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Crónicas del Ocelote y la Venada
Crónicas del Ocelote y la Venada
Crónicas del Ocelote y la Venada
Libro electrónico217 páginas3 horas

Crónicas del Ocelote y la Venada

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“Crónicas Del Ocelote Y La Venada” son anécdotas de la vida de su autor, donde narra con su muy particular estilo, cómo fue para él ser el hijo menor en el seno de una familia disfuncional de clase alta, viéndose a sí mismo como un Zorrezno, y hablando principalmente del Ocelote, un padre distante y prepotente y la Venada, una madre amorosa pero completamente ajena a la realidad de sus hijos con un punto de vista sobre la vida, que podría inquietar a los más tradicionalistas.
Un libro completamente juvenil que sin ser de autoayuda, nos hace reflexionar sobre cómo son las relaciones familiares y saber sortear los malos momentos con una hilarante carga de humor negro.

IdiomaEspañol
EditorialGRP
Fecha de lanzamiento15 nov 2018
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    Crónicas del Ocelote y la Venada - Pablo Zuack

    © Pablo Zuack.

    © Grupo Rodrigo Porrúa, S.A. de C.V.

    Lago Mayor No. 67, Col. Anáhuac,

    C.P. 11450, Del. Miguel Hidalgo,

    Ciudad de México.

    (55) 6638 6857

    5293 0170

    direccion@rodrigoporrua.com

    1a. Edición, 2018.

    ISBN: 978-607-8550-56-2

    Impreso en México - Printed in Mexico.

    Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio

    sin autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

    Características tipográficas y de edición:

    Todos los derechos conforme a la ley.

    Responsable de la edición: Rodrigo Porrúa del Villar.

    Corrección ortotipográfica y de estilo: Graciela de la Luz Frisbie y Rodríguez /

    Rodolfo Perea Monroy.

    Diseño de portada: Erick Guevara.

    Modelo: Esperanza Morett.

    Diseño editorial: Grupo Rodrigo Porrúa, S.A. de C.V.

    Las cosas quizá no son como sucedieron, sino como yo las recuerdo.

    El Zorrezno

    A MIS PADRES

    EL OCELOTE Y LA VENADA,

    ESPERO QUE NO SE ESTÉN

    RETORCIENDO EN SUS TUMBAS

    POR EVIDENCIARLOS EN ESTE LIBRO.

    A ALDROVANDI

    DE QUIEN CASI PIERDO SU AMISTAD POR

    LA PUBLICACIÓN DE ESTE LIBRO.

    Estas anécdotas forman parte de un catálogo de vida, en donde expreso con la fidelidad de un recuerdo, sucesos singulares de una familia atípicamente disfuncional, y están en desorden porque así son las memorias.

    Los personajes recurrentes son:

    Mi Padre, el Ocelote.

    Mi Madre, la Venada.

    Mi hermano mayor, Beto, El Cacomixtle.

    Mi única hermana, Rosana, La Iguana.

    Mi hermano de en medio, El Delfín.

    Y yo, El hijo menor, El Zorrezno.

    Además aparecen los abuelos maternos:

    Papá Pío, El Gallo

    Mamá Chatita, la Tití.

    Mi padre era un Ocelote, rapaz, cazador, valiente, divertido, hilarante y explosivo; mi madre una Venada de dulce sonrisa con mirada tierna y poseedora de una tranquilidad angelical. Mi inocencia terminó el día que soñé que en el jardín de mi casa junto a las caballerizas, el Ocelote se comía a la Venada.

    •●•

    Mi madre, la Venada, no estaba loca, simplemente quería vivir, por eso en las fiestas bailaba y cantaba las de Sarita Montiel, parada sobre la mesa de centro de la sala, el clímax era siempre El relicario y al final, lloraba.

    •●•

    Cuando era niño, yo, El Zorrezno, recuerdo que una vez se nos perdió una sirvienta en el ala este de la casa, por las noches la oíamos gritar, pero nunca la encontramos.

