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Relatos verídicos
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Libro electrónico120 páginas1 hora

Relatos verídicos

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Relatos verídicos es una serie de escritos basados en historias reales, donde los protagonistas develan sus experiencias de vida que pueden servir de ejemplo para muchas personas que vivan hechos similares. De gran contenido humano, son relatos conmovedores que nos invitan a la reflexión y empatía con los personajes protagónicos, cuyos testimonios generan una cercanía muy íntima con el lector. Su lectura es ágil y fluida, principalmente con una voz que narra en primera persona los acontecimientos. De seguro motivará el entusiasmo y dejará la sensación de querer continuar leyendo más historias de la misma naturaleza.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 may 2022
ISBN9789564090252
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    Relatos verídicos - Eduardo Madariaga

    portada_epub

    RELATOS

    VERÍDICOS

    Eduardo Madariaga

    Logo_epub_negro

    DERECHOS RESERVADOS

    Nº inscripción: 2022-A-4963

    Eduardo Madariaga

    Relatos Verídicos 

    Queda rigurosamente prohibida sin la autorización escrita del autor, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático

    Los contenidos de los textos editados por Aguja Literaria son de la exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan el pensamiento de la Agencia 

    TAPAS 

    Imagen de portada: Sandro Tsitskhvaia

    Diseño: Josefina Gaete Silva

    ÍNDICE

    Agradecimientos a:

    La dura vida de Paula 

    Roxana y cecilia, su lucha constante

    La vida de Mikzuri y Karen

    El infierno de Alma

    La infancia de Daniel

    Los tristes recuerdos de infancia de Juan Antonio

    Evelyn Adaro, jamás darse por vencida

    Agradecimientos a:

    Paula Carrasco

    Roxana Velásquez

    Cecilia Mancilla

    Mikzuri

    Karen

    Alma

    Daniel González

    Juan Antonio

    Evelyn Adaro

    Prólogo

    Hay veces en que estamos sometidos a un constante estrés, ya sea laboral o familiar, lo cual nos conlleva a tener una infinidad de problemas los cuales creemos que son dificultades imposibles de solucionar.

    Nos enceguecemos a tal extremo que no somos capaces de ver soluciones; nos encerramos en nuestro mundo incapaces de ver los problemas de los demás, los que muchas veces no son nada en comparación a los que sufren nuestras personas más cercanas.

    Gracias a Dios he tenido la suerte de conocer a muchas personas las cuales una vez que leyeron mi primer libro No me pegues papá, memorias de un niño castigado, se me han acercado y me han contado sucesos similares o algunos más traumáticos por los que debieron pasar, por lo tanto, se sentían identificadas.

    Algunas de estas personas aún mantenían en sumo secreto sus vivencias, ya que sus padres no les permitieron hablar por evitar tener problemas con sus amistades o, simplemente, pensaban que sus hijos al ser tan pequeños olvidarían lo sucedido una vez que fueran adultos o por no querer sentir vergüenza ante la sociedad. 

    Algunos relatos también consistían en calvarios que debieron pasar en sus matrimonios con sus parejas, esto debido a que la persona que mantenía su casa (esposo) hacía lo que quería con ella o sus hijos y, al no tener el apoyo de nadie, debían aguantar una vida de sumisión total.

    He tenido la suerte de conocer a muchas personas quienes, con toda confianza y mucha gratitud de mi parte, comienzan a relatar sus vivencias. Me he sentido muy honrado por ello, pues estas personas sin conocerme depositaban en mi persona una confianza única.

    Yo escuchaba atentamente sus relatos y pude darme cuenta de que a veces nosotros nos complicamos la vida con cosas tan cotidianas e insignificantes, mientras que otros, a pesar de tener una pesada carga en sus hombros, continúan con su vida cotidiana, y luchan día tras día para dar lo mejor a los suyos.

    Son estos relatos los que nos hacen pensar que a veces conocemos gente que siempre tiene una sonrisa en su rostro, pero por dentro llevan una tristeza y una angustia invisibles. Muchas de estas personas quieren contar sus historias, quieren desahogarse, pero con la vida actual que llevamos nos preocupan más los problemas personales que aquellos de los demás. Y así siguen viviendo con su dolor esperando pacientemente que nos tomemos el tiempo para escucharlas. Créanme cuando les digo que al oír sus relatos he aprendido mucho de ellas; me han dado una lección de vida. Puedo aseverar que ningún problema es tan difícil de superar cuando se tiene la voluntad para querer hacerlo.

    Este libro consta de historias de personas, historias de dolor, lucha y superación; historias reales en las cuales los protagonistas al final decidieron no darse por vencidos y comenzaron otra vez de cero sus vidas.

    Con estas pocas letras quiero dejar un testimonio de lucha y fortaleza personal. ¿Cuántas veces nos echamos a morir por nuestros problemas personales, esos que son imposibles de superar a nuestros ojos? 

    Nuestro egoísmo llega a tal límite que no nos damos cuenta de lo que sucede alrededor y si por casualidad tenemos la suerte de hablar con otras personas y poder conocerlas un poco mejor, nos damos cuenta de que nuestros problemas no son nada en comparación con otros.

