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Seth
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Libro electrónico206 páginas2 horas

Seth

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Información de este libro electrónico

Seth no es como los demás y él lo sabe. Vive con la intención de eliminar a todos los cazadores y no escatima en sus perversiones. Convencida de que el mundo es suyo, convencida de que él es omnipotente, Samantha será quien sacuda todas sus creencias. Porque ella no debería existir, debería estar muerta. Seth estará obsesionado con esa chica, intentará descubrir sus secretos, porque ella sabe ocultarlos bien. En cualquier caso, resulta ser sólo un obstáculo porque encontrar a Avery tiene prioridad sobre todo; su alianza con un humano corre el riesgo de poner en peligro la vida de Seth.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento3 jun 2024
ISBN9798227954459
Seth

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    Seth - Eleonora Zaupa

    Seth

    Hijo de la sangre

    Eleonora Zaupa

    Traducción realizada por

    Jonnathan Macchi

    © 2024 Eleonora Zaupa - Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro, así como su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, ya sea electrónico o mecánico, incluyendo fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso previo por escrito del autor, excepto en casos de citas breves en reseñas y artículos de periódicos, siempre que se cite el título de la novela y el autor y, en su caso, el traductor.

    Los nombres, personajes, lugares y eventos representados en este libro son puramente ficticios. Cualquier parecido con personas reales, vivas o fallecidas, es pura coincidencia.

    © 2024 Seth - Hijo de la sangre, versión en español de Eleonora Zaupa

    Traductor: Jonnathan Macchi

    Prólogo

    Me encuentro de nuevo aquí, en este maldito pueblo perdido ¿Es realmente posible que los rastros de aquella miserable me condujeran a este sitio infame? Pero, como sea, Avery lo sabía.

    Avery sabía lo que representaba para mí este pueblito de los horrores. Sabía a qué había sido sometido y sabía de qué manera odiase incluso el solo hecho de respirar el aire que aquellas bestias inhalaban.

    Nunca he tenido estima por los hombres desde que dejé de ser uno de ellos. Perezosos y estúpidos, esperan que alguien más haga el trabajo que a ellos les corresponde, como si todo les fuera debido. Sin embargo todavía los llamo humanos puesto que conmigo tienen bien poco que ver.

    Pero ellos... ellos, oh, ellos...

    Aquellos hacen parte de una raza totalmente diferente. No son humanos, ya que el ser humano es una especie de alguna manera más... sensible y manejable. Pero ellos, aquellas bestias definidas también como humanos, no dudaron lanzarme en un sucio y húmedo subterráneo, sometiéndome a años y años de torturas dignas de las más sanguinarias creaturas de la noche.

    No lo eran.

    ¿Y osaron señalarme a , cómo a un monstruo? ¿Yo que le había entregado su hija a una de esas bestias, que con tanto esfuerzo le había salvado la vida, cada día? ¿Yo que no tenía la intención de alimentarme de ninguno de esos hombres?

    Esa ofensa, me lo había prometido, ¡la pagarían con sangre!

    En los lustros que había pasado allí, moribundo, en aquellos años que había vivido en agonía en la semioscuridad, en cada día que estaba obligado a sufrir aquellas violencias, yo me juraba a mí mismo que los mataría. A todos. Ninguno de los Cazadores que me habían hecho daño y me habían retenido allá abajo, se habría salvado. Tampoco sus hijos.

    Había ignorado, sin embargo, que actuar en aquel modo era un terrible error. Estaba consciente de que la plaga que ellos eran no se habría detenido de esa manera. Y lo descubrí en los años venideros. Con frecuencia regresaba y degollaba a cada Cazador, me nutría de ellos hasta la náusea; casi era una fiesta para mí, matarlos como se hacía con los cerdos. Todavía no tenía un plan puesto que me limitaba a perseguir a quienes residieran en los lugares que pertenecían a los Cazadores y los asesinaba en el momento más oportuno.

    La última vez cambié el modus operandi.

    Me informé sobre los Cazadores y sus direcciones, hice que me las dijeran del primero al último.

    Y fue mientras apretaba entre las manos la cabeza del registrador comunal, visto que no me quería entregar los registros de los habitantes, cuando entró el cura. De su expresión, que indicaba como preferiría estar en manos de la muerte que en ese lugar, comprendí que era su primer encuentro con un vampiro. Su momento de confusión le concedió la gracia de mis palabras: «¿Buscas tú los registros o te mato?», y así mismo, le concedió el tiempo para sacar su Baretta y dispararme.

    A pesar de que soy un vampiro, los proyectiles igualmente penetran mi carne. Me lamenté por un segundo y al mismo tiempo, el tintineo de las balas que habían caído al suelo, había llevado a aquel hombre al pánico más profundo.