    •●•

    Un día llegué con mi madre, La Venada, y le dije que todos éramos iguales, ella soltó una carcajada sonora y me preguntó: ¿Quién te ha dicho esa mentira?, en la escuela, le dije. Eso no es cierto, replicó. Todos somos diferentes y así debemos querernos, nuestro amor de seres humanos debe estar en nuestras diferencias y no en nuestras similitudes. Sabia ella, tenía razón.

    Mi padre, El Ocelote, era un hombre muy inteligente con un severo trastorno bipolar, en un momento era un energúmeno monstruoso que gritaba por todo, mientras que en otro, era un ser divertido y ocurrente del cual heredé su risa sardónica. Un día le dije que quería ser actor y me replicó que eso era para putos y drogadictos, yo le dije pero yo no me drogo, y él, hizo el coraje de su vida.

    •●•

    Una vez mis hermanos Rosana, La Iguana, y Beto, El Cacomixtle, cuando eran muy niños de 7 a 8 años, le dijeron a mi mamá, La Venada, que se iban a ir a Acapulco. Mi mamá que hacía cosas verdaderamente importantes, respondió: Sí mijita, váyanse. Así que se llevaron una maleta, que por cierto no tenía ropa sino a mi hermano Nacho de bebé. Cuando mi mamá los encontró, ya estaban en un taxi que arrancaba, según el taxista, rumbo al puerto.

    •●•

    Cuando era niño, yo El Zorrezno, me bañaba en la tina con mi hermano Nacho, él era Flipper y yo Sandy, el amigo de Flipper. Cuando él se echó el clavado a la tina, yo me pegué con el tubo de la llave del agua. Cuando mi mamá, La Venada, llegó, yo estaba boca abajo con toda la sanguaza alrededor, mi hermano el Delfín, ya no estaba. Días después mirándome al espejo me vi la marca que el evento me dejó cerca del ojo derecho, y sobre ella caminaba una hormiguita, durante algún tiempo pensé que esa hormiguita era la que me había dejado la cicatriz. Hoy lo recuerdo porque ayer tuve un accidente que me dejó otra marca, pero en el lado izquierdo.

    •●•

    Cierta vez, mi papá, el Ocelote, me dijo que en esta carrera (la artística) todas las mujeres eran prostitutas y los hombres homosexuales, y yo le pregunté: Y entonces, si todos son gays, ¿con quiénes se acuestan las mujeres?, cabe decir que no le gustaba mucho que le corrigieran.

    •●•

    Mi papá, el Ocelote, tenía un hotel en la calle de Río Rhin, en la colonia Cuauhtémoc, donde llegó a vivir Pita Amor, que daba paraguazos e insultaba a todo el que se le ponía en frente, menos a mí, por eso me mandaban a decirle todas las malas noticias, si las hubiera. Un día llegó en ropa interior al lobby e iba hacia la calle, cuando le dije que estaba en calzones, ella me miró altiva, ingrata, desdeñosa, y me dijo soberbia: Así salgo yo, ¿qué no ves que hace calor?, y se regresó a su cuarto para salir completamente vestida.

    •●•

    La Venada aseguraba que aquellos que no creían en Dios eran más propensos a sentir desasosiego o depresión al no tener consuelo en el alma, mientras que El Ocelote decía que él gracias a Dios, era un ateo alegremente apóstata.

    A la muerte de mi padre, el Ocelote, mi madre, la Venada fue una mujer obesa, alcohólica y fumadora, un día dijo: Ya no más". Y dejó el alcohol, los cigarros y se puso a dieta, lo que la transformó en una mujer despampanantemente guapa, que iba, ahora sí por su segunda oportunidad en la vida. ¿No merecemos todos, una nueva oportunidad?

