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En busca de la riqueza: Un alma en venganza
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En busca de la riqueza: Un alma en venganza
Libro electrónico210 páginas2 horas

En busca de la riqueza: Un alma en venganza

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Información de este libro electrónico

Las cicatrices no pueden borrarse, permanecen como tatuaje sin tinta en la piel recordando heridas del pasado. Luego de envolverse en el mundo de la delincuencia organizada, un chico conocido como El Primo trata de deshacerse de las huellas que lo persiguen en su interior. Sin embargo, se da cuenta que no es tan sencillo, pues la venganza no lo deja de perseguir. En busca de la riqueza: Un alma en venganza.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 oct 2018
ISBN9780463218402
En busca de la riqueza: Un alma en venganza

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    En busca de la riqueza - Jorge Luis Pereyra

    Jorge Luis Pereyra

    En busca de la riqueza

    UN ALMA EN VENGANZA

    Smashwords Edition

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    Facebook: https://www.facebook.com/jorgellpereyra

    Twitter: https://twitter.com/jlpereyra_

    La grandeza no depende de tus ideas o tu edad,

    depende de lo que haces con tus ideas a tu edad.

    El autor

    En memoria de mi prima:

    Daisy Ludim Gómez Garza

    .....

    .....

    En busca de la riqueza: un alma en venganza

    Las cicatrices no pueden borrarse, permanecen como tatuaje sin tinta en la piel recordando heridas del pasado. Luego de envolverse en el mundo de la delincuencia organizada, un chico conocido como El Primo trata de deshacerse de las huellas que lo persiguen en su interior. Sin embargo, se da cuenta que no es tan sencillo, pues la venganza no lo deja de perseguir. En busca de la riqueza: un alma en venganza.

    El siguiente libro

    presenta un relato ficticio basado en historias reales recopiladas por el autor.

    La realidad supera a la ficción.

    Capítulo 1

    Sabinas Hidalgo, Nuevo León, México.

    ²⁰¹⁶.

    Miro a mi viejo recostado en su sillón favorito, ha de haber llegado muy cansado del trabajo. Le doy un beso en la mejilla y toco suavemente sus canas; parece un niño cuando duerme. Me gustaría que supieras cuánto te amo, papá. Alguien me jala del hombro y en ese instante reacciono. Solo fue un espejismo.

    ¿El olvido? El olvido no existe. La memoria puede suspender sus recuerdos pero el corazón la expone para que vuelvan en cada palpitar. Hace siete meses abandoné mi pasado, pero sigue presente todos los días en mi cabeza.

    Mi vida ha cambiado un poco, ya no tengo los lujos de antes. Vivo con mi tío en una casa modesta que está cerca del río Sabinas y la plaza principal. Sigo estudiando, lo hago vía online, aunque es algo costoso comprendo que actualmente es demasiado importante concluir la universidad. Me falta cada vez menos para terminar, he adelantado semestres estudiando en vacaciones y para solventar mis gastos he estado ayudando a mi tío; manejo el taxi viejo que tiene desde hace veinte años.

    Sigo sin creer todo lo que viví en Monterrey, decidí vender el auto que me regaló el Chato para invertirlo; con lo único que me quedé fue con la escuadra bañada en oro y la hermosa imagen de la princesa: Daniela. Es evidente que la extraño.

    Voy camino al Grand Marquis de mi tío para recoger a un pasajero en la central de autobuses que está cerca del Seguro social. Desde hace quince minutos llamó para que acudiéramos a recogerlo pero le estaba checando la transmisión al auto. Al entrar en él y tratar de encenderlo batallo un poco para lograr que se mantenga prendido, aceleró una y otra vez para que no se apague.

    Salgo con prisa desde el patio donde estacionamos el carro, me dirijo a toda velocidad para levantar a mi cliente, hoy en día no puedes darte el lujo de perderlos, no hay trabajo.

    Luego de cinco minutos, arribo a donde está mi próximo copiloto. Volteo de un lado a otro mas no lo miro, solo a un vendedor de tacos callejeros, por lo que me distraigo un poco en mi celular.

    —¿Se le ofrecen tacos? –escucho que me cuestionan.

    —¿De qué son? –le pregunto al taquero.

    —De venado –responde.

    —No, gracias –le contesto— Ya comí en la casa, amigo.

    El tipo vuelve su mirada al asador y sigue cortando la carne. De repente, un perro se acerca y este lo espanta a duras penas con su pie.

    —¡Hazte para allá, venado! –le grita para que se vaya.

    Menos mal que no le compré una orden. Levanto la mirada y me percato de que alguien alza su mano por lo cual me acerco para que suba al carro.

    —Buenas tardes —me dice.

    —Buenas tardes —le contesto— ¿A dónde lo llevo, señor?

    —A la escuela de la colonia Bortoni.

    —Entendido —le digo.

    Miro por el retrovisor, el tipo viste un saco color negro que cuenta con gorro, tapa su cabeza y parte del rostro para evitar la llovizna, aunque aquí dentro ya no pegan las gotas. No le alcanzo a ver la nariz ni los ojos pero sí la barbilla.

