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El abuelo Mateo
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Libro electrónico440 páginas6 horas

El abuelo Mateo

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Prepárate para una inmersión profunda en el lado oscuro de la mente, un choque profundo contra la realidad. Tres historias, tres caminos diferentes y unidos por un punto de fuga. Ambientado en Almagro, un municipio situado en la provincia de Ciudad Real. La vida no es más que un interminable ensayo de una obra que jamás se va a estrenar. El abuelo Mateo es adicto al teatro y de joven actuó en el Corral de Comedias de Almagro, representando la obra de don Quijote de La Mancha. Gran admirador del caballero de brillante armadura que ha sido su compañero en sus andanzas por la vida, contagiando su pasión por el Quijote y el teatro a todo su entorno.
Hay una excepción en todas las reglas, como el abuelo Mateo que se ha saltado todas las normas que le ha impuesto la vida. Nunca supo controlar su pasado, menos su presente, y ello le ha llevado a vivir acompañado de problemas, causados en su mayoría por su impulsividad. Una historia de amor llena de secretos en el pasado y en el presente. Un amor amenazado, condenado, y al final de sus días se abre una puerta a un mundo lleno de nuevos comienzos, nuevas oportunidades, donde brinda la paz llena de sobresaltos. Una avalancha de emociones que hace que todos los protagonistas giren en torno a ella.
Roberto y Sofí, junto con sus amigos, viajan a un lugar especial. Durante cuatro días la inquietud, el descontrol, el miedo, el alcohol y las drogas, recorre por la ladera del río en donde acampan.
¿Tú qué harías si te dicen que vas a morir en breve? Pues Sofía no se lo piensa y regresa de nuevo a sus raíces.
Vivir se convierte en una carga pesada y solitaria cuando vives atormentado por el rencor, hasta que un día descubres que la felicidad solo depende de ti.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 jul 2023
ISBN9788411811309
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    Vista previa del libro

    El abuelo Mateo - Elisa Toledo

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Elisa Toledo

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1181-130-9

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    Agradecimientos novela el abuelo Mateo

    Doy gracias a la vida por permitirme estar cada mañana, cada día a tu lado. Por estar en tus planes, en victorias y derrotas, en lo bueno y en lo malo, en tu corazón. Sin ti nada hubiera sido igual.

    Ahora, gracias a tus consejos, a tu apoyo, estas palabras de agradecimiento hacia ti, Félix, están plasmadas en esta novela. Gracias por escucharme, por compartir conmigo tu experiencia, por enseñarme a crecer, por tu ilusión hacia mis letras. Gracias.

    Gracias a Miguel Ángel, por tu gran profesionalidad, por tu trabajo al crear la portada de mi novela. Gracias a ti será un recuerdo precioso e inolvidable.

    Agradezco a mi familia, a mis compañeros de teatro La Teatrería, a mis amigos, y a todos vosotros mis lectores. Gracias.

    .

    «El amor no tiene cura, pero es la única cura para todos los males».

    Leonard Cohen. 

    .

    «¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son».

    Calderón de la Barca.

    Nota de autor

    El abuelo Mateo

    El abuelo Mateo tuvo como título inicial: El tapiz de los leones junto al río. Trata de un viaje que realicé con mi novio y con otra pareja de amigos. Estuvimos acampados en la ladera de un río y por supuesto el tapiz nos acompañó. El tapiz estuvo colgado presidiendo el salón de mis padres durante muchos años. Fue una compra que realizaron en un viaje allá por 1975, y cuando decidieron quitarlo para colgar cuadros más modernos, yo pedí que no lo tirasen, había marcado mi niñez, y lo utilizaba cuando iba al campo de excursión con mis amigos para sentarnos en el suelo.

    Durante la pandemia comencé a leer relatos que tenía escritos y al leer este recordé aquel viaje tan agradable. Sin darme cuenta, nuevos personajes se fueron colando en el relato y ellos fueron los que me dictaron e introdujeron en esta aventura. Poco a poco el relato iba creciendo, del original solo quedaba el tapiz y el río junto la montaña, pero necesitaba algo más, una cascada que aquel paraje no tenía; entonces mezclé varios sitios y así los protagonistas llegaron a ese ficticio lugar «El Valle de la Luz».

