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Vacío en el nido
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Libro electrónico475 páginas7 horas

Vacío en el nido

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Vacío en el nido narra la historia de Alexia Cobos, una joven que debe mudarse repentinamente a la capital a una villa costera llamada Agripa.

Su nueva vida en Agripa empieza bien, pero no tarda en deteriorarse cuando sus amigas del Instituto, las más populares, terminan la amistad y empiezan a acosarla. Alexia se sumerge entonces en una pesadilla y de manera inesperada, desaparece el 10 de diciembre de 2017. Los padres de Alexia buscan apoyo y empieza, inmediatamente, la búsqueda de la joven.

Por otra parte, las líneas de investigación de la policía no concuerdan con las hipótesis de sus familiares.
IdiomaEspañol
EditorialTregolam
Fecha de lanzamiento28 nov 2019
ISBN9788417564872
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    Vacío en el nido - Julia Caso

    intelectual.

    PRÓLOGO. DOMINGO 10 DE DICIEMBRE DE 2017

    Miraban el reloj, desesperados. Era tarde y Alexia no había regresado. Tenía terminantemente prohibido salir de casa ese día, sus padres habían discutido por ello y ahora Laura se lo echaba en cara a su marido.

    —Te lo dije, te dije que no era buena idea.

    —¿Dé qué estás hablando? ¡Se ha escapado! —gritó con la voz colmada de angustia.

    Tenía razón, a pesar de que creía que la sobreprotección de su mujer era excesiva y poco constructiva, él no la había desautorizado delante de su hija y, por consiguiente, ella sola había decidido abandonar la casa ese mañana.

    La llamaron incontables veces por teléfono e incluso salieron a buscarla, pero ella nunca respondía. Pronto supieron que algo tenía que ir mal. Laura llamó a la policía a las ocho, aunque habría llamado antes de no ser por Simón, tan seguro de que aparecería, pero a esa hora empezaba a ponerse nervioso y ya no le parecía tan terrible que su esposa pusiese en alerta a medio pueblo y patas arriba la comisaría… Pese a ello, nadie pareció hacerles demasiado caso.

    —Otra adolescente rebelde que se habrá escapado… aparecerá —aseguró con firmeza el mandamás del cuerpo policial del pueblo.

    Pero Alexia no apareció.

    Laura ya no tenía más sitios que recorrer, ni más contactos en la agenda a los que llamar... No, eso no era del todo cierto, había uno más.

    ALEXIA. 20 DE AGOSTO

    Llevaba un rato escuchándolos discutir. Ellos no eran de esos, pero era la tercera noche en que los paseos aleatorios por casa dejaban una amarga sensación de angustia que no desaparecía por la mañana.

    —¿Os vais a separar? —logré preguntar con un hilo de voz a pesar de ensayar esa pregunta durante horas en mi dormitorio. Los dos se miraron preocupados y luego papá agachó la cabeza.

    —Sentimos haberte preocupado, cariño, pero no es nada de eso —arqueé las cejas y esperé en silencio a que mamá diese la explicación que vino después de esa larga pausa.

    —¡Nos mudamos a Agripa en una semana! —percibí una falsa y entusiasta mueca mientras alzaba los brazos hacia mí.

    —¿Agripa? ¿Dónde está eso? ¡Yo no quiero mudarme! —les reproché a gritos, furiosa.

    —Tú irás a donde tu padre y yo digamos, jovencita —la cara le cambió por completo y su expresión era ahora mucho más natural, también su tono de voz era mucho más acorde con lo que había sido durante estos días.

    —¡Pero aquí están mis amigos! —antes de que tuviese tiempo de alargar mi protesta, sonó el escandaloso silbido de la tetera avisando de que la infusión estaba lista. Ese sonido nos despistó a todos por unos segundos. Cuando estaba preparada para abrir la boca, papá, de espaldas a nosotras, golpeó con los puños la encimera de la cocina.

    —¡Basta ya! —gritó, luego su voz disminuyó progresivamente—. No tenemos alternativa, Alexia… me despidieron del trabajo y con los ingresos de tu madre no llegamos a fin de mes —se me congeló el rostro en ese momento y no supe reaccionar, así que corrí a mi habitación, di un portazo y me puse a llorar. La necesidad de desahogarme hizo que recordase el viejo diario que la abuela me regaló y me puse a escribir.

    Aquella noche, después de tomarse esa infusión relajante de lavanda que les gustaba beber antes de acostarse, se fueron directos a la cama.

    25 DE AGOSTO

    Odiaba tener que irme, no me había quedado otro remedio que aceptarlo y comprender a mis padres, pero detestaba incluso la idea de pensarlo: dejar atrás la gran capital, empezar en un nuevo instituto y tener que hacer nuevas amistades… olvidarme de todo lo que había sido mi vida durante diecisiete años.

