Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Amor, la variable con la que no contaba
Amor, la variable con la que no contaba
Amor, la variable con la que no contaba
Libro electrónico1234 páginas18 horas

Amor, la variable con la que no contaba

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Álex es un adolescente tan raro y especial que es un tipo de persona que se da cada 700 mil nacimientos. Alguien que puede comerse el mundo o ser el más vago que la historia haya conocido, como le pasa a la mayoría que son como él, que necesita estar siempre sobrestimulado, que tiene muy claro cuáles son las prioridades de su vida y cómo conseguirlas para no caer en el aburrimiento, o cosas peores aún, que terminaría destrozándole la vida.
Álex nunca se muestra como es, tiene secretos con casi todo el mundo. Cuando está estresado, se relaja jugando, tocando o teniendo sexo sin sentimientos. Cosas sencillas. Se está preparando para lo que quiere conseguir él, solo, sin ayuda, hasta que entra en su vida una variable con la que no contaba: el amor, que hace que transforme todo lo que tenía pensado, poniendo su mundo al revés.
¿Será capaz Álex de superar los obstáculos que se le presentan para conseguir el amor?, ¿adaptar sus planes para incluirla a ella en su vida?, y, ¿lo seguirán aceptando los demás cuando descubran quién es verdaderamente?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 nov 2023
ISBN9798223537304
Amor, la variable con la que no contaba

Lee más de Isabel Sanchez Listan

Relacionado con Amor, la variable con la que no contaba

Libros electrónicos relacionados

Ficción de acción y aventura para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Amor, la variable con la que no contaba

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Amor, la variable con la que no contaba - ISABEL SANCHEZ LISTAN

    Amor, la variable con la que no contaba.

    Isabel Sánchez Listán

    Los personajes y hechos retratados en este libro son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas reales (vivas o muertas) o con hechos reales es pura coincidencia.

    Amor, la variable con la que no contaba.

    Primera Edición: Octubre 2023

    © del Texto:

    Isabel Sánchez Listán

    © de la imagen del cubierta:

    Isabel Sánchez Listán

    © del diseño de edición:

    Isabel Sánchez Listán

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito del titular del copyright.

    Para mi nene, el amor de mi vida,

    con todo mi cariño. Espero que lo disfrutes.

    INDICE

    1.      Inicio.

    2.      Cuarto de la ESO, a aburrirse.

    3.      Primero de Bachillerato, más aburrimiento.

    4.      Intercambios.

    5.      ¿Yo enemorado? Eso no es posible.

    6.      Vane.

    7.      Estamos saliendo.

    8.      Problemas.

    9.      El primer «Te Quiero».

    10.      Frustración.

    11.      Algo inesperado.

    12.      Madrid.

    13.      Examen de aikido.

    14.      Trabajo de verano.

    15.      Estableciendo limites.

    16.      Consecuencias.

    17.      Estudios.

    18.      Último año de instituto.

    19.      Solucionando problemas.

    20.      Primer cumpleaños de Vane.

    21.      Regalo para Vane.

    22.      San Valentin.

    23.      Fantasma del pasado, mi presente y mi futurouturo.

    24.      Graduaciones.

    25.      Yo, en toda mi esencia.

    26.      Secretos.

    27.      ¿Quién es Ceo-Root?

    28.      Viajes.

    29.      Realidad.

    30.      Despedida.

    31.      Sorpresa.

    32.      Llegó la partida.

    33.      Universidad.

    34.      Como consegui el restaurante.

    35.      Pesadilla.

    36.      Japón.

    37.      Adopción.

    38.      Creando empresas.

    39.      Desgarro.

    40.      Graduación.

    41.      China.

    42.      Veinte años.

    43.      Voluntades.

    44.      Malentendidos.

    45.      Compromiso.

    46.      Nuestro piso.

    47.      Boda.

    48.      ¿Quién es en verdad Ferbes?

    49.      Corea del Sur.

    50.      Desquite y compromisos.

    51.      Bodas.

    52.      ¿Cómo nos conocimos?

    53.      Viviendo solos.

    54.      Carla.

    55.      Castigo.

    56.      Jarko enamorado.

    57.      Un trato.

    58.      Embarazo.

    59.      Recuperando a Álex.

    60.      Dos.

    61.      Vane, todo tuyo.

    62.      Akira.

    63.      Y Si…

    INICIO.

    Hola, mi nombre es Alejandro. Soy muy reservado, cariñoso a mi manera y muy maduro para mi edad, aunque me considero raro y la mayoría que me rodean piensan que soy frío.

    Los estudios no me requieren esfuerzos, normalmente me aburren, soy deportista, me gusta jugar y pasar el tiempo entre ordenadores. Sí, sé lo que parece, aún soy más raro de lo que cuento. ¿Quién sabe? Quizás lo sea, pues una de mis excentricidades es que no consiento que me llamen Álex los desconocidos; no se dan cuenta que cuanto me presento, les digo: «Me llamo Alejandro» ¿Qué permiso y confianza se creen que tienen para llamarme Álex? Les corrijo y les vuelvo a repetir que no soy Álex, sino Alejandro. Son muy pocas las personas a las que le permito que me llamen así y, debo admitir que me gusta que lo hagan. La historia que os voy a contar es sobre mi vida, visto desde mis ojos y los de otras personas.

    Mis padres son dos abogados prestigiosos que han alcanzado fama y dinero, tienen una muy buena posición social y económica, dirigen su propio bufete y tienen diez personas a su cargo trabajando. No solo se dedican a pleitos, sino a «igualas». Una iguala es un acuerdo o contrato por el que un profesional se compromete a prestar determinados servicios a la persona física o jurídica contratante por un precio fijo y periodo previamente acordado.

    Mi hermana Elsa es la niña de mis ojos, mi confesora, o, al menos, eso le hago creer y la única que aporta alegría a mi vida. A pesar de tener casi dos años menos que yo, es con la única que no tengo que fingir tanto y me arranca sonrisas sinceras, incluso me rio a carcajadas con ella y no esta sonrisa de pantomima que llevo todo el día puesta en mi cara. Ella, sin embargo, es sociable.

    Recuerdo que a la edad de ocho años les dije a mis padres que estaba harto de tener extrañas en casa y no tener privacidad, pero esto último no se lo dije, me lo quedé para mí. Me miraron con cara de espanto y sorpresa. Les expliqué que ya era suficiente mayor para cuidar de mi hermana pequeña y de mí, que no necesitábamos más niñeras tontas y estúpidas que se pasaban el tiempo con su móvil, o hablándonos como si fuéramos retrasados.

    Ellos insistieron en que éramos muy pequeños aún y que no podíamos apañárnoslas solos en casa, que tenían demasiados compromisos para estar todo el tiempo con nosotros. Sé que ellos nos dedicaban todo su tiempo libre, el domingo era sagrado, no se hablaba de trabajo y era para pasarlo todos en familia. Pero les dije que le demostraría que éramos más que autosuficientes y no necesitábamos a nadie.

    Les convencí para que me apuntasen a clase de artes marciales, me preguntaron cuál y les respondí: «Me da igual, siempre que me enseñen defensa, para proteger a mi hermana».

    Con la señora que venía a limpiar y cocinar aprendí a cocinar, cosa que disfruto muchísimo. Me llevó dos años, pero conseguí quitarme a todas las niñeras de encima; no soportaba que me pellizcaran mi cara, me tocasen sin mi permiso y todas llamándome Álex. Eso sólo pueden hacerlo mi familia y amigos.

    CUARTO DE ESO, A ABURRIRSE.

    Aquí estoy, con quince años. Mañana empieza el instituto, 4º de ESO, menudo aburrimiento de nuevo, pero al menos, este año tengo dos novedades: no voy andando, ya tengo moto, regalo de cumpleaños y mi hermana estará allí, después de insistirle mucho a mis padres para que la sacaran del colegio, dónde aún podía estar un año más y cursar allí 2º de ESO, como hice yo, porque así me resultará más fácil tenerla protegida y, además, le presentaré a mi novia, Rebeca, con la que pronto llevaré un año.

    —Hola, hermanito. ¿Qué estás leyendo?

    —Hola, Elsa. Nada que sea más importante que tú. —Mientras se acerca, cierro el libro para que no vea que es— ¿Dime qué necesitas?