    La historia de la casa donde vive Sofía en el municipio de Torralba de Calatrava cuando regresa de Francia es real. La habitó Francisco Deza, que fue secretario de Felipe II, situada en la calle Real nº 11, de dicha localidad. Su padre fue escribano del ayuntamiento en Torralba de Calatrava. Francisco tuvo el privilegio de estudiar y llegar a la corte del Rey donde vivió, solía venir a su pueblo varias veces al año con su esposa, a su casa, de la que era propietario. Eran muy devotos de la Virgen Blanca, que en esa época era la patrona. Muchas veces le traían a su Virgen sayas, mantos de seda y terciopelo, con ricos bordados de plata y oro. Disponían en la casa de una capilla para sus rezos. Ahora sus actuales dueños, Remigio y Victoria, disfrutan de ella. La portada de la novela es del patio de dicha casa.

    La casa en la que está ambientada la vida del abuelo Mateo no está localizada en la calle del Capitán Parras en Almagro, donde transcurre la historia, sino en Torralba de Calatrava. Es una casa que conozco a la perfección de cuando fui joven y paseaba por aquellos pasillos… recuerdo el misterio que tenían aquellas habitaciones llena de baúles… Su gran patio, con las columnas de piedra y con sus macetas de alas de ángel a los pies. También recuerdo la habitación en la parte alta, llamada «El infierno», donde se guardaban todos los trastos viejos que a mí tanto me gustaban e intrigaban. La historia del abuelo Mateo fue surgiendo con toda su fuerza e impulsividad, yo solamente le marqué mi pasión por el teatro, por escribir, por pintar. Hablando de teatro, en la novela Hugo y Aitana asisten en Torralba de Calatrava a ver la obra Antígona en el Patio de Comedias, representada por el grupo de teatro La Teatrería bajo la dirección de Antonio Laguna, en la realidad dicha obra fue todo un éxito.

    Si no has convivido con una mascota jamás conocerás hasta dónde puede llegar su generosidad, su compañía, su lealtad. Yaco, el pelirrojo bretón español con su estrella blanca en la cabeza, es real, es el perro de un familiar mío al que adoramos por su increíble capacidad de transmitir con sus gestos, con su comportamiento. Yaco no habla, claro, es un perro, pero tiene la gran capacidad de entender todo cuanto le rodea y expresar con su mirada todo el amor que nos procesa.

    En mi novela, que ahora presento, se muestra mi admiración por El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha. ¿Por qué siento admiración por el Quijote? porque rebosa aventura, fantasía. Una descubre el gran poder de la imaginación, entre otras genialidades, y porque es el libro más importante de la historia.

    1

    Últimas palabras del abuelo

    Roberto despierta empapado en sudor, su largo pelo pegado a la cara, la persiana bajada de su ventana impide que entre el escaso frescor de este amanecer. En la intimidad de su cuarto no quiere que avance el tiempo, todo es tan contradictorio. Parece un Cristo tirado en su cama, desparramado en las arrugadas sábanas, no para de llorar y pensar. Hace un inmenso calor, duda. De pronto, su perro Yaco invade su espacio, exige atención, no le deja dudar más, dejándole claro que tiene que hacerle caso.

    Le acaricia tristemente, pero Yaco tiene el gran poder de hacerle sonreír, no es una sonrisa voluntaria salida del corazón, sino forzada. Siente pena, no es capaz de asimilar la muerte de su abuelo, no quiere ser débil, tiene que ser fuerte, sabe que es lo que él quería.

    —Tu alegría es la fuente de mi vida —le decía el abuelo—. Cuando vengas a mí, tienes que hacerlo vestido con una sonrisa positiva. Tú cambiarás mi mundo, aunque yo ya no esté en él, tienes que solucionar todos mis temas pendientes que no me ha dado tiempo, ni he sido capaz de resolver. Cuando me recuerdes, no quiero que estés triste nunca, no pierdas el tiempo; es lo más valioso que tenemos. Tampoco hace falta que corras, ve despacio, desmadejando todo cuanto yo he enredado y a ti te he encargado. —Estas son las últimas palabras del abuelo la noche anterior de su marcha.

