Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Vida Secreta
Vida Secreta
Vida Secreta
Libro electrónico194 páginas2 horas

Vida Secreta

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Comunidad cientifca altamente secreta. Cientficos unidosa nivel mundial con el propsito de preservar la especie humana, ya que varios factores la ponen en peligro de la extincin. Para lograrlo ponen en operacin un proyecto: Vida Secreta. Bajo este programa se realizan secretamente experimentos genticos, la nano-ingeniera aplicada a la medicina humana, la investigacion de Marte y el tin-sh-meth, material extrao que les permite impulsar naves a gran velocidad sin combustible alguno.
Todo esto como respuesta a la negativa eterna de los gobiernos para aplicar programas en caminados a la conservacin de la Tierra y lo que la habita.
Modificados genticamente, Honey y Hoper continuaran nuestra especie, pero no en la Tierra
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 jul 2012
ISBN9781466930391
Vida Secreta

Relacionado con Vida Secreta

Libros electrónicos relacionados

Ciencia ficción para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Vida Secreta

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Vida Secreta - Vida Secreta

    Copyright 2012 Humberto Puente.

    All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system,or transmitted, in any form or by any means, electronic, mechanical, photocopying, recording, or otherwise,without the written prior permission of the author.

    isbn: 978-1-4669-3038-4 (sc)

    isbn: 978-1-4669-3037-7 (hc)

    isbn: 978-1-4669-3039-1 (e)

    Library of Congress Control Number: 2012907197

    Trafford rev. 07/10/2012

    Image306.JPG www.trafford.com

    North America & international

    toll-free: 1 888 232 4444 (USA & Canada)

    phone: 250 383 6864 ♦ fax: 812 355 4082

    Contents

    I La clave

    II Vida Secreta

    III Martín

    IV Tin-sché-meth

    V Valle del Edén

    VI Planeta color sangre

    VII Honey y Hoper

    VIII La enseñanza

    IX Preparativos para el viaje

    X El viaje

    NOTAS FINALE

    Para:              ______________________________________________

    _____________________________________________________

    _____________________________________________________

    _____________________________________________________

    _____________________________________________________

    _____________________________________________________

    _____________________________________________________

    _____________________________________________________

    _____________________________________________________

    _____________________________________________________

    De:              ______________________________________________

    A los seres humanos que

    por sus actos merecen

    esta distinción.

    Humberto Puente

    I La clave

    VIDA SECRETA

    Aunque estoy acostumbrado a estos repentinos cambios climatológicos, esta vez se torna muy peligroso debido a las curvas y los precipicios que tiene la carretera.

    Son las condiciones del camino, la soledad, y la tormenta lo que me asusta. La noche llegó para aliarse con la zigzagueante carretera y la tormenta diluviana, logrando su propósito, ya que siento un miedo quizá como nunca en mi vida lo sentí. Presiento que con cada metro que avanzo me meto en las fauces del monstruo de la inseguridad.

    Pero... ¿cómo detenerme en estos carriles tan estrechos que aún de día y con la luz del sol es necesario que al encontrarse dos vehículos en una curva, uno de ellos ceda el paso al otro para poder seguir cada uno su camino?

    No, no puedo detenerme porque tal vez alguien que venga en las mismas circunstancias que yo, con toda seguridad me va a impactar y tanto él como yo vamos a sufrir severos daños.

    Me parece que son las luces de un vehículo y, no va lejos de mí. Qué alegría sentí de pensar que alguien está cerca. Me apresuraré para llegar lo antes posible y decirle con mis luces: ¡Aquí estoy, puedes contar conmigo, acompañémonos y salgamos juntos de esto!

    Aquí estoy tras un vehículo desconocido del que sólo sus luces opacas y en momentos casi invisibles me consuelan.

    Acompañado así, tengo ánimo. Incluso pienso que mi vehículo se empaña más que aquel, que tal vez el conductor tiene menos problemas de visibilidad que yo, y que si continúo tras él, tengo más posibilidades de salir bien de esta situación.

    Ya transcurrió cerca de media hora, pero los minutos me han parecido horas interminables. Pero... ¿qué pasa? ¡Sus luces han desaparecido de la carretera, se movieron bruscamente y. ¡ya no están! No, no quiero pensar que se fue al precipicio. Las luces de mi guía, eran mi consuelo, mi esperanza.

    Por la inercia de estarlo siguiendo: ¡casi me voy tras él! Por fortuna logré detener mi auto donde comenzó la bajada del que me guiara por esos minutos de esperanza.

    No hay ninguna duda, se ha salido de la carretera.

    Voy a salir para ver si de algún modo puedo ayudarlo, aunque no veo absolutamente nada. Con mi pie iré tocando el piso y con mi mano seguiré palpando el cofre del auto.

    ¡No puede ser, con el pie puedo tocar la orilla de la cinta asfáltica, el principio del precipicio y, con mi rodilla derecha estoy recargado a la salpicadera del auto, por unos cuantos centímetros me salvé!

