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Deseos: Tercera Parte: Deseos
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Libro electrónico108 páginas2 horas

Deseos: Tercera Parte: Deseos

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Esta es la parte final de Ansias, la serie romántica escrita por la autora best seller de USA Today, Sky Corgan.

Un tumultuoso romance con su jefe ha dejado a Fennel Riegel deshecha. Todo lo que desea es alejarse del hombre que le arrojó a la cara toda la confianza que había depositado en él. Decirlo es más fácil que hacerlo, dada la tenacidad con que él ha decidido buscarla.

Después de encontrar un nuevo trabajo y mudarse a un apartamento propio, Fennel cree que su vida comienza a volver a la normalidad. Trent Stevens, sin embargo, tiene otros planes diferentes. Está dispuesto a ir hasta el fin del mundo para lograr tenerla de vuelta, incluyendo revelarle sus secretos más oscuros.

IdiomaEspañol
EditorialBabelcube
Fecha de lanzamiento22 ago 2018
ISBN9781547538690
Deseos: Tercera Parte: Deseos

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    Deseos - Sky Corgan

    Capítulo 1

    El ambiente en la oficina de Trent es sofocante. Mi mirada está fija en sus labios, aunque por la primera vez no pienso en besarlos. Aguardo el momento en que pronuncie las palabras que me darán de baja de su vida para siempre. Y, la verdad, estoy tan encabronada que ya eso me importa un pito.

    Pareciera que le hubieran comido la lengua los ratones. Nos miramos uno a otro por encima del escritorio, y a medida que el tic-tac del reloj cuenta los minutos hasta el final del día –hasta mi propio final–, siento cómo la tensión crece dentro de mí a niveles inauditos. Si él no tiene nada que decir, yo definitivamente sí. Caeré con mis armas centelleando, y para el momento en que salga de su oficina él sabrá la clase de mierda que pienso que es.

    –¿Sabes, Trent?, verdaderamente disfruté lo que tuvimos, y no lo digo para que tú pienses que soy una perra; no lo soy. No estoy en la onda de andar acostándome con todo el mundo.

    –Yo nunca...

    – Cierra la boca –y adelanto mi mano en señal de alto, pues estamos en un punto en que me importa un carajo lo que él tenga que decir. Afortunadamente no me desafía. Su cuerpo se tensa, sin embargo, pero él permanece callado mientras continúo con mi descarga, quizás pensando que me debe al menos eso, dadas las circunstancias–: Me gustas. No –sacudo la cabeza–. No es así. Me gustabas. Creí que eras un gran tipo, una suerte de héroe que venía en mi rescate. Quizás no al principio, no en el hotel, sino cuando llegué aquí y vi que estabas dispuesto a darme un trabajo a pesar de lo que habíamos tenido y de mi falta de experiencia, y quizás tampoco tanto entonces como cuando me trataste con respeto y nunca me hiciste sentir avergonzada de la situación.

    Incluso después de que nos revolcáramos en tu oficina, cuando me trataste con cierto desdén, y yo pensé que sería el final de todo entre nosotros, aún me gustabas –mis ojos comienzan a aguarse sin yo saber por qué; quizás porque mi confesión es algo cruda, quizás por la desesperación que siento. Lo que había ocurrido entre nosotros acabó: si ahora me va a mandar de paseo, entonces al menos me descargaré antes. Ojalá que ello me haga sentir mejor; tal vez al final me arrepienta. No habrá manera de saberlo hasta que el asunto esté consumado y yo fuera de la puerta. Y resulta que tengo todavía mucho que decir antes de que eso suceda–. No sé quién eres. Nunca lo he sabido. No pienso aparentar que tenga siquiera una pista de ello. Puedes ser el tipo más adorable por un momento, e inmediatamente después... –mi voz sigue de largo mientras recuerdo el momento en que me dijo que tomara el camino de la vergüenza" de vuelta a casa. Hago retroceder las lágrimas que amenazan con correr libremente por mis mejillas y establezco contacto visual en firme con él–. Nunca te he tratado de otro modo aparte que con respeto. Te di todo lo que quisiste; es decir, lo hice con más confianza que la que haya puesto jamás en un hombre. He salido con determinadas personas durante años y nunca las he dejado atarme como te dejé hacerlo a ti. Pensé que las cosas marchaban de lo mejor entre nosotros. Sé que has dicho que nunca sales en citas, y eso me huele a gato encerrado. Pero cuando me hiciste saber que me mandarías de paseo por el camino de la vergüenza... –río porque siento que empiezo a perder la cordura. Las emociones se acumulan dentro de mí hasta reventar. Y él sólo me mira con esa mirada vacía. ¿Acaso me oye siquiera? No podría saber, pero tampoco me importa porque necesito decir todo esto–. Todos tenemos asuntos emocionales, Trent: actuamos a la perfección en algunos casos, pero en otros presentamos defectos; y eso está bien. Tenía la pretensión de ayudarte a descubrir tu punto ciego. Estaba intrigada por tu forma de ser. ¡Cielos!, incluso estaba dispuesta a olvidar todo lo que había sucedido entre nosotros: si verdaderamente querías deshacerte de mí, incluso eso estaba bien conmigo.