    Roberto sale de su cueva para ir a la ducha, pero una fuerza invisible le empuja hasta el dormitorio del abuelo Mateo; sus pertenencias, fallecido hace tan solo un mes, están intactas, todo está igual; todo parece tan inocente. Son los objetos de una persona mayor. Se siente confundido, una madeja de sentimientos contradictorios se agolpan en su pecho. Siente el peso, la carga de todo cuanto el abuelo le contó y pidió un mes atrás. Recuerda, lo echa de menos, Mateo le escuchaba cuando él le contaba sus cosas y el abuelo no le reñía, sino que comprendía sus sentimientos, sus dudas; también compartían las mismas pasiones y gustos por la lectura, literatura, teatro… Aún en calzoncillos, sin ducharse, mira su reloj, su novia está a punto de llegar y tiene sin preparar sus cosas para el viaje que realizarán en un par de horas. Se tumba en la cama del abuelo, habla con él como si estuviera presente.

    —¡Abuelo! Allá voy, a tu valle, a tu cascada, con mis amigos, a enseñarles tu oscuro paraíso, ¡ja, ja, ja! Que sí, abuelo, tendré cuidado, en un par de horas estamos allí, en El Valle de la luz. Te quiero, abuelo. —Mientras tanto, Yaco corre de un lado para otro.

    Nueve de la mañana de un viernes de julio de 2019, una vez más, ha arrancado la mítica cita teatral manchega. Se alza el telón en el pueblo natal de Roberto: Almagro, conjunto histórico artístico, donde las calles empedradas recuerdan la historia de casi ochocientos años; la Plaza Mayor llena de tiendas donde aún elaboran de forma artesanal los preciosos encajes de bolillos, cestos de cuerda, todo tipo de esparto… sigue manteniendo viva las tradiciones y una historia de amor.

    Roberto no quiere estar durante los días del festival de teatro en esa joya de la arquitectura castellano manchega, a su abuelo le fascinaba, lo vivía con especial dedicación, ya que de mozo asistía a clases de interpretación llegando a actuar muchas veces en el teatro. Su abuelo no solo ha dejado una huella imborrable en su alma, sino increíbles aventuras, recuerdos, sentimientos y emociones de máxima intensidad; un océano de secretos ocultos a lo largo de su vida, también sus miedos, pesares, fracasos y un amor prohibido.

    En un principio, planificó este viaje para pasar junto a Sofí, su novia, un largo fin de semana, pero, al final, también se han apuntado el grupo de amigos. Desde la muerte de su abuelo, la relación entre las familias de ambos ha sufrido un frío distanciamiento, como también le ha ocurrido a la pareja. Roberto necesita aclararle a Sofí ciertas cosas que han pasado y tiene que ser en el lugar especial al que se encaminarán dentro de poco. Él no sabe cómo separarse de Yaco, su perro, inseparable de su abuelo. «No me mires así, Yaco, enseguida vengo». Se le atragantan las palabras. Yaco, sentado en su cama, lo mira, sabe que se queda, su instinto le dice que a ese paseo su amo no se lo lleva y, resignado, mira con ojitos tristes. «Yaco, enseguida vengo». Le llama por teléfono Sofía, Sofí, como todos la llaman, que acaba de llegar a recogerlo. Sofí no entra en su casa, no quiere ver a los padres de Roberto, le cuenta que el grupo de amigos espera y, mientras tanto, cambia los preparativos del viaje al coche de Roberto.

    Sofí vuelve a llamarlo por teléfono, Roberto inspira varias veces, los amigos no entraban en sus planes.

    —¿Te falta mucho? Los chicos quieren ir y a ti te vendrá bien. Cuando los veas, actúa como que no sabías nada, por favor.

