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El infierno está cerca
El infierno está cerca
El infierno está cerca
Libro electrónico320 páginas3 horas

El infierno está cerca

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"El infierno está vacio y todos los demonios están aquí."


Leia Swanson es una chica huérfana que acaba de cumplir los dieciocho años y dejar atrás un pasado turbulento en el que perdió a sus padres con sólo siete años. 

Entonces, la gente empieza a convertirse en demonio ante sus ojos y ella comienza a sentir un poder extraño creciendo en su interior. Después de visitar la casa de su infancia, la vida de Leia dará un giro.

Convencida de que un demonio se llevó a su madre y mató a su padre, Leia descubre el verdadero pasado de su madre: una Vigilante (cazador de demonios) y que ella también es una Nephilim (mitad ángel, mitad humana).

Cuando alguien secuestra a su hermano gemelo Josh y mata a su madre de acogida, Leia se ve obligada a encontrar a Frank, su tío, del que nadie le había contado nada. A pesar de ser un hombre solitario, Frank accede a enseñar a Leia a utilizar sus poderes de Vigilante y ayudarla a rescatar a su hermano. En el camino, Leia podrá desentrañar ese pasado oscuro.

Mientras tanto, un poderoso demonio ha secuestrado a niños Nephilim de todo el mundo para involucrarlos en un malvado plan que pondrá en peligro la tierra. 

El infierno está cerca. ¿Será capaz Leia de dar su vida y, posiblemente, su alma para salvar al mundo?

El infierno está cerca es el primer libro de la saga Los Vigilantes. Si le gustan los thriller supernaturales, descargue un fragmento o compre El infierno está cerca.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 ago 2015
ISBN9781507116845
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    El infierno está cerca - N.P. Martin

    ––––––––

    Hell Is Coming

    (The Watcher’s Series Book 1)

    By

    N.P. Martin

    Copyright © 2014 de N.P. Martin

    Todos los derechos reservados.

    No está permitida la reproducción o utilización de esta obra o parte de ella en cualquier forma sin la autorización

    expresa del editor, excepto para reseña o crítica.

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    El infierno está vacío y todos los demonios están aquí.

    William Shakespeare

    Capítulo 1

    Desde que nací, han ocurrido cosas extrañas a mi alrededor. Por eso, el hecho de empezar a ver demonios no me sorprendió demasiado.

    ¡Demonios! Parece una locura, ¿verdad? ¿Quién cree ver monstruos sino niños asustadizos y personas mentalmente inestables?

    Ya no soy una niña asustadiza, pues tengo dieciocho años. Y, por desgracia, las incontables casas de acogida por las que he pasado borraron mi inocencia de un plumazo. En lo que respecta a mentalmente inestable... Bueno, no creo que esté peor que nadie de mi edad.

    Desde luego, no siempre.

    La primera vez que vi a un demonio estaba bastante cuerda. De hecho, lo más cuerda que he estado en mi vida. Estaba a punto de convertirme en un miembro de provecho de la sociedad, tras dejar de lado (o casi) mis obsesiones y comportamiento insanos e intentando ser una niña buena, lo que en mi caso se traduce por alguien que no necesita medicamentos para encubrir una insistente curiosidad por lo oculto y lo paranormal.

    Estaba decidida a seguir adelante, a empezar de nuevo.

    Y, entonces, ocurrió: por todas partes, la gente comienza a transformarse en monstruos. Y eso es algo difícil de ignorar, especialmente para alguien con mi historial familiar.

    Era una tarde de Octubre fría y oscura en Mercy City y yo estaba sentada en el Mustang negro del 69 que mi hermano gemelo Josh se había comprado por su décimo octavo cumpleaños. Pensó que se lo merecía por ser un joven con un trabajo emprendedor. La verdad es que era traficante, pero sólo hasta que llegase a campeón de Artes Marciales Mixtas; lo que, según él, sucedería muy pronto.

    A mí me daba igual.

