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Retrouvailles: la fragilidad de los reencuentros: Retrouvailles: (fr) la fragilidad de encontrarse con alguien después de mucho tiempo sin verlo
Retrouvailles: la fragilidad de los reencuentros: Retrouvailles: (fr) la fragilidad de encontrarse con alguien después de mucho tiempo sin verlo
Retrouvailles: la fragilidad de los reencuentros: Retrouvailles: (fr) la fragilidad de encontrarse con alguien después de mucho tiempo sin verlo
Libro electrónico336 páginas5 horas

Retrouvailles: la fragilidad de los reencuentros: Retrouvailles: (fr) la fragilidad de encontrarse con alguien después de mucho tiempo sin verlo

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A veces hay que desprender el resentimiento y depositar los recuerdos en un montón de hojas, eso te ayuda a que una historia, en cierto modo, termine.

Sophie y Dylan son dos adolescentes que se conocieron a las afueras de Madrid. Tras encontrarse en una playa alicantina, surgirá entre ellos un sentimiento indescriptible entre amor y amistad. A lo largo de seis años, esa conexión llena de inocencia les llevará areencontrarse numerosas ocasiones a escondidas a pesar de los problemas que esto provoca.

El último reencuentro en Francia tendráun papel decisivo, ¿Serán capaces de dejar de lado su orgullo para dejar brotar ese sentimiento evidente o se rendirán despareciendo el uno de la vida del otro como si esos años no hubieran sucedido jamás?

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento20 jul 2016
ISBN9788491126379
Retrouvailles: la fragilidad de los reencuentros: Retrouvailles: (fr) la fragilidad de encontrarse con alguien después de mucho tiempo sin verlo
Autor

Sofía Morante Thomas

Sofía Morante nació en diciembre de 1996. Retrouvailles es su primera obra escrita y publicada. Escribe con sutileza y melancolía, de manera simple, su forma de recordar el amor cuando te marca la vida. Su prosa es un llamamiento a las nuevas generaciones de jóvenes que buscan el amor, lo encuentran y lo pierden.

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    Retrouvailles - Sofía Morante Thomas

    CAPÍTULO I

    Aquel verano podría haberlo pasado en el hospital debido a la operación de espalda que me tendrían que haber hecho, si no fuese porque en el último año me mejoró un centímetro la curvatura de la columna vertebral. Al salir del hospital me hicieron firmar un documento para dar por terminada la intervención en aquel centro. Tuve que escribir mi nombre completo. Nunca me había gustado mi segundo apellido ya que era de origen francés y siempre lo escribían mal por lo que tenía que estar deletreándolo constantemente para que no hubiera errores. Al salir del hospital sentí la brisa veraniega y una libertad que pensé que jamás volvería a sentir. Aquel verano que no pasé en el hospital decidí irme a la playa y fue allí donde realmente comenzó la historia.

    8 de agosto de 2011

    Me desperté sobresaltada por el tono de llamada She will be loved que sonaba de fondo mientras terminaba de abrir los ojos y me disponía a contestar.

    -¿Sí?

    -Emm, hola. ¿Te he despertado? Siento no…-le corté rápidamente como muestra inequívoca de que no me enteraba de nada porque aún estaba dormida.

    -¿Quién eres?

    -Dylan.

    Rápidamente me sobresalté otra vez, abrí los ojos y me senté dando un brinco en la cama.

    -Ah, hola, perdona. Estaba dormida. –Intenté responder con normalidad.

    -Lo supuse, perdona. Voy a ir a la playa con mi familia ahora. Me preguntaba si querrías venir.

    -¿Ahora? –Miré el reloj. Eran las diez y media de la mañana. –Tardaré un poco, pero estaré allí.

    -¿Sobre qué hora?

    -Sobre las doce.

    -De acuerdo, pues ya nos vemos.

    -Hasta luego.

    -Hasta luego.

    Colgué y me puse en marcha en seguida. Mi prima, sentada a mi lado, estaba casi más emocionada que yo. Yo seguía en estado de shock. Me miré al espejo y salí de la habitación. Hacía sol. Un día perfecto de playa. Desayuné un gran cuenco de cereales con leche y me puse mi camiseta de los Rolling Stone que había cortado dos días antes para la ocasión. Me terminé de vestir con los vaqueros cortos color azul oscuro y las chanclas granates, me despedí de mi padre y de mi prima y fui a coger el autobús.

