Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Citas. ¡Quién las necesita!
Citas. ¡Quién las necesita!
Citas. ¡Quién las necesita!
Libro electrónico418 páginas5 horas

Citas. ¡Quién las necesita!

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Las citas es un acuerdo o compromiso entre dos o más personas acerca del lugar, día y hora en que se encontrarán para verse o tratar algún asunto. Por supuesto, que las hay de muchos tipos. En este caso es la más clásica para conocer a tu futura pareja, cuando no lo has hecho en el colegio, instituto o universidad u otro ámbito de tu vida.

Aunque Víctor piensa, que la forma tradicional, ocasional y eventual es la más correcta, es decir, relacionándote con las personas que tienes a tu alrededor, mientras Sara piensa que a través de páginas web y app es más fácil hoy en día, ya que apenas disponemos de tiempo libre.

¿Quién de los dos tendrá razón? La historia te lo dirá. Lo que sí está claro es que los dos se ven envueltos en ellas.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 nov 2023
ISBN9798223127871
Citas. ¡Quién las necesita!

Lee más de Isabel Sanchez Listan

Relacionado con Citas. ¡Quién las necesita!

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Citas. ¡Quién las necesita!

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Citas. ¡Quién las necesita! - ISABEL SANCHEZ LISTAN

    Citas.

    ¡Quién las necesita!

    Isabel Sánchez Listán

    Los personajes y hechos retratados en este libro son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas reales (vivas o muertas) o con hechos reales es pura coincidencia.

    Citas. ¡Quién las necesita!

    Primera Edición: Noviembre 2023

    © del Texto:

    Isabel Sánchez Listán

    © de la imagen del cubierta:

    Isabel Sánchez Listán

    © del diseño de edición:

    Isabel Sánchez Listán

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito del titular del copyright.

    Para mi nene, el amor de mi vida.

    INDICE

    1.      Inicio.

    2.      Fiesta de cumpleaños.

    3.      Buscando una nueva ayudante.

    4.      Otra Oportunidad.

    5.      Un pastel.

    6.      Un nuevo contrato.

    7.      Citas.

    8.      El fin de semana después.

    9.      Vacaciones y Navidades.

    10.      Año Nuevo.

    11.      Más citas.

    12.      Otros tipos de citas.

    13.      Contratiempo.

    14.      Boda.

    15.      La cita.

    16.      Ya me he aclarado.

    17.      Declaración.

    18.      Sorpresa.

    19.      El tiempo pasa.

    20.      El primer te quiero.

    21.      Otra petición.

    22.      Tres años después.

    INICIO.

    Me acabo de despertar. Ahí está esa alegría mañanera que me espera cada día, feliz y radiante, paciente a que me levante; con ese amor incondicional que me procesa, pidiéndome solo mi tiempo y mi compañía.

    —¡Buenos días, Ígor!, ya salimos —Me levanto. Voy al baño y me pongo la ropa de ayer. Le echo un vistazo a Mari Luz, que aún duerme plácidamente, ¿a qué hora volvería anoche? No la escuche llegar, estaría dormido ya. Le pedí que no se recogiera tarde, hoy tenemos el almuerzo para la fiesta de mi cumpleaños en el campo, sigo preguntándome qué hago con ella. Cojo la correa de paseo de Bubu, al que llamo Ígor cuando Mari Luz no me escucha, le puso el nombre mi sobrina Viky y salimos por la puerta dirección al parque Amate.

    Mis disculpas, aún no me he presentado, me llamo Víctor Barroso Moncayo, con Víctor, está bien, me lo pusieron por mi abuela paterna. El jueves cumplí veintiocho años, pero lo celebro este domingo con mi familia, amigos y mi…, y Mari Luz.

    Soy el hijo pequeño de dos, lo que es lo mismo, mis padres solo tuvieron dos; la mayor se llama María. Vivo en Sevilla, en el piso de mis padres. Soy el propietario de un negocio llamado Código Ionic, dedicada a realizar programas, de una casa en el campo y una moto Indian Springfield de color negro, mi favorito, el color.

