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Memorias de un Adolescente Suburbano: Mis Luchas
Memorias de un Adolescente Suburbano: Mis Luchas
Memorias de un Adolescente Suburbano: Mis Luchas
Libro electrónico165 páginas2 horas

Memorias de un Adolescente Suburbano: Mis Luchas

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Sinopsis

★ A principios de los años 90, no existía Internet y las redes sociales se construían en la calle: jugando, andando en bici, teniendo las primeras citas y peleando con los demás. La música se escuchaba en casetes, y la televisión pasó de tener dos a cinco cadenas. Los móviles aún no eran una realidad, y para comunicarnos con amigos o novias teníamos que llamar al teléfono fijo de casa o enviar cartas.

 

★ En este diario, relato mi vida como adolescente con complejos por los granos, cuyo objetivo es conseguir una novia y ser aceptado por el grupo de amigos. Las primeras borracheras, los primeros desengaños amorosos, las sesiones de espiritismo y las vacaciones en un pueblo perdido. En aquel entonces, todo parecía brillante y profundo.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 jul 2021
ISBN9798224262892
Memorias de un Adolescente Suburbano: Mis Luchas
Autor

Gonçalo JN Dias

Gonçalo J. N. Dias nasceu em Lisboa no ano de 1977, licenciou-se em Engenharia do Ambiente e Recursos Naturais no Politécnico de Castelo Branco. Vive atualmente no País Basco, Espanha. É um autor independente, os seus livros têm sido traduzidos a vários idiomas.

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    Memorias de un Adolescente Suburbano - Gonçalo JN Dias

    Índice

    Hola año 1993 – sábado, 9 de enero de 1993

    Carnaval y espiritismo – domingo, 25 de abril de 1993

    Vacaciones de verano – jueves, 5 de agosto de 1993

    Fin de 1993 – jueves, 6 de enero de 1994

    Salí en la tele - domingo, 17 de julio de 1994

    Perdí la virginidad – domingo, 11 de septiembre de 1994

    Hola 1995 – sábado, 14 de enero de 1995

    Viaje a Lloret de Mar – lunes, 1 de mayo de 1995

    Verano de 1995 – martes, 5 de septiembre de 1995

    Sobre o Autor

    Ah, tal es la canción del joven que ama una chica como él. ¿Tendrá, sin embargo, el derecho de usar la palabra amor? Nada sabe de la vida, nada sabe de aquella que ama, nada sabe de sí mismo. Todo lo que sabe es que nunca sintió nada con tanta fuerza y tanta seguridad. Todo le duele, pero nada es así tan bueno. Ah, tal es la canción de quien tiene dieciséis años y está sentado en un autobús pensando en ella, sin saber que ese sentimiento se va mitigando poco a poco, se va apagando y que la vida, que es ahora tan grande y tanto implica todo, se convertirá inexorablemente cada vez más pequeño, pasará a ser una realidad más manejable, que deja de doler tanto, pero también deja de ser tan hermoso.

    Karl Ove Knausgård en Bailando en la oscuridad

    A mis amigos de infancia, los Molino Boys

    Hola año 1993 – sábado, 9 de enero de 1993

    Tengo la sensación de que este año será inolvidable. Espero aprobar e ir al bachillerato, tener aventuras con mis amigos y echarme novia o, al menos, perder la virginidad.

    El 1992 terminó a lo grande: el ayuntamiento de Cacém organizó un concierto gratuito, en el mismo centro del pueblo, con la banda Ena Pá 2000, dentro de las celebraciones navideñas. El concierto se llevó a cabo en una carpa de circo. Nosotros, los Molino Boys, que éramos alrededor de 15 tunantes fuimos de los primeros en llegar y escogimos quedarnos en la parte de arriba de unas gradas de madera, que los de seguridad avisaron, una y otra vez, eran frágiles y que no podíamos saltar.