    Para rematar el estado de nervios que suponía quedar con Dylan, se le sumó la variante de que no tenía ni la más remota idea de cómo llegar a aquella playa en la cual él me esperaba. Jamás había cogido un autobús en esa ciudad y cabe mencionar que yo no vivía allí, solo pasaba las vacaciones, en realidad, yo vivía en un pueblecillo a las afueras Madrid.

    Cogí el ascensor y descendí desde el piso doce hasta la calle. Abrí la puerta del edificio y bajé unas pequeñas escaleras hasta llegar a la puerta principal que separaba el edificio de la calle. Seguidamente, crucé hacia la parada de autobús haciéndole señas a mi padre, que estaba en la terraza del piso mirándome para ver si llegaba bien. Todo correcto, le aseguré con el pulgar levantado. A penas diez minutos más tarde el autobús llegó, me subí y noté cómo los nervios se iban acumulando en mi estómago. Me senté al fondo, me puse los auriculares y el volumen de la música muy alto para dejar de pensar, y entonces, cuando apenas llevaba cinco minutos en el autobús, Dylan llamó de nuevo.

    -Hola, ¿dónde estás? ¿Por dónde andas?

    -Pues acabo de subir al bus y creo que tardaré una media hora en llegar.

    -Vale, vale. –colgó.

    Me llamó unas tres veces más a lo largo de todo el trayecto para ver qué tal iba, a lo que yo le contestaba que estuviese tranquilo, que sabía orientarme.

    Pero en realidad no. No sabía cómo coño llegar ahí. No sabía ni dónde estaba yo. Decidí preguntarle a la señora que estaba sentada en frente de mí y entre indicaciones balbuceadas pude entender que ella me avisaría cuándo fuese mi parada. Y así fue. Tras dos paradas, me dijo que me bajase en la siguiente, y eso hice. Salí al paseo marítimo por una callejuela llena de casas blancas de piedra y le llamé para saber en qué parte de la playa estaba. No me cogía el teléfono y lo volví a llamar. Esta vez sí.

    -Dime, ¿qué tal vas?

    -Acabo de salir del autobús, ¿en qué parte de la playa estáis?

    -Estamos donde hay una especie de puerto, justo al final de la playa.

    -Vale, tardaré un poco, estoy en la otra punta.

    -Joder.

    -Descuida, no es una playa muy grande, hasta ahora.

    -Hasta ahora.

    Creo que en ese momento ambos estábamos sonriendo a ambos lados del teléfono, colgué lo más rápido que pude para que no lo notara y comencé a andar bajo el sol de las doce de la mañana.

    ************************************************************

    Un lluvioso día de septiembre de 2010

    Todo comenzó hacía casi un año el día que fui al pueblo de Dylan en busca de un amigo suyo, Alvaro, que en ese momento me gustaba. De hecho, creí estar enamorada de él durante un tiempo. Yo tenía trece años. Iba con una vieja amiga y mi mejor amigo y sólo tenía intención de ver a aquel chico durante un rato hasta que mi amiga me dijo que habíamos quedado con él y con todos sus amigos. Por un momento me asusté. Me costaba relacionarme con otras personas y mucho más, si eran tan diferentes a mí. Me relamí los labios y me recogí un mechón de pelo detrás de la oreja. Comenzamos a andar. Llegamos a la famosa plaza del pueblo y estaban ahí haciendo skateboarding saltando por los bancos y rodeando la fuente. Me fue inevitable dejar de mirar al suelo pero, una de las veces que alcé la mirada, me fijé en que uno de ellos era bastante atractivo. Pero entonces, vi como Álvaro hablaba con otro de sus amigos. Éste era un poco más alto que los demás, llevaba un gorro negro y el pelo medianamente largo, negro y rizado, y nada más terminar la conversación con Álvaro, ambos me miraron y aquel chico empezó a dar vueltas a mi alrededor con su skate sin dejar de observar cada centímetro de mi cuerpo de arriba abajo. Su análisis terminó en mis ojos y pude ver los suyos con claridad durante una décima de segundo. Sólo vi que eran marrones y tenían algo que me impedía dejar de mirarlos. Yo me reía, pero luego cuando nos decidimos mover hacia un viejo parque, cambié mi expresión, puesto que estaba demasiado nerviosa y sentía que ese no era mi sitio, que tenía que irme cuanto antes.

    Pasaron las horas, el amigo de Álvaro, el que me había estado mirando, estaba completamente pendiente de mí, observándome en cada gesto, cada expresión, cada movimiento y era el único que me hacía partícipe de las conversaciones. Eran las nueve de la noche y yo tenía que volver a casa ya que mi madre me pasaría a recoger en treinta minutos. Aquel extraño amigo tan observador convenció a todos los demás para que me acompañasen hasta la plaza del reloj donde me recogería mi madre. Por fin dijeron su nombre. Dylan. Se llamaba Dylan.