    Este libro está escrito sobre la base de relatos de gente que en lo personal me enseñó a nunca rendirse. Sus experiencias de vida han marcado profundamente mi vida: luchar contra el destino, la adversidad, el rechazo, la discriminación 

    Estoy muy honrado de que estas personas hayan confiado en mi persona y me hayan autorizado a relatar sus vivencias personales. También estoy muy contento de que, aunque la vida fue dura con ellas, aún siguen ahí, luchando para sacar sus vidas adelante.

    Gracias a todas esas personas que me enseñaron con su breve testimonio que la vida es maravillosa y que, a pesar de todo lo que a uno le toca vivir, siempre tenemos una oportunidad de recomenzar.

    Gracias por enseñarme que, por más fuerte que te haya tratado la vida, nunca hay que rendirse. Gracias por enseñarme que lo más importante en la vida es nunca dejar de soñar y luchar.

    Los dolores de la vida no se olvidan, 

    se superan, que es mejor.

    Eduardo Madariaga Maturana

    La dura vida de Paula

    (Paula, 51 años)

    Eran alrededor de las nueve de la mañana y había salido del turno de noche. La verdad es que no tenía sueño. Fumaba un cigarrillo a las afueras del pabellón en donde descansaba. Se me acercó Paula, la encargada de supervisar el aseo en nuestras habitaciones y me preguntó si yo era la persona que había escrito el libro No me pegues papá… Así es, respondí. Soy Paula —señaló—, yo leí su libro y quería decirle que me gustó mucho.

    La conversación se fue haciendo más profunda hasta que, sin darnos cuenta, estábamos contando nuestras experiencias personales.

    Paula estaba muy nerviosa; lo podía notar, pues veía cómo temblaba entera. Sacaba un cigarrillo tras otro. Mire, don Eduardo, perdóneme si le quito su tiempo de descanso, pero yo viví un hecho parecido. Esto no muchos lo saben, y menos las personas en mi trabajo.

    Yo trataba de no interrumpir. Solo era un oyente y dejaba que contara su historia, pues notaba que necesitaba desahogarse.

    ¿Sabe?, soy de una ciudad del sur —comentó—. Llevo años viviendo en el norte, donde soy muy feliz. Tengo un buen trabajo y una persona que me ama. Pero hace mucho tiempo estuve casada con un hombre que siempre me maltrataba.

    Paula comentó que cuando tenía diecisiete años quedó embarazada de su pololo y, al ser descendiente de una familia chapada a la antigua (gente de campo), no le permitieron ser madre soltera. Fue obligada a contraer matrimonio, ya que era una vergüenza para su familia estar en esas condiciones sin casarse.

    "La verdad es que no estaba enamorada —señaló—. Me casé por el gran temor que tenía hacia mi padre, que era una persona muy severa y estricta. ‘¡Yo no crío a ningún guacho!’, fueron las palabras de mi papá.

    El casamiento fue muy apresurado; mi padre me había cedido un pedazo de tierra en la que construimos una pequeña casa. La vida matrimonial en los primeros meses fue tranquila, pero, cuando el embarazo avanzaba, todo fue cambiando. Juan, mi esposo, cada vez se volvía más irresponsable con los gastos del hogar.

    Pasaba la mayoría del tiempo con sus amistades y muchas veces gastaba el dinero ganado en sus borracheras. Llegaba a la casa a mitad de la noche ebrio y exigiéndome que le tuviera algo de comer.

    Yo hacía lo que podía con lo poco que contaba. Muchas veces solicité ayuda a mis familiares para tener algo con qué llenar mi estómago y el suyo.

    Mi familia jamás reprochaba el actuar de Juan, pues era el hombre de la casa, el que proveía el hogar (para ellos era natural su comportamiento). La mujer debía acatar todo lo que su esposo ordenaba: la sumisión era total".

    Yo reflexionaba por lo que había pasado Paula: tener una vida de esta manera y, lo peor de todo, es que no contaba con el apoyo de su familia, alguien que se pusiera los pantalones y le dijera a ese hombre unas cuantas verdades de cómo tratar a una mujer.

    Pienso que un padre jamás dejaría pasar hambre o humillación a su hija; debería importarle su matrimonio si ve que su esposo la trata mal.

     Pero esta historia era diferente. Su padre, en vez de apoyarla y protegerla, le daba la razón a Juan. ¡Qué más podía hacer Paula! Sola, embarazada y abandonada a su suerte por su familia. La verdad es que sentí rabia al ver cómo le corría una lágrima por su rostro al recordar todo.

    Después de consolarla y dejar que se calmara, una sonrisa apareció de pronto en su cara. "Me emocioné —dijo—. Siento tristeza al recordar, pero eso ya es pasado y no me debe afectar —señaló—.

    Recuerdo cuando estaba acostada una noche, de madrugada, en la cual llovía torrencialmente. Era invierno, y en el sur (Chillán), llueve a baldes —señaló—. De pronto, sentí unos golpes fuertes en la puerta. Era el Juan, el que, para variar, llegaba borracho a casa. ‘¡Sírveme algo, que tengo hambre!’, me gritó. ‘¿Qué quieres que te sirva? ¡No has comprado nada y de seguro te gastaste toda la plata!’ Fue lo último que recuerdo:

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