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En un segundo tu vida cambia
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En un segundo tu vida cambia
Libro electrónico177 páginas2 horas

En un segundo tu vida cambia

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«¿Qué más puede pasar?»
Este es tu libro. Lo importante es no rendirse.

En la misma semana en que fallece su padre, Ana es abandonada por su marido, Diego. Se encuentra de pronto con una situación a la que debe hacer frente, sola, sin fuerzas, sin rumbo y con mucho miedo, hasta el punto de bloquearse físicamente. Sin trabajo y con una hipoteca se ve obligada a enfrentarse a cosas que ni ella podía imaginar.

La rutina del día a día y la enfermedad de su padre taparon muchos aspectos de una relación nada sana y aunque Ana trata de salvar su matrimonio, cada vez se hunde más mientras trata de comprender qué ha sucedido.

Lejos de tirar la toalla, decide seguir adelante con su vida y se dispone a buscar trabajo mientras se busca a sí misma. Vende lo poco que tenía y decide empezar de cero en Cruzeiro do Sul, en el Amazonas, lugar que aporta a Ana el valor de lo auténtico. Allí deberá enfrentarse a problemas que laharán volver a España y comenzar de nuevo; pero esta vez Ana juega con una gran ventaja, pues ha aprendido a quererse y a valorarse y sabe que con valor y tenacidad puede superarse cualquier tipo de obstáculo.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento25 sept 2015
ISBN9788491121527
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    Vista previa del libro

    En un segundo tu vida cambia - Sandra iraizoz cia

    Título original: En un segundo tu vida cambia

    Primera edición: Septiembre 2015

    © 2015, Sandra Iraizoz Cia

    © 2015, megustaescribir

    Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Contenido

    Se apaga la luz

    Despertando

    Explota la bomba

    Inicio del infierno

    Cumpliendo sus deseos

    Las palabras mágicas

    Mi salvador

    Primera alegría

    ¿Sueño o pesadilla?

    Normalidades no tan normales

    No todo lo que empieza mal, acaba mal

    Último avión

    El viaje de mi vida

    Empezando de cero

    Ni prólogo ni epílogo; inciso

    Visita a la policía

    Lo que hizo

    Primera relación, primer bloqueo

    Primera ayuda, primer enfrentamiento

    Última aparición, primera desaparición

    La distancia no siempre es el olvido

    Mundo nuevo

    De bruces con la realidad

    El inglés

    Comienza el trabajo

    Conversaciones en portuñol

    La vorágine del día a día

    Los pequeños detalles del día a día son los que importan

    Los segundos se estiran cuando menos lo necesitamos

    Deseos internos

    San Valentín

    Otro contacto con el mundo espiritual

    Soñando con mi propia muerte

    Paradojas de la vida

    Última visita

    Despedidas con sabores

    Haciendo balance, pese a no ser fin de año

    Y de repente…

    Aprendiendo de los errores

    Escapadas

    Problema añadido

    En abril aguas mil

    El motivo

    Dedicado a mi padre, el hombre que me enseñó que todos los problemas tienen solución, todos salvo el único que ni si quiera él pudo solucionar; la muerte.

    Gracias a los que no me creísteis al principio, hicisteis que me recluyera más en mí misma, lo que me permitió conocerme a mí misma realmente cómo era.

    También a los que os alejasteis cuando más lo necesitaba. Hicisteis que me acercara más a lo más importante; mi familia.

    Gracias a ese Policía, cuyo nombre no revelaré, que me hizo darme cuenta de que mi relación no era normal. Si todos fueran tan cercanos habría más mujeres que acudirían a denunciar.

    Otro agradecimiento a los que me animasteis a seguir con este libro, si no quizá nunca me hubiera atrevido a publicarlo.

    Pero gracias, sobre todo, a mi familia, por creer en mí y apoyarme siempre en todo. Aunque es cierto que ha habido veces que no lo han hecho ha sido porque era lo mejor para mí, aunque yo no lo viera así en ese momento. Y también, a Paula de Andrés, la luz que ha iluminado mi camino todo este tiempo, la que ha soportado mis noches en vela, la que se ha dejado a sí misma de lado por ayudarme. Como ya dije una vez, es un diamante en bruto todavía por descubrir para muchos, aunque unos pocos hemos tenido la suerte de descubrir todos sus vértices y aristas. Como dijo una vez Oliver Golsmith el mayor espectáculo es un hombre esforzado luchando contra la adversidad, pero aún hay otro más grande, ver a un hombre lanzarse en su ayuda. Gracias por realizar el espectáculo.

    Por último, gracias a ti, lector, por comprar este libro. Está hecho para ti, pero sin ti este libro no tendría sentido; con saber que te ha servido para algo es suficiente para que haya merecido la pena su publicación.