    El concierto fue una pasada. Conozco bien el trabajo de la banda y tengo un casete que oí cientos de veces. Cuando tocaron la canción Hon-Hin-Hon la multitud se volvió loca, pues ellos dicen en el estribillo:

    "Me siento muy bien cuando te veo,

    tus ojos merecen un beso.

    Me siento muy bien cuando estoy en Cacém,

    lo paso muy mal cuando estoy en Funchal"

    Estaba en éxtasis. Allí estaba yo, rodeado de mis colegas, viendo a una de mis bandas preferidas y, además, cantando aquella canción que habla de Cacém. Pero casi se armó la marimorena, o mejor, el circo casi se vino abajo cuando tocaron el éxito: És Cruel. Todo el mundo saltaba y, tanto los de seguridad como la misma organización, habían dicho que los que estábamos en las gradas no podíamos saltar, pero era imposible y lo inevitable sucedió. A mi lado, de tanto saltar, la tabla de madera se rompió y Mota, Aloisio y Matias fueron a parar al suelo, yo me salvé por los pelos. No hubo daños físicos, ninguno de los tres se hizo daño. No obstante, el concierto paró, el cantante, Manuel Joao Vieira, preguntó si estaba todo bien, contestamos que sí y la música siguió. Durante el resto del concierto, se pusieron unos diez seguratas a nuestro alrededor, por miedo a que volviésemos a liarla.

    Salimos del concierto como lobos, aullando y corriendo por todos los lados, pero sin rumbo. Rompimos retrovisores de coches, prendimos fuego a contenedores, insultamos a cualquier transeúnte que pasaba y gritamos una y otra vez: Molino Boys. Siempre llevo encima sprays y rotuladores y escribí en varios lugares el nombre de nuestra pandilla. Debo reconocer que, cuando estoy en grupo, pierdo por completo los papeles, me vuelvo más agresivo, incentivo a los chicos a romperlo todo, no consigo controlarme ni tampoco reconocerme.

    Cuando fuimos a coger el autobús para volver a Mira-Sintra, menudo follón montamos en la parada, tanto que las personas que estaban esperando el autobús se asustaron. Algunos incluso decían que iban a llamar a la policía, pero, al final, vino el autobús y los 15 maleantes entramos. Decidí usar un ticket que ya había usado y ver si el chófer no me decía nada, y no dijo nada. Ante todo, él, al ver a aquella gentuza entrando, mostró miedo de que fuéramos a destrozar su vehículo. El alboroto siguió en la parte de atrás del autobús: voces, patadas, jaleo y yo escribiendo en todas partes: Molino Boys. Hasta que el chófer paró el vehículo en una parada y a voz en grito dijo: u os calláis de una puta vez o bajáis aquí y llamo a la policía. Los demás pasajeros aplaudieron el coraje del chófer y nos miraron con desdén. Nos tranquilizamos. Sin embargo, me pareció que la audacia del conductor fue demasiada, ¿pero qué coño se le pasó por la cabeza? ¿Con quién pensaba que estaba tratando? Esperamos como niños bien educados hasta llegar a Mira-Sintra y cuando salimos, empezamos a dar voces, a golpear el autobús y, hubo incluso quien fue a escupir al chófer, que cerró las puertas enseguida y se quedó mirándonos con desprecio. Me uní al jaleo, le llamé de todo y pateé las puertas del autobús con rabia.