    -Estoy deseando mudarme al nuevo apartamento –dije, mientras Josh conducía por las ruidosas y concurridas calles de la ciudad-. Parece que, por fin, saldremos de nuestra propia cárcel.

    -Sí, va a ser genial – dijo Josh, asintiendo lentamente-. Siempre y cuando no traigas esa mierda paranormal contigo. Ya he tenido bastante.

    Su tono de burla me enfureció.

    -¿Qué mierda paranormal? Sabes que ya paso de eso.

    Más o menos.

    -Aún tienes esos asquerosos libros en casa de Diane. Me pone de los nervios que los leas, Leia. Es absurdo y, además, da miedo. ¿Qué buscas con eso?

    Respuestas, Josh. Busco respuestas.

    Diane era nuestra madre de acogida. Era un ángel comparada con el resto de madres que habíamos tenido y, por eso, habíamos aguantado en su casa todo un año. Como profesora de instituto, Diane era buena sacando lo mejor de las personas y me había ayudado a rehacer mi vida. Me animó a entrar en la escuela de arte, algo de lo que nunca me creí capaz, pero Diane me infundía respeto. No vuelvas a leer esas cosas. Me desharé de los libros si lo haces, te lo prometo.

    No era cierto. Quizá lo fue antes de que los demonios apareciesen, pero ya no.

    -Entonces, ¿por qué no lo dejas? Pensé que estábamos de acuerdo en que pasarías de eso y empezarías de cero.

    Y lo estaba.

    Pero, ¿realmente lo había dejado? Más o menos.

    -Por Dios, Josh, dame un respiro. No ha sido fácil para mí.

    Era difícil, sobre todo porque aún no había encontrado respuesta a ninguna de las preguntas que me perseguían desde el accidente de mis padres. Y, ahora que mi vida había dado un giro oscuro, era mucho más complicado seguir el buen camino; el que Josh y Diane querían. Parecía que nunca podría escapar de la oscuridad.

    -No he dicho que lo sea, pero ya sabes lo que pienso de todo esto.

    Lo sabía. Josh no compartía mi opinión de que algún tipo de demonio hubiera matado a nuestro padre y se hubiese llevado a nuestra madre medio muerta Dios sabe dónde. No sé qué pensaba él de aquella noche hace once años, pero seguro que no era lo mismo que pensaba yo. Parecía contentarse con que los hechos permanecieran sin resolver, sobre todo porque él no estaba allí cuando ocurrió. Para él, nuestros padres estaban muertos y no había nada que pudiese hacer al respecto. Ojalá pudiera entrar en su mente. Pero no podría aunque quisiera.

    -Sé que estás preocupado –dije-. Me desharé de los libros. Te lo prometo.

    -Y de todo lo demás- contestó Josh-. Las velas negras, lo que sea que tengas en esos tarros... Todo.

    ¡Mis ingredientes para hechizos! Tampoco es que alguno hubiera funcionado.

    No podía culparlo por ser tan persistente. Mi intromisión en el lado oscuro me había salido cara. Me llevó por el mal camino y terminó en una adicción a los medicamentos muy poco saludable. En parte, se debía a que no había encontrado respuesta a las preguntas que engullían mi cerebro como pequeños gusanos. Las pastillas que me recetaron no los destruyeron; sólo los dejaron en standby.

    Observé la muchedumbre urbana a través de la ventanilla. Gente con trajes impecables, maletines de cuero, smart phones y vasos de buen café se precipitaban calle abajo. Sin razón aparente, mis ojos se centraron en una de ellas: un hombre de treinta y tantos, de piel bronceada y traje gris. Era sólo un hombre de negocios, seguramente de camino a una reunión importante. Pero, el hecho de que sobresaliera de la multitud, me hizo pensar que tenía algo especial. Y, efectivamente, mientras lo observaba, su tez bronceada empezó a parpadear como una mala imagen y se convirtió en algo sobrehumano. Sus ojos se tornaron rojo sangre y su piel, verde oscuro, como la de los reptiles. Tres cuernos en espiral salían de su cráneo como huesudas trenzas. Permaneció así unos segundos, mientras hablaba por teléfono y, después, volvió a su forma normal.