    Casi llegamos al hospital de la ciudad que se ubica en Bellavista, una colonia céntrica del municipio que en su extremo derecho tiene distintas entradas a los terrenos de ejidatarios y empresarios, incluso a uno que conduce a la obra negra de un nuevo hospital. El señor se mantiene fijo, no se mueve para nada ni establece algún vínculo mediante la conversación.

    Nos adentramos en el pequeño pasillo que permanece alrededor de la maleza, parece que por una pequeña entrada nos dirigimos a una realidad distinta que está a quince minutos de distancia.

    Luego de transitar por completo la ruta que me lleva a la escuela me estaciono justo frente a ella; volteó a ver el patio de la primaria, puedo observar sus juegos, están oxidados, a las aulas también les hace falta una manita de gato. El gobierno se queja de sus recursos humanos, pero no verifica su infraestructura. Reforma tras reforma, los mandatarios mandan al país a la basura.

    Hay personal de PEMEX que se mantiene enfurecido, también de la CFE, del área de enfermería, maestros; hasta las grandes empresas porque están violentando sus derechos. De pronto, vuelvo mi vista a donde está el pasajero, pero no alcanzo a girar por completo la cabeza. En este momento tengo la punta de un cañón sobre la sien.

    —No te muevas —me dice una voz gruesa.

    —No me dispares, por favor —le ruego temeroso y guardo cuidadosamente mi smartphone en el pantalón— Llévate el carro si lo deseas.

    El hombre comienza a reír, clava con más fuerza la pistola en mi cabeza y posteriormente me golpea con ella.

    —¿Que se siente pedir clemencia? ¡¿Eh?!

    Me quedo callado y trato de no mirar al hombre que busca aniquilarme.

    —¿De qué habla? —cuestiono.

    —No te hagas, malnacido.

    De inmediato pienso en lo que ha sucedido. El pasado no puede borrarse, ni olvidarse... pero sí perdonarse.

    —Si le he hecho daño le ruego que me perdone, por favor.

    El hombre sigue riendo a carcajadas.

    —Solo lo haré si estás dispuesto a apoyarme.

    —¿A qué? —pregunto.

    —No cuestiones ¿sí o sí? —recorta su arma cerca de mi testa.

    —¡Sí! ¡No me mates!

    —Bájate del carro, y no corras porque el mejor talento que tengo se llama puntería.

    Lentamente jalo la manija para abrir la puerta y bajo mi pie izquierdo para pisar tierra firme, superficie desértica salpicada por la llovizna y cubierta de pastizales.

    El sujeto de inmediato se pone a mi lado, de reojo alcanzó a ver que trae un maletín. Me encamina a la cajuela, y ordena que pegue mis dos manos en ella. De pronto, azota la maleta contra el auto, la puso frente a mí, posteriormente la abre; no quita el arma de su objetivo.

    —¿Los recuerdas? —cuestiona el tipo.

    Yo veo detenidamente cada una de las fotografías y papeles que permanecen en la mochila, pero no menciono nada.

    —¡Te estoy hablando! —grita y choca mi cabeza contra la cajuela tres veces— Sé quién eres, ¿creíste que nadie te encontraría? Pues te equivocaste, imbécil, nadie se va de este mundo sin pagar los platos rotos.

    —¡No me hagas daño, te lo ruego! —digo asustado, tembloroso.

    —¡¿Porque no he de hacerlo?! ¡Tú no tuviste misericordia de mi padre!

    No sé quién sea este hombre, no recuerdo su rostro. Dios mío, por favor no dejes que me asesine, comprendo que he cometido muchos errores, pero aún soy demasiado joven para morir, tengo sueños que cumplir y debo encontrarme otra vez con Daniela ¡No me puedo ir así!

    —¡¿Qué es lo que quieres?! ¡Haré lo que sea! —expreso.

    —No harás lo que sea. Harás lo que yo diga ¡¿Entendido?! —me golpea de nuevo un par de veces contra la carrocería.

    Me sujeta con fuerza del cabello y me pone de nuevo frente a las fotografías. Reconozco cada uno de los rostros, inclusive algunos que quisiera borrar para siempre, que desearía no haber conocido.

    —¿Los recuerdas? Tienes que conseguirme la cabeza de algunos de ellos, excepto la de él —levanta una de las instantáneas— Él es mi padre... y tú lo mataste.

    De inmediato me trasladó a la lamentable escena, cuando me asegure de mandar al otro mundo a un guardia y a su compañero. Una ráfaga no fue suficiente para arrebatarles la vida. Aquel señor era su papá.

    El sujeto me voltea de bote pronto y me propina varios puñetazos en el rostro, veo que unas lágrimas recorren su mejilla y enseguida me vuelve al coche.

    —Tienes que trabajar de nuevo con la escoria de tu primo. De lo contrario no me servirás de nada y no dudaré en ejecutarte —me dice con frialdad— Sube al automóvil y llévame a donde te ordene, maldita basura —me escupe la frente.

