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Aversión: Libro uno de la saga La mentalista
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Libro electrónico160 páginas4 horas

Aversión: Libro uno de la saga La mentalista

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Información de este libro electrónico

Por primera vez para Gemma Green, las cosas deberían haber sido sencillas. Encontrar a tu sujeto, sostenerle la mirada y meterle un pensamiento en la cabeza para salvarlo de un futuro desastre: aversión completa. Un proceso bastante simple, dado que el sujeto no va a tener ningún recuerdo de la experiencia. Pero Russ Tanner no parece querer olvidar. De hecho, cuanto más trata ella de evitarlo, más presiona él para llegar a conocerla. Gemma sabe que tiene un problema, pero ¿se está enfrentando a los efectos secundarios de una aversión fallida o el campeón de tenis del instituto se ha realmente enamorado de ella?

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento16 jul 2016
ISBN9781507147993
Aversión: Libro uno de la saga La mentalista
Autor

Kenechi Udogu

Kenechi lives in London and enjoys writing fantasy fiction and short stories (some of which she posts on her blog). She also hates the cold and hopes to one day figure out how to hibernate in winter.

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    Aversión - Kenechi Udogu

    Aversión: Libro uno de la saga La mentalista

    Kenechi Udogu

    ––––––––

    Traducido por Eva María Medina Cabanelas 

    Aversión: Libro uno de la saga La mentalista

    Escrito por Kenechi Udogu

    Copyright © 2016 Kenechi Udogu

    Todos los derechos reservados

    Distribuido por Babelcube, Inc.

    www.babelcube.com

    Traducido por Eva María Medina Cabanelas

    Editado por María de los Remedios Rubio Fernández

    Diseño de portada © 2016 Tom Jay

    Babelcube Books y Babelcube son marcas registradas de Babelcube Inc.

    Esto se trata de una obra de ficción. Nombres, personajes, lugares e incidentes son utilizados de manera ficticia y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, establecimientos comerciales, sucesos o escenarios, es pura coincidencia.

    AGRADECIMIENTOS

    Me gustaría darle un enorme gracias a mi familia y amigos por actuar como ratas de laboratorio a lo largo de las muchas etapas de redacción de este libro. Vale, Neso, Chioma, Chizoba, Ethan, Rob, Pi-Lin, Dumebi... chicos, sois los mejores.

    Mis lectores beta fueron increíbles con todas sus contribuciones e ideas, así que me gustaría extenderle mi agradecimiento a Annabelle Marie Veronica, a Fara Hanani, a Ruty Benitez, a Martha Campos y a Nat Mercado por todo su apoyo. Doble gracias a Fara por toda la ayuda adicional que proporcionó para atar cabos sueltos antes de la presentación del libro. Tú sabes a lo que me refiero... Gracias, gracias, gracias. Muchas gracias a Rebecca Sauve por involucrarse en este proyecto.

    A mi fantástico equipo de traducción, Eva María Medina Cabanelas y María de los Remedios Rubio Fernández, esto no habría sido posible sin vosotras. Muchísimas gracias por vuestro duro trabajo. Paola Uzor y Ruty Benitez (sí, tú otra vez, Ruty), estoy eternamente agradecida por vuestro apoyo y paciencia en la lectura de esta traducción al español. También me gustaría agradecerle a Tom Jay por aportar el fabuloso diseño de la portada.

    Y, por último pero no menos importante, me gustaría agradecerles a mis maravillosos padres por nunca flipar con mis excentricidades.

    Contents

    UNO

    DOS

    TRES

    CUATRO

    CINCO

    SEIS

    SIETE

    OCHO

    NUEVE

    DIEZ

    ONCE

    DOCE

    TRECE

    UNO

    Mi nombre es Gemma Green y soy avertriz. Probablemente te estás preguntando qué significa eso, y por qué es importante para mí decir que lo soy. A simple vista, no hay mucha diferencia entre la mayoría de las chicas de quince años y yo, excepto por el hecho de que tengo la habilidad de alterar la mente de otras personas y forzarlas a no llevar a cabo acciones que desviarían las trayectorias de sus vidas predestinadas. Sé que suena imposible pero créeme, es verdad. Únicamente otro avertor será capaz de notar lo que soy con solo verme. Bueno, en realidad la palabra no es «ver». Tenemos la habilidad de presentir cosas que otros pasan por alto. Por ejemplo, yo siempre sé cuándo me están mintiendo. No noto cuál es la mentira exacta, pero siento un nudo en el estómago cada vez que oigo una; cuanto mayor es la mentira, más se aprieta el nudo. Claramente no es la habilidad más agradable que se pueda tener, pero a medida que me hago mayor, es más fácil desconectar los sentimientos. Al final llegas a un punto donde solamente puedes sintonizar con las emociones de una sola persona, y esa es la persona a la que te asignan. Pero explicaré eso más tarde.