    Aparté la mirada sin inmutarme. No era la primera imagen del día.

    Nada interesante. Sólo otra cara demoníaca entre la multitud.

    No fue así la primera vez que vi un demonio. Era el último día de instituto y cientos de estudiantes escuchábamos al director dar un discurso en el salón de actos sobre la importancia de hacer planes de futuro. No le estaba prestando mucha atención hasta que su cara se transformó. Es desconcertante, por decir algo, ver cómo al director de tu escuela le salen cuernos, su cara se vuelve roja y sus labios dejan entrever unos asquerosos dientes afilados. Cuando sus penetrantes ojos en llamas se fijaron en mí, hice lo imposible para no salir corriendo. Continuó hablando sobre el desarrollo de nuestras habilidades en la era digital y me di cuenta de que me estaba dando un ataque de pánico cuando el chico sentado a mi lado me preguntó si me encontraba bien. Ese fue el comienzo. Aquella imagen me persiguió todo el día hasta que, a la mañana siguiente, volvió a ocurrir.

    Fue entonces cuando pensé que algo estaba pasando realmente; algo maligno.

    -¿Qué estás mirando? –preguntó Josh, observándome con esa mirada nerviosa a la que ya estaba acostumbrada-.

    -Nada – intenté que sonara despreocupado, pero sabía que, para él, yo era como un libro abierto-.

    -Últimamente pareces ausente –dijo, mirándome preocupado-. ¿No estarás tomando esa mierda otra vez? No quiero que vuelva a darte una sobredosis.

    Si fuese cualquier otra persona, le habría dado un puñetazo en la cara. Pero, tratándose de Josh, lo dejé estar. Después de todo, fue él quien me encontró el año pasado, inconsciente de pastillas y vodka, y me llevó al hospital para que me hiciesen un lavado de estómago. Estaba muy asustado. Yo también me asusté. No le culpo por estar receloso y, por eso, me tranquilicé.

    -Sigo limpia, ya lo sabes. Excepto por la marihuana. Mi medicación se reduce a productos naturales –le di una palmadita en el hombro-. Aunque, ¡mira quién fue a hablar! ¿Crees que no he notado que tú también estás ido últimamente?

    -¿Qué? ¿A qué te refieres?

    En ese momento, pasamos por el viejo y gigantesco ayuntamiento, flanqueado por siniestras gárgolas, y no pude evitar fijarme en ellas y pensar si estarían basadas en demonios reales. Sus caras eran muy similares a las que yo veía y aquello me inquietaba. La gente que entraba y salía aprisa del edificio parecía no fijarse en las fieras que los observaban desde arriba, acechantes.

    Volví a mirar a Josh que, aunque lo intentara, no podía disimular el hecho de que algo estaba pasando. Yo siempre podía penetrar esa fachada de tío duro.

    ¿Acaso él también veía los demonios?

    Unos días antes, le pillé observando a un hombre cualquiera en la calle. Tenía una cara monstruosa, aunque diferente de las anteriores. Siempre lo son. Este tenía la piel gris verdoso con trazos marrones y unas garras, no muy distintas a las de los Predator de las películas. Josh parecía asustado, pero dijo que no pasaba nada, así que no le insistí. Sin embargo, conozco a mi hermano y sabía que ocurría algo.

    -Es por los esteroides –dijo-. Su voz sonaba relajada, demasiado relajada. Era la voz que ponía cuando sabía que le estaban juzgando.

    -¿Esteroides? –Dije, soltando una risita-. ¿Ahora te dopas? ¿Enserio?

    -Oye, la fama tiene un precio. Todos los buenos de mi gimnasio los toman.

    -Pero tú eres bueno sin tomarlos.

    -Puede ser. Pero quiero mejorar rápido –dijo, mientras nos deteníamos ante un semáforo-. Además, es temporal. Sólo hasta que consiga más músculo.