    ¡Qué lastima, yo confiaba que saldríamos juntos de este peligroso viaje! Aunque conozco bien estos caminos porque ya en otras ocasiones los he transitado, pero con la oscuridad de la noche y la fuerte lluvia no sé con seguridad dónde me encuentro ni tengo idea a cuántos kilómetros me encuentro de la autopista, la cual es más segura aunque esté en las mismas condiciones climatológicas.

    Por lo peligroso del camino, el temor me asalta la mente, pienso que aquel automóvil quizá se ha ido por una pendiente sin fin. Con el resplandor de los truenos, voy a tratar de localizarlo para bajar con mucho cuidado. Por ningún lado se ve. Trato de encontrar algún indicio del auto. ¡Por ahí brilla algo... ¡sí, sí es! Lo iluminó, y no está muy lejos, quizás unos 25 o 30 metros!

    Voy a esperar más truenos para que su resplandor me iluminen el descenso y llegar a él. Pero la casualidad me abandonó porque en este momento no hay más que lluvia en abundancia y oscuridad absoluta. Así voy a bajar.

    A tientas, despacio, está muy resbaloso. Afortunadamente la hierba, las raíces y las salientes de las piedras, me detienen.

    Por fin estoy deteniéndome del mismo auto. Estoy tras la cajuela. Con mucho cuidado trataré de llegar a la puerta del chofer, no importa que me ponga de cuclillas para poder sujetarme de la vuelta del neumático, y de la llanta misma. Alcanzo a tocar la jaladora de la puerta, voy a soltarme. poco a poco lo estoy logrando. Está tan inclinado que por poco y se da vuelta.

    La puerta esta prensada y lo peor, está abombada. Imposible abrirla, si continúo intentando creo que voy a romper la manija.

    Estoy bien sostenido, espero que no se rompa. Voy a golpear el cristal con mi mano y espero que, quien esté ahí dentro se dé cuenta de mi presencia para poder ayudarlo.

    Tal parece que estoy loco. Grito tan fuerte que ni yo mismo logro escucharme: ¿Hay alguien ahí? Por supuesto que no voy a tener ninguna respuesta, pega tan fuerte el agua en la lámina del auto que ahoga los golpes y mis gritos.

    La tormenta es tan fuerte que siento ofuscados mis pensamientos, mi razonamiento. Encuentro una piedra, le voy a dar con ella, es probable que pase al interior el sonido y tenga alguna respuesta, casi rompo el cristal, pero... si se hace añicos puedo afectar a quien esté dentro, que con toda seguridad alguien está.

    Con el resplandor de un trueno se iluminó a plenitud el auto.

    Ese árbol detuvo su incontrolable bajada y se incrustó casi al centro, un poco hacia el lado del chofer y, ahora, comprendo que por eso hasta la puerta resultó afectada, y la salpicadera tiene el tamaño y la forma de un acordeón.

    Por este lado no logre abrir y nadie contestó. Daré la vuelta. Espero que el otro lado se pueda abrir y poder ayudar lo antes posible.

    De vuelta, lo haré igual sosteniéndome de donde mismo. Mis manos resbalan por la textura lisa de la pintura y mis pies no los puedo detener de patinar y patinar. Tengo que afianzar primero una mano para soltar la otra y así poder seguir avanzando.

    Voy otra vez de bajada, lo voy a realizar exactamente igual porque me dio resultado. Con los mismos resbalones, pero ya estoy estirando la manija. Está sin seguro y se abrió. ¡Qué bueno que no me fui junto con ella! Subiré. En este asiento no hay nadie y con mis rodillas apoyadas en el asiento del copiloto, a la vez con mi mano izquierda estoy abrazando fuertemente el respaldo del asiento. Y estoy gritando otra vez como loco: ¿Quién está? Dirijo mi mano derecha buscando a alguien en el asiento del chofer. Palpo a un hombre con la cabeza inclinada. Toco su hombro, el cinturón de seguridad, su corbata. También me doy cuenta que el volante está más cerca del pecho de lo normal.

    Le tocaré el cuello para tratar de encontrar signos vitales, pero no logro captar si hay alguno. El ruido de la lluvia al caer en el techo, los truenos tan fuertes y, en este punto, me parecen más escalofriantes, todo esto altera mis nervios y por eso no capto nada.

    ¿Qué hacer en esta situación? ¿Dejarlo para pedir ayuda? Se me está pasando el tiempo al estar pensando en la mejor decisión, ya pasaron algunos minutos.

    De pronto el hombre se empezó a quejar.

    -Señor, señor, ¿cómo está?-. Le pregunté.

    Con una voz ininteligible y sin respuesta a la pregunta que yo le hacía, una voz que denotaba dolor, desesperación, y el deseo de decir algo con el último aliento, parecía que eso que quería decir le interesaba más que su bienestar físico, su salud, el deseo innato de la conservación de la vida misma.

    Con un español muy inglesado me dijo:

    -Tengo algo muy importante ahí a-t-rás... en el asiento, tómelo y prométame que. no ve-rá su contenido. Quémelo por fa-vor, déjeme y lléveselo.

    Fue todo lo que el hombre pudo decir, y murió.