    "Pero, aparentemente, eso era demasiado para ti. No me soportas porque..., por alguna razón. Y ahora me despides –el tono de mi voz adquiere un matiz cínico, como que me doy cuenta en este momento de que pierdo mi empleo como consecuencia de haber tenido sexo casual.

    Trent echa para atrás su cabeza ligeramente–: No te estoy despidiendo; en ningún momento mencioné nada sobre despedirte.

    Tales palabras deberían aliviarme, pero en lugar de ello me mortifican. Acabo de vertirme completamente y él tiene aún la audacia de ponerse por encima de la situación al decirme que jamás ha tenido la intención de despedirme. ¿De qué carajos se trataba toda esta situación entonces? Me siento avergonzada y entrando en pánico, y aquel fragmento de cordura que todavía me mantenía de una sola pieza saltó por los aires. No puedo hacerlo, no puedo estar cerca de él por más tiempo; está jugando con mi mente.

    –No importa, pues renuncio.

    ***

    Lo sucedido en Chilly Creations, C. A. me ha dejado un amargo sabor en la boca. Trent ni siquiera trató de detenerme. De hecho, no dijo siquiera una palabra mientras yo me aparejaba a mí misma con mi orgullo para levantarme de la horriblemente incómoda silla de metal de su oficina y salía de allí, aguantando visiblemente mis sollozos en todo el proceso. Sólo la terquedad impidió el llanto en el trayecto a casa. Me había convencido a mí misma de que él no valía la pena para mis lágrimas, y fue lo mejor, pues al apenas llegar a casa me encontré atrapada en otra incómoda situación social.

    Gary Guarino, el tipo a quien mi madre quería presentarme, ya estaba en casa. Me vi obligada a tragarme mis emociones y ser amigable: puedo decir, por lo demás, que no sentí nada cuando nos conocimos. No es que no lo halle atractivo. Es alto y desgarbado, de cabello largo, castaño oscuro, ojos de gama, enormes. Mucho más del tipo que me agrada que Trent, aunque un poco joven para mi gusto –cuatro años menor que yo.

    Mi madre debe haberlo traído a casa justo después del trabajo, pues ambos tenían puestos sus uniformes y olían a comida aún: nada atractivo para una presentación, aunque, si a ver vamos, mi aspecto tampoco era lo que se diría impecable.

    Tuve una breve, cortés conversación con ambos antes de excusarme y salir afuera. Después de una tarde turbulenta y emocional como la que tuve, socializar con una persona que ve en uno un potencial para tener una nueva relación amorosa no resulta muy cómodo. Mostrarme tan distante me hace sentir como una cretina, pero lo único que deseo ahora es estar sola. Además, a pesar de que mi madre no es la más perspicaz de las personas, sabe cuando algo no anda bien conmigo, y la verdad es que no me gustaría adentrarme en una conversación cuyo tema fuera cómo renuncié a mi trabajo delante de un perfecto extraño.

    Me siento en el porche de entrada a mirar a través de la calle al terreno baldío ubicado entre las dos casas de enfrente. Vivimos en un suburbio a unos quince minutos de la ciudad. Los lotes de terreno son grandes y muchos de ellos aún no tienen construcciones hechas, lo que le da un aire agreste al vecindario.

    En mi mente, un caos de confusión y arrepentimiento. No son muchos los hombres con quienes hubiera preferido no acostarme, pero Trent definitivamente es uno de esos pocos. Debí haberlo sabido, intuir que las cosas saldrían mal después de

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