    Además, de trabajar como programador, escribiendo código, como prefieren llamarlo otros, a mí me es indiferente, toco la guitarra clásica, acústica, eléctrica y el bajo, me he pasado ocho años en el conservatorio. Disfruto tocando, leo libros, juego, veo series, me gustan las películas clásicas y los coleccionables, no todos, me aficione hace algunos años. Se inglés, además de por la programación, tengo el título B2.

    Tomo mucho café y bebidas energéticas, sobre todo cuando trabajo los fines de semana o tengo proyectos muy importantes. No me gusta la leche, pero si sus derivados y adoro lo extra picante, me gusta los frutos secos, las chuches acidas y el regaliz negro, me como cualquier tipo de comida, no soy tiquismiquis para eso, por supuesto que bebo, pero no me emborracho y no fumo.

    De personalidad, soy callado, algo tímido, introvertido, poco expresivo, poco sonriente, de humor negro, más bien. ¡Ah!, y bastante despistado, tanto que tengo una lista enmarcada al lado de la puerta de salida del piso y otra en el despacho del gabinete, que reviso antes de salir y cambio cuando adquiero una nueva obligación.

    Sobre mi apariencia casi siempre visto con vaqueros clásicos, oscuros, preferiblemente negros, mis camisetas negras, zapatos negros y chaqueta de cuero negra. Como ya he hecho referencia, es mi color favorito. Comentar que si la situación lo requiere llevo traje, poco más.

    Mido 1.74 cm, peso sobre 65 kilos, soy un poco ancho de hombros, por genética, la musculación brilla por la usencia. Tengo el pelo y la piel morena y mis ojos son castaños, nada extraordinario.

    Antes estaba un poco más gordito, pero perdí algo de peso cuando mis padres se mudaron a mi casa y Ángel se auto-invito a vivir conmigo, para sus encuentros con Valeria y, después llego Ígor, al que saco a pasear diariamente, bueno, tengo que admitir que me saca él a mí, con eso me mantengo. Como habréis deducido, el deporte no se hizo para mí, ni salir mucho, ni ir a discotecas, vamos, que prefiero estar en un entorno conocido, soy de costumbres y rutinario.

    Seguiré en otro momento, ha llegado la hora de volver al piso a despertar a Mari Luz, ducharnos, desayunar y prepararnos para el almuerzo-fiesta.

    FIESTA DE CUMPLEAÑOS.

    Llego al piso. Le pongo la comida a Ígor y reviso que tenga agua. Escucho el móvil de Mari Luz, lo miro, por si es de la familia referente a la fiesta, es un WhatsApp que dice: «Hola. Me encanto conocerte anoche, me gustaría verte hoy e invitarte a tomar un café o lo que tú prefieras», de un tal Fernando. Paso de eso.

    Como pensé, Mari Luz sigue dormida; La despierto, me protesta, me la dejo sentada en la cama. Me voy a afeitarme y ducharme.

    Cuando salgo se ha vuelto a acostar y está dormida, eso hace que me enfade, no me gusta llegar tarde cuando he quedado con mi familia o es un tema laboral. La despierto de mala gana, discutimos, algo bastante habitual en nosotros. Se va a la ducha, me visto y me preparo el desayuno para mí. Ella aparece duchada, envuelta en una toalla.

    —¿Dónde está mi desayuno? —me pregunta.

    —Haberte levantado antes. Arréglate que no llegamos —le digo tranquilo recogiendo lo que he manchado.

    —¡Pienso tomarme un café al menos!

    —Como quieras. Tendrás que hacértelo, él que he preparado ha sido negro.

    —¿Tanto te costaba poner la otra cafetera también? —me pregunta gritando.

    —Tanto como a ti levantarte temprano, cuando te lo he pedido —le grito.

    —Te odio —me dice dando un portazo con la puerta del dormitorio. «Así empezamos el año pasado y termino dejándome, pero entonces no vivíamos juntos», pienso.