    -Estás loco si tomas eso. Es peligroso –contesté, negando con la cabeza-.

    Josh me lanzó una mirada de mira quién fue a hablar, la que tomaba pastillas como si fuesen caramelos. Iba a echarme la charla, pero se contuvo. En ese aspecto, era muy considerado.

    -Relájate. No voy a abusar de ellos –sonrió por la ventana a una guapa rubia y ella le devolvió la sonrisa, alagada.

    Y debería estarlo. Mi hermano era muy atractivo y tenía unos melancólicos ojos marrones que le daban un toque misterioso. Las chicas se morían por él y su cuerpo de luchador musculado ayudaba bastante.

    Aunque éramos gemelos, no éramos idénticos. Yo tenía sus mismos ojos, pero el poder hipnótico era sólo suyo. También es cierto que él tenía más experiencia en ese campo. Ambos teníamos el pelo y la piel oscuros, pero Josh lo tenía más corto y más oscuro que yo, casi negro. Aún así, nos parecíamos lo bastante como para saber que éramos gemelos.

    Josh siempre llamaba la atención más que yo. No me entendáis mal; yo también podía poner esa mirada de chica inocente cuando quisiera. Pero, la mayoría del tiempo, prefería pasar desapercibida. Con los años aprendí que es mucho mejor. Él pensaba justo lo contrario: se formó una apariencia de chico malo para que la gente lo dejara en paz, especialmente en el instituto, donde era muy posible que intentaran pisarte. Los otros chicos le respetaban o, al menos, le temían lo suficiente como para no meterse con él y los que se atrevieron, lo pagaron caro. Con las chicas también funcionaba. Muy poca gente conseguía ver su parte amable y cariñosa.

    -No me puedo creer que te estés dopando –volví a decir mientras esperábamos en el semáforo -. ¿Vas a ser como esos que se enfadan por cualquier cosa y le hacen un agujero a la pared de un puñetazo? No estoy segura de querer vivir con alguien así.

    -Cálmate –contestó, marcando un ritmo en el volante con los dedos-. Sólo hago click en el ring, baby. –La absurda frase le hizo reír.

    -¡Sólo hago click en el ring! –Repetí, imitándolo, y solté una carcajada-. Eres idiota.

    -Pero soy guapo.

    -Eso te crees tú.

    -Que te den.

    -Que te den a ti.

    La conversación terminó ahí, así que me concentré en mirar por la ventana y vi a un chico de unos dieciséis años, con vaqueros negros desgastados y el pelo grasiento que le caía sobre los hombros de una chaqueta raída. Corría calle abajo, con la cara desencajada, como si huyera de algo horrible. ¿Sería un ladrón? ¿Un violador? ¿Un camello? Al pasar por un callejón, volvió la mirada atrás, por lo que no vio nuestro coche y se golpeó contra él con un ruido que me hizo saltar en el asiento. Me recoloqué y miré al chico: parecía horrorizado.

    -¿Pero qué...? – gritó Josh al chico, que se puso en pie y siguió corriendo calle abajo, tropezando con otro coche en el camino-.

    Antes de que pudiera decir nada, otro chico saltó al coche justo cuando Josh reanudaba la marcha. Pegó un frenazo y yo me sujeté al asiento. Frente a nosotros, un chico con capucha nos miraba asustado. Tenía los ojos totalmente negros, como dos bolas de billar. Una sonrisa siniestra se dibujó en su cara mientras se ajustaba la capucha y echaba a correr hacia el mismo callejón por el que el chico había desaparecido.

    -Enserio, ¿qué es todo esto?

    Josh volvió a acelerar, desesperado.

    -Pero, ¿qué acaba de pasar? – Pregunté-.

    -Que son idiotas, eso es lo que pasa.

    -¿No le has visto nada raro al segundo chico? –Dije, frunciendo el ceño-.

    -¿Raro? –Tenía la frente arrugada y sujetaba el volante con fuerza. No sé si estaba enfadado porque alguien hubiera saltado a su coche o por el tráfico-.