    —Sabes que siempre que pienso en ti, te recuerdo con un libro o jugando. —Me río.

    —No siempre son libros.

    —Sí, algunas veces son comic o manga. Estoy algo nerviosa —me confiesa.

    —¿Por ir mañana al instituto? —Ella asiente—. No te preocupes será muy fácil para ti. —No puedo evitar reírme de nuevo, cuando recuerdo la de veces que me hace preguntas para que le resuelvas dudas o le esplique algo que no entiende, cuando sé de antemano que lo comprende perfectamente, pero que lo hace para que sienta que aún me necesita.

    —Sé por lo que te estás riendo.

    —¡Ah!, ¿sí?, ¿dime?

    —Porque por fin te librarás de algunas de mis amigas pesadas, que se pasan todo el día preguntándome por ti y, cuando están en casa no dejan de buscar excusas para que le hagas caso.

    No puedo reprimir una carcajada, ella empieza a hacerme cosquillas, no puedo dejar de reírme.

    —¡Qué bien me conoces! —Le doy un beso en su frente y espero paciente que me diga qué más quiere.

    —¿Puedo dormir contigo esta noche?

    —¿No eres ya un poco mayor para eso? ¿No me digas qué tan asustadas estás del instituto?

    —No, no es eso. Es que hace algunos años que no me dejas dormir contigo.

    —Es que ya tienes trece años, ya no eres una niña pequeña. —Me pone esa cara de puchero a la que no me puedo resistirme desde que la cogí en brazos por primera vez.

    Doy gracias mentalmente a mamá de nuevo, por insistirle a papá que me comprara una cama más grande que las normales, pues soy más alto de la media y, según ella, aún estoy creciendo, porque no me mola dormir apretujado con mi hermana. Aunque debo reconocer que dormía mejor cuando compartía mis noches de sueño con ella.

    Retomo mi libro y estoy sumergido con él cuando escucho pasos que se acercan. Un toque suave llama a la puerta entreabierta, me concede unos segundos y termina de abrirla.

    —Hola, hijo.

    —Hola, mamá.

    —He ido a la habitación de Elsa… —Le hago una señal para que susurre y se la muestro durmiendo a mi lado; me mira con su cabeza ladeada y me pone su gesto de ya sois muy mayores para dormir juntos.

    —Lo sé mamá, pero sólo será esta noche. Mañana, si vuelve a insistir, te prometo que no volverá a pasar.

    —Eso espero hijo. ¡Buenas noches! No te acuestes muy tarde…

    —Que mañana tengo instituto. —Termino la frase. Me sonríe, me da un beso en mi frente y se va, pero antes de irse me pregunta:

    —¿Qué estás leyendo ahora?

    —El mundo de Sofía. —Me mira esperando algo más y respondo—: Va de iniciación a la filosofía. —Le sonrió. «Ha fastidiarse, me tendré que leer ese libro», pienso.

    El primer trimestre ha pasado muy pronto, es el primer día de vacaciones. No me ha dado lugar a estudiar lo que quería, pero no importa, ahora tendré más tiempo libre en las vacaciones de Navidad. Lo peor es aguantar a la familia, mantener conversaciones banales y esa sonrisa que de tanto usar ya parece mía; no puedo reprimir una sonrisa sincera sólo de pensarlo.

    Me preocupa que Elsa y Rebeca no se lleven bien. Aún me martillean sus palabras en mi cabeza: «No, no me gusta para ti, hermano. Ella no te quiere». Hablaré con ella estas vacaciones y la hare entrar en razón; me es cómodo no estar cambiando de chica, es más fácil mantener la misma. Ahora debo estudiar, para conseguir lo que quiero.

    Las vacaciones terminan mañana, pero ya estamos en casa, debo admitir que han sido menos fastidiosas de lo que pensaba y, por fortuna, la familia no ha sido tan pesada como otros años, preguntado lo mismo de siempre: ¿cómo van los estudios?, ¿te harás abogado?, tienes que seguir el legado de tus padres, bla, bla, bla…

    Mis primos tan infantiles como siempre, a pesar de que son más mayores que yo, pero soy más alto que ellos. Mi madre, orgullosa, que no ha dejado de presumir de los logros de sus hijos amados. Una de ellos es que el verano pasado conseguí: «el cinturón negro joven».

    Los estándares y entrenamiento para un cinturón negro joven suelen ser los mismos que los de un cinturón negro adulto. La designación del cinturón negro joven es considerada provisional. El niño debe ser probado de nuevo cuando llegue a la edad de elegibilidad para un cinturón negro regular.

    Tengo que reconocer que, después de lo ocurrido el año pasado, la familia está más reticente a estupideces conmigo. Todos los años aguantando que mi primo mayor me estuviera fastidiando todo el tiempo, incluso insultándome, pero eso de empezar a hacerlo con mi hermana no se lo iba a consentir, así que no me lo pensé dos veces; le arreé un puñetazo que le deje la nariz hinchada, aunque tuve que contenerme mucho para no seguir, pero tengo que reconocer que me sentó estupendamente. Desde entonces mantienen una distancia prudencial y me hablan con más respeto.

    Mi madre se limitó a echarme la bronca como le corresponde mientras mi padre a escondidas de ella, me felicitaba por quitarme a esos pesados de encima y dejarles claro que soy su primo, no su monigote de risas y juegos para las vacaciones, pero que, si le contaba algo a mamá, que él lo negaría todo, como buen abogado que es.

    Mi madre me mira con esos ojos profundos cuando sabe que estoy a punto de decirle a algún familiar algo que no debo, porque ya he tenido bastante banalidad por hoy; cuando me contengo, me mira agradecida por hacerlo, porque su mirada de agradecimiento y cariño lo vale todo.

    No he podido hablar con mi hermana sobre Rebeca, espero poder hacerlo antes de volver a clase, aquí tendré más oportunidad. Decido ir al gimnasio, pero antes voy a visitar a Rebeca para darle la sorpresa de que ya he vuelto, mientras me preparo para salir, llamo por video conferencia a mis amigos:

    —¡Hola, Fran! Espera, que voy a llamar a Manu también para…

    —No hace falta. Estamos juntos.

    —¡Hola, Álex! ¿Parece qué estás en casa? —me pregunta Manu.

    —Sí chicos, hemos vuelto un día antes de lo previsto. Os llamaba para decíroslo. ¿Os importa si me cambio de ropa mientras hablamos? Quiero ir a ver a Rebeca, que tampoco le he dicho que volvíamos antes. Quería darle una sorpresa. ¿Algo nuevo?

    Empiezo a desnudarme para prepararme para salir, pero de pronto me paro: éstos están inusualmente callados que les pasa.

    —Chicos, ¿qué pasa? —les pegunto volviendo a sentarme en mi cama, los miro, se miran entre ellos, empiezan a bajar la mirada, esto no me gusta nada, no soporto los rodeos, me gustan las cosas dichas directamente y rápidas, si después hay que consolar pues a apechugar y punto. Respiro hondo cuento hasta diez, empezando de diez, nueve, ocho, siete…—. ¿Me lo vais a contar o me largo? Tengo cosas mejores que hacer.

    —Esto… Álex... —me dice Manu y, no sabe o no puede continuar.

    —¿Qué pasa? —les pregunto algo desesperado.

    —Es que no sabemos cómo decírtelo — me suelta Fran.

    —Rápido, conciso y directo —le digo, me acomodo en mi cama porque esto me va a llevar más de lo que pensaba, pero aún es temprano—. CHICOSSSSSSS.

    —Tú lo has querido, Rebeca te engaña —me dice Manu.

    —¿Qué? ¿Cómo?

    —Nosotros vimos a Rebeca, cuando salía de una fiesta de fin de año, con un chico mayor que nosotros subirse a su coche —me dice Fran. Se quedan callados y mirándome.

    —Puede ser un familiar suyo, en estos días es algo típico —les digo.

    —No tío, no, escucha bien, se beso con él antes de subirse al coche —me dice Manu.

    No sé qué decir. Ante mi silencio Fran se envalentona también y termina diciéndome:

    —La hemos visto más veces, no sólo ese día.

    —Os dejo chicos.

    —¿Qué vas a hacer Álex? —me pregunta Manu.

    —No sé, ya os contaré. Adiós. —Corto la llamada sin darles tiempo a decir nada más.