    Vivo en un pueblo llamado Sandes, donde mi papá trabaja en mantenimiento y yo voy al instituto con todos los chicos normales. El trabajo de papá es conveniente porque es su propio jefe y podemos irnos del pueblo siempre que tengamos que hacerlo sin levantar muchas sospechas. Solo se puede estar en un pueblo durante cuatro años, siguiendo a las personas a las que te asignan, antes de tener que mudarte a otra localización. De esa manera, no sentimos demasiado apego por nadie y tampoco la gente puede descubrir qué le está pasando. Todos los avertores con niños tienen que vivir en pueblos pequeños para que puedan enseñarles a sus hijos a dominar sus habilidades en un ambiente controlado. Imagina tener que crecer en una ciudad con millones de personas lanzando millones de vibras en todo momento. Solamente los adultos que han dominado su arte podrían sobrevivir a esa sobrecarga.

    La otra cosilla es que, según mi papá, yo soy un poco anormal al ser la única avertriz que se conoce. No sé por qué, pero nuestro clan siempre ha sido de hombres. Nuestras vidas están prácticamente dictadas desde el principio: un bebé varón nace de la unión entre una elegida y un avertor. El niño queda al cuidado de su madre por un año y luego es entregado a su padre y nunca vuelve a ver a su madre. El padre le enseña sus responsabilidades y, a los veintiún años, el hijo debe continuar con la tradición de nuestro clan creando a un niño con una elegida. Ese es nuestro círculo vital. Hijo engendra un hijo que engendra un hijo... hasta que llegué yo. Papá sabía que, al ser niña, mi futuro como avertriz sería diferente, pero como no estaba seguro de cómo funcionarían las cosas para mí, decidió criarme exactamente como su padre lo crió: estudio, estudio, estudio.

    Una vez que acepté todo lo que estaba destinada a ser, me di cuenta de que esas fantasías frívolas y esas tontas ideas románticas eran para las chicas de mi instituto y no para mí. ¿Por qué pensar en maquillaje, en chicos y en todo ese sinsentido cuando sabía que únicamente tenía cuatro años para vivir en un pueblo y que el reloj de mi edad para la maternidad estaba avanzando? A mi modo de verlo, si no podía tener la vida que ellas tenían, la libertad de elegir qué hacer con mi vida, no tenía sentido anhelarla. Habría sido tan bobo como ansiar un batido de chocolate cuando eres alérgico al cacao. Lisa y llanamente estúpido cuando mi futuro estaba prácticamente decidido.

    Pero en ese momento experimenté mi primer calambre real. No fue la sensación que ya he mencionado, la que sentimos cuando la gente es deshonesta. No, los calambres son mucho más que eso. Son lo que se obtiene cuando sientes que alguien va a hacer algo realmente malo, y pronto. Como conducir bajo los efectos del alcohol en el coche de tu padre y meterte en el camino de un camión, matando a dos amigos que iban de pasajeros y poniendo fin a una carrera prometedora como tenista. Yo nunca antes había sentido nada tan fuerte y tan terrible, pero eso es lo que sentí cuando pasé junto a Russ esa tarde del viernes después de nuestra clase de inglés. Papá decía que reconoces a las personas que te son asignadas por el hecho de sentir estos calambres viniendo de ellos. El resto del mundo es ruido ambiental, esa persona se convierte en real para ti. Russ era mi primera persona real.

    Por dentro sentí nauseas pero, de alguna manera, apenas me estremecí. Papá me había preparado bien para ese día. Tenía que hacerle saber que lo había sentido y que realizaríamos mi primera aversión. Una vez que evitase que Russ fuera a una fiesta, nuestro vínculo estaría sellado y yo sería capaz de presentir sus decisiones irracionales sin estar en la misma habitación que él. La mayoría de la gente de mi papá eran sus clientes, así que era fácil para él avertarlos sin que nadie pensara que sus reuniones estaban fuera de lo común. Afortunadamente, no estamos obligados a avertar todas y cada una de las malas decisiones que la gente hace, solo para las que nos llaman. Si tienes suerte, solamente has de llevar a cabo una aversión en la persona mientras transcurre tu tiempo con ella.