    Unos pocos querían ir a coger piedras y tirarlas al autobús, cuando tuviese que pasar por la calle, pero yo intenté apaciguar la situación, diciendo que a lo mejor el chófer iba a llamar a la policía y tendríamos problemas. En realidad, ya no me gusta tirar piedras ni a autobuses ni a trenes, creo que he madurado en este aspecto, también ya tengo casi dieciséis años. Además, mi madre trabaja limpiando trenes y tengo miedo de ir a tirar piedras a los trenes y que ella, por casualidad, esté dentro limpiando. Hace un año andábamos tirando piedras a los autobuses que pasaban por nuestra calle y el ayuntamiento decidió cancelar los autobuses hasta Mira-Sintra. Pues, si Mira-Sintra ya estaba alejado de todo, si no hay autobuses nos quedamos todavía más aislados. Por esa razón, decidí convencer a mis colegas de no tirar más piedras. Mi padre, que trabaja en Lisboa, se quejaba de tener que levantarse una hora antes e ir caminando hasta la estación ferroviaria. Un día dijo:

    - Ya me gustaría saber quiénes son esos vándalos que andan por ahí dañando los autobuses. ¿No seréis tú y tus amigos, verdad, Gonçalo?

    - ¡Claro que no! - dijo mi madre. - Seguro que son esos gitanos que malviven por ahí.

    El día siguiente al concierto, cuando estábamos comiendo, mi hermana – que también había ido al concierto – preguntó:

    - ¿Os caísteis de las gradas?

    - Sí, fueron sólo tres, pero no pasó nada. ¿Nos viste?

    - No, pero oí a unos imbéciles gritando Molino Boys y me imaginé que seríais vosotros liándola.

    - Ya, sí, éramos nosotros – dije con orgullo.

    Mira-Sintra es un barrio que está separado de Cacém por un bosque. Este bosque, al que llamamos la jungla, es el lugar donde paso gran parte de mi tiempo con mis colegas. Ahora, hemos construido una chabola con ramas de eucalipto, para poder pasar las tardes allí charlando, pero hemos visto que, cuando llueve, entra agua en algunas partes. Así que, hemos puesto moquetas y alfombras en el techo. Esas moquetas las encontramos en los contenedores de la basura que hay en el barrio. Además, hemos traído también de los contenedores sillas, sofás y mesas que la gente ya no quería y tiraron a la basura. ¡La chabola está de puta madre!

    Hay muchos chavales que vienen de Cacém y cruzan la jungla para ir al colegio que hay en Mira-Sintra. Algunas tardes realizamos batidas a esos chavales para robarles las carteras. El dinero que juntamos de esos asaltos sirve para comprar tabaco y jugar al futbolín en el bar Oliveira. Sin embargo, cabe señalar que ya estoy cansado de esos atracos y me dan pena los críos a los que robamos, es más, yo mismo fui asaltado varias veces, incluso en aquel bosque y sé la humillación que los chavales pasan.

    El otro día, después de un asalto a un par de críos, fuimos a gastar la calderilla en un futbolín. En esto, Pelé dijo que la parte de bajo de la asociación El Molino estaba abierta. Pues, la asociación es un edificio que está en nuestra calle, y es dirigida por los socios y apoyada financieramente por el ayuntamiento, tiene como objetivo incentivar el deporte y la convivencia entre los vecinos. Son ellos quienes gestionan la cancha de futbol y el parque infantil que hay en la calle. El edificio de la asociación tiene dos plantas. La parte de arriba es un bar, mientras que en la planta baja está el futbolín y una mesa de billar. Alguien de la asociación se había olvidado de cerrar la planta baja. En cuanto supimos que estaba abierta, nos aprovechamos de la situación. Entramos, dimos la vuelta al futbolín y nos quedamos con las pelotas, después tapamos las porterías con cartones para que las pelotas no cayeran y nos quedamos jugando toda la tarde. Otros aprovecharon para jugar al billar. Todo iba de maravilla, excepto por un pequeño detalle; yo llevaba rotuladores en el bolsillo y pinté en la pared Molino Boys. Otros quisieron hacer lo mismo y tampoco hubo problemas. Sin embargo, la situación se torció cuando Gitano escribió en la mesa de billar su apodo, o sea, no hacía falta ser muy avispado para saber que el hombre que gestiona el local, al ver aquellas pintadas, llegaría tranquilamente a la conclusión que Gitano había estado ahí. Seguramente se lo diría al padre de Gitano, que digamos que no es una persona pacifista y desde luego daría una paliza a mi amigo. Y fue lo que pasó.