    Lo peor de todo era decir adiós al club de atletismo y al grupo de música que tenía con Óliver, Sergio y Carla. Carla y yo nos conocíamos desde la guardería y a ellos los conocimos al inicio de nuestra etapa escolar. Pronto supimos que nos unía algo tan fuerte como la música y formamos un grupo, los Fourstars. Dábamos conciertos de vez en cuando, pequeños, pero a la gente parecía gustarle.

    Despedirme de Carla era sin duda de lo más duro, de ella y de Sophie. A Sophie la conocí cuando entré en el club de atletismo. Una chica con mucho carácter y que resultaba ser de lo más competitiva. Le parecía juego limpio correr a empujones: «En la pista todo vale», decía. En una de nuestras discusiones, el entrenador nos hizo correr bajo la lluvia hasta que, textualmente «expulséis el estómago por la boca». Yo fui la primera en vomitar y Sophie empezó a reír, entonces empezaron las carcajadas de las dos hasta que ella también vomitó y terminamos en la enfermería. No quisimos acusar al entrenador, así que no le pusieron ningún tipo de sanción, al fin y al cabo, esa tortura nos unió para siempre. Entonces, de pronto, las tres éramos inseparables.

    Todos me prepararon una fiesta de despedida, incluso improvisaron un escenario para que pudiéramos tocar juntos por última vez. No faltó nadie, salvo Diana Olivar, una vieja amiga con la que nos habíamos dejado de llevar cuando decidió empezar a salir con un chico negro algo mayor que nosotras y al que conoció en un torneo de ajedrez. Diana era una gran estratega, mi hermano Santi siempre me había insistido para que fuera a las mismas clases que ella, pero yo no terminaba de verle la gracia a ese juego que catalogan como deporte. En lugar de que mi hermano despertase la inspiración en mí por aquellas figuras blancas y negras, había sido Diana la que después de una tarde en mi casa viendo cómo papá y Santi se enfrentaban en una larga partida que terminó en tablas, se había quedado prendada de lo que para mí era extremadamente aburrido.

    En cuanto a la ausencia de Diana en la fiesta, nos remontaremos de nuevo a nuestra sorpresa cuando empezó a salir con este chico de origen maliense. No es que a mí me importase, pero Carla había sufrido mucho cuando su padre dejó a su madre por una puertorriqueña que conoció en una cena de navidad del trabajo. Cuando se enteró de que nuestra amiga salía con un chico negro, de inmediato rechazó su relación y eso hizo que primero nos distanciásemos y después la indiferencia se convirtiese en enemistad. Yo siempre supe que aquello no había estado del todo bien, pero Carla era mi amiga desde los primeros recuerdos y Diana había antepuesto su relación al dolor de nuestra amiga.

    Por eso me sorprendió verla ahí en la puerta, venía de la mano de su novio.

    —Quería desearte suerte, Alex, sé que te irá bien por allí.

    Ella y yo no habíamos tenido ningún enfrentamiento, así que no encontré motivo alguno para no ser amable con ella. A decir verdad, había sido muy generosa viniendo a la fiesta después de todo. Pero entonces llegó Carla y las cosas se pusieron feas, su novio se alteró y Diana se marchó con gesto de desaprobación. Le dije a Carla que no se pasase, pero ella siempre solucionaba todo con una sonrisa y alguna broma que me hacía comprender que tampoco era para tanto. Nos lo estábamos pasando muy bien y se había tomado muchas molestias junto con los chicos y Sophie por prepararme esa fiesta, no merecía la pena estropearlo por una tontería.

    Sergio y Óliver insistieron en acompañarme a casa esa noche, pero papá había quedado en recogerme y no quería que interrumpiesen la fiesta por mí. Óliver y Sophie llevaban toda la noche bailando juntos cuando hasta hace poco no parecían estar de acuerdo en nada y Sergio, bueno a él le encantaban las fiestas y hoy habían organizado una buena.

    A los dos días todos nuestros recuerdos estaban empaquetados en cajas y el destino era inevitable.

    SANTI. DOMINGO, 10 DE DICIEMBRE DE 2017

    Sonó el teléfono a las dos de la madrugada del domingo. Samanta se despertó alterada. «¡Mierda, ha pasado de nuevo!, hemos vuelto a tener sexo a pesar de que sabíamos que no funcionaba».

    —¡Cógelo de una vez! —gritó exasperada. Samanta tenía muy mal dormir, fue de lo primero que me di cuenta cuando la conocí.