    Dejo mi correo por si alguien quiere escribir alguna sugerencia, queja, contar su historia,…: siraizoz@hotmail.com.

    GRACIAS

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    Soy Ana (aunque realmente mi nombre no importa, como yo hay muchas), una chica de 27 años que ha pasado por bastantes situaciones fuera de lo normal o que al menos no corresponden a una persona de su edad, por lo que bajo mis vivencias y con lo que he hecho o cómo me he tomado lo que me ha ocurrido voy a tratar de ayudar a quien se encuentre en situación parecida.

    Cuando te ocurre algo como lo que a mí me ocurrió y quieres contarlo, no sabes por dónde empezar; por el principio, por el final y echar hacia atrás… Creo que lo mejor es empezar por el detonante, por el momento en el que todo explotó e ir contando las cosas que me han ido sucediendo después y que me han hecho recordar el infierno que he vivido en el pasado.

    Vivo en un pequeño pueblo, por lo que siempre he estado muy influida por el qué dirán. Todas mis decisiones estaban basadas en ello. Cuando se vive rodeada de cotilleos sobre el vecino se mide mucho todo lo que haces por miedo a ser alguna vez una misma la protagonista de esos cotilleos. Yo estaba casada, tenía una preciosa casa y todo iba sobre ruedas, hasta que diagnosticaron a mi padre un tumor cerebral y ahí cambió todo. Tras su muerte mi marido me abandonó. Ser una persona separada en un pueblo es una situación muy difícil de llevar. Me salía de la norma, no era como debía ser.

    Ahora, por suerte, me doy cuenta que eso no tiene sentido, realizar el lo que debe ser por miedo a ser objeto de habladurías. Actuando así y conforme pasa el tiempo descubres que no vas a poder hacer lo que todos quisieran y, además, nunca llegarías a ser plenamente feliz porque nunca habrás obrado según lo que tú quieres y esto es precisamente en lo que radica la felicidad; actuar conforme a lo que uno quiere.

    Se apaga la luz

    Hoy es veintitrés de septiembre de dos mil doce, son las seis de la mañana y me encuentro en la habitación de mis padres sentada en una silla mientras mi padre, enfermo, descansa en su cama. Mi madre duerme en la habitación de al lado con mi hermana María, la pequeña de los cuatro hermanos. Hace varios meses que mi padre no se vale por sí mismo y lo cuidamos entre nosotras tres las veinticuatro horas del día. Mi padre se encuentra en una situación tan crítica que a las noches rotamos entre las tres para dormir una mientras las otras dos cuidan del enfermo. Cada tres o cuatro horas cambiamos el turno y así en nueve horas más o menos, que son las que no hay luz, podemos dormir algo cada una. Así ha sido durante un tiempo hasta hace dos días. Mi padre había dejado ya entonces de hablar, de comer, de moverse… hoy ya sólo puede estar en la cama. Esta noche la estamos pasando en vela mi cuñado, que es enfermero, y yo para que mi hermana y mi madre descansen. El agotamiento al que hemos llegado es tal que ya no nos mantenemos en pie ni durante el día desde hace un par de días por lo que hoy ha venido mi cuñado para echarnos una mano. Mi madre, sabiendo que está él, que es un profesional, está más tranquila, por lo que desde esta habitación se le oye incluso roncar.

    He de decir que para poder cuidar de mi padre yo tuve que dejar de lado la empresa que abrí hace tres años después de haber trabajado en varios medios de comunicación. La evolución de su enfermedad hizo que cada vez requiriese más horas de atención y, por tanto, alguien de la familia debía hacer un esfuerzo mayor. Mi hermano tuvo que hacerse cargo del negocio familiar nada más enfermar mi padre, mi hermana mayor llevaba la contabilidad de dicha empresa y mi hermana pequeña estaba estudiando así que pensé que de todos los miembros de la familia la que menos obligaciones tenía era yo. Diego, mi marido, trabajaba ya suficientes horas, por lo que, para no reducir ingresos, se me ocurrió que yo podía trabajar en un bar de noche (que, además, siempre me había gustado) y, por el día, cuidar de mi padre. Diego siempre ha sido muy dictatorial y tajante; lo conozco desde el instituto. Era el típico chico que siempre se salía con la suya, que no paraba hasta conseguir lo que quería. Quizá eso fue lo que me llamó la atención de él; su perseverancia. Yo siempre he tenido carácter pero lo cierto es que a la mínima se me convence para hacer las cosas; me da reparo decir que no; no quiero hacer daño a la otra persona. Por eso, cuando dijo que no quería dejarme trabajar en hostelería bajo ningún concepto, no me opuse. Su justificación para tal pensamiento era, por una parte, que una persona que tenía una Licenciatura hecha no podía acabar trabajando en un bar y, por otra, que era el lugar y las circunstancias perfectas para que cualquier otro chico se fijara en mí y argumentaba que él nunca aguantaría eso; que se moriría de celos. Así que optó por hacer él eso mismo que a mí no me dejaba; trabajar de noche.