    Para empeorar la situación, el dueño del bar quiso llamar a la policía para presentar una denuncia, pero los socios, entre ellos mi padre, persuadieron al hombre a encontrar una solución a aquel vandalismo sin llamar a los maderos. Llegaron a un acuerdo y ahora tenemos prohibido entrar en el edificio o jugar en la cancha. Yo intenté irme de rositas y le dije a mi padre que era inocente, que ni siquiera estaba en el lugar de los hechos, pero hubo una vecina muy Maruja que estaba en la ventana y me identificó como uno de los delincuentes.

    Hubo un fin de semana, que fuimos a la chabola y vimos que estaba ocupada. Estaban allí los drogatas de nuestra calle, como Teixeira y Quim. Nos quedamos en tensión mirándolos.

    - ¿Qué coño hacéis aquí? - preguntó Mota, con cara de pocos amigos.

    - ¿Esto es vuestro? - dijo Quim. - ¡Está muy chulo!

    - Sí, pero es nuestra – volvió a decir Mota, sin mostrar miedo.

    - Vale, pero podríamos compartirla, ¿no? - volvió a hablar Quim, encarándonos.

    Se hizo el silencio hasta que Pelé dijo:

    - No pasa nada, podemos compartirla, pero aquí no hay caballo ni otras drogas.

    - Sin problema, negrito, aquí nadie se droga, ¿verdad? - y se rio, esperando que Teixeira y compañía hiciesen lo mismo y todos se rieron, excepto nosotros.

    A partir de ahí, se hizo, de nuevo, un silencio incómodo entre las dos pandillas – nosotros que tenemos entre quince y dieciocho años y ellos que ya pasan todos los veinte. Poco a poco, el ambiente se fue despejando, con algunos chistes aquí y allá, hasta que ellos decidieron irse, pero no sin antes amenazarnos con prender fuego a la chabola, pero no querían hacerlo, sólo querían compartirla

    Carnaval y espiritismo – domingo, 25 de abril de 1993

    No tenía ganas de ir al pueblo de mis padres, Lentiscais, pues cada vez me aburro más allí, pero ellos no me dieron otra opción y tuve que ir. Sin embargo, cabe señalar que fue el mejor carnaval de mi vida. Conocí mejor a mis primos Dani y Zeca y pasaron a estar en mi top 20 de mejores amigos.

    Todo empezó cuando mi primo Tó-Zé y yo decidimos ir a dar un paseo por los campos de Lentiscais, hasta que él me dijo:

    - ¿Echamos un vistazo a aquella casa?

    Era una casa que estaba un poco alejada del pueblo, junto a una de las entradas de la localidad. Le dije que sí. Cuando íbamos en dirección a la casa, Tó-Zé decidió subirse a un muro, de esos típicos muros de la zona, hechos de piedra, y caminó por él. Después de unos metros, se resbaló y se cayó, golpeándose la barriga contra el muro. Hice un esfuerzo para no reírme, ¡pero qué gafe es mi primo! Siempre le ocurre algo de ese estilo. Le ayudé a recomponerse y seguimos en dirección a la casa.

    Aquella villa era enorme, tenía un jardín amplio y estaba todo cerrado.

    - Tó-Zé, ¿crees que no hay nadie?

    - No, ellos viven en Francia. A ver si hay algo abierto.

    - Vale – le dije.

    Había muchas ventanas, pero estaban todas cerradas a conciencia, Tó-Zé y yo intentamos forzar alguna, pero era imposible. Dimos vueltas alrededor de la casa a ver si había alguna apertura, siempre con cuidado de que nadie nos viera, hasta que Tó-Zé decidió subirse al primer piso, a un balcón enorme que se prolongaba por la fachada de la parte de atrás de la villa. Me quedé en el suelo, vigilando

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