    Iba al lado de mi amiga hablando por la carretera y vino un coche de frente. Dylan, acto seguido vino corriendo por detrás de mí, me cogió fuerte y espontáneamente me estampó contra un árbol que había en la acera sin soltarme e inmediatamente me miró a los ojos y, apartándome un mechón de pelo me dijo Te he salvado la vida. Me reí a carcajada limpia apartándolo de mí porque quien me interesaba era Álvaro o quizá, como mucho, el otro chico atractivo que también estaba a su lado, Anthony se llamaba, pero no él. Él jamás. Pensé. Además, quería recalcar que él no me había salvado la vida porque el coche claramente no me iba a atropellar ni mucho menos a matarme. Lo único que había conseguido aquel chico de ojos marrones oscuros y cabello negro rizado era estamparme contra un árbol y torcerme levemente el tobillo. No tenía que sentirse orgulloso de nada. Mientras llegábamos a la plaza, comenzó a llover y terminé empapada yo, y mi vieja chaqueta de cuero.

    Pero, realmente, al despedirme de todos, Dylan fue el único que me gritó ADIOS SOPHIE desde la lejanía y se quedó mirándome a través de la ventana del coche. Eso me hizo sentir bien y a medida que me alejaba no pude evitar intentar buscarle tras el retrovisor.

    ***************************************************************

    El calor que hacía era horrible pero ya estaba llegando al final de la playa. Le llamé.

    -Hola, ¿dónde estás?

    -¿Ves la torre? Estoy justo ahí. –respondió.

    -No veo ninguna torre, ¿no ves un gran centro de espectáculos gris?

    -No, no lo veo, ¿dónde te has metido Sophie? –rió.

    -A ver, que he venido bien, joder. ¿Ves una gran montaña de arena blanquecina?

    -Sí, la veo. ¿Ves el parque que hay en frente?

    -Sí, lo veo.

    -Bien, pues ve hacia el parque que yo también estoy yendo y quedamos ahí.

    Esta vez no colgamos el teléfono, sólo nos reíamos. Caminé por la arena de la playa hasta que le vi a lo lejos llegando y nos saludamos con la mano sonriendo. Al parecer, mi edificio de arte tapaba su torre, y viceversa.

    Llegué al parque. Estábamos el uno en frente del otro. Nos dimos dos besos.

    -Mi familia está justo ahí. Ven, que te los presento.

    Intenté parecer lo más encantadora posible pero he de reconocer que no pensaba que estuviese realmente toda su familia ahí, sin exagerar, y mis nervios de una chica de catorce años aumentaban. Sin embargo, desde el primer momento, fueron muy amables y simpáticos conmigo, así que me tranquilicé y tras quitarme la camiseta y el pantalón, Dylan y yo nos acercamos a la orilla.

    -Ay, qué buena está. Hacía un calor viniendo hacia aquí… -respiré hondo.

    -Dímelo a mí, que te he estado esperando.

    -¿Qué? ¿No te has bañado aún? ¿Eres tonto? ¡Si llevas horas en la playa! No hacía falta que me esperases.

    -Mi hermana me decía lo mismo. Pero quería hacerlo. –dijo tímidamente.

    -Vale vale. –sonreí.

    En un mes, ese septiembre, yo iba a comenzar el curso en el mismo instituto que él y estuvimos hablando de ello poniéndonos al día. A medida que pasaba la mañana, comenzamos a perder la vergüenza, las formalidades y a ser nosotros mismos. Me resultaba fácil reírme con él, ya que era todo un payaso. En un momento dado, nos retamos a ir hasta las boyas amarillas nadando y así lo hicimos; buceando, acercándonos, salpicándonos y tragando toda el agua salada que no había tragado desde que era una niña. Ya otra vez en la orilla, empezamos a hacernos aguadillas, a echarnos arena mojada por el cuerpo y a no avisarnos de que venían olas sólo para tragar más agua. Y, todo ello, siempre entre risas. Su madre nos dijo que saliéramos del agua y me invitó a comer. Tras muchos balbuceos inseguros les miré y contesté que sí.