    El año pasado me dejo porque en vez de comprarme un coche, que según ella lo necesitaba más, me compre la Indian. No necesito un coche, me apaño con él de ella, el de Ángel, el de mi hermana o el de mi padre.

    No entiendo por qué se tiene que meter en mis cosas, en como vivo, en lo que compro. A mí no me desagradan los muebles de mis padres, para tener que cambiarlos, son viejos, pero no están rotos, si se ha roto algo lo he cambiado, sino, no es necesario, para mí, es estúpido.

    Otra cosa que detesta, es mi trabajo, bueno, mi trabajo no, que trabaje para Ángel, siempre con que monte mi propio negocio, que deje a Ángel, que se aprovecha de mí, si ella supiera.

    No me meto en lo que ella hace, si quiere salir, que lo haga, que se recoge tarde, me parece bien, que sale a tomar café con sus amigas y amigos, tampoco me importa, mientras me deje a mí jugar, ver series o películas; salga y entre cómo le venga en gana.

    Pago todos los gastos del piso, estén domiciliados o no y la comida. Lo que ella gana es para ella, para sus caprichos. ¡Para lo que cobra! Se cree que es «doña deportista», profesora de aerobic y lo que hace es darles clases a personas mayores, a las que critica en cuanto no las tiene a la vista. Tanta voluntad tienen de ir a hacer ejercicio, si son mayores, al menos hacen algo, yo si no fuera por Ígor, no haría nada.

    Eso es otra cosa, el perro, a su nombre, porque ella quería que nos pusiéramos a tener hijos. ¡Está loca! Con la relación que tenemos. Así que acordamos recoger un perro, lo hice para complacerla y quitarle la idea de los niños de la cabeza, después de estar calentándomela a diario casi un mes. Tengo que reconocer que no quería tener un perro tampoco.

    Un perro que ni mira, ni saca a pasear, ni nada y eso que sale a correr o eso dice. Me tuve que hacer cargo yo, después de llevar un mes en el piso sin salir, romper casi todos sus zapatos y el sofá de mis padres. Lo lleve al veterinario, le puso las vacunas correspondientes que le faltaban, lo castre sin consultárselo, algo que fue otra discusión descomunal, se pasó una semana sin hablarme y durmiendo en mi antigua habitación; recogí libros, me vi videos en internet, contrate un adiestrador, me lo empecé a llevar a diario al trabajo y deje la moto aparcada, solo para ocasiones especiales.

    Lo que tengo con Mari Luz, no sé cómo llamarlo, con Paula no tenía ese problema, desde el principio la llame novia, se la presenté así a mis padres, la quería de vedad, quería casarme con ella y formar una familia, pero cuando empecé con mi negocio, me absorbía todo mi tiempo, ella empezó a trabajar también, apenas nos veíamos; en la universidad era más fácil, alternábamos los fines de semana haciendo lo que nos gastaba a cada uno. Rompimos de mutuo acuerdo, después de algo más de cinco años saliendo, a los dos nos dolió. Los dos nos esforzábamos para que funcionara. No me acosté con otra hasta que conocí a Mari Luz.

    A ella la conocí hace casi dos años, en el cumpleaños de Ángel, que lo celebramos en el piso de mis padres, entonces él, vivía conmigo.

    Cumpleaños de Ángel. Como conocí a Mari Luz.

    Hay algunas personas que no conozco de nada, supongo que Ángel o Valeria sí, serán amigos y amigas suyas. Se me ha pegado una que dice que es profesora de aerobic y le gusta hacer deporte. Habla como las cotorras. Intento darle de lado, pero no se despega de mí. Estoy bebiendo solo refresco, uno de los dos, debe controlar lo que se hace en el piso.

    Día siguiente a la fiesta del cumpleaños de Ángel.

    Me despierto. No recuerdo como llegue a la cama. Intento levantarme. Me da mareo, estoy algo desorientado, me duele la cabeza y tengo mucha sed. Me doy cuenta que no estoy solo en la cama. Levanto la sábana; estoy desnudo y ella también. Pongo los ojos como platos. «¡Por Dios, qué haya usado condón!», pienso.

