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Las Incandescentes Letras B
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Libro electrónico171 páginas2 horas

Las Incandescentes Letras B

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Información de este libro electrónico

La vida de Ranier da un giro violento cuando su mejor amigo aparece con un disparo y él es el principal sospechoso, por lo que tiene que declarar su versión de las cosas y contar detalles de su relación que preferiría no tener que dar a conocer. 
Sus historias discurren en la frontera, el mundo es caótico, los adolescentes hormonan y l
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 oct 2021
ISBN9786074107166
Las Incandescentes Letras B
Autor

Rafael Mendoza

Rafael Mendoza, nació en Venezuela en 1989, y tiene estrechos vínculos familiares con Colombia. Es licenciado en ciencias políticas con énfasis en administración y gestión de la Universidad Católica del Táchira, y es también licenciado en política internacional. Especialista en psicología y dinámica de grupos. Fue docente universitario, orador y conferencista. Actualmente reside en Bogotá.

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    Las Incandescentes Letras B - Rafael Mendoza

    Forro.jpg

    Las Incandescentes Letras B

    Rafael Alfredo Mendoza

    Ranier M.

    Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del <>, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendiendo la reprografía y el tratamiento informático.

    Las Incandescentes Letras B

    © 2021, Rafael Alfredo Mendoza, Ranier M.

    D.R. © 2014 por Innovación Editorial Lagares de México, S.A. de C.V.

    Gladiolas 225

    Col. La Florida

    Naucalpan, Estado de México

    C.P. 53160

    Teléfono: 55- 5240- 1295 al 98

    email: editor@lagares.com.mx

    Twitter:@LagaresMexico

    facebook: facebook.com/LagaresMexico

    Diseño de Portada: Pablo Lizardi

    Cuidado Editorial: Verónica Sánchez Mena

    ISBN Electrónico: 978-607-410-716-6

    Primera edición física septiembre, 2021

    Primera edición electrónica octubre, 2021

    Los personajes y hechos retratados en esta novela son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales es mera coincidencia.

    IMPRESO EN MÉXICO / PRINTED IN MEXICO

    "La juventud, aun cuando nadie la combata,

    halla en sí misma su propio enemigo"

    Hamlet

    Shakespeare

    Paraíso de Cristal

    El camino de regreso está siendo más largo y mucho más lento que de costumbre, usualmente hago unos treinta minutos desde la ciudad hasta las afueras donde viven mis abuelos, y aun así siento que se me acaba el tiempo y no puedo pensar en una buena explicación. Esta mañana salí de casa de mis abuelos, Eric pasó por mí y ahora estoy a punto de llegar de regreso, son las once y media de la noche y vengo con mi primo en el carro que se trajo sin permiso de mis tíos. Necesito una buena historia, pero no puedo pensar en nada, y es que yo mismo no estoy seguro de lo que pasó, o al menos no de cómo terminó todo y quizá por esto no puedo inventar algo como siempre. Mi primo viene haciéndome plática para no quedarse dormido al volante, pero no soy de mucha ayuda.

    — Güey, y te digo, el otro día que estaba mi apá con sus amigos jugando dominó tenía su música, ¿verdad? Sus cassettes de corridos y de rancheras. Ya sabes de cuáles, ¿no? Que de los Cadetes, de los Invasores, de Chayito Valdéz y mamada y media.

    — Simón a huevo, mi abuelo también siempre los pone.

    — Bueno, pues este día que te digo, mi tío Monchi le llega con un vinilo bien viejo, no sé, las fotos se veían como tipo setenteras, ¡y todos los rucos bien prendidos! Que porque pinche disco bien vergas y que bien raro y no sé qué tanto. El caso es que mi apá me pidió que le llevara el tocadiscos ahí al patio de atrás donde se ponen a jugar y que le conectara todo el desmadrito y ya ¿Verdad?, les puse el mentado disco y así güey, en cuanto sonó la primera rola que me quedo de ¡no mames!

    — ¿Qué?

    — Pues que la reconocí, pero no de que la hubiera oído antes, sino como que tenía algo que me sonaba bien duro. Y pues escuché unos compases más y ya, que caigo en cuenta.

    — ¿Qué? ¿Cuál era?