    Habían alquilado una pequeña casita blanca a las afueras de El Campello en una urbanización. Nos sacudimos la arena de los pies y nos metimos en el todoterreno negro. A los diez minutos, llegamos al apartamento y su prima me dejó un biquini seco. Lo analicé. Era color rosa claro y probablemente me quedase grande, pero a pesar de que no me gustase el rosa ni llevar ropa interior grande, era mejor que nada. Me encerré en el baño y coloqué al lado de la ducha mi biquini para que se secase. Seguidamente, cogí el rosa y me lo puse. Me coloqué sólo la camiseta de los Rolling Stones y dejé los pantalones apoyados en la bañera junto al biquini.

    Nos llamaron a comer, y terminamos de poner la mesa. Había arroz con tomate y huevos fritos como platos principales además de triangulitos de queso y lonchas de jamón serrano para picar. Todo estaba riquísimo. Me sentía como en casa; sus tíos, sus primos, su madre y su hermana me trataban muy bien y nos estuvimos riendo durante toda la comida. Dylan estaba sentado en frente de mí y no parábamos de mirarnos. Nada más terminar de comer, ayudamos a recoger los platos sucios y el mantel y pensamos en subirnos a la habitación.

    -Ahora podéis echaros la siesta un rato y luego si queréis bajamos a la piscina todos. –Dijo sonriente su madre, a lo que Dylan, ya en las escaleras, me miró e hizo un gesto con la cabeza para que subiera con él.

    Llegamos a la habitación. Yo me senté en una cama, y él en otra. Ambas paralelas y prácticamente juntas y encendimos la televisión. Comenzamos a ver una serie que a mí no me gustaba. Él, al verme cerrar los ojos y acomodarme hacia un lado, decidió cambiar de canal. Comenzó Cómo conocí a vuestra madre. Era la primera vez que la veía, pero desde entonces, nunca dejé de verla, y a día de hoy, sigue recordándome a aquél día de playa. Y a él, por supuesto.

    Ambos nos recostamos mirándonos fijamente cada uno en su lado de la cama y suavemente, mientras yo veía la televisión, dejó caer su mano en mi pierna. Era áspera, pero desprendía calor y eso me gustaba. Él no me gustaba en verdad pero después de aquel día todo cambió.

    En aquel momento, al ver que yo no tenía intención de devolverle el gesto tocándolo o acariciándolo, decidió quitar la mano. Poco después de aquel momento incómodo comenzamos a reírnos y a hacer bromas, y él comenzó a meterse conmigo. Mientras, yo intenté tirarle de la cama en varios intentos en los cuales ambos terminamos exhaustos por luchar y conseguir permanecer sin caernos al suelo.

    Segundos después de dejar de jadear noté su mano en mi muslo otra vez. Sin pensármelo dos veces, mi mano acarició la suya por inercia. Nuestras miradas se encontraron. Esta vez más sinceramente que nunca. Se acercó para besarme, pero escuchamos a alguien subiendo por las escaleras e irrumpiendo en la habitación. Era su hermana. Esto hizo que nos separásemos. Ella pidió perdón por la interrupción pero cuando se fue, ambos volvimos a mirarnos y esbozamos una sonrisa.

    Aquella fue una interrupción que haría que lo que podría haber sido un beso olvidado de un día cualquiera, se hiciese demasiado grande. Ella jamás sabría en lo que se convertiría ese momento en el que decidió pasar a la habitación. Y hasta más tarde, yo tampoco lo supe. Sólo supe que comenzaba a notar una extraña química entre nosotros, pero jamás habría pensado que llegaría a ser algo más.

    ***************************************************************

    Algún día de junio de 2011

    De vez en cuando seguía pensando en Dylan, desde que nos vimos por primera vez en septiembre del año pasado habían sucedido muchas cosas. A la semana de conocernos, él me agregó a Tuenti y comenzamos a hablar. Al principio fueron un par de horas al día pero en seguida pasaron a ser días y noches enteras. Dos semanas después de conocernos ya queríamos quedar otra vez. Él insinuó varias veces que quería tener algo más serio conmigo pero yo no estaba muy segura de que quisiera hacerlo. En todo caso, lo haría para darle celos a Álvaro. Pero semanas más tarde, Álvaro le convenció para que no quedáramos y le quiso hacer ver que yo le pertenecía aunque en realidad no fuese así.