    —Está bien, no me siento con fuerza para quedarme durante los días del festival de teatro, necesito huir de aquí como sea.

    Roberto, desde pequeño, estuvo al cuidado de su abuelo paterno, sus padres trabajaban hasta casi la noche; llegaban cansados de trabajar en el campo y el abuelo fue quien, prácticamente, lo crio, transmitiéndole todos sus valores.

    —Espera, Sofí, tengo que pasar al baño un momento.

    Sofí espera en el coche, tiene calor y una sensación de dolor en el pecho por lo acontecido desde la muerte del abuelo. «Qué rara me siento, no entiendo cómo ha podido pasarnos esto…».

    En el baño tarda un minuto, después, va directo a la galería del patio; frente a la estantería, se aferra a un álbum de fotos, regresa al dormitorio, se tumba en la cama del abuelo, no es capaz de salir del dormitorio. Sofí lo llama de nuevo:

    —Tenemos que irnos, los chicos esperan. —Roberto le pide cinco minutos.

    Echa un vistazo rápido a las primeras fotos, llega a las de un lugar especial con su abuelo en una montaña, en la cascada, en la cabaña, junto al río al que se dirige en unos minutos; mientras, Sofí aprovecha para llamar de nuevo a su madre e interesarse por la abuela, que no se encuentra nada bien desde el fallecimiento de Mateo.

    Sofí, al ver que no sale, llama a su casa, le abre la puerta la madre de Roberto con la mirada agachada; no se saludan, pero sí pueden escuchar los latidos de sus corazones. En un silencio extraño, entra a buscarlo. Los padres de Roberto se esconden. Lo encuentra como un niño desvalido, acaricia dulcemente sus cejas, sus ojos, nariz, boca.

    —Daría lo que fuera por escuchar de nuevo sus historias, ver su mirada de niño travieso, se ha marchado demasiado rápido. Qué pena darme cuenta ahora de que no está, de que he sido un privilegiado.

    —Roberto, tu abuelo no está físicamente, pero seguirá siempre vivo mientras esté en tu recuerdo. Todo es suyo, tu gran corazón, tu carácter… —Roberto, aferrado al álbum de fotos igual que un niño desvalido:

    —Aún huele a él, siempre estará conmigo, a cada paso, todo él perdurará para siempre en mí.

    Bernardo y Olaya, padres de Roberto, están en la cocina, no quieren encontrarse con Sofí; ellos también lo están pasando mal por la pérdida del abuelo, y todo lo que generó después de su muerte, hizo que las familias se enfrentaran y distanciaran.

    —Roberto, si quieres cancelamos el viaje.

    —¡No! Tengo que asumirlo de una vez. —Sofí esta compungida al verlo en ese estado de tristeza. Apaga el móvil, que no para de sonar—. ¿Son los chicos?

    —¡Sí! —responde débilmente. Roberto inspira un par de veces, acaricia la cama:

    —Allá voy, abuelo.

    Rebusca en los cajones del abuelo, necesita algo personal para tenerlo consigo, aparece una carpeta de cuero negro con folios revueltos, algunos arrugados llenos de tachones.

    —¿Esto qué es? Parecen cartas. —A toda prisa y con intriga comienza a leer:

    «Hola, Olaya, qué pena que haya pasado el tiempo y nunca nos hayamos sentado a hablar tranquilamente, nos hubiéramos entendido mucho mejor, pero…».

    —¡A mi madre! Un mensaje para mi madre. —Las lágrimas de Roberto caen sobre el papel—. ¿Y esto? A mi padre:

    «Bernardo, hijo, nunca me atreví a decirte cuánto te he querido y lo orgulloso que me he sentido siempre de ti. Perdóname por no ser el mejor padre, por tener siempre la mente en otra parte, por vivir en mi mundo, yo tengo la culpa de todo…».

    Roberto inspira, se limpia la cara, los ojos, no puede seguir leyendo, lo ve todo borroso y siente ansiedad por querer leer todos los folios. «Quiso despedirse de todos». Yaco entra en la habitación, como un torbellino se lanza a sus manos.