    Empieza a sonar mi móvil y mi portátil. Son ellos llamándome, pero ahora mismo no estoy para hablar con ellos; les mando un whatsapp para que no se preocupen y me dejen en paz: «Chicos, no os preocupéis, estoy bien. Ya os llamaré cuando me aclare. Ahora necesito pensar y estar sólo. Gracias.» Apago mi portátil y pongo en silencio mi móvil. Ya había decidido ir a verla y pedirle explicaciones.

    —Mamá, ¿te parece bien si voy un rato al gimnasio? Elsa, ¿te apetece que veamos luego una película? ¿Dónde está papá?

    —No te machaques mucho hijo. Te quiero de vuelta para cenar.

    —No ibas a ver a R…

    —No Elsa, veré a mis amigos mañana. Prefiero ir a quitarme la tensión de las vacaciones en el gimnasio. Mamá, ¿se lo puedes decir a papá? Sí, estaré aquí para la cena.

    —Sí hijo, sin problema —me dice.

    —Elsa, ten la película preparada para cuando vuelva. —Cuando estoy saliendo por la puerta, les digo—: Os quiero. Adiós.

    Respiro en profundidad y resoplo. Espero que no hayan notado nada. Voy andando tan deprisa como me permite mi cuerpo sin correr. Cuando estoy llegando a la última esquina de la casa de Rebeca, la veo bajarse del coche que me han dicho mis amigos y cómo se besa con él antes de salir.

    Me quedo apartado, intentando que no me vea. Cuando el chico desaparece, ella se despide de él con la mano lanzándole un beso. Apresuro mi paso, la alcanzo, la agarró de su brazo y se gira; observo su cara de sorpresa, pero se repone pronto; sin llegar a poder decir nada, me espeta:

    —¿Qué haces aquí?

    —He vuel…

    —No hace falta que me digas nada, no me interesa. Me has visto, ¿qué más necesitas? Ya no te quiero, sólo has sido un pasatiempo para mí. Ahora estoy con alguien que si es un hombre.

    La suelto y la dejo ir. No sé qué pensar ni qué decir o hacer, pero me viene a la cabeza la frase de mi hermana: «No, no me gusta para ti, hermano. Ella no te quiere». «Eso ya lo sabía yo Elsa, no necesitaba que tú me lo dijeras», pienso.

    Me siento un momento en el suelo, es como si me faltara el aire, sigo dándole vuela a la frase de mi hermana, a lo que pienso y preguntándome por qué.

    Unas horas más tarde vuelvo a casa. Agradezco que mi madre este con su móvil; mi padre está distraído con su portátil. Saludo brevemente y subo las escaleras diciendo que quiero ducharme antes de cenar, que no he podido hacerlo en el gimnasio.

    —¡Álex!, la cena estará lista en veinte minutos —me dice mi madre con su móvil pegado a su pecho.

    —Sí mamá, sólo necesito darme una ducha rápida, no me ha dado lugar en el gimnasio.

    En cuanto me quito mi chaqueta, mi hermana aparece por la puerta:

    —¿Qué te ha pasado? —Me mira con una sonrisa— ¿Me lo cuentas?

    Sé que no parará hasta que lo haga, así que decido contárselo, como he hecho casi siempre con las cosas que no son en verdad importantes:

    —Rebeca me ha engañado con otro mientras estábamos de vacaciones. Me he pasado las últimas horas deambulando por las calles, sin rumbo, comiéndome el coco, sin entender o poder aclarar nada. Le he dado un puñetazo a una pobre pared, que no tiene la culpa de nada y me duele bastante la mano.

    Ella me coge mi mano y me la revisa, mueve su cabeza de un lado a otro y me mira con ella agarrada preguntándome:

    —¿Crees que la pared se lo merecía?

    Me tengo que reír, ella siempre me hace reír en mis peores momentos; respondo:

    —No, no se lo merecía y, he aprendido la lección. —Nos reímos los dos— ¡Anda!, vuelve con ellos, ayuda a poner la mesa y déjame ducharme. No quiero que también me chillen por llegar tarde a cenar. —Me besa mi mano y se va. Como me duele, que dolor…

    Por los pelos, pero llego a tiempo para sentarme. No tengo muchas ganas de comer, pero necesito energía. Vamos allá, se me ha hinchado bastante la mano, me ha costado trabajo vestirme, no creo que pueda coger los cubiertos; mientras antes empiece, antes terminará. Pongo mi mejor sonrisa y les digo a mis padres:

    —Creo que me va a resultar un poco difícil cenar. — Mientras levanto mi mano para que la vean.

    Mi madre se levanta y sale flechada a revisarla; me la está moviendo y aguanto el dolor como puedo mientras les miento como un bellaco:

    —Hoy en el dojo, no había clase normal, había una exhibición de boxeo, por esto de las fiestas. Lo había olvidado por completo, como nosotros en un principio no estaríamos, no eché cuenta. —Me encojo de hombros y sigo— El Sensei me invitó a participar, así que no me lo pensé mucho, lo hice y, está es la consecuencia de ello. —Mientas lo estaba contando, mamá ha depositado un cuenco con agua y hielo en la mesa y, sin previo aviso, mete mi mano dentro— ¡Auuuuu!, está fría —me quejo.

    —Te aguantas, y, tómate esto cuando tengas algo en el estómago. —Deposita un ibuprofeno en la mesa, se sienta a mi lado, me trocea el pescado, algo que no me había hecho desde hacía muchos años.

    —Gracias, mamá —le digo sonriendo.

    —Parece que no la tiene rota —le dice a mi padre.

    Ella me remueve mi pelo, me vuelvo a sentir como un niño pequeño, me sonríe y se sienta a cenar. El resto de la velada transcurre sin problemas.

    Les comento que el Sensei me ha dicho que si me interesaría aprender artes marciales mixtas. Hablamos sobre lo que es, si me interesaría o no, me dicen que yo decida, pero que lo primero son los estudios, mientras no afecte a mi rendimiento escolar. Contengo reírme; no afectará, no tengo la menor duda.

    Cuando termina la película mi hermana se va a la cama y aprovecho para subirme también a mi habitación. Tengo que llamar a los chicos y contarles lo sucedido, le doy al botón para encender el portátil. Llaman a mi puerta.

    —¡Hola, hijo! —Mi padre entra y se sienta en mi cama. «¡Ohhhhh no!, ¡la charla!», pienso.

    —Dime, papá

    —¿Qué ha pasado? —Lo miro, poniendo cara de no sé de qué hablas, lo que he contado en la cena es la verdad; me suelta—: ¡Alejandro! —«Eso significa que mamá tampoco se lo ha creído», pienso.

    —Vale papá, me ha dejado mi chica y he golpeado una pared. —Él me mira con cara desconcertante, levantando una ceja como es costumbre suya, supongo que por lo de mi chica, pero creo que no está convencido del todo.

    —¿Es seguro que no te has metido en una pelea? —termina preguntándome.

    Me levanto y me destapo el torso con la mano buena como puedo, me giro lentamente, dando una vuelta completa, para que pueda comprobar que no hay moratones, así terminaremos antes y le digo resignado:

    —No, no me he peleado con nadie, pero así de «tonto» es tu hijo. —Enfatizo la palabra tonto, mi padre me mira con cara de asombro—. Sí, crees que no sé qué presumes de lo inteligente que es tu hijo con tus amigos, pues, como ves, también hago estupideces, pero tranquilo, no tienes que volver a preocuparte por eso, no volverá a pasar más; con una vez ha sido más que suficiente.

    —¿Cómo está la pared? —me pregunta, mientras se está riendo de mí.

    —Mejor que yo…, seguro —le digo sonriendo.

    Se levanta, me revisa mi mano, supongo que para verificar que mamá no se ha equivocado y no tengo nada roto. Duele, duele, duele.

    —¡Buenas noches, hijo!

    —¡Buenas noches, papá!

    Escucho como mi padre sigue riéndose de mí, mientras se cruza con mi madre en el pasillo, le pregunta que, si ella sabía que tenía novia, mamá lo niega fascinada, le pregunta que, si todo está bien, papá le dice que por fin he cometido una estupidez como cualquier chico de mi edad y que le ha quedado muy claro que no lo volveré a hacer. Me siento avergonzado por haberles mentido. ¿Qué pensará mamá de mí? Ahora ella llama a mi puerta:

    —¿Sí?, ¿dime? —Pasa, me deja otro ibuprofeno en la mesilla de noche con un vaso de zumo.