    Sin embargo, seguimos hablando durante unos meses sin llegar a quedar, pero poco a poco fuimos perdiendo el contacto. Él se echó novia y yo me eché novio también. Por lo tanto, nuestras conversaciones ridículamente duraderas dejaron de tener el más mínimo sentido. Pero, un día de principios de junio en el que yo estaba castigada sin salir de casa y mis padres se habían ido, mis amigas Valentina y Nathalie vinieron lo más rápido posible y llamaron al timbre explicándome que Dylan estaba en mi urbanización porque su novia actuaba en el salón de actos en treinta minutos. Me vestí en seguida y, saltándome el castigo, cogí llaves y salí por la puerta.

    Fui hacia él sin saber por qué, como un imán atraído por otro. En cinco minutos llegué al salón de actos y al intentar abrir, la puerta estaba cerrada. La actuación ya había comenzado. Mis amigas se quedaron fuera y yo me colé por la puerta de atrás. Aparecí por detrás de una cortina donde nada más salir, me crucé con su mirada sorprendida.

    Me reconoció. Le sonreí y vino hacia mí.

    -¡Sophie, francesita! ¡Cuánto tiempo! ¡¿Qué…Qué estás haciendo aquí?!

    -¡Hombre! ¿A quién tenemos aquí? ¿Cómo estás?

    -Yo bien, aquí. ¿Y tú? –dijo con un brillo en la mirada que no recordaba.

    -He venido a ver las actuaciones y eso… ¿Y tú? ¿Qué te ha hecho venir por aquí? –nos abrazamos.

    -Nada, lo mismo que tú supongo.

    Su novia me fulminaba con la mirada, y a él le seguían brillando los ojos. Me sorprendió la calidez de nuestras palabras y el abrazo cuando sólo nos habíamos visto una vez en la vida el día que nos conocimos. Aún recuerdo cómo no podía dejar de mirarle fijamente, como si aquello no fuese real. Sin embargo, recordé que mi madre volvería a casa pronto y rápidamente le dije que me tenía que ir. Le di dos besos, y me marché saliendo otra vez por la puerta de atrás dejándole con la palabra en la boca.

    ***************************************************************

    Después de la interrupción de su hermana, a ninguno de los dos se nos ocurrió acercarnos el uno al otro. Me recosté tranquila a su lado. Él cerró los ojos y los volvió a abrir al sentir mi respiración cerca. Ambos nos quedamos mirándonos hasta que, por la ventana abierta, entró un fruto seco –concretamente era un cacahuete-, que su madre había tirado desde el patio. Él sonrió y se acercó a la ventana. Yo hice lo mismo. Ambos sacamos la cabeza y su familia nos gritó que bajásemos a merendar. Miré el reloj. Eran las seis y media. No dejaba de pensar que mi padre me mataría como no supiera nada de mí pero, por otra parte, aún no quería irme. Reaccioné rápido. No quise mentirle. Decidí enviarle un mensaje diciendo que me habían invitado a merendar y que nos íbamos a bañar en la piscina de la comunidad luego. Mi padre, sin problema alguno, me respondió que vale y que disfrutara.

    Bajamos corriendo las estrechas escaleras del apartamento. Dylan no dejaba de tirarme de mechones de pelo e intentar hacerme la zancadilla. Yo me reía pero en el fondo no me hacía ni la más mínima gracia caerme y hacer el ridículo delante de él. Para merendar decidimos que la mejor opción era un bocadillo de nocilla y un zumo de naranja. Él, me hizo el mío y me sirvió zumo como un caballero a pesar de que yo intentase tirárselo encima y no dejase de meterme con él. Luego, se hizo su propio bocadillo de dos pisos y yo le serví el zumo.

    -¿¡Estás loco?! ¿Piensas meterte un bocadillo así en la boca? –a lo que él contestó orgulloso que sí.

    Mientras merendábamos en el patio, su madre y su hermana empezaron a enseñarme fotos de Dylan de pequeño y él, ruborizado, les decía que parasen. Nos estábamos terminando el zumo cuando su madre nos dijo que se iban a ir a la piscina. Nosotros aún teníamos que ponernos el bañador así que fuimos los últimos en salir de casa.

    Al llegar a la piscina, nos tiramos de golpe y comenzamos a nadar. La piscina tenía forma de dos ochos o más bien de un trébol de cuatro hojas, y en una de las partes había una pequeña cascada a la que no tardamos ni dos minutos en llegar y bucear tras ella.