    Mi primo saca un cassette grabado de la caja de cassettes en el compartimento debajo del tablero del carro.

    — Mi apá me pidió que le grabara el disco en un cassette, oila.

    Lo pone en el estéreo del carro y comienza una música ranchera, un corrido de los que oyen nuestros tíos y abuelo.

    — ¡Ja! ¡Güey, no mames! ¡Qué pedo! ¿Es la de "Piedra"?

    — ¿Verdad?

    — ¿Quién es ese güey?

    — El vato se llama, o se llamaba porque según esto se acaba de morir el año pasado, El Charro Avitia.

    — ¡Órale! Qué loco.

    — Ya sé ¿No? Y la rola es como de finales de los setentas, Adiós penal de... no sé qué vergas se llama la rola, ahí va a decir ahorita.

    — ¿Y por qué la habrán usado estos güeyes? ¿Nomás por mamones?

    — Pues no sé, tengo una prima que es bien fan, yo creo que hasta grupi porque cuando han venido a tocar siempre se la llevan, se va con ellos a pistear, me ha enseñado fotos y todo. Bueno, dice que una vez les preguntó que qué pedo con esa rola, o sea que la neta sí está chingona, que a todos nos gusta pero que sí está rara esa parte del final ¿No? Rara chingona pues, y dice mi prima que estos güeyes le contaron que cuando apenas iban empezando, cuando todavía eran Las Insólitas Imágenes…, tocaban en festivales así pedorros, en colonias malandras tipo que cierran calles, y que tocaban bandas de todo tipo de música y cuando ellos tocaban los abucheaban pues, porque nadie quería oír rock, querían cumbias, rancheras y corridos; entonces estos güeyes hicieron una cumbia, la de La Negra y luego ésta, y desde entonces las tocan. Ya cuando se hicieron famosos pues las grabaron.

    — Chingón.

    Nos volvemos a quedar en silencio por un rato.

    — Igual y solo era verbo para cogerse a mi prima. No que necesitaran verbearla pero pues igual eso los hacía ver más barrio, ¿No?

    Al llegar y estacionarnos puedo ver que están las luces prendidas, seguramente están esperándome y yo no tengo nada, me iré con las verdades a medias.

    Apenas bajo del carro, mis abuelos salen por la puerta principal, se nota su preocupación y a la vez el alivio de verme llegar, pero sobre todo se les nota lo molestos que están conmigo, creo que nunca les había hecho esto antes, y es por eso que quise regresar y no quedarme en mi casa, como habría sido más fácil.

    — ¿Dónde estabas Ranier? ¿Por qué llegas a esta hora? Y, ¿Por qué no te pudimos localizar con Eric? ¿Qué no estabas con él? ¡Llamamos a su casa todo el día! Y a la de Tony. Tuvimos que molestar a la vecina para que nos prestara el teléfono! ¿Quién te trajo?

    — Sí abue, ¡perdón! Es que estuvimos en la calle todo el día, no estuvimos en su casa, y cuando Eric me iba a traer pues se peleó con su hermano y ya no le prestó el carro para traerme, por eso le pedí el favor a Fabián. Si te acuerdas de él, ¿Verdad? Es hijo de mi tía Aurora, el que vive en Lomas, se está quedando con ellos porque están fumigando su casa y ...

    Quise distraerla con los detalles, pero mi abuelo me interrumpe.

    — Ranier, deja de decir tonterías y entra ya. Muchas gracias Fabián, déjame darte para la gasolina, fue una vueltota la que te hizo dar este chamaco.

    Bueno pues sí, él no es tan fácil de distraer, igual estoy en problemas.

    Fabián se despide de todos, no acepta el dinero para la gasolina, conversan brevemente y se va. Yo tengo que contar mi historia unas cinco veces, cada vez voy dando un poco más de detalles; exactamente dónde estaba, qué comí, por qué no contestaba nadie en casa de Eric, o por qué nadie sabía de nosotros en casa de Tony, o de Carlos, o mis otros amigos con los que siempre estoy. Finalmente me mandan a dormir porque, para colmo, fue la peor noche para desaparecer así porque mañana es el primer día de mi último semestre en la preparatoria. Mañana nos entregan unas camisetas que mandamos hacer con los nombres de todos y que dicen en grande Salón 406-B / Generación 1996-2.