    Me levanto a pesar del mareo. Busco en el suelo. ¡Ahí está! Vuelvo a respirar. Empiezo a vestirme y veo otro condón. «¿Cuántas veces lo hicimos?», pienso. Termino de vestirme y coloco su ropa en la silla, que hay en la habitación, para ver si hay más condones. «No, parece que solo fueron dos», pienso.

    Salgo de mi habitación. Ángel y Valeria ya están desayunando.

    —Pendoncillo, ¿cómo te fue anoche? —me pregunta él para burlarse de mí riéndose y Valeria se ríe también.

    —¡Sssshhhh! Sigue durmiendo —le respondo bajito.

    —¡Perdón! —me dice él bajando la voz— No me extraña. Menuda caña le diste anoche. Te has resarcido; llevabas casi dos años sin sexo. —Los dos vuelve a reírse. Cojo agua, un vaso y me siento en la mesa con ellos.

    —¿Cómo se llama? —me pregunta ella.

    —Ni idea —le respondo.

    —¡Qué es, Víctor! ¡Cómo le preguntas eso! Sabes que no se va a acordar; si fuera una instrucción de un programa sin problema —le dice. Los dos se ríen.

    —No os riáis. No me acuerdo de nada. Yo no soy así; de los que se acuestan con alguien sin conocerla —me quejo. Sigo sin entender como lo he hecho.

    —Alguna vez tenía que ser la primera —me dice él para seguir burlándose de mí.

    —¿Cómo que no te acuerdas de nada? —me pregunta ella preocupada.

    —No me acuerdo de lo que hice anoche, bueno, no toda la noche. Recuerdo estar dándole de lado, pensar que era una pesada charlatana, conseguirlo, o eso pensé, mejor dicho, pero volvió a los pocos minutos después. Me beso sin venir a cuento. Me metió su lengua tan profunda, que me trague su chicle y me dio una arcada. Después, seguí dándole de lado y hasta que me he levantado esta mañana.

    —¿De verdad, qué no te acuerdas de nada? —me pregunta él preocupado, pero aguantando reírse de mi otra vez.

    —De nada. Anoche, no bebí y nunca lo he hecho para no saber lo que estaba haciendo. No me tome ninguna bebida energética; solo un par de cafés y eran normales. Quería estar pendiente de que no rompieran nada en el piso y controlar al personal. —Ellos vuelven a reírse.

    —Víctor, te pusiste a bailar con ella; algo no muy típico en ti, pero algunas veces lo has hecho. De buenas a primeras, empezasteis a besaros, cada vez con más frecuencia y cuando os pareció bien os fuisteis a la habitación.

    —¡No fastidies! —les digo frotándome la cara y pensando que me paso anoche— ¿Dime qué cuando empecé, estabais ya vosotros solo en el piso? —le pregunto preocupado.

    —No quedaban cinco o seis personas más —me responde ella. Me dejo caer en la mesa. «Definitivamente ese no soy yo», pienso.

    —Tranquilo, los echasteis pronto —me dice él riéndose de mí, ante lo que acabo de hacer.

    —¡Dios, qué vergüenza! —Empiezo a darme cabezazos con la mesa. En ese momento se abre la puerta de mi habitación y sale ella.

    —¡Buenos días! —nos dice.

    —¡Buenos días! —les decimos los tres. «¡Dios!, ¿qué se hace en estas situaciones?», pienso.

    —Me llamo Valeria y él es Ángel, mi novio —se presentan.

    —Yo soy Mari Luz, mucho gusto —le dice dándole dos besos a cada uno.

    —¿Quieres un café o desayunar? —le pregunta Ángel.

    —No muchas gracias, la próxima vez. No les dije a mis padres que dormiría fuera, cuando lo voy a hacer les aviso —le responde ella. Se acerca a mí. La miro, pero sigo sentado—. Víctor, te he dejado mi número apuntado en un papel en la mesilla de noche, llámame luego y, nos vemos esta noche. Me gustaría quedar contigo y repetir. —Ella se agacha, me da un pico y se va. Ellos están aguantando no reírse.

