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Los colores de una mujer
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Libro electrónico155 páginas2 horas

Los colores de una mujer

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En esta obra, la protagonista y autora nos narra, mediante anécdotas, los esfuerzos realizados en su entorno familiar y laboral, sobrevolando su existencia, en ocasiones opaca, por su condición de mujer.
La autora hace una defensa apasionada de los derechos e inquietudes de las mujeres de su época para poder ser protagonistas de su propia historia.
Bucea en el pasado, buscando sus raíces para justificar su conducta.
Y rompiendo la barrera del tiempo nos traslada al futuro, donde presenta, novelando, a sus descendientes.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 jun 2019
ISBN9788417990268
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    Los colores de una mujer - Naty Santigosa Colomer

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Naty Santigosa Colomer

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    ISBN: 978-84-17990-26-8

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    Dedicado a mi compañero de viaje

    PRÓLOGO

    El libro que os entrego es un guion, la preparación de un trabajo futuro que será mi novela: Los colores de mi vida, Una mujer y sus colores, Los colores de una mujer… Ya pensaré el título… Es un documento de trabajo. Un documento abierto. Podéis elegir entre:

    Tirarlo sin leer.

    Guardarlo.

    Continuarlo.

    Desarrollar una parte.

    Desarrollar un personaje.

    Dar ideas.

    Motivar un debate…

    En resumen, añadir o modificar lo que os apetezca. El lector no es pasivo, porque puede variar aquello que no le guste. Puede ser el inicio, para alguno de vosotros con más talento que la autora de este guion, de un camino literario, en caso de que se entusiasme con la idea. Os aseguro que merece la pena. Además de una terapia, es una actividad apasionante.

    Os animo a que hagáis un viaje por el mundo de la creación literaria, porque es una experiencia que llena de satisfacción.

    Así que, ¡ánimo!

    PRIMERA PARTE

    CAPÍTULO PRIMERO

    GRIS Y SEPIA

    Todo empezó allí, en Los Cuartillos, en la casa que alquila mi hermana Ángeles en Cabo de Gata, los veranos, junto a la nuestra, donde llevamos veraneando cuarenta y seis años. Primero la alquilamos, cuando eran unas casitas de pescadores, en un estado lamentable, pero la fuimos arreglando y acomodando para hacerla habitable. Más tarde y con muchos problemas logramos comprarla, sin agua, sin luz, y con la necesidad de tirar las paredes para hacerla de nuevo. Quedó monísima y fue y sigue siendo, para nosotros, un lugar idílico, que no cambiamos por ningún otro, por lujoso que sea.

    Y allí, en nuestros queridos Los Cuartillos, una tarde calurosa de agosto, durante la siesta, hablando de épocas que habíamos vivido juntas, cuando éramos jóvenes y, más tarde, en Murcia, surgió el tema de la convivencia tan entrañable que habíamos tenido siempre.

    Merche al recordar su niñez, dijo:

    —Tía, no te recuerdo, ni te veo en aquella época. Para mí, es como si no hubieras existido, solo veo a mi tío Juan, y creo que su enorme personalidad y su carisma hacen que tu figura no se viera, por el resplandor de la del tío. Es ahora, que él no está, cuando te he descubierto y te estoy conociendo.

    Al principio, al oír estas palabras, me desagradó y no le di mucha importancia. Pero más adelante, noté que mis hijos, cuando hablaban de su niñez, siempre comentaban:

    —Como papá decía…

    —Papá hacía…

    —¿Os acordáis cuando con papá...?

    Yo tampoco existía en sus recuerdos, ni recordaban mi figura a su lado, era invisible. Y… curiosamente, si me forzaba para recordar, tampoco yo me veía con claridad.

    Y… empecé a preguntarme: ¿Tan poca personalidad y fuerza tenía como para no haber influido ni participado en la educación y cuidado de mis hijos? Tenía que intentar descubrir cómo había sido mi actuación en cada momento. Tenía que poner luz en las sombras, iluminar las bambalinas del teatro de mi existencia, tenía que, sin apagar las luces de Juan, dejar que mis luces iluminaran mi vivencia y mis recuerdos. No para mostrarlas a nadie, sino para mí, para verme yo, para juzgarme, para ver si esos recuerdos eran míos o, por el contrario, eran reflejos de la época y de los personajes que me rodeaban y que en la actualidad algunos de ellos contaban, como si fueran los protagonistas, y frases, que yo creía eran mías, las ponían en sus labios.

    Solo eso, solo quería verme yo, y aclarar qué cosas eran mías y cuáles no. Retocar, como si se retocara un cuadro, las escenas de mi vida. Iluminar mis vivencias para separarlas de las que no me pertenecían.

    Fue un día 5 de mayo de 1935. ¡Maldita fecha! Cuando en Almodóvar del Campo mi madre me parió en medio de un gran problema familiar. Mi tío Pepe, padrino Pepe lo llamábamos, porque era padrino de mi hermana mayor, Mari Loli, y que era director del Banco Español de Crédito, hizo un desfalco para entregar el dinero a la República española, ya que su pareja o novia, Jesusa, miliciana y amiga de Azaña, el Presidente del Gobierno de la Segunda República, lo convenció para realizarlo.