    —Por si te despiertas y te duele esta noche, o te acuestas tarde jugando con tus amigos.

    —No voy a poder hacerlo en una temporada —le digo levantando mi mano y se la enseño; ella se acerca me da un beso en mi frente y se va, deseándome buenas noches.

    Al fin puedo llamar a los chicos, les cuento lo sucedido, bastante resumido y simplificado; ellos se burlan de mí, aunque al final se dignan a preguntarme si me encuentro bien, les digo que sí, que no hay problema, que está todo bien. Les enseño la mano y me disculpo por el tiempo que no voy a poder jugar con ellos, pero en el fondo estoy contento: tendré más tiempo para estudiar. Cuando estoy apagando el ordenador, entra mi hermana.

    —Elsa, estoy bien —le digo mientras la miro.

    —¿De verdad?

    —Sí. Me he dado cuenta que no quería a Rebeca, que solo ha sido un capricho, que estaba con ella por tener novia y presumir de ello, como quien presume de algo que se ha comprado nuevo —se lo explico para que se quede más tranquila. No es plan de decirle que no la quería, que estaba con ella porque me la podía tirar fácilmente.

    Me da un abrazo con el cuidado de no rozarla, un beso en mi mejilla y se vuelve a su habitación a dormir. Al fin me quedo a solas para estudiar.

    El segundo y tercer trimestre pasan rápido; las clases, aburridas como siempre; me gusta mucho las artes marciales mixtas, me vienen muy bien. Las chicas vienen y van, no quiero otra fija. Al fin, las vacaciones para dedicarme a lo que me gusta.

    PRIMERO DE BACHILLERATO, MÁS ABURRIMIENTO.

    De vuelta a la rutina. Mañana empiezan las clases, primero de Bachillerato, espero que sea mejor que el ciclo anterior. Las vacaciones me han cundido mucho, por fortuna. Me encanta mi moto 125cc Ya tengo dieciséis años.

    Primer día de clase; reencuentros, algunos preferirían no volverlos a ver, pero toca aguantar y sonreír. Las convencionales charlas de los profesores del primer día de clase. ¿Cómo le habrá ido a mi hermana este año? La campana suena, al fin.

    —Hola, preciosa, ¿cómo te ha ido hoy? —le pregunto a mi hermana.

    —Bien, repetitivo, como el año pasado.

    —¿Te has hecho amiga de la niña nueva?

    —Sí. Se llama Vanesa, pero le gusta Vane; es de Cádiz.

    —Estupendo. Volvemos a casa. —Le tiendo el casco, para que se lo ponga; no me interesa los datos de la niña nueva, solo he preguntado por cumplir.

    Estoy en casa. Ya estamos a punto de terminar el primer trimestre de clase rutinarias. Este año no podré concentrarme tanto en lo que me gusta gastar mi tiempo, tengo que prepararme el primer año de universidad. Mientras estamos almorzando los dos solos mi hermana me pregunta:

    —La nueva novia, ¿es importante?

    —No Elsa, te corrijo: no es mi novia, es la nueva chica y no, no será la última, la última será la que les presente a mamá y papá. —«Para que decirle que eso no pasará», pienso.

    —¿Te parece bien lo que haces?

    —No te atrevas a echarme la bronca, solo tienes catorce años. —En el mismo momento que he terminado de decir la frase, me arrepiento: ella no tiene la culpa de cómo me siento con lo que hago; un par de chicas más y, todas se alejarán por su bien, se quedarán las que quieran sexo, como yo, nada de sentimientos— Lo siento mucho Elsa, nunca te tendría que haber respondido así.

    —Lo sé, pero no me cambies de tema. ¿Y si me lo hicieran a mí?

    —Nunca permitiré eso, pero si algún chico se atreviera a tocarte, antes de que..., bueno, a tocarte sin tu consentimiento, lo mataría.

    —No, Álex, en serio.

    —Es en serio, lo mataría.

    —Sobre lo otro, de eso no tengo la menor duda.

    —Sólo me estoy divirtiendo, no le des más importancia de la que tiene. No les hago nada que ellas no quieran y, si alguna se acerca a mí para algo serio, la aparto antes de que se hagan ilusiones: no me interesa ahora mismo tener nada serio, no tengo tiempo para eso.

    —Sólo te digo que tengas cuidado, que no lastimes a nadie, que nadie te lastime a ti, que te podrían durar algo más o tomarte más descanso ente una y otra.

    —Lo intentaré. —Me río sin poder evitarlo. «Algunas más y se acabará, ya estoy moviéndome en otro ámbito», pienso. Ella se ríe al fin— Te prometo que intentaré ser más discreto, comportarme mejor y más respetuosamente.

    —Vale.

    —¿Qué hay de ti? ¿Cómo te va con Vanesa?

    —Bien. Vendrá a casa este viernes, tenemos que entregar un trabajo conjuntamente antes de las vacaciones de Navidad. Creo que te gustará, es diferente. Su padre es director de banco y su madre ama de casa. Han destinado al padre a esta zona.

    —Estupendo, me alegro de que hayáis congeniado —le digo sin darle importancia. «Con que se mantenga alejada y no sea como las anteriores amigas, me conformo», pienso.

    Hoy es viernes. Hemos tenido que ir andando al instituto: la amiga de Elsa se viene a casa con nosotros, no podemos ir los tres en la moto. A la salida del colegio:

    —Hola, Álex. —Le sonrió. — Álex, ella es Vane, mi amiga; Vane, él es mi hermano Alejandro.

    —Hola, Vanesa, encantado de conocerte. —Ella responde lo mismo con algo de timidez —. Chicas, ¿cómo preferís que vayamos a casa, andando o en bus?

    —Andando —me responden ambas a la vez.

    —Pues andando.

    Saco mi móvil del bolsillo y me pongo los auriculares mientras estamos andando. Ellas caminan delante de mí, donde pueda verlas, están hablando del trabajo que tienen que hacer.

    Vane

    Conversación de Elsa y Vane camino a casa.

    —Elsa, ¿te puedo hacer una pregunta?

    —Dime, Vane.

    —¿Qué música está escuchando tu hermano? Parece que va tarareando.

    —Él no está escuchando música, está estudiando su cuarto idioma.

    —¿Cuarto idioma?

    —Sí, cuarto. Tiene bastante facilidad para ello. En general para los estudios: no les requieren mucho esfuerzo, pero casi siempre está estudiando algo, leyendo, haciendo deporte o jugando. Más o menos esa es la rutina de él.

    Alex

    Hora de irme al gimnasio. Me acerco a la habitación de mi hermana, toco en la puerta con suavidad:

    —Hola, chicas. Me voy al gimnasio. Os he dejado la merienda preparada, magdalenas y leche con cacao. Volveré para cenar. Portaros bien, no hagáis nada que yo no hiciera. — Se ríen, cuando estoy saliendo, mi hermana me dice:

    —Álex, ten cuidado y, no te dejes pegar. —Me río.

    —No, no me dejaré. Vanesa, ¿eres alérgica a algo?

    —No, a nada. —Creo que le ha extrañado mi pregunta. «¡Yo que sé!, ¿y si lo es y no se puede comer algo de la merienda?», pienso.

    —Cuando vuelva, te llevaré a tu casa —le digo.

    —No hace falta, puedo ir andando; no te molestes —me dice.

    —No, no es ninguna molestia. No te vayas hasta que vuelva, ¿ok?

    —Vale, gracias —me responde.

    Cuando vuelvo del gimnasio.

    —Hola, chicas. Ya he regresado —les digo con la voz un poco elevada para que me escuchen mientras subo las escaleras. Vuelvo a llamar a la puerta antes de entrar y pregunto:

    —Vanesa, ¿lista para que te lleve a casa? Espero que no te asuste ir en moto.

    —Álex, ha habido un ligero cambio de planes. Vane se queda a dormir, no nos ha dado lugar a terminar el trabajo.

    —¿Seguro? —le pregunto a mi hermana, sé que me está mintiendo.

    —Bueno, el trabajo está terminado —me dice riéndose—. He llamado a mamá para pedirle permiso.

    —Vale. ¿Te han dicho a qué hora volverán?

    —Tarde, pero no me ha podido precisar.