    Detrás de la cascada nos miramos y cuando él comenzó a hablar, le sonreí traviesa y me sumergí en el agua buceando lo más lejos que pude. Dylan, al ver que me había ido, comenzó a perseguirme por debajo del agua. Me agarró del pie pero no consiguió llevarme con él. Nos fuimos buceando a la que sería otra de las cuatro hojas del trébol que estaba separada por un puente de madera de la piscina principal. Y en esa hoja de trébol, la profundidad de la piscina era de unos cuatro metros aproximadamente. Ambos fuimos a bucear hasta tocar el fondo cada uno por su cuenta pero sin perdernos de vista por debajo del agua y haciendo volteretas. Y, cuando ya estuvimos exhaustos y jadeando, nos quedamos debajo del puente hablando. Él hizo un intento de agarrarse al puente y dejar las piernas colgando. Un intento fallido en el momento en el que comencé a hacerle cosquillas sin parar hasta que no tuvo más remedio que soltar las manos y dejarse caer.

    Al sumergirse, se impulsó con el suelo y tras subir a la superficie me persiguió hasta que consiguió agarrarme de un tobillo, esta vez sí que me atrajo hacia él, y me hizo una aguadilla. Durante unos instantes, ambos nos sumergimos debajo del agua donde no escuchábamos nada. Nos envolvía un gran silencio y no había nadie a nuestro alrededor. Probablemente apenas fueron diez segundos, pero mirarle a través del cloro después de haber nadado tanto me hizo verlo como si el tiempo pasase a cámara lenta y nosotros estuviésemos bailando al ritmo del silencio. Todo a nuestro alrededor se detuvo. Cerré los ojos y me quedé sentada en el fondo de la piscina, medio flotando, con el pelo iluminado por los rayos del sol de atardecer hasta que sentí que alguien me agarraba fuertemente del brazo y me sacaba a la superficie. Había sido Dylan. Estaba asustado porque había estado demasiado tiempo debajo del agua. Lo que él no sabía era que dos años atrás practicaba la natación sincronizada y tenía una gran capacidad en los pulmones para aguantar el aire.

    Eran las siete y media u ocho cuando salimos a las toallas para secarnos. Sólo recuerdo que estaba atardeciendo y el cielo comenzaba a teñirse de diferentes tonalidades de naranjas y amarillos. Nada más secarnos, me propuso ir a por el ordenador al apartamento y acercarnos al bar que había al otro lado de la piscina donde había conexión Wifi. Fuimos andando descalzos hacia el apartamento. Estábamos cogiendo confianza tan rápidamente después de haber pasado todo el día juntos que nadie hubiese dicho que nos habíamos visto dos veces en toda nuestra vida ni mucho menos, que ambas habían sido durante breves periodos de tiempo. Él me empujó contra unos rosales y yo le empujé contra la pared de los bloques de pisos entre risas, cómplices y con algo de temor de volver a mantener la mirada fija en los ojos del otro.

    Llegamos a la puerta, abrimos con la llave y su perrita comenzó a ladrar. Cogimos el ordenador y al ver que la perra podía salir de la casa tras una pequeña valla rota, él decidió encerrarla en el baño. Decisión que tendría consecuencias en menos de una hora. Salimos de casa, cerramos con llave la puerta y fuimos andando hacia el bar. Rehuyendo, otra vez, la mirada el uno del otro y mirando al suelo mientras nos hablábamos. Intenté dar con el porqué de no querer mirarle a los ojos pero no terminé de descubrirlo.

    Al llegar al bar nos sentamos en la mesa en la que estaban sus tíos tomando unas cervezas y unas patatas fritas. Depositamos el portátil y le pedimos a uno de los camareros que nos diera, por favor, la contraseña del wifi. Dylan, comenzó a jugar a un famoso juego muy friki, llamado World Of Warcraft. Pero, al ver que yo no entendía de qué iba aquello, me quiso incitar a que probase y me cedió el portátil antes de apagarlo. Él movía mis manos a través del teclado del ordenador explicándome las normas, las teclas que eran útiles, etc., pero seguí sin entender muy bien la finalidad del juego. Era un juego de críos. Él era un gran crío divertido. Con una sonrisa preciosa, pero un crío. Aun así me hacía reír.

    Una hora después, me preguntaron si me quería quedar a cenar, pero me pareció demasiada molestia aunque ellos insistiesen durante más de quince minutos y, sintiéndolo mucho porque me apetecía más que nada, les dije que me tenía que ir ya. También insistieron en llevarme a casa ya que estaba anocheciendo y para ellos no suponía ningún problema por lo que, respecto a eso, terminé aceptando. Dylan, quiso venir también y el todoterreno iba completo. Delante, de conductor iba uno de sus tíos, de copiloto otro de ellos y detrás iba Dylan en una ventanilla, su hermana en el asiento de en medio y yo, en el otro

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