    —Te acompaño a la puerta —le dice Valeria.

    —Muchas gracias. Espero, tu llamada, hoy —me dice a mí, antes de salir. Le sonrió. Los dos se ríen en cuanto cierra la puerta.

    —Te preparo un café, a ver si así te espabilas —me dice ella riéndose aún.

    —No gracias. Estoy mareado. No me encuentro bien. Me vuelvo a la cama —les digo levantándome y dándole el ultimo sorbo a mi tercer vaso de agua.

    —Pues sí que te ha sentado mal volver al mercado —me dice él riéndose aún más.

    —No es normal que este así sino bebió anoche. ¿Se habrá tomado algo? —escucho que le pregunta Valeria, mientras cierro la puerta de mi habitación.

    —Él nunca ha tomado nada. Se cuida mucho con eso. Son peligrosos con el tipo de café que toma y las bebidas energéticas. De los dos, el único que ha fumado porros en la facultad he sido yo y tampoco con mucha frecuencia. Así que eso, seguro que no ha sido.

    Os explico quién es Ángel y Valeria.

    Es el único amigo que tengo en mi vida. Nos conocimos recién llegados al instituto. Estudiamos lo mismo en la universidad y es mi trabajador más fiel. Aunque mis empleados y casi todo el mundo piensan que él es mi jefe, no al revés. A mí me parece bien, no tengo problema con eso, me facilita mi trabajo como jefe de programadores con los demás empleados.

    Es tan buen amigo, que la empresa se llama Código Ionic por el Código, porque soy programador de diferentes lenguajes e Ionic porque a Ángel le gustó, tan sencillo como eso.

    Ángel, tiene buena presencia, o mejor que la mía al menos y un pico de oro. Es el típico que vende hielo en la Antártida o arena en el desierto, además, se quedan contentos y agradecidos, aunque no lo necesiten, pero es un pésimo programador.

    Valeria, es su novia. Se casan en unos meses, además, de amiga de los dos. Me cayó muy bien desde el principio, creo que yo también a ella, nos llevamos muy bien.

    Presente

    Me dirijo a la habitación, abro la puerta sin llamar y le pregunto:

    —¿Qué te queda? Ya llegamos tarde.

    —Los zapatos y cambiar de bolso —me responde.

    —El bolso te apañas con este mismo —le digo entrando en la habitación y cogiendo el que llevaba anoche. Me pone mala cara, pero no me protesta; sabe que me falta muy poco para irme sin ella. No me apetece explicarles a mis padres, que hemos vuelto a discutir y me he marchado sin ella.

    —Ya estoy —me dice unos minutos después saliendo de la habitación. Le doy su bolso. Cojo la mochila que contiene las cosas de Ígor, dónde he guardado las mías también, para no llevar el maletín—. ¿A él también te lo llevas? —me pregunta molesta.

    —¡Vamos al campo! Puede correr y hacer lo que quiera. Mis sobrinos lo adoran. ¿No pretenderás que lo deje aquí, encerrado en el piso? —le pregunto gritando.

    —Es que; si te lo llevas, entre tus sobrinos y él, no me dedicas tiempo a mí —me protesta.

    —Él va. ¿Tú decides si quieres venir o me marcho sin ti?

    —Vámonos ya —me dice poniéndose tiesa y encaminándose hacia la puerta. Salimos. Saco de la mochila las llaves y cierro la puerta, aunque se queda cerrada automáticamente con el pestillo.

    Llegamos al coche. Meto a Ígor en el maletero. Me tiende la lleve de su coche para que conduzca. Me siento, le quito la marcha y meto la llave en el encendido, pero no arranca. Pruebo un par de veces más, pero nada.

    —Anoche, funcionaba. —Solo la miro y no le digo nada. «Lo que me faltaba», pienso. Alargo mi brazo al asiento trasero. Cojo la mochila, saco mi móvil y llamo.

