levantar

    Si bien nunca había visto a esta gente y, por lo tanto, no los conocía, algo en ellos me traía tranquilidad en toda esta situación caótica que me costaba mucho asimilar. Tal vez sea la forma pausada y serena de hablar que tenían los dos, no sé, algo había en el clima que se formaba entre nosotros tres que me hacía sentir que no existía ninguna amenaza a mi alrededor.

    —Es que no puedo levantarme porque estoy conectado por todos lados a esas pantallas, si me muevo demasiado voy a tirar de esos cables…– dije dirigiéndome a Eduardo.

    —Ah si, no me di cuenta de avisarte, esperá unos segundos–

    No sé qué hizo Eduardo, solo vi que se dio vuelta, pero al instante comenzaron a desaparecer los cables que me conectaban y a apagarse las pantallas a las que esos cables me unían.

    —¡Listo!... no me acordaba que estabas monitoreado– dijo Eduardo con una sonrisa

    —Chicos, yo me voy a cambiar de ropa y los espero afuera así vamos a dar una vueltita antes de ir a comer, fíjate la hora Eduardo, ya es medio tarde y la verdad es que todo esto me dio muchísima hambre – Sandra salió de la habitación.

    Eduardo se acercó a una especie de placard cuyas puertas se abrieron con solo aproximarse, sacó un juego de ropa nuevo, una camisa, pantalón, zapatillas y ropa interior. Me alcanzó las prendas.

    —¿La ropa que tenía puesta que pasó? – Le pregunte con un poco de miedo ya que tenía el morral con los documentos, la billetera y el celular.

    —Las están lavando y recomponiendo porque algunas prendas se rompieron con el accidente, no te preocupes que ni bien estén listas te las dan así te volvés con esa ropa puesta y nadie va a notar ningún cambio.

    Me puse la ropa que me alcanzó Eduardo, todo me quedaba perfecto, hasta las zapatillas que siempre te tenés que probar porque, aunque tengan el mismo número, siempre cambian entre marcas, algunas te aprietan, otras te quedan flojas… estas me calzaban perfecto, como si las hubiera elegido.

    Un poco sorprendido se lo comenté a Eduardo

    —Toda la ropa me queda bárbaro, embocaste el talle justo –

    —En realidad no es una cuestión de suerte, la ropa se hace a medida de cada persona que la va a usar – me comentó mientras él también se cambiaba.

    —¡A la pelota! – le comenté –ropa a medida… debe ser re cara–

    Se me quedó mirando con un poco de extrañeza

    —¿Qué significa re cara?... ahhh… pará… si… ya sé… no te preocupes, después te cuento… la que no entendería nada es Sandra…¡¡¡jajaja!!! –

    Eduardo pasó del gesto de extrañeza total con el que arrancó la frase a un gesto iluminado por haber comprendido y por algo que le parecía gracioso.

    Sinceramente en ese momento no entendí bien lo que me estaba diciendo, pero, como todo me inspiraba confianza terminé de vestirme con una sonrisa, Eduardo también y salimos juntos de la habitación.

    Cuando traspusimos la puerta nos encontramos con un pasillo amplio, como la habitación donde me había despertado, muy luminoso y cálido.

    Mientras caminábamos nos cruzábamos con personas, mujeres y hombres, todos vestidos con ropa clara. Todos sonrientes que nos iban saludando a medida que nos rebasábamos, por supuesto tanta alegría y buena onda me llamaba la atención, pero quería mantener la situación así, ver tanta gente jubilosa te alegra a vos también. Es como que se va contagiando la sonrisa.

    Al final del pasillo había una sala grande, como siempre luminosa, con sillones y libros repartidos sobre mesas tipo ratonas. En el frente de la puerta de entrada o salida había varios escritorios con una persona, varón o mujer, estaban mezclados, atendiendo a la gente que se acercaba.

    —Esperemos un poco acá… Sandra ya está por venir–

    —¿Qué vamos a hacer? – Pregunté porque ya estaba teniendo un poco de hambre.

    —Creo que por la hora vamos a ir a comer algo y de paso charlamos un rato–

    —Si, la verdad es que tengo bastante hambre–

    Sandra venia caminando desde el otro extremo de la sala, se nos acercó, se había cambiado la ropa por lo que los tres estábamos con prendas informales y cómodas.

    —Bueno, vamos... vamos directamente a comer ¿no? – dijo Sandra ni bien se acercó a nosotros.

    —Yo creo que si… la verdad tengo hambre… no sé qué les parece a ustedes– Comentó Eduardo.

    —Dale, yo también tengo hambre… además quiero comer lo antes posible así, como ya aparentemente me dieron el alta, me puedo ir lo más rápido que pueda a mi casa. Mi familia debe estar preocupada.

    Sandra y Eduardo se miraron entre sí.

    —Mirá Esteban, hay algunas cosas que tenemos que comentarte, sería bueno que lo charlemos tranquilos mientras comemos ¿te parece? – Eduardo me lo decía con un tono de voz que parecía una súplica.

    —Además– acotó Sandra –quedáte tranquilo que a ver a tu amigo vas a llegar con re tiempo… y te digo más… va a salir todo bien…–

    Ni bien lo dijo el rostro de Sandra se puso color frambuesa… se dio cuenta de la metida de pata… lo miró casi con desesperación a Eduardo.

    —Paren… Paren un poco – realmente no entendía lo que estaba pasando – Vos Sandra me decís que voy a llegar con tiempo para ver a mi amigo y que va a estar todo bien, pero ¿Cómo sabés que iba a ver a un amigo si nunca te comenté nada? –

    —Esteban… por eso te decía que tenemos que charlar algunas cosas – dijo Eduardo un poco preocupado.

    —Todo joya Eduardo, pero pará un poco que me estás confundiendo, mirá, no sé en realidad dónde estoy pero quiero volver lo más pronto que pueda, quiero avisar que está todo bien, no quiero que mi familia se asuste…–

    Eduardo no me dejó terminar… yo me estaba poniendo medio loco por lo que lo mejor que se podía hacer en ese momento era cortarme el proceso de desesperación.

    —Tranquilo Esteban… ahora comemos y charlamos… vas a ver que aclaramos todo.

    —Está bien, pero – arremetí con la pregunta que quería hacer

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