    Mi risa fue fulgurosa y las maldiciones del hombre, si bien era un párroco, habían sido un susurro tembloroso. Mis dedos rompieron el cráneo que todavía tenía entre las manos. Sin embargo, mi voz se apagó en el momento en que otros hombres entraron en la habitación, alarmados por el sonido del disparo.

    Pude notar, debajo de sus chaquetas, pistolas y botellas que contenían sustancias nocivas para mí, firmes dentro de sus fundas.

    Un proyectil para mí no era letal, pero era doloroso. En el fondo, aquel registro lo habría podido conseguir en una segunda ocasión. «Señores» me despedí con el mismo garbo que me habían enseñado en mi humana juventud en Bournemouth.

    Pasé, con un lanzamiento perfecto, la cabeza sangrante sin tener cuidado de la pintura reciente de los muros. Sin duda, con las salpicaduras rojas se veía mucho más cautivante y me traía nostalgia de aquellos años como neo vampiro. Me sentía dueño de mí mismo en ese tiempo, pero todavía no sabía que pronto me convertiría en rey de la noche; y aún más, emperador del día.

    A pesar de ser diez mil veces superior a ellos, me sentía acorralado, casi rodeado. Así que, después de haberles lanzado esa cabeza sin razón, me giré hacia la ventana y antes de tener cinco cañones apuntándome, me lancé hacia el vidrio, rompiéndolo en pedazos.

    Con las gemas transparentes que caían sobre mi cabeza, me gire para mirarlos victorioso. Atraparme no sería así de fácil.

    No de nuevo.

    Sus cargadores se vaciaron en el suelo seco cuando yo ya me había ido.

    La otra cuestión tal vez era más urgente. Por aquellos días, y aún ahora, Avery estaba cerca, lograba sentir su olor en el aire, pero era demasiado sutil como para poder reconocer su paradero. Y yo estaba débil. Aquel pequeño demonio casi consigue matarme. Sirviéndose de un humano, puesto que nunca tuvo el coraje de atacarme directamente, logró hacerme tragar sangre con Albaspina.

    Su sangre.

    1

    Fardo del pasado

    Cazo los recuerdos y vuelvo a verla. Parece que le causo curiosidad, tal vez tanta como la que me causa ella a mí. Aquella casa la recuerdo bien, pertenecía al Cazador más importante al que maté junto con su mujer, hace siete años; de hecho debería estar deshabitada. Pero no lo está, porque ella salió a mirarme, llena de curiosidad por su nuevo vecino de casa.

    Descubrí que está habitada desde hace tan solo dos días. Era de mañana cuando me di cuenta de que el jardín estaba arreglado. Esperé un poco, intentando mirar desde las ventanas para detectar algún movimiento, y entonces ella salió. Vestía un pijama con lunares rojos, a pesar de que el cielo prometía nieve. Había agarrado el periódico que descansaba sobre la yerba y tembló envolviéndose con los brazos. Me vio solo en ese momento. No entendía por qué ella vivía ahí. No era su casa, le pertenecía a James Reed.

    Tenía que descubrirlo.

    Así que esa tarde me presenté en la casa de al lado. Ordené a sus habitantes que se fueran al día siguiente y aceptaron. Bueno, no es como si pudieran negarse.

    Escogí esa casa porque estaba aislada, retirada del centro de Venamis. Muy cercana de la calle que concluye en eso que siempre me ha parecido como un desierto.

    Un refugio fácil de ocupar, fácil para huir. Es así que ahora estoy aquí. Oficialmente habito al lado de la casa de quien, en su tiempo, odié y maté. Es la primera vez que tengo una casa en este pueblito que tanto detesto.

    Ella vive en la casa de James Reed, pero ¿por qué? Reed no tenía hijos, no tenía más hermanos: los había matado mucho antes que a él y ellos tampoco tenían alguna descendencia. Entonces, solo hay una explicación.

    Ella sabe.

    Ella conoce a mi especie. No sé cómo, pero lo sabe. De otra manera no viviría en su casa.

    Poco después sale otra muchachita, más joven y más baja. Cabello rubio, mirada que me inspira ingenuidad. Pienso que debe ser estúpida, pero no sé qué me lo hace pensar. Luego, por consejo de ella, la rubiecita vuelve a entrar a la casa.

    Decido por impulso: prefiero aclararle que debe guardar su distancia. Si llegara a tener la intención de ocupar el lugar de Reed, debo impedírselo. No tengo tiempo para ocuparme de nuevos Cazadores, los maté a todos en mi última visita. Había creído que no volvería jamás, había creído que, finalmente, las puertas del pasado habían sido selladas.