    —Cuidado, Yaco, son cosas del abuelo, las vamos a romper. —Yaco tiene prisa de caricias y protagonismo—. Está bien, Yaco, tú también echas de menos al abuelo, ¿a que sí? Cuando regrese del viaje con los chicos me pondré a ver todo esto, menudo tesoro.

    Encuentra el mechero de su abuelo, se lo guarda en el bolsillo cerrando bien la cremallera, asegurándose no perderlo. Va hacia el armario, se pone su perfume, inhala para incrustar el aroma en su cerebro. «Solo un poquito, para que no se termine, otro poquito para ti, Yaquito, para que no se te olvide nunca el olor del abuelo». Se peina, refresca la cara, «el abuelo me espera junto al río».

    —Te espero en la calle —le dice Sofí con los ojos cargados de lágrimas. Por un momento ha pensado que los padres de Roberto reaccionarían de otra forma, pero parece que siguen enfadados.

    Se despide de sus padres con nostalgia.

    —¡Papá! —Bernardo, su padre, oculta las lágrimas que ansiosas se desparraman por su mejilla por más que se esfuerza en lo contrario.

    —Tranquilo, hijo, pasadlo bien, no te preocupes por lo de Sofí, se nos pasará cuando seamos capaces de entender ciertas cosas.

    —¡Venga! ¡Venga! —Olaya, su madre, se muerde la lengua, no quiere transmitirle la negatividad que siente hacia el orgullo herido de su marido—. Si te viera el abuelo así de ñoño te daba una colleja.

    —¡Vale! —dice sonriendo a la vez que moqueando—. Claro que sí, si me viera, ¡ja, ja, ja! —inspira de nuevo—. Nos vamos.

    Aún no hace mucho calor en la calle, donde vivieron generaciones atrás sus ancestros, calle del Capitán Parras. En el coche, Sofí espera mientras habla por teléfono con su madre, agacha la cabeza, siente el rechazo tan descarado de los padres de Roberto parados en el quicio de la puerta, no disimulan su malestar.

    —Voy a comprobar lo que has preparado: tienda de campaña, un montón de cervezas, barbacoa portátil que nos toca llevar a nosotros; como siempre, nuestro coche a tope de trastos. Botellas de alcohol… ¿Quién se ha encargado de la comida?

    —Está ahí, mi amor.

    —¿Eso? ¿Solo esa bolsa? Sin duda, va a faltar, con lo que comen… seguro faltará…

    Roberto sigue comprobando el maletero.

    —Dos sacos de dormir, colchonetas hinchables ¿Por qué llevas varios de cada cosa?

    —Porque seguro que los chicos no han echado.

    —Varias esterillas. ¿Para quién es toda esta ropa?

    —Ropa de cambio para mí y para las chicas porque seguro no llevan, por si hace frío en la noche, para no estar mojada… seguro que van con lo puesto. Zapatillas de repuesto, crema de sol para un regimiento, botiquín a rebosar, todas las gorras que encontré por casa pues sé que el resto no llevará.

    —Ya va lleno el maletero. ¡Ah! El tapiz de mi abuela no puede faltar.

    —¿Para qué quieres eso?

    —Para el suelo, aunque siempre ha estado puesto en la pared de mi casa, pero ahora ya está viejo y no quiere tirarlo, ella me ha pedido que lo traiga y lo cuide mucho.

    —Tenemos que irnos.

    —Sí.

    2

    Roberto y Sofí se conocen.

    2017, julio. Dos años atrás. Roberto y Sofí se conocieron por casualidad en Almagro, Campo de Calatrava, pueblo natal de Roberto y de toda su familia. Sofí nació en Francia, a su belleza se une su humildad, sencillez, alegría y positividad, todo ello fue lo que enamoró a Roberto. La familia de Sofí no vive en Almagro, compró una casa en el pueblo vecino, Torralba de Calatrava. Se llama igual que su abuela Sofía, vivió su juventud en Almagro y por ciertos motivos emigró…

    Hoy se inaugura el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro, la casa de Roberto está situada a pocos metros de la Plaza Mayor, en la calle del Capitán Parras. Estos días, la familia los vive con intensidad, Roberto disfruta de los cómicos venidos de todo el mundo, pasea con su familia por la Plaza Mayor, se divierten, se deleitan con los numerosos espectáculos; todo es un hervidero de turistas, no cabe ni un garbanzo más. El calor pegajoso invita a tomar unas cervezas fresquitas, las cuales son imposibles.