    Capítulo 2

    No deja de repetirme ofensas, me maldice cada segundo y la verdad lo entiendo, eliminé a su padre, de la misma forma en que lo hicieron con el mío. En realidad creo que fui más cruel, no lo puedo creer.

    Arribamos a un lugar marginado en comparación con los demás sectores que hay en la ciudad, a las afueras de la colonia Benito Juárez. Nos ubicamos entre las brechas de los terrenos baldíos. En este lugar me pide que pare en medio de la nada, estoy por orinarme en los pantalones, no sé si podré aguantar lo suficiente.

    —¿Tienes teléfono? –cuestiona.

    —No –le miento.

    Bajamos del carro y enseguida me entrega un celular y junto a él un trozo de papel.

    —Llama al número de tu primo. Sigue las instrucciones—me señala la hoja.

    Atiendo su orden pero no quito la mirada del arma con la que me está apuntalando. No sé quién sea la persona que me va a contestar aunque es lo de menos.

    —Bueno, ¿quién habla? —dice una voz distorsionada que apenas puedo distinguir— Soy Casimiro... ¿Con quién desea hablar?

    —No es mi primo —le menciono en el oído al tipo que me tiene maniatado.

    —¡Sigue el guion! —me pega con el arma en la cabeza.

    —Soy Aguilar, es usted a quien busco.

    —¿Para qué soy bueno? —pregunta.

    —Necesito veinte kilos.

    —¿Veinte kilos? ¿De qué habla?

    —De harina o de espinaca, no importa si es en lata o es en paca.

    —Bien dicho... ¿cómo me localizaste?

    —Me conecto El Chompi, dijo que tienes buena merca en el negocio, parcero —le contestó.

    —¿Eres de Colombia? —cuestiona Casimiro.

    —De la tierra de Escobar, mi parce.

    —Pero está en el país, su número es mexicano, socio, ¿qué hace por acá? —pregunta interesado.

    —Consiguiendo calidad a buen precio ¿qué no? Necesito meter droga a los americanos este mes y me recomendaron su servicio.

    —Muy bien compa, pues a darle. Dígame donde quiere que le hagamos la entrega y allí estaremos cuando ordene.

    —Me parece perfecto —veo el papel para cerciorarme de la dirección— Lo quiero el sábado, en calle Río Sena, frente a la escuela Emiliano Zapata. Tiene que ser en la madrugada... A las cuatro, así podremos despistar a los marinos.

    —Correcto, no olvide el efectivo ni intente vacilar con nosotros porque le aseguró que le arrancaremos el corazón.

    —Gracias por mencionarlo —le digo.

    —Nos vemos pronto.

    Aplasto con mi puño el guion que me entrego el secuestrador y lo dejo caer en el suelo mientras él me empuja para que camine. No ha tardado mucho en quitarme el celular.

    Capítulo 3

    Enredado de confusión me dirijo a un sitio desconocido que se encuentra a la orilla de la ciudad, cerca del libramiento, por donde circula el tráfico pesado para dirigirse a los Estados Unidos. Pienso en lanzarme del automóvil pero este sujeto que tengo al lado está loco, tengo la certeza de que me encontrará. Al transcurrir cerca de treinta minutos llegamos a una casa de campaña que permanece en el monte, en medio de la nada.

    Nos estacionamos y el hombre me pide que baje, no deja de apuntarme con su pistola.

    —Tengo que orinar –le digo— Ya no aguanto.

    —¡Hazlo rápido! —me dice— ¡No quiero oler tus malditos desechos! –me pega un zape.

    Trato de hacer mis necesidades lo antes posible y después abrocho mi pantalón. Él toma una soga que estaba tirada junto a unos leños que casi están hechos ceniza. Me voltea bruscamente para amarrarme de manos y pies. Posteriormente me sienta en una roca; el individuo sube al automóvil y se retira sin decir una sola palabra. Mientras tanto, yo sigo tirado, sin poder moverme.

    La escena me recuerda enseguida a lo que me ocurrió hace meses, el futuro es fruto del pasado, y el mío no ha sido el mejor de todos. Decido quedarme inmóvil en este sitio, al fin de cuentas, merezco esto por todo lo que he hecho. Luego de transcurrir cerca de cuatro horas vuelve el sujeto, pero no viene solo, lo acompaña alguien más.

    —¿Me extrañaste? —cuestiona y me pega una patada en las costillas.

    Caigo de la piedra en la que permanecía sentado, mis labios se llenan de tierra. Trató de recuperar aire al inhalar pero me dejó los pulmones pegados, batallo para hacerlo. Me repongo después de un par de minutos y ubico mi vista en él.

    —¿Por qué tardaste tanto? —pregunto.

    —Solo me fui dos horas, maldito perro —me dice— Te traje un amigo, lo he llamado El Carnitas, ya sabrás por qué el apodo —le da unas palmadas.

    El tipo que lo acompaña viste traje de policía, es de piel morena y por su complexión obesa entiendo el sobrenombre; trae el rostro hecho pedazos, le hace falta un diente. Nuestro captor lo empuja y cae a mi lado.

    —Este gusano anda jugando al valiente con Los

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