    Me acerco a ella dando grandes pasos, sin cerrar la puerta del auto, una Chrysler Sebring, que acabo de apagar. La miro a los ojos, tengo la intención de condicionarla como hice con la pareja que discutía, a la que le robé la casa hace dos días.

    Ella se pierde en mis ojos, encantada como le sucedería a cualquier mujer humana. Parece que su cerebro se ha bloqueado, su mente de ser inferior está lista para ser comandada, quizás incluso sin el condicionamiento vampírico. Con toda probabilidad, no consigue calcular mi belleza en términos humanos.

    Pero yo también debo decir la verdad, permanezco cautivo por sus ojos azules que se asemejan al hielo. Ojos maravillosos, me sorprende mi propia reacción. Parecen ojos que ya he visto antes, ojos similares a los de un vampiro, así de bello es su color.

    Por un momento creo que Isobel revive en ella, pero después me doy cuenta de que tan estúpida es esa idea. Isobel era de una belleza inalcanzable y comparándola con una humana, acabo de ensuciar su honor. Me invade la rabia, no debí hacerlo.

    Esta es solo una muchacha humana, nada más que eso.

    Como sea, no sé el porqué, pero decido no condicionarla.

    «No me importa quién seas, no debes entrometerte en mis asuntos» digo con tono brusco. No sirven más explicaciones porque si ella vive precisamente en esa casa, es porque ya sabe. Luego siento unos ojos apuntándome desde la parte opuesta de la calle. Miro un segundo fulminando con la mirada a un gordo que no sabe ocuparse de sus propios asuntos. Después se cubre detrás de la cortina amarilla de la ventana. Vuelvo a mirarla a ella. «¿Por qué ocupas está casa?»

    Mis palabras parecen sorprenderla y apartarla de mi mirada. No me teme, entonces, supongo que debe tener armas o a lo mejor ingiere Albaspina con regularidad.

    «Yo...» frunce el ceño intentando quitar su mirada de la mía. «¡Yo vivo aquí!» parece enojada, sin embargo, no debería estarlo. No es estúpida: está fingiendo no saber quién soy yo, pero lo sabe muy bien, estoy seguro.

    «Puedes fingir, puedes mentir, pero no puedes esconder quién eres, ¡no a mí!» exclamo y luego le doy la espalda. No me da miedo, así viva en la casa de Reed. De todas maneras mantengo los oídos abiertos para seguir sus movimientos. No da un paso.

    La piel de mi rostro y mis manos empieza a percibir el calor del sol. Mi tiempo ha terminado, debo refugiarme en la sombra dentro de pocos minutos.

    Regreso al auto con sus ojos que me estudian. Tiro la puerta que había dejado abierta, después abro el portaequipaje y agarro mi baúl, la única cosa que llevo conmigo desde hace varios años.

    Lo dejo caer en la entrada de la casa agradeciendo a los propietarios anteriores por haber apagado la calefacción antes de irse bajo mis órdenes. Los recibos también me cuestan a mí.

    Miro al interior. Hay demasiadas fotografías que seguro tiraré pronto. Nunca me ha gustado inmortalizar el presente para conservarlo y después volver a verlo en el futuro. El presente es una cosa que dura poco, como el pasado reciente. Me hubiese gustado conservar la imagen de Isobel en papel o en tela, aún si mi mente la conserva ya bastante bien. Ver físicamente su imagen quizás me haría más daño que solo su recuerdo.

    Quizás.

    Noto dos habitaciones al fondo de una pequeña sala. En medio de las dos, un pasillo inútil termina en una puerta que da al sótano vacío. Sobre el ángulo de la izquierda, cerca de la primera puerta que lleva a la cocina, hay unas escaleras que van al piso superior.

    Un piano negro brillante me hace sonreír, llevando a mi mente al pasado, cuando la elegancia era preferida sobre la comodidad. El instrumento por desgracia es moderno, pero me hará compañía en los días soleados.

    Abro el baúl tomando la última cosa que había guardado. Son cortinas negras y espesas; las hice confeccionar por una sastra hace unos cincuenta años y desde entonces las llevo celosamente conmigo. No venden unas similares ni siquiera en el negocio mejor abastecido. Una cosa así de espesa y de ese color no se vendería, nadie querría cortinas que no dejen filtrar la luz, además negras; un color poco alegre. Para mí son vitales y las cuelgo de inmediato.

    La segunda cosa que hago es aquella que más detesto cuando me adueño de una casa nueva. Es la penúltima cosa que acomodo antes de abandonar un refugio y la segunda cosa que extraigo del baúl. Tomo el vestido como si fuera un tesoro precioso. Lo huelo, como si aún pudiera sentir su perfume. La

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