Llueve desde el sábado
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La novela que comienza como una policial, poco a poco deriva en la historia de un viudo enfermo, cuyo único sueño era ese amor que el mismo califica como el sueño de un viejo acechado por un cáncer terminal.
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Llueve desde el sábado - Reinaldo Martínez Urrutia
Llueve
desde
el sábado
Reinaldo Martínez Urrutia
Editorial Segismundo
Logo SegismundoDedicatoria
A Jorge, mi compadre,
Compañero de un viaje inconcluso.
Agradecimientos
A Paulina Ponce L.
por su invalorable
aporte a este relato.
I
Roberto dejó el diario sobre la mesa, inclinó la cabeza sobándose la frente con ambas manos durante un largo rato, con los ojos cerrados, buscando una especie de solución a un imposible. Revolvió su departamento buscando un cigarrillo olvidado, perdido en algún rincón. Hacía dos meses que había dejado de fumar. El cáncer. ¡Qué mierda!
Bueno, era lógico que la encontraran, no se podía esperar otra cosa. Cuando pasa más de un día sin saber de una persona adulta, siempre la encuentran fallecida. Era esta conclusión estúpida que lo tenía angustiado. En un pequeño remanso de un canal, bastante lejos de su casa, boca arriba, una sola bala. Sin el arma homicida en el lugar podría descartarse un suicidio. Había sido asesinada allí mismo, su cadáver no había sido removido, ni arrastrado. Algo trataba de aclarar el periódico, más bien se cuestionaba, ¿qué hacía ahí, quizás fue llevada a la fuerza y otra sarta de preguntas aún sin resolver?
Julia García García, 38 años, dos hijas, de ocho y cinco, separada, actualmente convivía con un compañero de trabajo. Nunca supo el nombre de ese tipo, por algún motivo siempre creyó que era mucho menor que ella -envidia de viejo-. Sólo por intuición, nunca lo había visto, sería vergonzoso seguirlos, pero se lo imaginaba un muchachón joven, un gigoló. Una vez se lo dijo, ella lo negó, él bromeó diciendo que soltero a esa edad era para sospechar de su masculinidad, Julia rió, con lo cual quería decir que había comprobado que no era así. Rió, y le dejó esa sonrisa burlona que lo convertía en un niño indefenso, aunque igual lo enamoraba. Después de esa confesión se quedó mudo, aunque desgraciadamente lo recordaba a cada momento, por días, por semanas y como si gozara con mortificarse, repetía cada una de sus palabras.
Anotó en una pequeña libreta a su primer sospechoso, ese tipo era el más obvio, pensó, sí, sería un buen caso, respiró profundo sintiéndose ya todo un policía, de esos que resuelven todo sólo con su inteligencia, sin moverse del sofá. Otro femicidio, el año anterior fueron más de 30.
Alguien debería retirar el cuerpo de la morgue, su madre, su hermana y seguramente él. Ahí podría enterarse de quien era. Nunca había querido saber nada de su conviviente, era algo odioso, ignorarlo era sentirse superior.
Estacionó en la avenida La Paz, sin bajarse del automóvil. La intuición no le había fallado, respiró satisfecho. De lejos reconoció a su hermana y a la madre, las había visto un par de veces. La gente aguarda en la calle, parece que no hay un recinto para esperar ese momento tan difícil para cualquiera. Se imaginó el dolor, debe ser terrible, se le ocurrió. Había un hombre con ellas, pero no era para nada joven. Julia tenía un medio hermano, era mayor, se lo había comentado. Parece que se llamaba Ariel, tal vez era ese. Existía una relación extraña con él, supo de su parentesco no tanto tiempo atrás, su madre se los había ocultados a las dos hermanas por años, pero el desconocido hermano de alguna manera las ubicó. Elvira, la madre, no tuvo más remedio que confesarlo todo. Se embarazó a los 16, no era capaz de mantenerlo, lo había entregado a unos conocidos, y no supo más de ese hijo. Catalina, su hermana, tampoco era hija del mismo padre, eso siempre lo habían sospechado, pero en ese momento ambas lo confirmaron. No estaba tan seguro que el hombre se llamara Ariel, trató de recordarlo, sí, así se llamaba. Luchó por largo rato con la compulsión de acercase al grupo, presentarse, darles las condolencias, pero no tenía una buena explicación que justificara su presencia allí. No se parecía a Julia, el individuo era alto, cabello castaño claro con una incipiente calvicie, se veía acongojado, en silencio. Después de la sorpresa de la aparición de Ariel, lo habían visto algunas veces, pero Julia empezó a rehuirlo, abusaba del alcohol y al parecer también de las drogas, y se insinuaba extrañamente, como queriendo seducirla, aún sabiendo que lo hacía con su media hermana, había algo que le repugnaba en esa relación. Ariel también podría aparecer como un sospechoso, sacó su libreta, aunque no había signos de abuso sexual en la escena del crimen. —¿De dónde sacó esa conclusión?—. Bueno, era una hipótesis. De todas maneras, consignó ese detalle al lado de su nombre.
Humberto Rodríguez, así se llamaba su pareja, estaba detenido para tomarle declaración, lo supo por el noticiario de la noche. El mismo había acudido a Carabineros para informar de su desaparición cuando no llegó esa noche a casa y tampoco concurrió al trabajo. Julia lo