    Era mamá, enseguida supe que algo no iba bien. Ellos nunca llamaban a esas horas así que descolgué deprisa. Estaba llorando, no lograba entender nada de lo que decía. «Despacio», le dije varias veces, pero no se conseguía calmar. Le pedí que me pasase a papá mientras Samanta se sentaba en la cama alarmada por la situación. Yo paseaba en calzoncillos por la habitación de la residencia intentando que con el silencio que reinaba en la madrugada pudiera escuchar el hilo de voz que mi padre era capaz de emitir, casi un susurro en mi oreja. Al final logré entender una frase clara y contundente, lapidaria.

    —Santi, tu hermana ha desaparecido. Tu hermana no está, no está… —dijo entre sollozos mientras escuchaba los gritos de mamá por detrás.

    —¿Qué dices papá? ¿Qué ha pasado?

    —Tienes que venir hijo, tienes que venir ya a Agripa… —la señal se cortó, llamé una y otra vez, pero ya nadie respondía al teléfono.

    Me vestí tan deprisa como pude y metí unas cuantas cosas en una mochila de viaje. Samanta a pesar de no salir de su asombro me ayudó con movimientos mucho más rápidos y menos torpes de los que yo era capaz de hacer. Insistió en acompañarme, pero sabía que no era una buena idea y le pedí que se quedase, si necesitaba algo, la llamaría. Le quité las gafas de pasta de la cara y la bese con vehemencia, sin saber si nuestra historia continuaría después de esa noche o pasaría lo de siempre.

    Bajé en ascensor y cuando llegué abajo Samanta me esperaba con las llaves del coche en las manos.

    —Te llevo al aeropuerto.

    —Vamos al tren, el aeropuerto más cercano está a 150 km del pueblo, luego tendría que coger el tren o el autobús, será más cómodo hacer todo el viaje así.

    Dejé atrás sus hermosas pecas por toda la cara, por sus labios, y me despedí de esos ojos azules diciéndome adiós. De sus largos mechones entre amarillos y anaranjados meciéndose con el viento y el olor afrutado que desprendía con cada movimiento. Samanta me encantaba y teníamos una conexión increíble, pero el fuerte carácter de los dos mantenía en un punto muerto constante nuestra relación.

    Me esperaban doce horas de trayecto entre esperas y viajes, había calculado llegar a las tres menos cuarto a Agripa, llame a mis padres para comunicárselo. Fue ahí cuando pudimos hablar de manera más sosegada, sospecho que habían tomado alguna pastilla para relajarse.

    No pude pegar ojo en toda la noche a pesar de saber que lo necesitaba. Desde pequeño había dormido muy bien con el traqueteo del tren, también en los coches y los autobuses, pero este suspense me mantenía en vilo y necesitaba llegar de una vez por todas para poder saber de verdad qué estaba ocurriendo.

    ALEXIA. 27 DE AGOSTO: AGRIPA

    Vista la decisión irrevocable de mis padres de trasladarnos a Agripa, busqué algo de información y lo que encontré tampoco es que me animara mucho. Una villa costera ¡sin playa!; solo un puerto y el acantilado del Vértigo, es fácil imaginar por qué lo llaman así.

    Durante el viaje mi padre me explicó que Agripa era famosa por su agua saludable y buenas técnicas de cultivo y regadío, lo que entre otras cosas contribuía a que se diesen las mejores cosechas de toda la región. También me comentó que bastante gente vivía de la pesca. Todo muy interesante...

    Cuando llegamos, al atravesar el pueblo, observé que lo poco que debía haber con vida y ambiente, estaba allí en el centro, a medio camino entre el cerro y el puerto.

    Aunque nada de lo que veía levantaba en mí el más mínimo entusiasmo, trataba de animarme pensando en Faro. Había leído que era una ciudad no tan grande como la capital, pero con un ambiente muy juvenil porque las universidades más importantes del este del país están ahí. Tiene unas playas increíbles, así que es bastante turístico.

    Recuerdo la impresión que me causó la casa: era vieja y no muy grande, aunque no estaba del todo mal. Se trataba de una modesta casa de dos plantas y con un pequeño porche rústico y de color cerezo. Mis padres se preocuparon por dejarme la mejor habitación, creo que esperaban que de ese modo pudiese encontrar algo positivo en todo aquello. A pesar de mi primera impresión, cuando papá y mamá limpiaron el polvo y pintaron algunos muebles, se convirtió en un lugar mucho más acogedor de lo que cabía esperar.

    Las dos primeras noches fueron horribles, me pasaba el día encerrada en el cuarto hablando por Skype desde el ordenador, aferrándome a una vida que ya no existía. Mis padres tampoco me agobiaban, ellos ya tenían bastante con lo suyo.