    —Vanesa, ¿sé lo has notificado a los tuyos? —Se limita solo a asentir— Está bien, me bajo a preparar la cena.

    —¿Qué hay para cenar? —me pregunta mi hermana.

    —Pasta, ¿si os parece bien?

    —Sííí —me responden ambas.

    —Pues nada, ante tanto entusiasmo, pasta entonces. Ahora os llamo cuando esté lista.

    Las llamo para cenar. Charlamos sobre su trabajo, de cómo me ha ido el entrenamiento, de las clases… De todo un poco, pero nada en concreto.

    —¿Estáis listas? —Asienten, me levanto y entre los tres recogemos la mesa.

    —¿Qué vais a hacer mientras recojo la cocina? —De pronto noto que Vanesa está intentando empujarme en vano.

    —¿Qué haces? No me toques —le digo mientras me quito sus manos de encima. «Esta es peor que las otras, ya me está tocando», pienso.

    —Lo siento —me dice avergonzada, toda roja y balbucea—. Lo mínimo..., que podemos hacer…, es recoger y limpiar nosotras esto…, si tú has hecho la cena.

    —Vale, me voy a nadar un rato. —Mi hermana está alucinando mientras voy saliendo de la cocina; le giño un ojo. «Quizás sea diferente, como dice mi hermana», pienso— ¿Qué vais a hacer vosotras mientras?

    —Cosas de chicas —me espeta mi hermana, indicándome que a mí que me importa, pero me quedo esperando a que me responda—. Palomitas y peli. —Me voy satisfecho en cuanto me responde.

    —¿Piscina?, ¿con el frio que hace? —le escucho que le pregunta a mi hermana.

    —Es climatizada —le responde.

    —Nosotros también tenemos piscina, pero no es climatizada.

    Cuando termino de nadar, veo a Vanesa en la cocina con su móvil en la mano, con unas de mis camisetas, bueno, mía ya no: las usa mi hermana para dormir o andar por casa. Las luces de casa ya están apagadas, solo están las de movilidad de los pasillos.

    —¿Necesitas algo? —le pregunto.

    —Lo siento, tenía sed —me dice algo incómoda.

    —¿Y mi hermana?

    —Dormida.

    —Sí, tiene esa facilidad en cuando le llega su hora rutinaria de dormir. —Me río.

    Está intentando alcanzar los vasos. Me acerco para cogérselo. No había observado lo baja que es al lado de mi hermana. «Ya crecerá, cada cual tiene su ritmo», pienso.

    —Gracias.

    —Me gusta tu camiseta —le digo.

    —Me la ha dejado tu hermana. —A mi hermana le está grande, pero a ella casi le llega a los tobillos. «¡Qué baja y canija es!», pienso.

    —¿Es la primera vez que duermes fuera de casa?

    —Sí.

    —Voy a ducharme y estudiar. —Se queda parada en la cocina. Me vuelvo y la miro, está nerviosa— No tienes sueño, ¿verdad?

    —No.

    —¿Quieres ver una película o hacer otra cosa? —«¿Qué haces tío?, tienes que estudiar y luego jugar, que mañana es sábado; que se ocupe tu hermana, es su problema», pienso.

    —¿Ahora?... ¿Contigo?

    —Sí, después de ducharme.

    —Una película estará bien.

    —Ven, sígueme. —Le enseño dónde las tenemos— ¿Qué te parece si vas eligiendo una mientras me ducho y la vemos junto?

    —Vale, gracias. —Me estoy yendo cuando me pregunta—: ¿Tardarás mucho?

    —Sobre diez minutos. —«Un poco exigente. ¡Bocazas!, ¿para qué te ofreces? Has cambiado tus planes por una cría. Increíble. Te fastidias, la próxima vez, piensas antes de hablar», pienso.

    —Ya estoy aquí. ¿Qué películas has elegido?

    Shrek. —La cojo y la pongo en marcha, me siento con ella en el sofá y mi libro.

    —¿Vas a leer?

    —No voy a leer, voy a estudiar si no te molesta.

    —No me importa. —Mientras me tiende su mano, para que le pase mi libro; lo hago.

    —¿Economía? —No mira el título, se pone a leer la página por dónde está abierto.

    —Sí.

    —¡Ah!

    —Podrías, guardarme el secreto, por favor.

    —¿Secreto?

    —Sí, mi familia no sabe nada. —Hace el gesto de cerrar una cremallera en su boca. «Buena chica», pienso. Me sorprendo a mí mismo explicándoselo.

    —¿Puedes ponerla en inglés, por favor?

    —¿En inglés? —le pregunto. «Al menos parece educada», pienso.

    —Sí, ¡qué más te da! Tú vas a estudiar.

    —Sin problema. ¿Con subtítulos o sin ellos?

    —Con sub. en inglés, por favor.

    Cuando llevas más o menos un cuarto de hora la película:

    —¿Qué haces en el gimnasio? —me pregunta.

    —No entiendo, ¿a qué te refieres?

    —Si levantas pesas, corres…

    —Practico artes marciales mixtas.

    —¡Ah! —Retomo mi libro— ¿Te gusta mucho?

    —Me gusta mucho ¿él qué? —le pregunto con un poco de desesperación.

    —¿Practicar artes marciales mixtas? —me pregunta tranquila.

    —Sí. —Paro la película; no me va a dejarme estudiar, así que le tiendo mi mano para que me dé la suya; me mira extrañada, pero accede.

    Me la llevo a la cocina y le pregunto:

    —¿Un chocolate? —Me mira pasmada— Si vamos a pasarnos un rato hablando, me voy a tomar un chocolate y comer algo. ¿Quieres?

    —Me apunto. ¿Desde cuándo las prácticas? —me pregunta.

    —Desde que tenía ocho años. Nos lo tomamos en el sofá, si tienes cuidado de no mancharlo.

    —Vale. ¿Desde entonces algo tan duro? —«!Qué preguntona!», pienso.

    —No, empecé con Aikido. — Ya estamos en el sofá y reanudo la película.

    —Tengo entendido que vas a estudiar derecho, ¿cómo que lees libros de economía? —La miro con cara de desesperación: no me va a dejar estudiar, no ha funcionado lo del chocolate para que se calle— Es que tengo curiosidad —me responde encogiéndose de hombros.

    —Haces muchas preguntas y eres muy curiosa…, y la curiosidad mato al gato.

    —La información es poder. — No puedo evitar reírme.

    —¿Te estás riendo de mí?

    —No, definitivamente no; me estoy riendo contigo, no de ti. Es que suelo usar esa misma expresión también.

    Se centra en el chocolate caliente y las galletas, viéndola. Cuando termina, deposita la taza en la mesa con sumo cuidado, pero para mi sorpresa, cuando se vuelve a sentar se acurruca en mi costado. La dejo, a ver así se queda dormida. Al ratillo empieza a bostezar. Al fin se queda dormida, la cojo en brazos. «¡Qué poco pesa!», pienso. La llevo a la cama, le quito las zapatillas y la arropo. Me dice medio dormida:

    —Gracias, por pasar un rato conmigo.

    —De nada. A dormir que es tarde. ¡Buenas noches!

    —Buenas noches, Álex. —La dejo pasar que me ha llamado Álex, está medio dormida.

    Vuelvo al salón, recojo todo, me dirijo a mi habitación con mi libro y conecto la consola para disponerme a jugar, que mis amigos deben estar desesperados. Debo reconocer que he pasado un buen rato después de todo. «Parece que sí que es diferente: me he relajado y conseguido paz por un rato», pienso.

    Están todos abajo:

    —Buenos días, familia; buenos días Vanesa. —Me miran todos como si estuvieran viendo un fantasma.

    —¿Qué haces levantado tan temprano? —me pregunta mi madre.

    —Mamá, no es tan temprano, son algo más de las doce —le respondo encogiéndome de hombros.

    —Muy temprano —me dicen mi familia al completo.

    —Vamos, Vanesa, que te llevo a casa —le dice mi padre.

    —Papá, si quieres la llevo yo. —Me miran todos extrañados— Tengo que ir a la librería de todos modos, bueno, si a ella le da igual —les digo encogiéndome de hombros. Me sorprendo a mí mismo ofreciéndome para llevarla.

    —Álex, si quieres, te dejo en la librería mientas la acerco a ella a su casa y, de vuelta, te recojo.