    •●•

    Las viejas metiches las hay en todos lados. Una vez, cuando estábamos en el condominio de Miami, La Venada, mi mamá, y sus amigas, jugaban bridge a la orilla de la alberca y una de ellas me preguntó con bastante oquedad, si mi papá era católico, yo tan pequeño como era le contesté categórico y preciso: No, es arquitecto, todas soltaron sus histéricas carcajadas y mi padre, El Ocelote, cuando se enteró no se rió, me miró con un gran orgullo, yo no entendía en ese entonces que mi papá era ateo y mi madre logró entrar sin problema al selecto grupo de millonarias caribeñas.

    •●•

    El Ocelote, adusto como fue, era incapaz de demostrar cariño, es por eso que nunca sentí un abrazo suyo, lo bueno es que La Venada abrazaba por dos.

    •●•

    Mis padres, El Ocelote y La Venada, se preocupaban de que El Delfín se resguardara en lo más recóndito del jardín, este aseguraba con gran severidad que había un lobo que se convertía en hombre y se quedaba ahí, mirándolo fijamente, esa imagen ha sido recurrente en su vida.

    •●•

    En mis andanzas teatreras, yo El Zorrezno, conocí a un chico que era trapecista de un circo, era hijo de un hermafrodita y dos hermanos siameses, el pobre no sabía cuál de los tres era su padre. Era muy desdichado el día del padre.

    •●•

    Mis hermanos mayores, Nacho El Delfín y Beto El Cacomixtle, siempre me buleaban, así que una vez en la casa de Acapulco, por buscar refugio, me quedé atorado en la parte trasera de la escalera de aluminio, donde mi cabecita se asomaba por entre los peldaños. Para cuando se dieron cuenta los demás, ya habían pasado varios minutos. Mi madre, La Venada, gritaba, mi Padre, el Ocelote, se quedó sentado a ver qué pasaba ya que los tíos habían corrido en mi auxilio y uno era médico. Por fin, después de 40 minutos lograron zafarme; mi mamá me prohibió meterme a la alberca, pero a la media hora ya estaba adentro, El Delfín y El Cacomixtle ya no me molestaron más...

    •●•

    Habían invitado a la casa a unos muy amigos de Miami: Bob e Ira. Ella era una de esas mujeres que por aburrimiento pintaba: y como quería ser clasicista pues era muy mala; ya había hecho un retrato de La Venada y mi papá era el siguiente, así que previendo la vergüenza de verse plasmado en ese paño, El Ocelote le compró un lienzo de 3 X 4 metros y varias latas de pinturas vinílicas en diversos colores, para mantenerla ocupada y que hiciera una gran obra. Ira, con la emoción de una colegiala en su primera cita, llegó a las caballerizas, extendió la tela, abrió todos y cada uno de los botes de pintura y comenzó... O mejor dicho terminó, porque se fue a dormir muy cansada. Durante la noche El Conor y La Cometina, los dóberman de la casa, jugaron sobre el lienzo, tiraron las latas de pintura y el perro se tiró a la tela y se restregó de un lado a otro como los canes que se desperezan en la cama, así que a la mañana siguiente, tal cual como los duendes del zapatero, la pintura ya estaba hecha, era de un abstracto de vibrante policromía con reminiscencias míticas, que el mismo Nierman envidiaría. Limpiar al Conor fue un trabajo de casi una semana, mientras que la Cometina sólo se había manchado la base de sus patitas, muy pulcra ella. Después, El Ocelote enmarcó el cuadro y lo llevó a la galería de su Hotel en Rhin, previa discusión con Ira de que el cuadro debía firmarlo ella porque fue la que puso el lienzo y las pinturas a disposición de los canes y mi papá, siendo el que compró el material y poseía a los perros, tenía los derechos sobre la obra; de modo que el cuadro se vendió a las dos semanas firmado por Conor Dóberman en la cantidad de $10,000 pesos de 1978. Ira se regresó a Miami muy indignada y los perros no volvieron a pintar.

    Mi hermano Nacho, El Delfín, gustaba de correr con su Pony en la azotea de la casa, sin embargo su afición terminó cuando puso vallas de obstáculos y ambos terminaron en la alberca.