    Decidieron venir a Agripa porque la mejor amiga de mi madre de la universidad se lo aconsejó. Ella tenía una clínica dental y su marido trabajaba en el ayuntamiento. Tenía un alto cargo, era un hombre muy importante en el pueblo y se manejaba a la perfección en la política. Su esposa estaba convencida de que pronto se mudarían a la capital para que su marido pudiese seguir prosperando en su trabajo. Gracias a sus contactos, llamaron a mi padre para una entrevista y resultó ser el idóneo para un puesto de contable. Era una empresa pequeña y no proporcionaba un gran salario, pero era más de lo que teníamos antes. Además, mi madre consiguió un puesto de cocinera en un restaurante de las afueras. Su amiga insistió en darle trabajo en su clínica, pero a mi madre ya le parecía suficiente lo que habían hecho por mi padre y prefirió dejarlo estar.

    La noche del sábado, la amiga de mi madre nos invitó a cenar a su casa. A mis padres les pareció un gesto muy amable dado que tenían una hija de mi edad y pensaron que podríamos hacernos grandes amigas. Creo que nuestras madres fantaseaban con la idea de que nos convirtiésemos en un reflejo adolescente de lo que eran ellas.

    La casa de los Ferrer era grande y lujosa, nada que ver con las nuestras, tenía un estilo sobrio y elegante, e incluso sus muebles parecían sacados de una revista de diseño exclusivo. La mesa estaba meticulosamente preparada para la cena. Entonces Myrta y Fernando, me presentaron a su hija perfecta, Valentina.

    Valentina tenía los rasgos finos y delicados, parecía una muñeca de porcelana que podía romperse si no se movía cuidadosamente. Sus ojos azules y rasgados parecían hipnotizar si los mirabas con atención y su nariz de modelo evitaba cualquier complejo. Por no hablar de la sutileza de unos labios finos y bermejos. Caminaba con pasos lentos y acompasados, como si bailase, irguiendo la espalda y presumiendo de una figura envidiable.

    Valentina me observó un par segundos antes de abrazarme y darme la bienvenida a Agripa. Era simpática y extrovertida, mucho más que yo, sin duda. Todos estaban a gusto con la velada, pero yo me sentía algo inquieta. Valentina era educada y atenta, pero logró que de pronto yo me sintiese tan pequeña como ese pueblo y la viese a ella tan grande como a mi vieja y añorada ciudad.

    EL DICKENS

    El pueblo era tan pequeño. Estaba acostumbrada a otra cosa, a luces brillantes en lo alto de los edificios y al ruido continuo, pero este silencio retumbaba más fuerte en mis oídos que el tráfico en hora punta de la ciudad. Al principio resultó encantador el paso lento de los ciudadanos de Agripa, sus atentos saludos y las caras conocidas. Pronto eché de menos el anonimato de la gran ciudad: ser invisible entre la muchedumbre que avanza deprisa. Aparentemente, el pueblo tenía de todo y mis padres decían que si dejaba de compararlo con la capital no me parecería tan pequeño, pero a mí siempre me parecía ver las mismas plazas y los mismos escaparates.

    —Estás preciosa cariño —mamá me decía lo mismo cada mañana, sus argumentos carecían de valor para mí, sabía que intentaba animarme en mi primer día en el nuevo instituto.

    —Espera —añadió, entonces corrió hasta su cuarto de baño y regresó con un lápiz de ojos en las manos. Mamá no era una entusiasta del maquillaje, a ella ni si quiera le hacía falta, pero insistía en que tenía unos ojos preciosos y hoy era el día perfecto para resaltarlos. Por supuesto, de manera excepcional. Había heredado los ojos verdes de papá, a mamá le fascinaban. Desde que se quedó embaraza de Santi se pasó los nueve meses rezando para que tuviese sus ojos, pero este le retó a quererle igual cuando los tuvo de un precioso color avellana, para cuando su mirada lactante desapareció y se definió su verdadero color, Santi ya era el ser más hermoso existente en la faz de la tierra para mi madre. Sin embargo, no pudo evitar contener su alegría cuando sintió que se cumplieron sus plegarias con su segunda hija—. Ahora estas perfecta —concluyó.

    Quise sonreír, pero el espejo estaba delante y siempre que lo hacía, me recordaba esa horrible marca en uno de los premolares. Así que, a pesar de los fallidos intentos de mi familia porque eso cambiase, terminaba por contener la sonrisa y disimular ese complejo.

    Esa mañana desayunamos los tres juntos, antes nunca lo hacíamos, pero supongo que era una especie de nuevo ritual para sentir que las cosas iban a ir a mejor. Mamá preparó zumo y tostadas, además había comprado un bizcocho de limón de la panadería de enfrente, puede que ese sitio sea lo único positivo de este lugar hasta el momento. Luego papá me dejó en el instituto.

    —Todo irá bien, princesa —afirmó con dudosa seguridad.