    —Gracias, papá, pero no, tengo que pasarme por la casa de Fran también.

    —Nada de eso. Tú no sales de casa mientras no comas algo y te tomes las vitaminas. —me ordena mi madre.

    —Vale, mamá —le digo resignado, es una batalla perdida. Me dirijo a la mesa para sentarme mientras ella llena un vaso de zumo y coge las vitaminas.

    —No me importa esperar a que Alejandro termine, señor Ferbes; él de todas formas, tiene que salir, así no le robo tiempo a usted —le Dice Vanesa poniendo una sonrisa. La miramos todos, mi padre dice:

    —Llámame Carlos, Vane. Por mí sin problema.

    Alargo el brazo para que mi madre me pongas las vitaminas en mi mano y escuchamos como cruje la camisa.

    —¡Álex, hijo, has vuelto a crecer! —me dice mi madre.

    —¿Qué tiene de malo? —le pregunto. «Me gusta ser alto», pienso.

    —Que necesitas ropa nueva. Familia, el sábado que viene todos nos vamos de compras.

    —Bien —nos dice mi hermana, con mucho entusiasmo.

    —Noooo, no quiero. ¿Puedo pasar? Eso significa madrugar otra vez. Quiero jugar hasta tarde. Mama, ¿por qué no me compras tú la ropa?, como haces siempre. Tienes muy buen gusto, a mí no me importa.

    —No, Álex, no te vas a librar de esto por mucho que me hagas la pelota, pero gracias por el cumplido. Para el viernes quiero toda la ropa que te este pequeña preparada para llevarla a la beneficencia.

    —Mamá, ¿te importa si antes se pasan mis amigos y se llevan algo? —Fran creo que solo se llevara la chaqueta que tanto me dice que le gusta, pero con Manu insistiré para que se lleve la máxima posible.

    —Para nada —me dice complaciente.

    —Quiero tus camisetas frikis —me dice mi hermana.

    —Ya contaba con ello, pero no puedes coger las que quieras, yo te las llevaré.

    Ya he terminado de desayunar. Le pongo el casco de mi hermana a Vanesa. Me subo en mi moto, la arranco y le pregunto:

    —¿Confías en mí?

    —Sí —me dice decidida.

    —Vale, tienes que ir relajada, sino podemos tener un accidente. —Ella asiente.

    —Ya te puedes subir. —Ella lo intenta, pero, aunque pone el pie en el estribo le cuesta, no puede, apago la moto. —Espera te ayudo.

    Me bajo, pongo la pata de cabra, la subo, le digo que se agarre a la moto para que no se caiga cuando quite la pata y arranque. Voy muy despacio, para que se vaya habituando. Va muy tensa. En el primer semáforo que nos paramos, no me lo pienso, le quito las manos de dónde está agarrada y las pongo alrededor de mi cuerpo. En cuanto dejamos el semáforo ella pega su cuerpo al mío y aprieta sus manos clavándome sus dedos. En cuanto vuelvo a parar, le digo:

    —No tienes que apretar tanto, me estás haciendo daño.

    —Lo siento —me dice y afloja.

    Al fin se va relajando. En el momento que ella lo hace, yo también me relajo. Poco tiempo después llegamos a su casa, la bajo de la moto, me quito mi casco para despedirme de ella y poder guardar el de mi hermana.

    —Ya llegamos. Que tengas un buen día Vanesa —le deseo por educación.

    —Llámame Vane, por favor.

    —Como tú prefieras, Vane.

    —Gracias, Alejandro, por traerme a casa.

    —No tienes por qué dármelas. —Me hace una señal para que me agache y lo hago. Me da un beso en mi mejilla sin previo aviso. Me rio y le digo—: Si te vas a tomar esas libertadas conmigo, mejor empieza a llamarme Álex. —Ella se ruboriza y me sonríe. «¿Pero qué haces?, me pregunto a mí mismo, no me reconozco», pienso.

    —Hasta luego, Álex.

    —Hasta luego, Vane.

    Sale corriendo para casa. Creo que es la primera amiga de mi hermana que me cae bien. Me quedo mirándola hasta que entra y desparece.

    En la entrada del centro comercial.

    —Hola, Susana, siento llegar tarde. —«La verdad es que me importa muy poco», pienso.

    —Hola, Alejandro. ¡Qué sorpresa que me llamaras para quedar el sábado por la mañana! Pensaba que estarías durmiendo. —Se acerca para darme un beso, me aparto y la rechazo. Vamos a ya.

    —Susana, voy a romper contigo.

    —¿Cómo?

    —Que te dejo. Hemos terminado.

    —Pero Álex.

    —No me llames Álex. —Eso me molesta bastante.

    —Pensaba que estábamos bien, no lo entiendo.

    —Mira, tengo necesidades que tú no me cubres —le digo a ver si así desiste.

    —Necesito tiempo.

    —No es mi problema —le digo frio y cortante.

    —No me rechaces, dame tiempo, por favor.

    —No me supliques. Hemos terminado y punto. —«No me gusta que supliquen. Lo detesto», pienso.

    —No me dejes… —«No va a ceder tan fácilmente, así que no queda otro remedio», pienso.

    —Susana, hay otra, que sí me da lo que necesito. —«Con eso seguro que se termina», pienso.

    Me suelta unos pocos de insultos, bien merecidos por mi parte y, se marcha llorando. Creo que con ella será suficiente, no tendré que hacerle daño a ninguna más; espero que se me acerquen solo las que quieran divertirse y me dejen en paz las otras. Prefiero seguir con las de fuera: es ligar, sexo y punto; así mi hermana no se sentirá tan mal, ni me tendrá tan controlado.

    El jueves se pasaron mis amigos. ¡Qué chasco se llevaron cuando las camisetas frikis les dije que no entraban! Fran se llevó la chaqueta y algo más para que Manu se envalentonase y no le diera corte llevarse más cosas. Entre los dos le convencimos.

    A Fran lo conozco desde preescolar, es hijo único. Los padres de Fran están posicionados, no tanto como los míos. Su padre es médico y su madre es enfermera jefa. Le agradezco mucho que me apoyara con lo de la ropa para Manu.

    Pero tiene bastante más que los padres de Manu. Su padre es cabo, bombero de clase 1ª, en mi opinión, una profesión más honorable que la de nuestros padres. Su madre es ama de casa. Tiene dos hermanos pequeños que son gemelos, de seis años de edad, que él adora, pero los cuales llegaron por sorpresa. Manu se unió a nosotros en primaria.

    Ya es viernes. Otro día sin moto, pues Vanesa se queda a dormir a casa para irnos todos de compras mañana, pero esta noche no me quitara mi rato de juego. Me niego en rotundidad, ya que tengo que madrugar mañana. Cuando estoy jugando, llaman a la puerta entreabierta, lo pauso el juego, me quito los auriculares:

    —Chicos, un momento —le digo a mis amigos—. Adelante.

    —¿Puedo pasar? —me pregunta Vane.

    —Sí. Dime, ¿qué quieres? —Se acerca, observa mi habitación, espero paciente, me inclino hacia adelante en la silla, para ponerme a su altura.

    —Solo quería desearte buenas noches.

    Me da otro beso en mi mejilla y sale corriendo, dejando la puerta abierta. Me levanto a entrecerrarla y escucho como mis amigos se están burlando de mí:

    —Tienes una nueva enamorada —me dice Fran.

    —¡Ay, qué dulce y tierna! —me dice Manu.

    —Es una amiga de mi hermana —les digo como explicación. «¿A ellos qué les importa?, ¿por qué se lo explico?», pienso.

    —¿No es un poco joven para ti? ¿Cómo debemos llamarte a partir de ahora?, ¿asaltacunas? —me pregunta Fran.

    —Mejor lolicon —me dice Manu.

    —¿Sabéis que os digo? ¡Qué os den! Me voy a la cama, mañana tengo que ir de compras.

    —Mira, además nenaza: de compras —me dice Fran.

    —Hasta mañana chicos. Buenas noches. —Se escucha mientras apago: «no te enfades tío, estamos de brom…

    Cojo un anime y me pongo a leer un rato antes de acostarme definitivamente. «¡Qué graciosos mis amigos! Decir que es mi novia… Si solo es una cría, igual que mi hermana; pero estoy cómodo con ella», pienso.