    -No lo sé... Sus ojos, ¿quizás?

    -¿Qué pasa con sus ojos? –Preguntó, juzgándome con la mirada-.

    Obviamente, no había visto nada. O no iba a reconocerlo.

    -Nada. No importa.

    Continuamos la marcha e hicimos el resto del trayecto en silencio.

    Diane vivía en las afueras de la ciudad, en una casa de paneles de madera de la posguerra. No me hacía ninguna gracia contarle que habíamos encontrado un apartamento y que Josh y yo nos mudaríamos a final de semana. Diane había sido buena con nosotros y, aunque nada ni nadie me haría cambiar de opinión sobre el sistema de Servicios Sociales, debía reconocer que ella me había ayudado bastante.

    Al salir del coche, vi a un hombre parado en una esquina, unas casas más abajo. Vestía ropa negra y nos observaba sin razón aparente. Habría pensado que sólo estaba esperando a alguien, si no fuera porque, al verle, se me revolvió el estómago. Mis sospechas se confirmaron cuando el hombre me sonrió y sus ojos revelaron un brillo naranja. Sentí ganas de vomitar.

    Otro demonio. Y en mi propia calle.

    Pero este parecía distinto. Era su presencia. Es difícil describir cómo me sentí. Normalmente, cuando veo un demonio, ellos me ignoran o simplemente no se dan cuenta de que los veo. Pero este sabía que yo sabía lo que era; sabía que podía sentirlo. Su presencia se clavó en mí como cuchillos, dejándome helada e indispuesta; petrificándome. Lo siguiente que recuerdo es estar en una especie de abismo negro. Se oían gritos de dolor por todas partes; gritos horribles de personas siendo torturadas de la peor forma posible y, al fondo, permitiendo toda esa locura, la presencia. Era el diablo en persona. Entonces, antes de que pudiera gritar, estaba de nuevo en la calle, como si nada hubiese pasado. El demonio seguía allí, sonriéndome.

    Cuando Josh salió del coche, corrí hacia él.

    -¿Qué pasa? –preguntó preocupado-. Pareces aterrorizada. Otra vez.

    -Al final de la calle –dije, aún temblando tras experimentar el negro abismo; el propio infierno-.

    ¿Qué si no podría inspirar tanto terror?

    -Ese hombre.

    Ese demonio.

    Josh miró hacia donde yo señalaba. Los ojos del demonio habían dejado de brillar.

    -Sólo es un tío raro. Déjalo. Vamos –contestó Josh, sin darle importancia-.

    Entró en la casa y yo le seguí de cerca.

    En el interior de la casa, Diane hacía la cena. Era una mujer de unos cincuenta que nunca había tenido hijos. Estuvo casada, pero su marido murió. Tenía el pelo ya canoso y unos ojos azul claro que inspiraban cariño. Siempre estaba dispuesta a escuchar y a dar consejos cuando se le pedían. Me ayudó mucho cuando vine a vivir con ella: me sacó de las drogas y me enseñó que valía más de lo que pensaba; lo cual, dado mi estado, no fue fácil.

    -La cena está casi lista –dijo Diane, cuando me disponía a subir las escaleras-. No tardes.

    -No –dije-. Por cierto, Josh quiere decirte algo.

    Josh me fulminó con la mirada y yo le devolví una sonrisa irónica. Dejarlo sólo para dar la noticia era cobardes, pero no podría soportar las lágrimas de Diane, así que me fui directa a mi habitación.

    Cuando nos mudamos, Josh cogió la habitación más grande. La mía era muy pequeña y siempre estaba hecha un desastre. Tenía pósteres y cuadros en todas las paredes, lo que la hacía parecer incluso más pequeña, por no hablar de más oscura. También acumulaba pilas de libros y objetos relacionados con lo oculto (velas negras, frascos con ingredientes, una calavera humana y otras cosas poco agradables a la vista). Parecía más una madriguera que una habitación.