    Le di un beso para que se tranquilizase y salí del coche.

    Sentí que todos los ojos se posaban en mí en cuanto me bajé del coche, no tenía claro si era por el hecho de que mi padre me llevase al instituto o porque era la nueva, creo que las dos cosas tuvieron algo que ver. Pero ahí estaba Valentina, como una heroína subida en un fiel corcel blanco, vino hacía a mí y me cogió del brazo, ya no estaba sola. Tenía una Vespa blanca de último modelo, y venía acompañada de dos chicas más que me presentó al momento. Se llaman Lina y Judith.

    Lina tiene el pelo negro y liso como una tabla. Es morena y tiene los ojos grandes y muy oscuros, me pareció que podía tener rasgos del sur de América. Con el tiempo, supe que su madre era venezolana, pero llevaba viviendo aquí desde que se casó y él fue incapaz de renunciar a su pueblo natal, especialmente porque era el propietario y accionista de la única empresa de reparaciones del pueblo, es decir, mecánico. A simple vista no parece un puesto muy importante, pero teniendo en cuenta que Agripa vive de la pesca y de la tierra, lo que implica trabajar con maquinaria pesada y grandes transportes, es imprescindible que haya un taller que cuente con proveedores de todo tipo de piezas. Ese era Germán Fresnos, su hija llevaba otro apellido porque su madre insistió en que no le parecía justo que, por el simple hecho de ser hombre, su hija tuviera que llevar su apellido. Era una mujer latina, con gran carácter y propulsora del feminismo, algo muy necesario en ese pueblo y que, sin embargo, su hija no compartía con ella.

    Judith era muy alta, me llamó la atención lo largas que parecían sus piernas. Tenía el pelo algo más oscuro y largo que Valentina y los ojos de color caramelo. No sé mucho sobre su familia porque parece muy reservada y apenas habla de ellos.

    Las tres parecían salidas de una revista de moda, a su lado sentí que mi chaqueta nueva estaba pasada de moda. Carla y yo solíamos ir de compras al centro de la ciudad, no tenía la menor idea de en qué tiendas de Agripa podrían haber comprado ellas su ropa. Destacaban entre la multitud, la gente no era tan llamativa aquí en Agripa.

    Ellas se encargaron de ponerme al día hasta que llegamos a clase. Eran muy amables y me informaron sobre el club de atletismo de este instituto, aunque me advirtieron que había pocas chicas que practicasen ese deporte allí. La mayoría prefería ser gimnastas, mientras que las demás se apuntaban al club de natación y aquellas que no eran aceptadas en ninguno de los dos primeros, se apuntaban al de atletismo o a la banda de música. Valentina decía que solo las lesbianas reconocidas del instituto elegían ese deporte por elección propia.

    El momento más bochornoso fue cuando la profesora de literatura, la señora Lago, me pidió que me presentase al resto de mis compañeros. No me gustan ese tipo de encerronas, el resto de gente aprovecha ese momento para escanearte y decidir si les gustas o no. Yo misma lo viví con los nuevos en mi antiguo instituto. Recuerdo el primer día de clase de Kevin Pérez, mientras se presentaba se le cayó el lápiz y al agacharse para recogerlo vimos un agujero en la parte trasera de sus pantalones, desde entonces le llamamos Kevin, el del ojete. Nunca más tuvo la oportunidad de integrarse, ese simple detalle del que no se percató esa mañana antes de ir a clase, resultó ser suficiente para una eternidad de burlas en el instituto. Por eso era tan importante este momento: hablar calmada y con seguridad, no alardear de nada, pero tampoco mostrarse indefensa.

    Evité decir que formaba parte del club de atletismo de mi antiguo instituto, eso evitaría comentarios innecesarios. Parece que fue bien, las chicas asintieron y yo respire tranquila, podía sentarme y relajarme durante los próximos minutos.

    En el descanso, me senté con ellas y me presentaron a algunos de sus amigos y también al novio de Lina, Jacobo. Los más populares, como cabía esperar, formaban parte del equipo de fútbol y al de las gimnastas. También se llevaban con gente del club de natación, masculino y femenino. Jacobo era el mejor nadador del equipo y estaba clasificado para el campeonato regional. Lina parecía muy bajita a su lado, pero se les veía bien juntos.

    —El de esa mesa es Marcos. Estuvimos juntos el curso pasado, pero rompimos porque no podríamos vernos en todo el verano, después nos distanciamos y estoy esperando a que tome la iniciativa de pedirme de salir de nuevo.

    Los dos hacían una pareja estupenda, al menos eso dicen el resto de las chicas de su grupo, no me parece extraño que lo piensen teniendo en cuenta que Marcos era el capitán del equipo de fútbol. Además, era esbelto y muy agraciado, físicamente se parecía mucho a ella, aunque con la piel más oscura. Se notaba, por su cuerpo, que trabajaba con su padre en el campo después de las clases, al menos eso me contó Valentina, ella aborrecía que a veces llegase oliendo a estiércol.