    Sábado, en el centro comercial. Mi madre insiste en que me pese; según el ticket mido: 1,79 cm y peso 65 kg Con las compras ya realizadas y almorzado, mi madre dice:

    —Ya que estamos aquí, aprovechemos para realizar las compras navideñas, que solo faltan sobre dos semanas. Álex, te encargas tú de tu hermana y Vane.

    —Sí sin problemas —les digo a mis padres.

    —Nos vemos aquí en dos horas.

    A solas con ellas.

    —¿Qué os parece si damos una vuelta y, cuando queráis entrar en alguna tienda, me lo comunicáis?

    Después de algunas tiendas. Mi hermana me dice:

    —¿Vamos al baño, Vane?

    —No tengo ganas. Te espero aquí con tu hermano. —Mi hermana se encoge de hombros, me mira, asiento y se va. Vane sonríe.

    —Álex, ¿puedes cubrirme? Voy por el regalo para tu hermana.

    —Sin problemas, pero si me prometes que vas a tener cuidado.

    —Prometido —Sale corriendo.

    Cuando vuelve mi hermana.

    —¿Dónde está Vane? —me pregunta.

    —Ha visto unas amigas y me ha dicho que la esperemos aquí, que no tarda.

    —¡Qué raro! Me voy por su regalo.

    —Ten cuidado y no tardes.

    Mientras están las dos con sus compras, aprovecho que la tienda de telefonía móvil está cerca y recojo el móvil que ya tenía reservado para mi hermana. Estoy sentado mientras las espero.

    —Ya estoy de vuelta —me dice Vane—. ¿Y tu hermana?

    —Comprándome mí regalo, que no quiere que sepa lo que es.

    —Toca esperar —me dice ella.

    —Sí. —Se sienta a mi lado, me vuelve a dar otro beso en mi mejilla; no me desagrada.

    Dejo mi móvil y le pregunto:

    —¿A qué viene besarme?

    —Para darte las gracias y cubrirme con tu hermana.

    —No tienes por qué.

    Sigo con el móvil y, al fin, llega mi hermana.

    —Siento haberos hecho esperar —se disculpa, algo no habitual en ella.

    —¿Estáis listas con vuestras compras? —les pregunto.

    —Sí —me responden las dos. Mi hermana me tiende sus bolsas para que se las coja.

    —A mí aún me falta comprarle algo a mis amigos. Vamos a la tienda de friki. —Le cojo sus bolsas a Vane sin preguntarle. Se sonroja cuando la rozo— Vamos por las últimas.

    Ellas me esperan en la puerta mientras compro sudaderas para mis amigos, para mi hermana y algunas cosas para mí. Cuando llegamos al punto de encuentro, mis padres ya están allí tomando café.

    —Hola —les decimos.

    —¿Ya habéis terminado? — Nos pregunta mi madre.

    —Lista —le responde mi hermana.

    —¿Y tú, Vane?

    —Yo también, señora Salas.

    —Llámame Cristina, por favor.

    —Sí Cristina —le repite ella.

    —Sentaros. ¿Qué vais a tomar?

    —A mí me queda una cosa por comprar. Mamá, ¿puedo ir mientras os tomáis algo? No me tardo, por favor. —La miro con ojos suplicantes.

    —¿Te pedimos algo para cuándo vuelvas? —me pregunta.

    —No hace falta, enseguida vuelvo.

    Me voy a paso ligero y me sorprendo a mí mismo comprándole a Vanesa un peluche de Shrek y una camiseta con el maestro Jedi.

    En la puerta de entrada de la casa de Vanesa.

    —Gracias por todo. He pasado un día estupendo —les dice a mis padres Vane. — Adiós, Elsa y Álex.

    Sus padres salen a recibirla. Mi hermana les saluda con la mano. Mis padres se bajan del coche para presentarse formalmente. Sigo con mi móvil chateando con mis amigos y mis audios de chino.

    —Álex, mamá te está llamando —me dice mi hermana dándome unos codazos suaves en el costado. Los miro, mi madre me está haciendo señas para que salga. Me quito los auriculares:

    —Dime, mamá. Lo siento, estaba con el móvil.

    —Las bolsas de Vane.

    Las saco, me acerco a ellos y se las tiendo a ella. Me sonríe y ladea su cabeza.

    —Señor Álvarez y Señora Torres, este es nuestro hijo mayor —les dice mi padre, pues a mi hermana ya la conocen.

    —Buenas tardes, soy Alejandro. —Le tiendo mi mano a la Señora Torres mientras nos decimos: «encantado de conocernos mutuamente», pero ella se acerca y me da dos besos, pillándome por sorpresa. Ya sé a quién ha salido Vane tan besucona. El señor Álvarez, me estrecha mi mano apretando y me dice con desdén:

    —El de la moto.

    —El mismo —le respondo— Con vuestro permiso me vuelvo al coche. Hasta la próxima Vane. —No les doy lugar a nada más. «¡Será estúpido, el muy imbécil!», pienso.

    —¡Álex! —me llama Vane cuando me doy la vuelta para marcharme.

    —¿Sí, Vane? —le pregunto volviéndome.

    —Te puedes agachar, por favor —me pide haciéndome el gesto con su mano. Lo hago.

    —Gracias por acompañarme. —Me da un beso en me mejilla y me sonríe.

    —De nada, adiós. —Me giro, me vuelvo a colocar los auriculares y me voy sonriendo.

    Mis padres terminan de despedirse de ellos, diciéndole que tienen una hija muy educada y encantadora y, que no ha sido una molestia para nada. Ambas partes dicen las típicas cosas triviales que requiere esta situación. Se suben en el coche y les agradezco que no comenten lo de «él de la moto».

    Último día de clase antes de las vacaciones de Navidad. Estoy en el aparcamiento de motos con mis amigos esperando a mi hermana cuando Vane aparece corriendo y llamándome:

    —Álex…, Álex, Álex... —Respira con dificultad por la carrera— A tu… hermana… la está molestando… un chico.

    —¿Dónde está?

    —Cerca del gimnasio —me dice con el aliento algo recobrado.

    —Aguántame esto. —Le tiendo el casco a unos de mis amigos, golpeándolo con él, quizás más fuerte de lo que pretendía y, salgo corriendo.

    Localizo a mi hermana. El tío le está rozando su cara con su dedo y la tiene acorralada contra la pared. Me acerco, le quito su mano de encima de ella y con la otra le arreo tal puñetazo que cae de espalda.

    —¿Estás bien, Elsa? —le pregunto sin apartar la vista de él.

    —Sí, Álex.

    Agarro al chico por su chaqueta, lo levanto del suelo hasta que solo puede apoyarse con la punta de los zapatos.

    —¡Óyeme niñato!, si te vuelvo a ver a menos de cinco metros de distancia de mi hermana, te dejo la cara que ni tu madre te va a reconocer; si te pillo mirándola solo, te mato y, si te atreves a volver a poner tus asquerosas manos encima, te torturo hasta que me supliques que te mate y, cuando me canse de escuchar como suplicas…

    —Me matas —me responde levantando sus manos en señal de rendición.

    —Lo has pillando. Chaval, ahora quítate de mi vista.

    Agarro a mi hermana por su mano; está avergonzada. Empiezo a caminar. Cuando me doy cuenta veo que mis amigos se están riendo y Vane está blanca como la nieve. «¿No se irá a desmallar?», pienso. Me tienden mi mochila, que ya la tenía enganchada en mi moto, le quito el casco a mi otro amigo y les digo:

    —Gracias.

    —Vane, ¿estás bien? Estás muy pálida —le pregunto agachándome y levantándole su cara para vérsela. Se pone roja y asiente.

    —¡Quillo!, te has pasado —me dice Manu, algo serio.

    —No sabes cuánto me alegro de ser tu amigo, porque tú, como enemigo…— Mueve su cabeza indicando que mejor estar en mi bando.

    —Chicos, ahora no —les digo cortando la conversación.

    Llegamos al aparcamiento, me despido de ellos y de Vane.

    Almorzando en casa.

    —No lo has dicho en serio.

    —¿Él que, Elsa? —le pregunto.

    —Que lo matarías, que lo torturarías... —Levanto mi cabeza y la miro a los ojos.

