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La vida oculta de John
La vida oculta de John
La vida oculta de John
Libro electrónico227 páginas3 horas

La vida oculta de John

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Información de este libro electrónico

Todo sucede por una razón... ¿estás listo?

Si alguna vez os encontrarais con una estrella solitaria, ¿qué haríais? ¿Os apegaríais a ella o la dejaríais libre?

Una mujer encontró una estrella brillante y libre, y la quiso coger, pero esta llevaba tanto tiempo sola que le costaba brillar en compañía. El astro llevaba muchos asteroides en su cola, que interrumpían su camino o lo dañaban, si alguien se acercaba. Por ello, un día decidió liberarse de todos estos asteroides para poder brillar junto a su amada. Sin darse cuenta, esa estrella se había convertido en un satélite y la mujer tomó su forma. Así debería de ser la vida real entre un hombre y una mujer.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento26 jun 2018
ISBN9788417335496
La vida oculta de John
Autor

F. Shahab

Toda esta aventura empezó un día de verano de vuelta de unas vacaciones, cuando su mujer le pidió que le escribiera un libro con todas las historias que le contaba durante los viajes.Entre canción y canción encontraba su inspiración para escribir relatos cortos, como si fueran pequeñas aventuras. Lo que sí sabía era que lo que escribiera tenía que ser romántico, pero no cursi, con aventuras y asesinatos, sobre todo, de los malos. En resumidas cuentas: tendría que tener intriga, como las historias de los escritores de la vieja escuela. F. Shahab espera que los lectores disfruten de su lectura tanto como él a la hora de escribirlo.

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    La vida oculta de John - F. Shahab

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta obra son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados de manera ficticia.

    La vida oculta de John

    Primera edición: junio 2018

    ISBN: 9788417321291

    ISBN eBook: 9788417335496

    © del texto:

    F. Shahab

    © de esta edición:

    , 2018

    www.caligramaeditorial.com

    Info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Dedicado a mi mujer y musa…

    Beatriz, gracias por inspirarme y ayudarme en este sueño

    I

    La vida oculta de John

    La historia de mi vida empezó hace mucho tiempo, ni me acuerdo el lugar donde comenzó, pero la parte más importante de ella me ocurrió hace seis meses. Toda mi existencia cambió.

    Me gustaba levantarme temprano, acompañado del amanecer; hacer ejercicios de yoga en la terraza, mirando hacia el bosque, notando la brisa matutina en mi cara, la cual, sin duda, me ayudaba a no pensar en quién era realmente y en lo que había hecho.

    Después de mis ejercicios, me duché como todos los días, pero esta vez podía quitarme la barba. Normalmente, tenía la barba o perilla para que nadie pudiera reconocerme, no sabía quién podría estar vivo ahí fuera; pero ahora, todas las circunstancias habían cambiado, ya habían pasado unos sesenta y cinco años por completo. Esta vez podía enseñar mi cara.

    Como siempre, comencé el ritual bajo las costumbres que me habían enseñado, donde era importante preparar la piel antes de afeitarse, solo con un simple paño caliente, puesto que de esa manera el poro de la piel se abre y se pone suave para el afeitado; como el momento era especial, tenía que estar deslumbrante, esta era mi ocasión, así que todo tenía que estar perfecto. Me arreglé lo justo para impresionar; lo primero que hice fue arreglar la típica tripilla tan incómoda por los excesos de las comidas de reunión y, sobre todo, las fiestas de Navidad, en definitiva, había que terminar con ella. Me puse enfrente al espejo del baño y vi esos michelines que siempre nos molestan a los hombres; así que me concentré, mandé un mensaje a mi cerebro para que moviera los músculos necesarios y los hiciera desaparecer; la verdad no sé cómo lo conseguía, pero mi cuerpo empezó a reaccionar, salieron las tabletas de chocolate que tanto le gustan a las mujeres, ellas nunca fallan para un momento delicado como el de hoy; yo no sabía si era magia o si realmente era una persona especial, o un dichoso mutante en esta tierra; lo que sí sabía es que hoy era un día muy importante, un día especial, por lo que luego de salir de tomar una ducha, me dirigí a mi vestidor y empecé a mirar toda mi ropa, había desde Armani, Boss, etc.; pero el traje adecuado no estaba ahí. Pasé por un lugar con una vitrina que guardaba un traje militar; no quería que nadie lo tocara, por eso los cristales eran blindados, tenía un código de acceso digital de diez dígitos. Ese traje siempre me recordaría el pasado, no quería olvidar, pero tampoco quería que nadie supiera que existía.