    —¡Hola, Ángel! ¿Ya habéis salido?

    —Soy Valeria. Él va conduciendo. Ya estamos llegando. Lo sentimos, se nos ha hecho un poco tarde —se disculpa ella.

    —Podríais volveros y venir a socorrernos, para que arranquemos el coche —le pido.

    —¡Otra vez, se ha dejado las luces toda la noche encendidas! —exclama riéndose.

    —Sí, «otra vez» —le remarco.

    —Ya está Ángel, dando la vuelta.

    —Sí, y riéndose también; ya lo escucho, gracias. —Llamo a mis padres y le aviso que llegamos los cuatro tarde.

    Mi familia.

    Mi padre está prejubilado. Se llama Manuel, trabajaba como albañil. Mi madre se llama Lucia, aún trabaja como limpiadora, o eso es lo que hay registrado en la seguridad social. Ellos viven en el campo, en mi casa.

    Mi hermana mayor se llama María. Es abogada, con la que me llevo diez años. Adoro a sus dos hijos, mis sobrinos. Viky, tiene cinco años, en noviembre cumple seis años y a mi Dani, que hace algo más de un mes que ha cumplido cuatro años. Tengo una relación estupenda con mi cuñado, que se llama Javier, tanto que es mi gestor; me lleva toda la documentación referente a mi empresa.

    En el campo ya todos juntos.

    Después de almorzar, incluso la tarta de postre, esta mi hermana explicándonos un caso complicado que ha tenido esta semana, cuando la interrumpe Mari Luz, para llamar la atención y se pone a quejarse, otra vez, de las señoras mayores a las que le da clase. Todos respiramos resignados. Directamente me levanto y me pongo a jugar con mis sobrinos e Ígor. «Cada vez la aguanto menos», pienso.

    Cuando llevo un rato con ellos jugando, voy a servirme un café, pero no queda. Entro, para preparar más. No bebo ya que conduzco yo y ella está bebiendo. Segundos después, entra ella.

    —¿Por qué te has levantado y me has dejado hablando sola?

    —No te he dejado hablando sola; estaban todos los demás y de dónde estaba te escuchaba perfectamente.

    —¿Cuándo vas a dejar a Ángel y montar tu negocio?

    —Eso no va a pasar nunca —le respondo molesto.

    —Tú eres el único que trabaja. Él se pasa el día al teléfono o en la calle.

    —Déjalo ya de una vez, y aquí no —le digo un poco alto.

    —¿Va todo bien? —nos pregunta mi madre.

    —Sí, mamá —le respondo. Mari Luz se va sin decir nada—. ¿Por qué no le dices de una vez que eres el dueño y te quitas de problemas?

    —Lo prefiero así, mamá.

    —Como lo veas mejor, tú sabrás —me dice sonriendo.

    Llega la hora de irnos. Desde que se instaló en el piso de mis padres, sin ser invitada a ello, no paso los fines de semana en mi casa que no trabajo; vengo y vuelvo en el mismo día. Nos despedimos de mi familia. Nos vamos al coche. Meto a Ígor en el maletero. Pongo la mochila en el asiento trasero. Ella, tira su bolso, está abierto; se sale su contenido en el sillón. Lo recojo. Hay una bolsita con varias pastillas; las reconozco, son drogas, nos la ofrecieron sus amigos una vez.

    Me pongo a conducir, pero no dejo de darle vueltas a la bolsita. Me mintió. Me dijo que ella no se ponía, que sus amigos si, cuando le pregunte, una de las pocas veces que he salido con ellos. Los vi hacerlo a ellos delante de nosotros y nos ofrecieron. Ella se negó, creo que, porque estaba conmigo. ¿Es una drogadicta?, ¿con qué frecuencia lo hace? No dejo de darle vueltas.