    —¿Por qué no vamos a casa a coger algo fresquito? Esto está abarrotado —comenta el abuelo.

    —Yo voy a por ellas. —Se ofrece Roberto.

    Entre la multitud de personas, el destino quiere que Roberto tropiece con una chica que se afana en hacerse fotos, posa alegremente al lado de una imagen de don Quijote de La Mancha, entre tanto barullo trastabilla y cae encima de ella.

    —¡Perdón! —Pide Roberto con gesto amable. Ella ni se da cuenta.

    La plaza está abarrotada, llena de gigantes y cabezudos danzando al compás de la música. Niños correteando tras los diablos… El anochecer se echa encima y Roberto se marcha, ha quedado con sus amigos para tomar unas cañas en un bar de los soportales de la Plaza Mayor. Tropieza de nuevo con la misma chica, la cual se le queda fijamente mirando con una sonrisa.

    —¡Perdón!

    —¿Cómo dices? —Roberto no entiende que le pide perdón en francés, tampoco el escalofrío que recorre todo su cuerpo.

    —¡Perdón! —repite ella en francés. —Unas sonrisas electrizantes en ambos hace que queden embobados sin saber qué decir.

    Algo pasa en milésimas de segundos, quizás sea la magia creada por el ambiente. El ruido hace que se acerquen y se rocen levemente las mejillas. Hablan sin entenderse, se miran. Los titiriteros se acercan a ellos, ofrecen una rosa para ella, un corazón para él.

    —El alma que puede hablar con los ojos, también besa con la mirada. —De repente a Roberto le sale la vena poética heredada de su abuelo, ridícula para su círculo de amigos, pero no evita en ese momento, no ser halagador, sino porque realmente la siente.

    ¡Oh! Precioso, me encanta Bécquer. —Eso a ella le gusta, entonces Sofí responde—: ¿Qué es poesía? Poesía… eres tú.

    Roberto no sabe si salir corriendo, se pone nervioso ante la belleza de esa chica con acento francés, lo que la hace más irresistible si cabe… desplomarse o morir de amor. La afinidad de ambos por la creatividad artística, el teatro, la lectura, la música, la poesía los une en una interrumpida conversación. Roberto la mira embobado, piensa que no puede ser real que tengan tantas cosas afines, una escala de valores tan parecida unida a una belleza salvaje, descuidada, desinteresada, que la hace irresistible.

    Él no hace caso a la cantidad de mensajes y llamadas de sus amigos. No se separa de ella en toda la noche mágica y especial. Todo resulta seductor, el ambiente, la fascinante conversación; no paran de hablar, reír; disfrutar. Roberto no está acostumbrado a hablar con sus amigos de ese tipo de cosas: ni del último libro que acaba de leer, menos de teatro, poesía o de la biografía de un escritor, jamás de cultura… Todo eso solo lo hace con su abuelo.

    Los siguientes días a la celebración del festival de teatro siguen quedando, van a cuantas entradas les cede la madre de Sofí, que dispone de un par de abonos para ella y la abuela. Comienzan a quedar. Sentados en uno de los bancos de piedra de la Plaza Mayor de Almagro, Roberto le habla a Sofí del patrimonio cultural, monumental y artístico de su pueblo, sintiéndose afortunado. Sofí le escucha entusiasmada, con atención. Le explica la cantidad de columnas de piedra que sustentan los soportales. La historia de las antiguas corridas de toros. El porqué del color de sus ventanas, los orígenes… todo y, especialmente, sobre el Corral de Comedias. Visitan teatros, iglesias… para terminar, toman unas cervezas fresquitas en la Plaza Mayor.