    A mí no me dio esa impresión, creo que ella estaba algo dolida con Marcos y por eso hablaba así de él. Él estaba sentado con algunos de sus amigos hasta que su mirada se cruzó con la mía, noté cómo me ruborizaba y escondí la cabeza con el pelo para que Valentina no pudiese ser partícipe de la atracción que sentí por su exnovio en cuanto lo vi.

    Valentina se ofreció a llevarme a casa en su moto, pero le dije que prefería caminar para ir conociendo un poco el lugar; no insistió y se fue. Fue entonces cuando choqué con Hugo y su destartalada bicicleta «¡Qué te pasa!», grité. Me ayudó a recoger los libros sin pronunciar palabra, llevaba mala cara. Le pregunté si le sucedía algo y me enseñó un folleto en el que aparecía el club de atletismo.

    —Nos falta una persona para completar el equipo, si no se apunta nadie no podremos competir. Aunque supongo que a las chicas como tú eso no les importa.

    Recogió la bicicleta y se fue. Comprendí muy bien a lo que se refería. Estaba claro que me había visto durante el día y sabía que la gente con la que me movía no era muy fanática del club; sin embargo, a mí me apasionaba ese deporte. En ese momento pensé en Sophie, si ella estuviese en mi lugar se apuntaría sin pensarlo al equipo. Carla en cambio, hubiese roto el papel en la cara de ese chico que aún resultaba misterioso para mí. No le había visto en ninguna de las clases, o tal vez sí... pero no fue hasta ese momento que reparé en él.

    Estaba fregando los platos cuando mis padres regresaron del trabajo, esperaban que les contase cómo me había ido en el Dickens, les dije lo que querían escuchar y me fui a la habitación.

    Tenía una llamada perdida de Carla, la llamé y estuvimos hablando. Le conté cómo había ido todo y me aconsejó que pasase del club de atletismo, para ella siempre fue mucho más importante encajar. Aprovechó para contarme algún problema que tuvo con Sophie, aunque no quise escucharla demasiado. Sabía que no se parecían en nada, pero las tres nos equilibrábamos bien. Luego me llamó Óliver para preguntarme por todo, no quise aburrirlo y derivé la atención a preguntarle por la banda. Por lo visto buscaban otra cantante, pero todavía no habían tenido suerte.

    Apagué el ordenador desanimada y me eché a dormir.

    SANTI. 11 DE DICIEMBRE: 2º DÍA DESAPARECIDA

    Papá me esperaba en el andén. Distinguí en su rostro la angustia y la desolación, de pronto tenía diez años más que desde la última vez que lo vi. Más mayor y descuidado, muchísimo más delgado que cuando estuvimos juntos en nuestra casa hace seis meses. Me dio un abrazo tan fuerte que creí que iba a perder el control, apenas se mantenía en pie y supe que la cosa iba en serio, papá solía mantener la calma incluso en los peores momentos. Ahora que lo pienso, puede que nunca hubiese sido tan mal momento como este.

    De camino a casa me explicó la situación, todo lo que habían pasado antes y después de llegar a Agripa. La peor parte fue cuando me contó lo de la paliza de Alexia, eso me sacó por completo de mis cabales. También me habló de ese chico del instituto…

    Yo sabía que seguro que no lo sabían todo. Alex nunca había sido tan reservada como yo, pero esas cosas no son las que vas contando a tus padres, ella no querría preocuparlos más después de cómo estaban las cosas por casa.

    Me preparé algo rápido para comer. Mis padres prefirieron quedarse asomados a la ventana, esperaban que, de algún modo, Alexia regresase a casa.

    Vieron cómo llegaba la policía, papá les abrió la puerta y entraron dos hombres vestidos de uniforme. La relación parecía estar resentida, mamá no soportaba que le dijesen más veces que podía haberse escapado. Ella insistía en el chico del porche, estaba segura de que había sido él, pero la policía seguía convencida de que la otra posibilidad tenía más peso, dado el acoso que Alexia había recibido esos meses. Después de permanecer callado y observando, me presenté e intenté presionar a los agentes con otro tipo de argumentos legales. Uno de ellos hizo una breve llamada. Se distanció de nosotros, pero la casa era pequeña y pude alcanzar a acertar un nombre, el inspector Morales. Parece que ese hombre estaba a cargo del caso, lo cual me hacía sospechar que no se estaba prestando tanta atención como debería a la desaparición. De estar haciendo las cosas bien, el inspector se hubiese presentado en nuestra casa junto a los agentes.