    Esa noche, papá y yo esperamos en un banco al otro lado de la calle de la casa de Russ. A papá le fueron asignados un par de personas en la misma calle, así que sabía exactamente dónde sentarse para no llamar la atención. Los padres de Russ estaban ausentes en un viaje de negocios y él había estado de acuerdo en ser al que le tocaba conducir y estar sobrio para sus amigos. Había una fiesta en la casa de alguna chica popular y todos iban a estar allí, aunque mañana hubiera clase. Todos menos yo, por supuesto. A sus quince, Russ era demasiado joven para conducir, pero eso nunca se lo impidió a nadie en nuestro pueblo. Las reglas únicamente se aplicaban a las personas que les importaban las reglas.

    —¿Lista, Gem? —dijo papá cuando la luz del pasillo se apagó y la puerta principal se abrió.

    —Como nunca lo estaré —repliqué, tratando de sonar como que tenía confianza en mi tarea. Estaba tan nerviosa que podría vomitar en cualquier momento pero mantuve la cabeza en alto y me puse en pie con papá. Había estado esperando este momento toda mi vida y sabía qué se esperaba exactamente de mí.

    Al principio, Russ no nos vio cuando entró al coche y puso reversa para salir de la casa. Papá y yo nos colocamos en el camino de su coche y finalmente nos vio. Lo vi fruncir el ceño en el reflejo de su espejo retrovisor, y me pregunté qué estaba pensando en ese momento. Es probable que no tuviera ni idea de quién era yo, aunque nos sentamos juntos en algunas clases. Yo había perfeccionado el arte de pasar desapercibida. No tener amigos significaba no ser preguntada por mi vida alternativa. Más fácil que tener que mentir sobre ello a la gente.

    —Es todo tuyo, Gem.

    Papá me sonrió por un breve segundo y luego se giró para saludar con la mano a Russ, quien seguía mirándonos a través del espejo, probablemente curioso al ver que no nos apartábamos del camino.

    Respiré hondo y fui hacia la ventanilla de Russ, bajando mi cabeza hasta el mismo nivel que su rostro. A pesar de mi sentido común, pude ver de qué hablaban la mitad de las chicas de mi curso cuando las escuché hablar de lo mono que era. Él tenía una atractiva mezcla de los rasgos persas de su madre y la constitución atlética de su padre. Sus ojos oscuros estaban muy abiertos y expresaban confusión, pero no dijo nada. Es curioso que nunca antes haya notado sus ojos; justo en ese momento parecía que estaban intentando abrirse camino por mi interior. Al menos estaba siendo lo bastante prudente como para no bajar la ventanilla. Pero el vidrio únicamente lo protegía a nivel físico. Yo no necesitaba tocarlo para que esto funcionase. Todo lo que necesitaba era contacto visual, y lo tenía.

    Hola, Russ. Comenzarás a olvidar cada palabra que te diga a medida que las digo. También olvidarás que yo estuve aquí esta noche. No hay razón para entrar en pánico, ir a la fiesta no es una opción. Haz lo que tengas que hacer para librarte. Pase lo que pase esta noche, no vuelvas a entrar en este coche.

    «Eso debería bastar», pensé al tiempo que veía dilatarse ligeramente sus pupilas y destellar una chispa de color azul pálido antes de volver a despejarse. Pero en ese momento recordé algo más que había pensado antes en esa tarde después de haber sentido el calambre y me había dado cuenta de que tendría que verlo de nuevo esa noche.

    Ah, y deja ya ese hábito asqueroso de fumar con Dean y esos idiotas en el patio. En serio, ¿profesional del tenis con pulmones recubiertos de alquitrán?

    Me aparté del vehículo y volví a donde papá estaba esperando detrás del coche. Era hora de ver si había funcionado, si había cruzado al fin la barrera entre una humana excepcionalmente perceptiva y una avertriz. Al principio no pasó nada mientras Russ permanecía en el coche con la cabeza gacha.

    —La he liado, ¿no? —dije con un suspiro.

    —Paciencia. Acabas de intentar alterar su psique, dale un momento.

    Casi como si le hubiera dado pie, la puerta del coche se abrió de golpe y Russ se apeó. No se dio la vuelta para saludarnos. En vez de eso, entró a la casa y cerró la puerta. Las luces se encendieron dentro como si estuviera recorriendo su casa, y papá me hizo señas para que volviéramos a nuestra zona de espera. Teníamos que asegurarnos de que no iba a convencerse de que la fiesta todavía era un buen lugar en el que estar. Papá dijo que a veces no importaba qué intentábamos lograr, era sabido

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