    Mi tío Pepe vivía con sus padres en Almodóvar, y mi madre, para dar a luz, marchó hasta allá para estar con su madre. Y allí, ese día de mi nacimiento, vino la policía y se llevó a mi tío a la cárcel.

    Cuando yo nací, mi hermana Mari Loli tenía dos años. Era rubia con ojos azules y preciosa, la muñeca de la familia, y tenía luz propia, lo que me hizo a mí más opaca. Yo era una niña que lloraba a todas horas y que además no era un niño, que era lo que a mis padres les hubiera gustado que hubiera sido.

    Cuando se hablaba de aquella época, todo era contar gracias de mi hermana y llantos míos. Y mi madre repetía: «¡Qué despertar tuve de tu parto! ¡Qué horror!». Y además, no decía ni contaba por qué había sido un horror. Así que yo siempre pensé que era yo el horror, porque no era tan bonita como mi hermana.

    En Melilla vivían mis tíos, Lola, hermana de mi madre, y Constantino, su marido, a quienes llamábamos padrinos por serlo de casi todos los primos. Eran los jefes de la familia, que creían tener derecho a liderar al grupo familiar por haber gestionado, alguna vez, una ayuda monetaria.

    Padrino Constantino era también director del Banco Español de Crédito en Melilla. Opuesto a padrino Pepe, era de derecha recalcitrante y una autoridad en la ciudad y, junto al Alcalde y al Arcipreste, párroco de la Iglesia del Sagrado Corazón, formaban un trío que manejaban los hilos de la política ciudadana. El dinero, el poder político y la Iglesia, aliados para dirigir, sin problemas ni oposición, a los ciudadanos. Se vivía en una dictadura surgida tras el golpe de Estado.

    El 17 de julio se conoció en Madrid que había habido una sublevación militar en África, en el Protectorado español, y el 18 de julio de 1936 se extendió a la península este Golpe de Estado, que fue seguido de una guerra civil que duró hasta 1939, cuando se instauró en España el régimen franquista tras derrotar a la República.

    En plena guerra, Mari Loli y yo fuimos a Melilla con nuestros abuelos a pasar una temporada y, por causas que todavía no conozco, mi hermana se quedó en Melilla con los padrinos y yo marché con mis abuelos a Jerez de los Caballeros. Fuimos a través de Gibraltar y, aunque era muy niña, recuerdo el viaje como una película en blanco y negro con el barco a media luz, para no ser visto por la armada republicana, que vigilaba el estrecho. Mi abuelo, muy elegante, con sombrero de paja, y mi abuela, cuidándome para que no me cayera, al corretear por la cubierta del barco. Yo los adoraba, los llamaba Papá Emilio y Mamá Lola. Recuerdo el salón donde comíamos, lleno de gente, y las risas de todos cuando yo intenté mover un sillón que, como es costumbre en los barcos, estaba fijo al suelo. Creí morir de vergüenza y quería desaparecer.

    Según me contaban, yo era muy cabezona y, cuando me enfadaba, tiraba las sillas con las patas hacia arriba. Cuando me hacían ponerlas derechas, decía muy enfadada que no. Entonces mi abuelo, con paciencia, intentaba corregirme, diciéndome:

    —Tú sola las pones bien, ¿verdad?

    Yo contestaba.

    —¡Contigo, tampoco «quero»!

    En Jerez, mis padres añoraban a mi hermana, pero no se podía ir a Melilla ya que la guerra dificultaba las comunicaciones. Los bombardeos a la plaza de Soberanía hacían imposible el ir a por ella, y mis padres lloraban por no tener a su niña en casa.

    Yo, en Jerez, mientras, creciendo en un ambiente de enfrentamientos entre familias, con denuncias entre vecinos, fusilando a todo aquel que fuera del bando contrario o lo pareciera, aunque a veces eran rencillas entre familias más que cuestiones políticas.

    En Jerez vivíamos enfrente de la cárcel y me salía a jugar con el miliciano que estaba en la puerta de guardia y que me dejaba su fusil. Mi madre se horrorizaba y el soldado le decía.

    —Señora, no funciona. ¡Ni siquiera tiene balas!

    La llegada a Jerez de las camisas azules de la falange fue terrible, fusilando con juicios sumarísimos a aquellos que habían pertenecido a un partido o por denuncias, a veces por venganza. La cárcel se llenó de rojos, que eran fusilados en el cementerio y en el campo del moro, en frente de mi casa. Recuerdo a mi madre gritando de horror cuando los veía subir la cuesta para ser fusilados. Era una guerra civil y, como todas ellas, con el agravante de ser entre hermanos.

    En este escenario bélico y posbélico, crecí siendo una niña difícil, que no cuidaba sus cuadernos ni sus juguetes. Era un desastre. Me rompía la ropa jugando en la calle, y los zapatos, a veces, tenía que atarlos al pie para volver a casa, de lo rotos que los tenía.

    El día 1 de abril de 1939, la guerra terminó con la victoria de Franco y mis padres fueron aval de muchos republicanos, que hubieran sido fusilados sin su mediación.

    Junto a los problemas de vivir una contienda tan dura, surgió un problema laboral. Por un comentario hecho por mi madre a una amiga sobre la conducta de

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