    —Está bien, se ha puesto en marcha oficialmente un dispositivo de búsqueda considerándose esto como la desaparición de una menor de edad —mis padres respiraron aliviados, pero yo no estaba tan convencido de que estuviésemos en las mejores manos.

    —Empiecen por ese chico —insistió mamá. Los policías asintieron y luego continuaron hablando, intentando recabar información.

    El momento más difícil fue cuando invadieron el dormitorio de Alexia para registrar sus cosas, teníamos que ver cómo removían sus objetos personales de manera descuidada y desordenada. Me extrañó entonces no ver su guitarra por ninguna parte. Pregunte a mis padres por ella, no se mostraron sorprendidos, ellos ya lo sabían. Advirtieron a la policía que se percataron que su instrumento había desaparecido la misma mañana que ella desapareció. No le dieron tanta importancia como yo, ni los agentes, ni tampoco mis padres a mi parecer. No la conocían, no sabían cómo cuidaba de su guitarra, ella jamás la hubiese perdido...

    ALEXIA. LA FIESTA

    Llegó el día siguiente y el siguiente, y el siguiente. Las cosas siguieron igual hasta el viernes, que era el día en que finalizaba el plazo para apuntarse a cualquier deporte. Valentina y Judith esperaban que intentara entrar en su equipo, pero yo no estaba nada convencida, así que Lina aprovechó para meterme la idea de formar parte del club de natación, algo que tampoco me atraía.

    Quise volver a mencionar lo del atletismo, pero entonces noté cómo Valentina se reía preguntándome si me había fijado ya en alguna de las chicas de clase. No me sentó bien, pero todas insistieron en que era una broma y no tuve otra opción que olvidarme del tema. Rompió ese momento, tenso, Elena Pestalozzi, llevaba en sus manos unas cuantas invitaciones para una fiesta en su casa el sábado por la noche, estábamos todas invitadas.

    Elena nadaba con Lina en el equipo y tenía entendido que se llevaban muy bien, pero cuando se fue…

    —Debería darle vergüenza embutirse en un traje de baño con lo que ha engordado este verano —se burló Valentina.

    Judith se rio. Lina quiso defenderla diciendo que lo había pasado muy mal desde la separación de sus padres, pero eso les sirvió a las otras para recrearse diciendo que era algo lógico después de que hubiesen despedido a su padre «Una mujer necesita a un hombre con recursos» sentenció Valentina. Ese comentario aceleró mi pulso, no pude evitar escuchar cómo hablaban de mis padres. A Lina tampoco pareció gustarle aquello, pero no dijo nada.

    Me fui hasta casa pensando en eso que habían dicho, ¿qué pensaría entonces Valentina de mi familia y de mí?

    Paseaba por el parque Cúbico cuando algo se interpuso de golpe frente a mí. Un balón se precipitó tan cerca que casi había sentido el golpe cuando divisé los mechones desordenados y brillantes de Marcos detrás de la verja del instituto. Me deleité observando los músculos de sus fornidos brazos y sus atléticas piernas mientras entrenaban a solo unos pasos de mí.

    —¿Me lo pasas? —gritó sonriente mientras entrelazaba las manos a los alambres.

    Me quede muda durante unos instantes.

    —El balón —añadió—. Tendría que dar un gran rodeo para cogerlo si no me ayudas —aclaró, sin perder la sonrisa de su boca y con la mirada fija en mí.

    Sin responder, me agaché torpemente y me concentré en lanzar la pelota con toda mi fuerza para que llegase a la cancha a la primera. Lo logré y me fui deprisa de allí, huyendo de la atenta mirada del exnovio de Valentina.

    —Buen golpe —escuché al alejarme.

    Distrajo mi atención un cartel en el escaparate de una cafetería-pub, buscaban camarera y me pareció una buena oportunidad para ayudar a mis padres con la economía doméstica. Para mi sorpresa, el chico de la bicicleta estaba detrás de la barra. Lo había visto el resto de la semana en algunas de las clases, pero no habíamos vuelto a cruzar palabra. Resultó ser el hijo del dueño y me descartó del puesto en cuanto me presenté. Era un chico poco amistoso, pero insistí. Entonces sacó de su mochila la hoja del club de atletismo, me ofrecía el trabajo a cambio de que me apuntase al equipo. Él ni siquiera sabía si era buena o mala atleta, pero no parecía importarle, solo le interesaba competir. Tuve que pensar mucho en mis padres antes de tomar esta decisión, también pensé en Santi e incluso en Sophie, tenía que aceptar el trabajo.