    Me tumbé en la cama sin hacer, mirando los cuadros: paisajes fantásticos, guerreras con espadas, criaturas extrañas... El arte fantástico era mi vía de escape. Tenía talento para la pintura, pero nunca lo tomé enserio hasta que Diane me animó. Mi profesora de arte del instituto también me acogió bajo sus alas, proporcionándome utensilios de pintura y asegurándose de que tenía suficientes obras para solicitar una plaza en la escuela de arte. Estaba deseando ir, si entraba, claro. Si conseguía deshacerme de los demonios. Lo cual, si seguía teniendo experiencias como las de antes, no sería pronto.

    Aún no le había contado a Josh nada sobre los demonios. Tampoco es que quisiera. Josh no estaba allí la noche que un demonio se llevó a nuestra madre y mató a nuestro padre. Era la primera vez que dormía en casa de un amigo, así que no sabía nada de lo que había pasado, aunque si se lo contara tampoco me creería. Pensaría que era una forma de darle sentido a mi afán por lo oculto. Josh se aferró a la versión policial de que mi madre podría (o no) haber matado a mi padre. La policía no pudo averiguar si mi madre huyó o fue secuestrada, así que esa parte aún no la habían decidido.

    Yo sabía la verdad, pero nadie quiso escuchar a una atormentada chica de siete años. A partir de ahí, aprendí a guardarme lo que sabía. Tras años de angustiosa obsesión, al final conseguí dejarlo atrás aceptando que mis padres se habían ido y que no había nada que pudiera hacer al respecto.

    Hasta que empecé a ver monstruos. Demonios. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Ignorar el hecho de que veía rostros inhumanos por todas partes? ¿Cómo iba a hacerlo? En mi interior, sabía que había una conexión entre ellos y el fallecimiento de mis padres. Sólo que aún no estaba segura de por qué.

    Saqué un bloc de debajo de la cama. Estaba lleno de dibujos de las caras monstruosas que había visto en los últimos meses. Pasé las hojas y miré los rostros de ojos brillantes, prominencias huesudas y cuernos saliendo de sus cráneos. Uno de ellos era de un hombre (un sacerdote, si no recuerdo mal) con tres pequeños cuernos saliéndole de la barbilla; los dos exteriores curvados, como trompas de elefante. Otro era de una mujer, que era bastante guapa, hasta que su cara se transformó en lo que parecía una rata con los incisivos largos hasta el mentón. El siguiente dibujo era el más siniestro que había visto: era un niño, de no más de siete u ocho años, que vi un día en un parque. El niño me miró y se rió. Entonces, su cara se transformó en algo horrible ante mis ojos, con pequeñas serpientes saliendo de sus mejillas y otra más grande saliendo de su frente, rodeándole la cabeza. Tardé días en olvidar aquella imagen.

    Todas me recordaban al monstruo que se llevó a mi madre. En pocas palabras: mi vida se parecía a una película de terror.

    Deslicé el libro de nuevo bajo la cama, fuera de la vista de Diane. En una hora, iba a ver a mi mejor amiga Kasey. Había accedido a acompañarme a visitar la casa de mi infancia, a pesar de decirme que estaba loca por querer ir allí y remover el pasado. Me quité los pantalones de traje y la blusa que me había puesto para ver el nuevo apartamento y me puse unos vaqueros viejos con un jersey y una chaqueta militar. A la hora de vestir, era bastante funcional. La palabra estilo no estaba en mi vocabulario, excepto, quizás, cuando tenía una cita (lo cual no pasaba muy a menudo) e incluso entonces, no me arreglaba demasiado. A los chicos les daba igual, siempre y cuando tuvieran lo que buscaban al final de la noche. Sé que no suena bien, pero no me entusiasman las relaciones. Para mí, el sexo casual era suficiente.

    En el piso de abajo, Josh y Diane comían pasta en la cocina. Me senté con ellos.

    -Voy a echar de menos tus comidas –le dije a Diane, que tenía una expresión melancólica después de que Josh le dijera que nos mudábamos-.

    -Podéis venir cuando os apetezca comer bien –dijo, con una sonrisa

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