Cuentos para dormir con la luz prendida
Por Santiago Tomé
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En este libro, encontrará historias perturbadoras que pueden ocurrirle a cualquiera, incluso a usted, y al terminar de leer cada una de ellas, no podrá evitar querer dormir con la luz prendida.
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Cuentos para dormir con la luz prendida - Santiago Tomé
SANTIAGO TOMÉ
Cuentos para dormir con la luz prendida
Tomé, Santiago
Cuentos para dormir con la luz prendida / Santiago Tomé. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-3513-9
1. Relatos. I. Título.
CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA
www.autoresdeargentina.com
info@autoresdeargentina.com
Buenas noches.
Tabla de contenidos
El último adiós
Anécdota de un camionero
Ramón
Hipnosis
La casa de enfrente
Lolo
Ruleta rusa
Ruta 40
Escaleras
¿Vas a entrar?
Un pequeño consejo
Presa
Reunión de amigos
Grupo de autoayuda
La última parada
Intruso
Hospital psiquiátrico
El bosque
03:27 AM
La cabaña
Epílogo
El último adiós
La casa velatoria está repleta de gente. Algunos sollozan buscando consuelo en algún hombro, mientras que otros, charlan indiferentes como si se tratara de una reunión más.
Al fondo, una puerta abierta de par en par invita a pasar a los dolientes a una pequeña sala, en la cual, se encuentra un ataúd bastante sofisticado rodeado de varias coronas, cortesía de los presentes. A los pies del féretro, un violinista de edad avanzada y aspecto serio, entona una melodía un tanto alegre dada la situación.
Una mujer entra al salón. Sus ojos rojos y maquillaje corrido denotan la profunda tristeza que está atravesando. Camina con pasos cortos hacia el cajón, como si nunca quisiera llegar hasta allí, pero eventualmente, lo hace. Se coloca al costado y acaricia suavemente la frente del difunto, para luego, besarla por varios segundos. Entre sollozos, seca sus lágrimas con un pañuelo. En ese momento, ingresa un joven, quien tímidamente se acerca a ella y apoya su mano en uno de sus hombros. Al sentirlo, gira hacia él e inmediatamente se funden en un abrazo que consuela a ambos por igual. La chica lo suelta, y después de un breve intercambio de miradas, se retira cabizbaja. El muchacho se apoya en el cajón, y mientras seca sus lágrimas con la manga de su camisa, entra una señora mayor con un jazmín en su mano. Ella se acerca lentamente al féretro, y al llegar, deja la flor dentro del ataúd. Una vez hecho esto, ambos se retiran en completo silencio, pero con un claro gesto de tristeza que ninguno puede ocultar.
El violinista, quien nunca abandonó su lugar, toca una larga nota que finaliza la pieza musical. Baja su instrumento, mira hacia el cajón y camina hacia su costado para observar el interior. Dentro, está él, sosteniendo en sus manos una flor de jazmín y un violín. El músico continúa con su mirada fija, mientras que de a poco, las luces de la sala comienzan a apagarse.
Anécdota de un camionero
Mi nombre es Oscar. Trabajé cuarenta y seis años como chofer de camión y hoy, disfrutando de mi merecido retiro, quería relatarles algo que me ocurrió y nunca conté a nadie… ni siquiera a mi esposa. Quizás por la certeza de que no me iban a creer, pero por sobre todo, porque cada vez que pienso en eso, siento que se me hiela la sangre y una sensación horrible recorre todo mi cuerpo.
No recuerdo el año, pero fue hace poco… no más de diez. Tenía que ir desde Buenos Aires hasta Salta. Era un viaje largo… como veinte horas, pero yo ya estaba acostumbrado a hacerlos. Al principio venía re bien, la ruta estaba tranquila, no había muchos autos, hasta que en la treinta y cuatro, el tránsito se puso bastante pesadito porque hubo un accidente. Igual, yo en seguida supe que era por eso, se imaginan que después de cuarenta y seis años arriba de un camión, ya sabés cuando el tráfico es porque hubo un choque, o porque la policía está haciendo controles, o por lo que sea. Pero bueno, ya no era algo que me sorprendía… más sabiendo como manejamos los argentinos. Los demás, yo no… yo en mi vida tuve un accidente, pero vi muchos, eso sí… y este era uno más. En fin… una vez que salí de todo ese lío, seguí unos cuantos kilómetros, y en un momento, veo al costado de la ruta a una chica, que tendría unos treinta y pico, haciendo dedo. Yo en ese sentido la verdad que era bastante gaucho… si podía llevar a alguien, lo llevaba… no me costaba nada, además, el viaje se hacía más entretenido, por lo menos tenía alguien con quien hablar. Cuestión que paré y le pregunté a dónde iba. Ahora no recuerdo bien qué me respondió, pero sí que me quedaba de