    Seguí caminando, dejando el traje militar atrás, hasta que di con el traje perfecto para la ocasión; era un traje de lino que tenía, le combiné una camisa rosa suave, la cual le sentaba bien, cogí un cinturón de color marrón de cocodrilo, con unos zapatos Yankos de color marrón oscuro. Para terminar, me puse mi Omega Sea master 300 con su correa de cocodrilo; estaba preparado para todo lo que me echaran. Bajé a la cocina por las escaleras, esta vez no quise usar el ascensor; saludé a Bashir:

    Salam.

    Bashir era un hombre mayor. Toda su vida había sido mayordomo. Era de Angmar, de la India. Su familia había muerto, no tenía a nadie. Llevaba conmigo unos diez años.

    Wa aleikom as-salam. Su desayuno está servido, señor.

    Yo solía tomar de desayuno dos huevos y zumo de pomelo; otras personas prefieren el zumo de naranja, pero yo personalmente prefiero el de pomelo, ya que ayuda a expulsar todas las toxinas acumuladas. Después de charlar con Bashir, me dirigí hacia el garaje. Hoy me sentía muy vivo, por lo que tenía que coger el coche adecuado para esta ocasión. Como sabía que hoy iba hacer un día radiante, decidí escoger el descapotable; mi nueva adquisición un Jaguar XKR, por fuera de un color negro lunar con el interior de piel color marfil granulado, su techo de color negro. Recuerdo que cuando la vendedora me lo vendió, me dijo:

    —Es una máquina extraordinaria, le haría sentirse como si el suelo no existiera debajo de él.

    La verdad, después de haberlo probado, lo que decía la vendedora era cierto, la sobrealimentación hacía que el coche no pisara el suelo, era como si flotara. Pensé que era la mejor decisión para ir a la oficina el día de hoy.

    Me monté en mi flamante Jaguar, puse el disco de Michael Bublé —Cry me a river—. Esta vez no le podría hacer daño al oído ajeno. Por fin tenía las ganas de probar el equipo de audio que mandé a instalar. Cuanto más alto, sonaba mejor, era la sensación; me puse mis gafas de sol especiales que mandé a diseñar, estaba listo para salir del garaje y dirigirme hacia a la autopista.

    En la autopista, el pedal del acelerador del coche estaba tan suave que lo pisaba con mucha facilidad; la brisa me daba en la cara, estaba realmente disfrutando de los cuatrocientos cincuenta caballos, los cuales me hacían sentir el hombre más afortunado. Todo me parecía bonito. Crucé la ciudad como nunca lo había hecho, parecía que yo era el centro del mundo, hasta las mujeres me parecían algo exquisito, como si nunca las hubiera probado. Todas eran una fruta prohibida, listas para ser degustadas hasta el final, no importaba si eran morenas, rubias o mis preferidas, las pelirrojas; siempre me habían llamado la atención.

    El camino hacia la oficina fue como un paseo por el cielo. Siempre que podía me gustaba pasar cerca del Central Park. La oficina se encontraba en un lugar estratégico, desde ahí se podía acceder a todas partes de la gran manzana. Al ser una de las torres más importantes, tenía varias plantas de garaje. Cuando llegué al aparcamiento tuve ganas de hacer que el coche bailara, lo bueno que tiene ser rico es que toda una planta de garaje puede ser para ti, nadie te lo podía discutir, porque tú eres el dueño del edificio; lo disfruté haciendo algunos trompos en todas las direcciones, derecha e izquierda. El coche bailaba al mismo son que tú marcabas, no importaba si de pronto decidía hacer algunas piruetas, la verdad es que el coche se deslizaba como una seda. Después de aparcar, no me apetecía dejar de tener esta sensación de estar volando por las nubes, así que apreté un botón que tenía en mis gafas Gadgets, y de ellas salieron unas extensiones que se acoplaron a la forma del oído, como unos cascos. Apagué el coche, pero la música seguía sonando, la ola que había cogido esta mañana no había acabado.