    •●•

    Junto a la mansión de San Ángel, teníamos un antro de mala muerte muy de moda, el Metrópolis; algunos de sus clientes llegaban a colocar sus autos en la entrada de la casa, lo cual enfurecía a mi padre, El Ocelote. Era tal la rabia que le daba, que les exigía a gritos a los cadeneros que retiraran inmediatamente los vehículos, sobajándolos con la violencia moral de la que era capaz, y la mayoría de las veces retiraban los vehículos de modo que mi papá pudiera entrar y salir de su residencia a sus anchas. Un mediodía, antes de salir a dar sus clases en la Universidad, El Ocelote se encontró un auto en la puerta. Fue a buscar a los cadeneros los cuales no estaban, buscó al gerente y no estaba, quiso hablar con algún mesero y no estaban, en su lugar había una de esas producciones de telenovelas de Televisa en donde todos corren de un lado a otro y nadie hace nada; pidió que le quitaran el auto de su entrada y lo tiraban de a loco pues no portaba gafete de la empresa, El Ocelote, ya para entonces, estaba morado del coraje, se subió al escenario de la disco y tal cual, a gritos paró la grabación. La Sra. Daniela Romo dejó de cantar, José Rendón dejó de dirigir, mientras la gente de Emilio Larrosa dejaba de producir, mirándolo atónitos y patidifusos. Aprovechando el silencio, mi papá exigió, a gritos por supuesto, que le retiraran el vehículo de su puerta inmediatamente y así lo hicieron. Una hora después, Daniela Romo siguió cantando la entrada de El Camino Secreto. Cuando le dije a mi papá los miles de pesos que costaba una hora de grabación en ese entonces, él me dijo: Pues les salió barato.

    •●•

    La primera vez que La Venada escuchó en canal 5 la palabra güey dicha por Adal Ramones, se le cayó la cara de vergüenza ajena, y comentó categóricamente que ese era el inicio del declive de la televisión abierta, al parecer tenía razón.

    •●•

    El Ocelote y La Venada discutían por todo, a veces por cosas de gran importancia y otras realmente insignificantes. En uno de los pleitos él le dijo Vieja gonorréica y ella lo defenestró, afortunadamente el borde de la ventana detuvo la fatídica trayectoria. El Ocelote salió corriendo con unos hilitos de sangre, para gritar con desesperación por toda la casa que ella lo quería matar; mi abuela, La Tití, (que acababa de sufrir la muerte de su esposo, El Gallo) le curó las heridas; yo, El Zorrezno, lloraba de un lado a otro lleno de desesperación, aunque no recuerdo si era porque lo quiso matar o porque no lo logró. Cuando la Tití inquirió su hija, le dijo que estaba harta de los maltratos e insultos de mi papá, a lo que la abuela le replicó: Para eso son los maridos, para insultarnos y maltratarnos, La Venada contestó: Pues para eso son las ventanas. Esa noche El Ocelote y La Venada durmieron juntos en la misma cama, como siempre.

    Creo que ya he dejado claro la molestia que le causaba a mi papá, El Ocelote, que alguien se estacionara en la puerta de la casa; así como las reacciones furiosas y violentas que podía llegar a tener. En una ocasión, cuando se estrenaba Batman, la película de Tim Burton, iba a ser expuesto el Batimóvil en Plaza Inn, como parte de su promoción. Se trataba de un centro comercial recién inaugurado justo enfrente de la casa y que nunca tuvo, ni tiene gran concurrencia. Así pues en lo que se ponían de acuerdo en dónde iba a quedar el lustroso vehículo, el Batimóvil, se estacionó en el único lugar libre: la entrada de la mansión de San Ángel. Cuando mi padre salía en bata y calzones para reclamarle a gritos al conductor (que supongo era Alfred, pero no lo vi), yo El Zorrezno, le pedí, le rogué, le supliqué, le imploré que no lo hiciera, que tuviera un poco de paciencia y decoro ante la importancia, que al menos para mí como coleccionista de cómics, tenía del héroe. Afortunadamente me hizo caso y no salió, no me imagino al encapuchado discutiendo con El Ocelote por la estacionada. Una hora después el auto ya estaba en su exhibidor y el héroe esa mañana no fue Batman sino... El Zorrezno, oséase yo.