    Durante todo el mes de julio hablan por teléfono, quedan, hacen turismo. Se enamoran de una forma especial.

    —Has inyectado en mí todos los componentes de la química del amor —le dice Roberto con cara de enamorado, acaricia la espalda y rodea por la cintura a Sofí. Ella se deja hacer, lo mira fijamente, lo besa intensamente.

    —Tú sí que eres mi aliciente, mi elixir de la felicidad, a tu lado todo es tan bonito, tan fácil.

    Caminan abrazados a un mismo paso, ambos con vaquero desgastado lleno de rotos, zapatillas blancas sin limpiar desde que las compraron, camiseta blanca; los dos tienen el pelo castaño, largo, ensortijado, desenfadado. Roberto inserta su mano en el bolsillo de atrás del vaquero de Sofí y ella hace lo mismo. Sus almas son gemelas.

    —Calle del Capitán Parras. —Lee Sofí. Llegan frente la casa de Roberto—. ¿Esta es tu casa?

    —Sí —contesta tímidamente.

    —Me gustaría conocer a tu familia, tu casa tiene que ser espectacular —comenta Sofí, mientras él le cuenta la buena situación y la historia del Callejón de los Toriles. La impresionante puerta con sus escudos…

    —Otro día. —Roberto aún no está preparado para que la conozca su familia, todo es demasiado bonito y su madre exageradamente negativa; a su abuelo le habla de ella y a sus amigos, pero no les dice que está enamorado, locamente hechizado, no lo entenderían.

    —Pedazo de casa.

    —Bueno, la verdad es que sí, fue una casa de esas de antes de dinero.

    —¿Tus abuelos fueron gente de bien?

    —Bueno, los antepasados estuvieron relacionados con la política, la cultura… Ahora esta casa es una ruina, todo lo que se le haga es poco en plan de reformas. Pronto te la enseñaré —le dice Roberto agarrándola de la mano y acercándola más a su cuerpo.

    Yaco escucha a Roberto cerca de casa, comienza a ladrar; desde la ventana de la salita que da a la calle lo ve, ladra con más fuerza.

    —¿Tienes perro? —A partir de este momento, serán tres.

    Cada tarde le enseña un rincón diferente, el barrio noble cerca de la plaza, las casas solariegas.

    —Eres el mejor guía, increíble; cuando te conozcan mi madre y abuela las enamorarás igual que a mí.

    —Tú sí que eres increíble, me vuelves loco con tan solo tu voz.

    Yaco los mira, mueve la cabeza como diciendo: «¿Qué le pasa a este? ¿Quién es esta?». Después de otro apasionado beso, Yaco comprende por qué últimamente las salidas han sido tan rápidas junto a él, sus escasas y escuetas caricias en la barriga «cuando se entere el abuelo», piensa Yaco sentado, mirándolos, observándolos sin perder detalle, intentando aceptar o comprender la nueva normalidad. Yaco los observa y piensa que debe ser cauteloso, pero varios ladridos se le escapan, su impulso para llamar su atención no le sirve de nada, lo ignoran.

    —Creo que estoy enamorado de ti hasta las trancas.

    —Y yo de ti.

    —Yo más.

    —Eres para mí una experiencia cultural única en el mundo, la cual me hace estremecer, llorar, pero de belleza; de felicidad.

    —Me desplomo, es lo más bonito que me han dicho en la vida.

    Por todo ello son una pareja de esas que crean envidias, de las malas; tienen personalidad similar, son de los que pueden discutir a diario por cualquier tontería y a los cinco minutos ambos lo han olvidado. Aprecian y alagan las cualidades el uno del otro, respetan sus decisiones. Se comunican perfectamente con la mirada. Les gustan las aventuras extremas. Comparten las mismas aficiones y gustos, sin contar con el magnetismo inmenso, la fuerte atracción sexual entre ellos. Total, una pareja criticada y envidiada por todos.

    3

    El abuelo se siente mayor.