    Me dirigí a mi ascensor privado, pero al final no me dieron ganas de subir por mi ascensor privado, preferí coger el ascensor de mis empleados; me mezclé con mis empleados, la verdad es que me miraban de forma rara todos los que estaban en él. Yo seguía escuchando a Michael Bublé, hacía su ritmo que me moviera como si el ascensor se encontrara vacío; mientras subía estaba viendo y escuchando los problemas de mis acompañantes empleados, me sentía una persona normal, como si fuera del montón; entre tanta gente, me fijé en el chico del ascensor. Él subía y bajaba a demasiada gente en el día, pero nadie sabía nada de nadie y menos de él, todos estaban solos, actuaban como si estuvieran solos, desconectados. Eso mi hizo sentirme triste. Como iba diciendo, me fijé en el chico del ascensor. Él miraba a una chica que iba en el ascensor, la chica hablaba con sus compañeras sin darse cuenta de que él existía; por cierto, el chico del ascensor se llamaba Toni. Era un chico delgado, siempre tenía las gafas sucias, pero detrás de ellas había unos ojos verde esmeralda, muy bonitos. En cada parada que él hacía, la gente salía y entraba sin decirle buenos días, eran como robots; el ascensor se iba quedando más y más vacío en cada parada que hacía. Toni aún seguía mirando a la chica, solo cuando ella no se daba cuenta de que él estaba pendiente de sus movimientos o gestos. Lo que él no sabía es que ella sí se daba cuenta y le andaba mirando a él de reojo. Era una chica hermosa, no lo voy a negar, pero ella había sufrido mucho de mal de amor. Ella tenía muy claro que la próxima vez que se enamorara, el chico es el que tendría que dar el paso y enamorarla de verdad para toda la vida.

    Cuando llegaron a la planta veinte, el ascensor se paró. Las cuatro amigas de la chica salieron primero, le llamaron casi al unísono:

    —Zaira, vamos…

    Zaria era una chica morena, con unos ojos marrones de pelo largo y liso, con el cuerpo estilizado. La chica se había parado cerca de Toni y le dijo con una voz suave y melodiosa:

    —Buenos días, Toni.

    Salió del ascensor con una gran sonrisa, pero Toni se quedó atónito, sin saber qué decir. La miró y bajó la mirada. Se quedó pensando que ella era mucha mujer para él. Pensó para sí, en forma de murmullo:

    —En otro momento.

    Pudo haberse dado la vuelta, pero esta vez no lo hizo. Pensé que no era mi batalla, pero como en todas las guerras, hay una excepción. Me acerqué a Toni; él, al ver que me acercaba, se puso un poco más nervioso de lo que ya estaba:

    —Señor, ¿necesita algo?

    —Toni, sabes que te conozco desde hace años. La verdad es que entiendo muy poco de las mujeres, pero lo que sí te podría decir… Pondría mi mano sin miramiento en el fuego porque esa chica está colada por ti.

    Toni se quedó mirando la mano que John le había extendido mientras decía tal frase, para lo cual le respondió:

    —Es fácil para usted, usted tiene un plante que ninguna mujer le resiste, pero ¿yo? Yo… Míreme bien, dónde voy yo con esto.

    Mientras Toni señalaba el cuerpo no tan lejano de Zaira, John lo miró de arriba abajo y le respondió:

    —Es verdad, pero sigo diciéndote que esa chica está colada por ti, pero tú no lo ves. ¿Por qué no haces una cosa? Acércate a ella, susurra estas palabras que te voy a decir en su oído, no fallarás.

    John empezó a susurra las palabras a Toni. Este, mientras tanto, solo pensaba en la que se iba a meter. Cuando John terminó, señaló a un chico rubio guapo que se había levantado en el hall donde las chicas se encontraban; Toni se giró y miró al chico y se dijo a sí mismo: «Él es más guapo»; miró a John y le respondió:

    —Me va a soltar un guantazo de los que duelen.

    —Pierre Cornearle dijo «Sin riesgos en la lucha, no hay gloria en la victoria». Ahora la pregunta es: ¿qué vas a hacer?

    Toni se quedó pensando unos segundos en las palabras de John. Se armó de valor, puso el ascensor en stop. Empezó a andar hacia ella; esta estaba de espaldas hablando con sus amigas. Toni se acercaba más y más. Cuanto más se acercaba, se ponía cada vez más nervioso. Mirando a su lado derecho, estaba el chico rubio atento a lo que iba a hacer. Toni lo miró, de tal manera que podía matarle solo con los ojos; cuando Toni llegó a donde estaba la chica, con una voz temblorosa dijo:

    —Por favor, no te des la vuelta, solo escucha lo que tengo que decirte.

    Empezó a susurrarle al oído lo que le había dicho John hacía un momento; cuando Toni terminó, echó un paso hacia atrás. Se encogió de hombros, esperando el guantazo de parte de la chica. Lo que no esperaba era la reacción ganada: ella soltó los informes que llevaba en la mano, se dio la vuelta y le abrazó; mientras ella hacia eso, sus amigas quedaron de piedra y comenzaron a murmurar entre ellas, preguntándose qué le habría dicho para que Zaira actuara de tal manera.

    Zaira terminó de besar a Toni, cuando una de sus amigas, en tono de envidia, le dijo:

    —No será para tanto lo que te ha susurrado...