    Son las seis de la mañana y en principio él salía a las cuatro y media de ese bar en el que está trabajando pero aún no ha venido ni da señales. Mi padre no está bien, de hecho, creemos que de esta noche no va a pasar. Necesito a Diego a mi lado para estos momentos así que le he mandado un mensaje hace veinte minutos pero no contesta.

    Diego aparece por fin a las ocho de la mañana después de haberse ido a desayunar con los compañeros de trabajo y se va a la cama directamente ya que ha tenido, según él, una noche agotadora. Estamos casi toda la familia ya en casa porque sabemos que hoy es el día final. Así lo ha deducido mi cuñado por la evolución de mi padre durante la noche. Además, todo apunta a que así va a ser; es el día perfecto para ello según las preferencias de mi padre; domingo. Día festivo (así nadie deja de trabajar por verlo; que era lo que decía cuando recibía visitas) y día de reunión familiar también (con toda la familia junta, como a él le gusta).

    Son las doce del mediodía, mi padre está muy mal y aunque le suministremos la medicación que venía tomando últimamente no mejora. Estos últimos días había comenzado a tener un hipo muy persistente que le hacía de quedarse sin respiración hasta el punto de que había que pegarle fuertemente en el pecho para que le entrase el aire. Para evitar que tuviera ese hipo se le administraba una dosis de medicación vía intravenosa pero ya no le hace efecto y cada vez respira peor. Nos habíamos vuelto expertas enfermeras ya casi y le cambiábamos nosotras mismas el suero, la medicación, etc. pero esta vez se nos escapa de las manos. Pese a subirle la dosis, no mejora, así que hemos decidido llamar al médico.

    Al poco tiempo de llegar el médico comenzamos a ver cómo se empieza a poner morado y frío, sabemos que ahora sí es ya el final así que llamamos por teléfono al marido de mi hermana mayor que era el único que aún no había llegado pero estaba de camino a casa y yo voy a despertar a Diego.

    Dos del mediodía. En el cuarto de mis padres estamos mi madre, los cuatro hermanos, la enfermera y la médica observando cómo poco a poco mi padre se apaga. Acaban de ponerle por segunda vez morfina. Nunca antes la había necesitado y ahora, ese cuerpo de hombre del norte, que se había quedado en la mitad a causa de la enfermedad, recibe la segunda dosis en media hora. Mientras su cuerpo se va poniendo más y más morado y cada vez lo hace más rápido, su respiración va a la inversa; a cada momento va más y más despacio. El silencio va en aumento en la habitación. Ya no se oye nada salvo el leve respirar.

    Suena el cuco dos veces y en medio de ambas mi padre exhala su último aliento. Un grito unísono de todos los que estamos en esa habitación recorre la casa. Los llantos ya son imposibles de aguantar, nuestro padre y esposo ha muerto. Mi hermana pequeña acaricia la fría y morada pierna, la mayor, boquiabierta y pálida, paralizada, observa con mirada fija la boca desencajada de mi madre sin atreverse a mirar el cuerpo de mi padre. Mi hermano, se apoya en la espalda de mi madre, quien sostiene con una mano la inerte mano fría del difunto y, con la otra, toca la espalda de mi hermana pequeña. Yo, sin moverme del sillón en el que llevo toda la noche sentada observo cómo esas imágenes pasan por mis ojos borrosos y húmedos por las lágrimas que no cesan. Ya no escucharemos más sus consejos, sus quejas hacia su excesivo trabajo, sus alabanzas hacia su mujer e hijos… Es un hecho que esto iba a marcar un antes y un después en nuestras vidas. Nuestro padre era el pilar fundamental en la familia y ya no estará más entre nosotros.

    Tras unos minutos en esa habitación, estando todos a su alrededor, consolándonos los unos a los otros y notando cómo el calor que nos había dado mi padre se disipaba, hemos ido cada uno a darle la noticia a nuestra respectiva pareja. Con el grito y el llanto posterior a la muerte estaba clara cuál era la noticia pero necesitábamos consuelo.

    Nada más abrir la puerta del cuarto en el que se encontraban dichas parejas he visto seis ojos llorosos y llenos de impotencia y desconcierto y dos ojos, los de Diego, que no entiendo muy bien qué estaban intentando transmitir. Él estaba junto a la ventana del cuarto hablando animadamente por teléfono

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