    Mediados de septiembre, 2017. Mateo se siente mayor, la tristeza en sus ojos y alma hace que no disfrute de este bonito atardecer en el patio de su casa solariega, ahora llamado jardín «esta mujer que quiere ser muy moderna, esto es el patio de toda la vida», refunfuña para dentro, pensando en su nuera Olaya. Las flores de azahar desprenden un aroma molesto, huelen demasiado bien y ello hace que a la memoria le lleguen momentos de su vida de cuando se sentía vivo, no es lo mismo estar vivo que subsistir.

    Su hijo Bernardo, por las noches, cuando llega a casa agotado de trabajar en las labores del campo, con gesto cansado, le insinúa a su padre que tiene que darse prisa en la conversación, pues tiene sueño. Quiere hacer muchas cosas, preparar para el día siguiente, atender al padre, sacar el perro, hablar con su hijo…

    —¿Cómo has estado hoy, papá?

    Yaco, su inseparable amigo pelirrojo, un bretón español, los mira, escucha, observa todo, da la sensación de que los entiende y, paciente, espera un mínimo gesto de alguno de ellos.

    —Sí, hijo, no te preocupes, todo bien, solo que el día ha sido excesivamente largo.

    Mateo se dedica, no sabe cuánto tiempo, a contemplar las gotas de agua que se deslizan por la fuente con forma de angelito travieso. Cierra la mente para no recordar. Después se pone a seguir la trayectoria de la impresionante parra que cubre el cielo del patio «me van a secar la parra con el techo que le han puesto al patio, si es que no puede ser, a saber el dineral que les ha costado y seguro me echan las culpas a mí». Una linda mariquita no para de curiosear e inicia su excursión por las raíces de la parra.

    —Inquieta esta mariquita —dice Mateo a Yaco, que observa como alarga sus pesadas manos y desiste al sentir que el cuerpo se le inclina hacia delante tras la cabeza—. Que me caigo, joder.

    Al verla, le ha hecho ilusión poder cogerla, sentir esa sutileza, pero le cuesta un sobreesfuerzo adelantar sus manos. «¡Total! Que sea libre». El abuelo sigue observando el grueso tronco de la parra, recuerda exactamente el día, la hora, el momento, cómo fue, quién estaba; quién hizo el agujero en la tierra. Las risas de tres niñas con trajecito blanco lleno de tierra y barro comienzan a desfilar por su mente: «Hasta el pelo lo tenéis a rebosar de tierra. ¿Qué habéis hecho?. Las niñas solo están en su mente, juegan al Pilla, pilla… Mateo sacude su cabeza para regresar a la realidad, una que se revela; sigue viéndose a sí mismo joven, apuesto, regando por primera vez la parra.

    —No es lo mismo recordar que verlo, yo lo veo, es real, están aquí, a mi lado —le dice en ocasiones Mateo a Juan, su cuidador, en confianza, asegurando que es así, que ve a su madre guiando cada tramo de la parra de tal forma que acabó recubriendo el patio entero.

    —No toquéis, chiquillas, ya habéis roto esa yema, anda con las chiquillas estas. —Asegura ver a las niñas corriendo por las escaleras.

    Las risas son reales en su cabeza, las escucha por todas partes. Corren por el corredor, bajan por la escalera de servicio, siempre riendo, haciendo trastadas con sus vestiditos blancos impolutos llenos de encajes perfectamente almidonados. Mateo amaba a esas niñas, eran las hermanas de su joven y hermosa mujer, las cuales, al quedarse huérfanas en su día, permanecieron con ellos.

    —¿Queréis estaros quietas? No le pongas tanto abono a la parra, que la vas a freír.

    La casa la han ido heredando de padres a hijos.

    —No tenemos un duro, todo se lo lleva la casa —comenta Bernardo, su hijo, padre de Roberto, su nieto—. Esta casa es una ruina.

    Mateo, cuando le escucha, no dice nada, agacha la cabeza. La mala conciencia le hace recordar días de antaño cuando la casa se reconocía por su poderío, esplendor; sabe que antaño dilapidó una fortuna en…

    —Mantener hoy una casa así es imposible, igual que una máquina tragamonedas, las

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