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La pequeña tempestad
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Libro electrónico69 páginas55 minutos

La pequeña tempestad

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En este libro diferentes personajes, voces, narran diversas aventuras, como la de un niño convertido en un árbol, la historia de una nina cuentacuentos que se transforma en mariposa y la de dos hermanos que se vuelven coyotes, y así tienen que luchar por sobrevivir juntos, entre otras fabulosas narraciones.
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones SM
Fecha de lanzamiento15 sept 2015
ISBN9786072410541
La pequeña tempestad

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    La pequeña tempestad - Carmen Leñero

    Bosque de lluvia

    TODOS los árboles de esa región del bosque quisieron que sus ramas fueran brazos que bailan una danza muy lenta, y que sus hojas fueran manos abiertas donde se sostienen las gotas de agua como mosquitos temblorosos. Y quisieron esos árboles que alrededor de su tronco crecieran millones de líquenes que filtran tiempo en vez de aire. Y estuvieron de acuerdo en que el musgo los cubriera con su terciopelo pegajoso, de un verde eléctrico brillante, para cobijarlos del frío y hacerlos ver elegantes. Aceptaron también que los hongos se ensartaran en sus pliegues formando escaleras fantásticas por las que alguna criatura despistada —de las que se negaron a perecer en antiguos cataclismos— pudiera subir hasta sus copas. Desearon que los pájaros carpinteros ejecutaran sobre su corteza una percusión alegre e incluso que los castores, de vez en cuando, afilaran sus dientes abriéndoles un gran hueco, donde tarde o temprano vendría a refugiarse algún pequeño ser sin hogar.

    Sí, tener un hueco en lugar de corazón: eso les gusta a los árboles de esta zona. Un hueco donde un animalillo o cualquier otra criatura imprevista y desprotegida pueda habitar. Para eso sirve el corazón y no para otra cosa.

    Los árboles mayores esperan y esperan sin aburrimiento, sin inquietudes. No conocen el miedo pues su existencia dura cien veces más que el miedo más duradero, y sus raíces penetran cien veces más adentro que el miedo más profundo, y su talla les permite ver todo desde una altura a la que no llega el miedo, sino sólo, y muy a veces, el aliento negro del miedo que sienten otras criaturas y que se eleva rozando sus hojas en forma de humo.

    Una vez que caen por tierra, ya sea porque son muy ancianos o porque algún rayo los atravesó, estos árboles tranquilos dejan que otros frágiles arbustos claven en ellos sus raíces y que un mundo de hierbajos se instale en su corteza para chuparles las sustancias nutritivas y los secretos que se necesitan para sobrevivir en el bosque. Así, infinidad de vegetales pueden crecer y llegar a ser tan viejos como lo fueron sus árboles nodriza, despreocupados de contar los días, que se han vuelto demasiados, tantos como los que una tortuga gigante lleva grabados en su caparazón.

    También estuvieron de acuerdo los árboles sabios, aunque nadie se los preguntó, en transformarse en cualquier otro ser del bosque cuando su vida de árbol se acabara, quizá varios siglos después o quizá durante la próxima tormenta. Sí, transformarse en cualquier otra cosa imaginable: en polvo, en una nueva planta o en una roca muda. Nadie sabe cuándo la vida a la que uno está acostumbrado se acaba. A lo mejor no es cierto que se acaba. Ni los árboles más antiguos, ni los más diminutos seres unicelulares, ni nadie, sabe cuándo su vida va a convertirse en la vida de otro.

    Ésta es la historia de un árbol de tronco rojo y hojas brillantes al que llaman madroño. Se trata de un árbol alegre pero necio, y que por eso crece en las posturas más insospechadas desafiando a menudo la ley de la gravedad. Es una clase de eucalipto descarapelado que se retuerce en el aire, con miles de ojos de elefante dormilón a lo largo de su corteza. Sus raíces se desplazan bajo tierra como un grupo de serpientes silenciosas buscando su alimento, sin detenerse nunca del todo.

    Ésta es la historia de un madroño que antes de ser árbol experimentó una existencia fantástica: fue un niño. O tal vez lo había soñado… El hecho es que al despertar todavía tenía sangre roja y preocupaciones de niño, en vez de savia blanca y paciencia. Después de aquel sueño, que no sé si fue sueño o recuerdo, viéndose clavado en el bosque, se despellejó de tristeza, hasta que por suerte vio aparecer a Miranda y pudo contarle su aventura. Ella la completó y se la contó después a todos los que pudo, hasta que un día la historia llegó hasta las hojas de este libro. Y así, convertida en libro, vuela hasta la mente de muchos niños, chicos y grandes. Sólo entonces, ya libre de sus ataduras vegetales y en medio de tu bosque imaginario, el madroño que alguna vez fue un niño, y luego un árbol, y luego un libro, se contentó.

    La persecución y las alas

    SI te asomas a esta página, dice Miranda susurrando a tu oído, verás a un par de niños corriendo entre los troncos con sus chaquetas para la lluvia y sus guantes para el frío.

    —¡A que te alcanzo! —le dice el mayor al más pequeño—. Y cuando te alcance

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