    Me tomo un tiempo para responderle. «¿Lo mataría?, no, no creo que llegara a eso. Bueno, no lo sé, si la obligan a hacer algo que ella no quiera…», pienso. Se me pasa por mi cabeza unas imágenes que no quiero ver, la sacudo para sacármela de ahí. Sí, sin ninguna duda, lo mataría y le digo.

    —No, Elsa, claro que no. Solo se lo dije para asustarlo. No quiero que te obliguen a hacer nada que tú no quieras —le digo para que no me tenga miedo.

    —Me asustaste —me confiesa.

    —Lo siento, no lo pretendía. —Me levanto, me arrodillo a su lado y giro la silla con ella encima para darle un abrazo, para que se sienta protegida y para encontrar la paz que necesito ahora mismo también.

    —¿Me lo prometes?

    —Te lo prometo. —Le doy un beso en su frente y me vuelvo a sentar a terminar el almuerzo. Creo que se ha dado cuenta de lo que pensaba.

    —Gracias por protegerme.

    —De nada, renacuajo.

    —Ya te he dicho que no me llames renacuajo. —Al fin me rio, no la llamaba renacuajo desde que cumplió los diez años.

    —Álex, quiero pedirte algo.

    —Lo que quieras.

    —¿Puedes enseñarme a llevar la moto?

    —Mi moto no, rotundamente no.

    —No, la que llevas ahora no; la primera que te regalaron.

    —¡Ah!, la 50 cc —«No estaré sus dos últimos años de instituto para poderla llevar, ni poderla defender de los chicos», pienso. Se me ocurre una idea—. Con una condición.

    —¿Cuál?

    —Que también aprendas defensa personal.

    —A mí no me gusta el deporte.

    —Entonces, no hay trato.

    Se lo piensa un ratillo y termina cediendo.

    —Vale.

    —¿Cómo que ahora quieres aprender? —le pregunto.

    —Si Vane va a venir más días a casa, para que no tengamos que volver andando y no te robemos mucho tiempo. Sé que no dispones de mucho libre.

    —Sabes que a mí eso no me importa.

    Se encoge de hombros y me dice:

    —Lo sé.

    —Empezamos después de las vacaciones, pero no quiero que me cuestiones lo que te diga, que me protestes o te quejes de lo que tienes que hacer, ¿entendido?

    —Por mí perfecto.

    INTERCAMBIOS.

    Dos días antes del retorno al instituto para el segundo trimestre. Me acerco a la habitación de mi hermana, para comentarle cómo vamos a empezar su entrenamiento y clases de moto.

    —Hola, Elsa. ¿Te parece bien si las clases de defensa son el martes y las de conducir el jueves?

    —Ya lo supuse, pues lunes, miércoles y viernes, tienes artes marciales.

    —¿Preparada para el Día de Reyes?

    —¡Sííí! ¿Qué me has comprado?

    —Ten un poco de paciencia, ya solo faltan unas horas.

    Mañana del Día de Reyes. Nos intercambiamos regalos. Mi madre me ha comprado unos guantes para la moto, mi padre libros, mi hermana una sudadera friki. Mi hermana le ha comprado a mi madre un bolso, ella dice que nunca tiene suficientes y, a mi padre un libro. Mi madre a mi hermana ropa también y, a mi padre, una cartera. Le he comprado a mi madre unos zapatos que van a juego con el bolso de mi hermana. A mi padre un reloj de edición limitada y, a mi hermana, un móvil, con la autorización de mis padres. Mi hermana dice que Vane va a venir a traerle su regalo y que la ha invitado a merendar. Yo prefiero acercarme a dárselo a mis amigos antes de almorzar.

    Vane y mi hermana están en su habitación. Sé que ella le va a regalar una camisa que le gustará, pues la estuvieron viendo juntas el día que fuimos todos juntos a comprar ya que a Vane no le quedaba dinero suficiente para ella y no aceptó el ofrecimiento de mi hermana para prestárselo.

    Vane

    En la habitación de Elsa.

    —¿Qué te parece si abrimos nuestros regalos a la vez? —me dice Elsa.

    —Me gusta la idea.

    En cuanto terminan de abrir el regalo, empezamos a reírse las dos. Nos hemos regalado la misma camisa.

    —Vane, ¿me puedes pasar un paquete de clínex? Necesito secarme las lágrimas, que se me han saltado de tanto reírnos.

    —Toma. ¿Sabes que tienes un regalo sin abrir en este cajón?

    —Dame, vamos a abrirlo.

    —¡Qué bonito es! —le digo.

    —Quédatelo.

    —No, no puedo aceptarlo, es un regalo que te hicieron a ti.

    —No, de veras insisto, quédatelo, no lo voy a usar —me dice.

    —¿Seguro?

    —Que sí.

    —Gracias. Me da un poco de vergüenza, no sé cómo decírtelo: le compre algo a tu hermano. ¿Espero que no te importe?

    —Para nada. Si quieres puedes llevárselo ahora.

    —Vale. ¿Seguro qué no te importa? —le pregunto.

    —No, vete ya.

    Álex

    Llaman a la puerta de mi habitación:

    —Pasa. ¡Ah! Hola, Vane. ¿Dime? —Dejo el libro para atenderla.

    —Esto… Te he comprado un regalo… Espero que te guste. —Me lo ofrece.

    —Gracias. —Lo cojo y lo abro: es un muñeco de coleccionista del Maestro Jedi.

    —Me gusta mucho. Muchísimas gracias. —Empieza a irse—. Espera un momento, también te compré algo. —Me levanto, voy al armario y le entrego la bolsa—. Espero que te guste tanto como a mí el tuyo. —En ese momento me fijo que lleva al cuello un colgante como él que compre para Rebeca.

    —Pero aquí hay dos regalos y, yo solo te compré uno.

    —Eso no tiene importancia. ¿Cuál vas a abrir primero? —La animo a que lo haga.

    —Él más grande —me dice entusiasmada.

    Veo su cara de sorpresa cuando ve que es un peluche de Shrek, lo aparta y abre el otro: es una camisa del Maestro Jedi. Me mira y creo que no sabe que decir.

    —Me acordé de la noche que vimos la película de Shrek y, que esa noche llevabas puesta la camisa del Maestro Jedi, pero te está algo grande; esa te quedará bien —le digo a modo de explicación encogiéndome de hombros.

    —Muchas gracias, me gusta mucho —me dice con las lágrimas saltadas.

    —¡Anda! Dame un beso de agradecimiento y vuelve con mi hermana. —Me agacho para que me lo dé. Me gusta y me relaja.

    —Gracias de nuevo —me dice. Cojo el colgante entre mis dedos y le digo:

    —Me gusta mucho tu colgante.

    —Me lo ha regalado tu hermana.

    Se va. Me quedo pensativo, creía que lo había extraviado, lo cogió mi hermana, mejor así, no hubiera sabido que hacer con él.

    Lunes, después del primer día de clase, en el aparcamiento de moto. Mi hermana se está despidiendo de su amiga. Me llaman:

    —Álex. —«¿Quién me llama así?», pienso.

    —Sí, dime, Carmen.

    —¿Puedo hablar contigo? —Indicándome que no con mi hermana cerca.

    —Claro. —La sigo y nos alejamos un poco; espero a que hable.

    —Por favor, ¿me podrías ayudar a estudiar este trimestre?

    —¿Seguro que eso es lo que quieres de mí? —le digo acercándome.

    —Sí, es que me gustaría mejorar mis notas.

    —Bueno, si eso es lo que verdaderamente deseas —le digo inclinando mi cabeza mientras le estoy levantando su barbilla con mi mano. Ella cierra sus ojos, entre abre su boca después de mojarse los labios. «Prefiero el sector donde me muevo ahora», pienso.

    La suelto y le digo:

    —No Carmen, no te voy a ayudar a estudiar. No lo necesitas y no voy a salir contigo.

    —Álex, ¿nos vamos? —me llama mi hermana.

    —Hola, hermanita; hola, Vane. Voy. —las saludo sonriendo.

    —Adiós, Alejandro —se despide Carmen.

    —Hasta mañana. Carmen. Nos vemos en clase.

    —Álex, a Vane le gustaría aprender también a defenderse. ¿Podrías enseñarla, por faaaa? —Me pone una sonrisa encantadora.

    —¿Estás segura, Vane? —Tendré que aguantarla también a ella.

    —Sí me gustaría —me dice tímida y sonriente.

    —Te ha explicado mi

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1