    De repente, me doy cuenta, ¡Dios, es peor!, ¿cuántas veces me ha drogado? Eso aclara las dos noches que tengo en blanco en mi vida. La primera, la noche que la conocí, que me acosté con ella y la segunda, fue cuando vino para la fiesta del cumpleaños de Ángel sin ser invitada y nos volvimos a acostar, que hacía cuatro meses que me había dejado. Nunca entendí como cometí la misma estupidez dos veces, eso lo aclara. En cuanto lleguemos acaba todo.

    Entramos en el piso. Ella se va directa a la habitación. Le pongo comida a Ígor. Cojo su maleta. Me voy dónde está ella, se acerca a mí para besarme y me aparto. Se fija que llevo su maleta en la mano. La pongo encima de la cama y la abro.

    —¿Qué haces?

    —¿Cuántas veces me has drogado?

    —¡Qué dices! —Me voy donde está el bolso y saco la bolsita con las pastillas.

    —Sabes lo peligroso que es esto para mí, con la de café que tomo o las bebidas energéticas. ¡Me podías haber matado!

    —No he usado eso contigo. Ya te dije que no las tomo. Se las guardo a mis amigos —se escuda. Guardo las patillas en su bolso. Saco la copia de las llaves del piso y me las guardo en unos de mis bolsillos.

    —Largo del piso de mis padres. Hasta aquí hemos llegado. No vuelvas a acercarte a mí en tu vida —le digo tirando su bolso dentro de su maleta. Me dirijo al armario y empiezo a meter su ropa con perchas y todo.

    —Tranquilízate, no es lo que tú piensas. No son mías y no las he usado contigo, soy deportista, soy sana. —Ella saca algo de ropa de su maleta.

    —¡Hemos terminado! —le grito cogiendo otro montón de ropa del armario y metiéndolo en su maleta— Todo lo que no te lleves esta noche, mañana lo hecho al contenedor benéfico.

    —¿Dónde quieres que me vaya a vivir? —me pregunta. No doy crédito a la pregunta. Antes de que hable, lo hace ella— Cálmate. Mañana lo veras de otra manera y nos reiremos los dos. Cuando tengamos nietos se los contamos como anécdota, veras como se ríen. Divirtámonos. Estamos celebrando tu cumpleaños, aún no te he dado tu regalo especial —me dice en plan cariñoso.

    —¡Vuelve con la madre que... Con tus padres o con alguien de tus amistades. No presumes de que son tan buenos amigos o con Fernando; él de anoche.

    —¡Has mirado mi móvil! —me grita ofendida encima para colmo.

    —¡O recoges conmigo o te vas con lo puesto! —le grito apretando los dientes y cerrando los puños.

    Me ayuda a recoger. Ninguno de los dos hablamos. Le doy una de mis maletas grandes, le digo que no se moleste en devolvérmela, que no quiero volver a verla.

    Salgo con las dos maletas de la habitación llenas. Ella va a la cocina, coge algunas bolsas de basura, guarda zapatos, el neceser de maquillaje y producto de higiene que tenía en el baño, también algunos adornos que ha comprado para el piso. Se van a mi despacho. La sigo y coge la documentación de Ígor.

    —¿Qué haces?

    —El perro es mío. Me lo llevo.

    —¿Por qué? Si no lo cuidas, ni lo miras.

    —Porque es mío. Está a mi nombre. —Ella se baja con el perro solo. Doy varios viajes con sus cosas. En el último, cojo varias cosas de Ígor, una de sus camas, las meto en una bolsa de basura, agarro el saco de pienso abierto y se lo cargo en su coche.

    Me despido de Ígor, paso de estar enfadado a muy dolido. Me duele como cuando termine con Paula. Le doy un último abrazo, lo acaricio y lo aseguro en el coche. No esperaba que se lo llevara. De ella, no me despido.

    Vuelvo al piso, del rebote que tengo, cojo otra bolsa de basura y me pongo a recoger lo poco que se ha dejado. Esa misma noche lo tiro. A pesar de haber cogido su juego de llaves, llamo a un cerrajero de urgencias y me cito mañana lunes a las nueve de la mañana para que le cambie la cerradura del piso.