    Estoy confuso, pero tal vez más emocionado que confuso. A tientas busco algo en el asiento trasero. no sé qué. no encuentro nada. Pero algo hay aquí en el piso del auto, hay un portafolio. Voy a seguir buscando, tal vez esto no es todo lo que me pidió quemar; pero, no hay nada más sobre el asiento ni en el piso.

    Mi preocupación por el muerto, de momento, es superada por la intriga de este portafolio que parece normal. Es parecido a cualquier otro que a nadie le llamaría la atención, con la excepción de que se palpa nuevo y más lujoso de lo normal.

    Creo que ya no hay qué hacer aquí en el auto, me retiraré, pero no sin dirigir una mirada al lugar donde se encuentra el hombre muerto, aunque sé que no puedo distinguir absolutamente nada. Sólo hago lo común del hombre, de voltear a ver por última vez, de aquello que se despide para siempre.

    La subida es más fácil porque la adrenalina está al máximo y siento cómo mi mano derecha se aferra no sólo a raíces salientes, de piedras y hierbas, sino a la misma tierra. Parece que mis dedos se han convertido en herramientas de alpinista que los clava para tomar impulso. Quiero estar rápidamente en mi auto.

    En poco tiempo lo he logrado y ahora que estoy en él, siento la desesperación por estar en otro lugar. Me imagino estar en ese otro lugar y deseo correr a otro diferente, mi inestabilidad emocional es patente.

    Puedo imaginarme lo que siente un perro cuando tiene sarna, que corre y se echa y al poco rato vuelve a correr y se vuelve a echar, así de desesperado me siento.

    Quiero avanzar, pero la lluvia inclemente me lo impide. Por momentos no me importa la casi nula visibilidad y meto el acelerador hasta el fondo, pero con la rapidez que acelero, así freno.

    Todo esto hasta ahora me parece inefable.

    Tengo el razonamiento nublado. Mi pensamiento y emociones sólo están en un punto: el portafolio. Mientras avanzo, miles de pensamientos gravitan en mi mente. ¿Qué contendrá?, ¿por qué me pidió el señor (del cual ni siquiera se su nombre) que lo quemara? ¿Por qué le interesaba más su contenido que su propia vida?

    San Juan aún está lejos y en estas condiciones me parece que nunca llegaré. Aunque de vez en cuando algún relámpago me asusta, sirve para cambiar un poco mis pensamientos. Sí, porque me sobresalto por el tenebroso tronar y temible de los relámpagos. Tal vez ésta intensidad me quiere avisar la magnitud, la grandeza, la importancia de algo a lo que me encamino al llevar este portafolio en mi auto. Presiento algo, no sé bien qué es, pero me siento impulsado a parar y aventarlo al vacío. Al fin que en cualquier lugar en el que lo aviente tengo la seguridad de que nadie lo encontrará. Por la profundidad de estos precipicios, que son inaccesibles para cualquier persona.

    Sin embargo, así como siento el imperioso deseo de aventarlo, tengo la intriga de conservarlo y ver su contenido. Esto supera cualquier temor, sí, cualquiera. Y de esto tengo la plena seguridad porque mi espíritu aventurero me ha llevado a cualquier lugar, a cualquier circunstancia. He salido vencedor de muchas aventuras y, ¿por qué de ésta no? Al fin que tengo todas las de ganar. Tengo en mis manos la carta principal; el principio de otra aventura más en mi vida, pero, esos relámpagos, su intensidad, todo lo sucedido me hace pensar en una aventura grande, fascinante y cautivadora.

    Aunque. las palabras de aquel moribundo me detienen un poco en mi vehemencia aventurera:

    -¡Prométame que no verá su contenido!

    ¡No puede ser! ¿A qué hora dejó de llover? Los limpia-brisas están rechinando por falta de agua. La lluvia ha cesado al grado de hacerlos innecesarios. No me di cuenta hasta que la fricción, al pasar el hule en el parabrisas se hizo insoportable.

    De veras, este cambio me ha sorprendido aún más que el mismo clímax de la tormenta. Voy a detener el auto y salir para comprobarlo porque me parece imposible. Ni en mis manos ni en mi frente cae una sola gota de agua y lo más increíble, el lugar donde hace unos momentos estaba en pleno diluvio, lo puedo ver tranquilo; igual que aquí, en el que estoy ahorita mismo. Incluso la Luna tiene un brillo que transmite paz y seguridad en medio de la noche.

    Estoy profundamente sorprendido, parece que la naturaleza está jugando con nuestras vidas como si fuéramos títeres que se les usa en una función corta, pero con un final catastrófico.

    O como un asesino con guantes blancos que llega y comete su fechoría, luego se retira sin dejar huella alguna que delate su crimen. Estos altibajos emocionales me están infundiendo un temor escalofriante... No alcanzo a ver el portafolio. tengo miedo de acercarme más para alcanzar a verlo, siento como si algo estuviera dentro, siento un temor, como si ese algo estuviera dotado de tentáculos, y si me acerco más, seguramente me abrazarán para triturarme y así obligarme a desistir de conocer el contenido de ese portafolio.

    No lo veo aún, y. voy a caminar un poco más lento sin dejar de ver el lugar donde lo puse. ¡Ahí está!

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1