    La figura de mi hermano en la cabeza me hacía recordar cada día que debía esforzarme por estar a su altura, al fin y al cabo a él nunca le habían regalado nada mientras que yo era mantenida por él y por mis padres. Él había vivido mejor que yo la pobreza en nuestro antiguo barrio, yo era muy pequeña cuando nos mudamos a una casa en una zona más segura y mejor que la anterior, pero él era cuatro años mayor que yo. Mi hermano observó la crudeza del futuro que golpeaba en las puertas de muchos de aquellos con los que compartió la calle y las patadas al mismo balón, y envidiaba a esos otros chicos que paseaban los libros con uniforme y soñaban con lo que él logró con tanto esfuerzo. Mis padres se enorgullecían de un hijo tranquilo, constante y educado al que no le gustaba demasiado la fiesta y que, desde que le edad se lo permitió, trabajaba en lo primero que le salía. Yo, por el contrario, no era del todo así. Claro que estudiar es importante, pero para mí la vida es un concierto de esos a todo volumen en los que miles de voces se unen coreando y los pelos se erizan cuando llega la estrofa favorita de tu canción.

    La percepción que mis padres y mi hermano tenían sobre mí difería mucho…

    —Eres una persona tan intensa y soñadora, Alexia… deberías tener los pies en el suelo más a menudo para evitar sufrir —repetían mamá y papá día tras día.

    —Tú siempre serás la niña de mis ojos, hermanita. En cuanto termine la universidad, nunca más tendrás que pisar la tierra, podrás volar tan lejos como desees —me recreé en esas palabas varios segundos antes de dar un paso al frente y aceptar ese trabajo y jugarme la reputación en el Dickens. Santi se lo merecía todo, él siempre había cuidado de mí y por eso me pareció justo no contarle la verdad acerca de por qué nos habíamos mudado. Él pensaba que se trataba de un posible ascenso en lugar de un despido, pero si lo piensas, no era del todo mentira teniendo en cuenta que era lo que mis padres buscaban en Agripa: nuevas oportunidades.

    Hugo y yo llegamos a un acuerdo con lo del trabajo y el club, como condición le pedí que no hiciese público mi nombre en la lista. A él le interesaba que yo formase parte del equipo y a mí trabajar, pero no era necesario que todo el mundo lo supiese.

    —En cuanto tus amigas sepan dónde estás trabajando será un motivo suficiente para darte de lado. Encuentra otras amigas antes de que te arrepientas.

    Era un entrometido, no contesté.

    Me pidió que empezara esa misma tarde a modo de prueba, así que llamé a mis padres para avisar de que llegaría tarde. Parecían emocionados con la idea, sabía que ellos no querían que trabajase si para mí iba suponer pérdida de tiempo respecto a los estudios, pero las cuentas nos asfixiaban y tenía la responsabilidad de ayudarles.

    Hugo me inquietaba. Era amable con todo el mundo menos conmigo. Era tímido y a la vez trabajaba en una barra. No era un chico guapo a primera vista, pero tenía algo distinto. No era un chico fuerte, pero sí atlético. Tenía el gesto serio pero su mirada era transparente y dulce, aunque nostálgica. Apenas sonreía, pero cuando lo hacía, se le formaban unos hoyuelos muy graciosos en la comisura de la boca.

    No me atreví hasta el sábado por la mañana a decir nada de la fiesta de Elena en casa. Al principio mamá no quería que fuese, pero mi padre la convenció.

    —Laura, la niña necesita integrarse.

    —¿Pero es necesario que lo haga en las fiestas? El instituto es el sitio idóneo para eso —insistió mientras picaba la cebolla a un ritmo inusual.

    —Es normal que vaya a fiestas a su edad. Tú y yo también íbamos con sus años —Mamá accedió a regañadientes mientras se secaba las lágrimas que le había producido la hortaliza.

    Yo estaba muy emocionada por ir, la idea de ver a Marcos me revolvía el estómago. Sabía que no podía fijarme en él, pero no había nada de malo en soñar.

    Carla me ayudó a escoger el vestido a través de Skype, fue el mismo que me puse en uno de los conciertos con el grupo, el cual, por cierto, aún no tenía nueva cantante. Era algo malo para ellos, pero no podía evitar alegrarme de que no me hubiesen sustituido por el momento. Una parte de mí se sentía bien pensando que me echaban de menos tanto como yo a ellos y temía que en cuanto encontrasen a otra persona y mi puesto fuese remplazado, también lo sería mi amistad.

    Acababa de colgar cuando me escribió Sophie para decirme que Carla había pasado de ella y luego se la encontró por ahí con otras amigas. Me agobiaba la situación que se estaba creando entre las dos, eso me recordó a nuestra amistad con Diana Olivar. Todavía me pregunto a veces, cómo se tuvo que sentir cuando la rechazamos por salir con su actual novio, a veces creo que tuve que plantarle cara a Carla, pero éramos amigas

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