    Me conecto al servidor de la empresa y, subo la orden de trabajo para cada uno de mis empleados, como cada principio de semana, ya que mañana, no podre llegar antes que ellos para verme con el cerrajero.

    Ha pasado casi una semana desde que ella se llevó a Ígor. Me centro en trabajar, para no echarlo de menos; lo mismo que hice con Paula, me volque más de lo que ya estaba haciéndolo. Sé que no es lo mismo, una persona que un animal, pero todo depende del cariño que procesas por ellos y a Ígor le he cogido mucho.

    —Víctor, ven un momento, por favor, hablemos —me llama Ángel.

    —Voy —le digo dirigiéndome a su despacho. En cuando entro, él cierra la puerta, echa las cortinas para que no nos vean y escuchen los demás.

    —¿Cómo estás, no lo llevas bien? —me pregunta. «No sabía que se me notará tanto», pienso.

    —¡Pues no! No lo llevo nada bien. No pensé que pudiera echar tanto de menos esa alegría mañanera. Ese jubilo al verme. Esas ganas de estar conmigo y pensar que al principio era reacio a que formará parte de mi vida.

    —Sí tanto la echas de menos, vuelve con ella. Aprovecha una de las veces que te llama para hacerlo, en vez de colgarle.

    —Jajajaja…, jajajaja…, jajajaja. —Él me mira pasmado, pero al final termina riéndose conmigo— ¡Ay, Dios!, eso sí que es bueno… Jajajaja…, jajajaja… Estoy hablando de Ígor. Con esa loca no vuelvo; antes lo intento con hombres, creo que me ira mejor que con ella.

    —Al menos, te he hecho reír —me dice—. ¿Por qué no lo intentas recuperar?

    —Se lo consulte a mi hermana, me dijo que ella tiene todos los derechos. No voy a crearle mala fama a la empresa por un pleito por Ígor, por mucho, que lo eche de menos y me importe.

    —Lo siento. No has llegado a contarme porque rompiste con ella.

    —Nunca supe porque estaba con ella, que le veía; nunca me han gustado las canijas, supongo que culpa por acostarme con ella sin conocerla. La verdad, es que no lo sé. Descubrí que me drogó la noche que nos conocimos y cuando volví con ella después de dejarme por lo de la moto.

    —¡¿Te drogó?!

    —Son las dos noches que tengo en mi vida en blanco. No creo que haya habido alguna más, pero con certeza no lo puedo saber.

    —¿Por qué no la has denunciado?

    —Porque no me va a llevar a ningún lado. Es su palabra en contra de la mía y mala publicidad para la empresa. Con que no vuelva a acercase a mí; me es más que suficiente.

    —¡Te podía haber matado!

    —Lo sé, pero prefiero pasar página, sino fuera por Ígor, ya lo habría hecho.

    —Lo siento, no debí insistirte en que le dieras una oportunidad.

    Como Víctor cedió a salir con Mari Luz.

    Llevo tres días dándole vueltas, a cómo me he podido acostarme con ella y no acordarme de nada después. No lo entiendo.

    —Víctor, Víctor —me llama Daniela, mi ayudante, sacándome de mis pensamientos.

    —Sí. —En cuento levanto la cabeza la veo. «¿Qué hace ella aquí? No le dije dónde trabajo ¿o sí? ¡Dios!, como no me acuerdo de nada, no sé ni lo que hable con ella», pienso. Están todos pendientes de nosotros.

    —Venía a invitarte a un café.

    —Estoy ocupado. Tengo trabajo. Gracias. Adiós —le digo y llevo mis ojos a una de mis pantallas de trabajo.

    Mi ayudante la acompaña a la puerta. Ella se marcha. Mi ayudante no dice nada y, mis compañeros, tampoco hablan de lo sucedido.

    Día después. Estoy hablando con Ángel en su despacho cuando me lleva Daniela.

    —Víctor, ella ha venido otra vez. —Salgo del despacho seguido de Ángel.

    —¡Hola! Traigo cafés

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1