    Zaira miró a Toni y le pidió que le repitiera en voz alta lo que le había susurrado tan solo un beso atrás. Toni, todo colorado, empezó a decir las palabras secretamente susurradas a su oído:

    —Me gustaría ser una lágrima tuya, para nacer en esos ojos tan bonitos, para después recorrer tus mejillas y al final morirme en tus labios.

    Se quedó callado. Las amigas de Zaira se quedaron estupefactas, pensando para sí mismas «es un sol, quiero uno para mí». Toni se dio la vuelta. Mirando al chico, levantó la mano y en su solo gesto le hizo entender el mensaje: ES MÍA. Pero cuando quiso darse la vuelta entera para dar las gracias a John, se oyó la campanilla del ascensor cerrándose.

    Llegué como de costumbre a la cima del edificio, la planta doscientos veinte, donde se encontraba, obviamente, mi despacho, aún seguía escuchando la playlist de Michael Bublé. La puerta del ascensor se abrió. A primera instancia se divisaba un hall inmenso con una luminosidad increíble. En frente había una linda muchacha rubia que tenía por nombre Violet. Por su acento todos sabían que era francesa. Sus padres eran peculiares; el padre era el típico francés, creo que era noble, pero su madre, oh, la la…, era harina de otro costal. Había estado en la resistencia francesa, tenía un par de ojos azules como el cielo, aunque precisamente eso no era lo que primero que la hacía ser sumamente atractiva para los hombres en general. Su apodo no era común, pero en estas circunstancias le caían como anillo al dedo. La llamaban Bombón; cuando ella llegaba a algún lugar, deslumbraba y se convertía en el alma de la fiesta. No pasaba desapercibida, pero tenía la virtud de que cuando la misma se torcía o se tornaba aburrida o peligrosa, se evaporaba de primera sin ser notada.

    Encima de la mesa del mostrador había un jarrón con unos rosales que venían a cambiar cada dos días. John empezó a hablar en francés:

    Bonjour, Violet, comment ça va?

    Violet, con una sonrisa leve, con una mano encima del mostrador y la otra debajo, respondió:

    Ça va bien.

    —Bueno, empezó la adivinanza; veo que tu mano sigue debajo del mostrador, eso quiere decir que todavía no estás segura si soy yo o no, por lo que esperas que te diga qué arma has traído hoy.

    Era un juego que ellos llevaban desde hacía unos meses, en modo de pregunta de seguridad. Todavía no había acertado, pero aun así siguió entrando de manera despreocupada hasta estar mucho más cerca de ella y hacerle un comentario final:

    —Bueno, como de costumbre vienes impolutamente vestida, con esos tacones, la falda corta que combina bien con los zapatos, no digamos de esa blusa que llevas, con su gentil y amplia sonrisa, la cual no deja nada a la imaginación sana; bueno, con eso en mente, el arma debe de ser pequeña… Vamos a ver, esta vez voy a decir que es un Walter PPK. ¿Lo he adivinado?

    Violet sonrió levemente y le respondió de manera pícara:

    Oui, monsieur, y usted ¿utiliza un arma pequeña o grande?

    John se rio, se acercó a ella para decirle algo. Violet se inclinó para recibir la respuesta a la pregunta que había hecho. Mientras esto sucedía, él alargó la mano hacia el jarrón con los rosales y, cogiendo una de ellas, respondió:

    —Me gustan las armas silenciosas, que te maten con placer.

    John se incorporó con la rosa en mano. Sin decir más, se dirigió hacia su despacho, dejando a Violet con la palabra en la boca.

    Me dirigí por la alfombra roja hacia mi despacho, pasé por la puerta del despacho de Mark y junto a la de él estaba la puerta de mi amada Beti; me paré unos segundos para hablar con ella, pero preferí darle la sorpresa que le tenía preparada más tarde, por lo que seguí y llegué para abrir las dos puertas de cristal que daban a la entrada de mi despacho y a la mesa de mi secretaria Juli; era una mujer muy rara, su taquigrafía no era brillante, pero yo la quería por su don: conseguir lo que la pedía, fuese un informe o localizar a alguien. Ella lo lograba de manera muy rápida y eficiente, era mi as debajo de la manga; la miré y le dije:

    I cry a river over you!

    Le di al botón de mis gafas, la playlist dejó de sonar. La miré y con mi español le dije:

    —Buenos días…

    La rosa que llevaba en mi chaqueta se la regalé a Juli. Ella se sintió sorprendida y muy feliz, era una persona que trabajaba muy duro; algunas veces, yo no fui tan agradable con ella. Ya me estaba llegando el tiempo para que

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