    Pero yo aún no puedo dormir, sigo preguntándome qué habrá pasado y si Eric estará bien.

    Esta noche había sido la peor de mi vida, y no puedo dormir, no deja de darme vueltas en la cabeza todo lo que pasó y todo lo que podría pasar. Me siento drogado. Por un momento bastante largo, dejo de pensar en esta noche y repaso la última vez que tuve esta sensación, viendo el techo de la sala de la casa de mis abuelos por toda la madrugada.

    Miguel es un amigo que hice por estos rumbos, lo conozco a él, a sus hermanos y a un grupo de sus amigos. La familia de Miguel tiene un rancho enorme justo frente al no tan enorme rancho de mis abuelos, el de Miguel es unas diez veces, tal vez quince veces más grande; de hecho, si te paras en un extremo no alcanzas a ver el otro. Miguel es de mi edad, quizá un año mayor, pero él tiene cuatro hermanos mayores, todos dedicados al trabajo de aquel rancho y a algo más.

    No pretenderé saber exactamente a qué porque no lo sé, pero lo que sí sé es que siempre he conocido, o hemos conocido sus amigos y yo, drogas nuevas a través de Miguel. Con él fumamos marihuana por primera vez, hashish y amapola, él nos enseñó la cocaína y hace un par de meses el cristal. Ésta fue la última para mí.

    Ese día fue en un fin de semana como este mismo, habíamos pasado toda la tarde nadando en un río cercano y justo antes de regresar Miguel nos enseñó una enorme piedra que nos había llevado para que la conociéramos.

    Nos explicó cómo fumarla y en menos de cinco minutos ya estábamos derritiendo aquella piedra sobre unas hojas de aluminio. Tenía un sabor a metal, sabía como si lamiéramos un rin de carro, un sabor pesado y fuerte en toda la lengua y nariz. Pero la sensación era de euforia, era mucho más intenso que la cocaína y mucho más inmediato. Ese día no le bajamos mucho a aquella piedra, apenas se le notaba un desgaste, pero a nosotros se nos veía más despiertos que nunca, llenos de energía y eufóricos. Al terminar aquello, cada quien se fue a su casa, yo a la de mis abuelos y ahí precisamente comenzó mi mal viaje.

    Tenía tanta energía que simplemente no podía dormir, era todo lo contrario a fumar marihuana. Era ver todo en cámara rápida y querer hacer todo al mismo tiempo, recorrer todo lo que habías hecho en tu día una y otra vez, pensar todo lo que pudiste haber hecho diferente, pensar en todo lo que harías al día siguiente, voltear a ver el reloj y ver que sólo habían pasado dos minutos.

    Entre las tres y cuatro de la mañana decidí levantarme a caminar, sin hacer ruido. Pero la sala era muy pequeña, la casa era muy pequeña, así que salí a la calle. La casa de mis abuelos está en un poblado pequeño, en el desierto, con calles de tierra y poca iluminación, las casas están muy alejadas entre sí por lo que nadie me notaría, a nadie molestaría por salir a caminar en boxers, sólo daría un par de vueltas a la cuadra para poder regresar a dormir. Mientras caminaba y me acercaba al primer giro a la derecha noté que salí descalzo, el camino de tierra y piedras comenzaban a calar en las plantas de los pies pero no me importó mucho, tal vez hasta me serviría, alguna vez escuché que el dolor cansa. Un par de vueltas a la derecha más y llegaría de nuevo a la casa de mis abuelos, aún no sentía cansancio, por lo que decidí dar una vuelta más, con una más seguramente tendría suficiente. Al tiempo que daba mi segunda vuelta noté a lo lejos las arboledas donde jugaba de chico, una cadena de pinos salados enormes en donde era posible trepar y ver hasta la iglesia del pueblo, que no estaba tan cerca de ahí. Después de un par de giros a la derecha estaba listo para volver a casa, pero al doblar a la derecha en esta última vuelta quedé al borde de un barranco. ¿Cómo había llegado este barranco ahí? ¡Acababa de pasar por este mismo lugar la vuelta anterior!

    Fue ahí cuando de un respiro profundo me percaté de la situación. Ya no estaba alrededor de la casa de mis abuelos, estaba justo a las orillas del poblado, que si bien

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