    •●•

    La Venada, como siempre elocuente, me decía en cada uno de mis cumpleaños que me daba un abrazo de nueve dígitos, con su 1, su 2, su 3, su 4, su 5, su 6, su 7, su 8 y su 9, pero sincero.

    Mi familia, por parte de la Venada, mi madre, era de Tabasco, lugar al que llegamos a ir un par de veces para visitar a los parientes, mientras mi padre El Ocelote estudiaba las ruinas arqueológicas. En una de esas, recuerdo que hubo una gran comilona, se hicieron guisos que yo nunca había probado, el achiote, chaya y muste, perejil, epazote, cilantro, chipilín, chile amashito y la hoja de plátano daban a los platillos sabores insospechados. Pejelargarto, Ostiones al Tapesco, Sopa de Plátano Macho, Pollo en Chirmol, Pijije en Pipián, Longaniza Enjamonada y Tortitas de Camarón, entre muchas otras delicatessen y chocolate a todas horas y en cualquier momento; un festín de reyes y yo El Zorrezno, era un verdadero Príncipe Heliogábalo. Al anochecer La Venada dijo: Guarden todo, acuérdense que mañana no va a haber comida, y yo con senda cara de preocupación y angustia me dije: No... Cómo sin comer mañana Así que empecé a devorar todo otra vez como si no hubiera mañana, hasta que mi mamá vio mi desesperación e intrigada preguntó qué me pasaba y le dije: Es que no vamos a comer mañana, ella se rió con una de sus sonoras carcajadas y me dijo: No, que no vamos a hacer de comer, si ve todo lo que hay y efectivamente había comida para tres días más y sí, seguí comiendo. Lo que más recuerdo son los plátanos prensados, que no he vuelto a probar a pesar de haberlos buscado como loco, las veces que he regresado.

    •●•

    Muy joven, en mi época de actor semi-profesional, yo, El Zorrezno, tuve un pequeño grupo de teatro con mi amigovia Mónica Aléxica Bolaños. Las clases eran en una casa de un diputado, por fin llegó el día de presentarnos en un evento dominical en El Parque de las Arboledas, de la Delegación Benito Juárez, que estaba cerca de la casa donde ensayábamos. Se decidió que hiciéramos una rutina de payasos, preparamos los chistoretes, los pastelazos y los vestuarios dignos eso sí, para presentarse en un microbús. A la hora de la función, los chistes no entraron, los pastelazos no dieron risa y los vestuarios se rompieron. Ese día terminó el taller de teatro y por supuesto no volvimos a dar una función de payasos, no tanto por la vergüenza sino por la incapacidad de trabajar el género.

    •●•

    El Ocelote tenía unos terrenos que heredó de su padre en el Centro Histórico. Eran alrededor de media cuadra sobre la Calle de Guatemala, él pensó que era útil hacer unas pequeñas bodegas para los comerciantes de la región, pero a la hora de excavar para hacer los cimientos, el albañil le dijo que había cemento y que no podían cavar más. Viendo mi padre a lo que se enfrentaba dijo: Tapen todo y como si no hubiera nada, y así lo hicieron. Vendió todos sus terrenos en el Centro y a la semana unos trabajadores de Luz y Fuerza del Centro encontraban los vestigios del Templo Mayor y a la famosa Coyolxauqui, los terrenos fueron embargados por el gobierno y a un precio muy por debajo del valor del mercado. Mi padre era restaurador de monumentos arqueológicos, así que en el momento que le dijeron que había cemento, él supo perfectamente lo que en realidad era; y como no le gustaba perder, mejor se deshizo de todo. Por cierto que en esa época apareció en la sección cultural del Alarma, ¡claro

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