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Divagario de un ser accidental - un viaje a través de las dudas: Prólogos, no cuentos, narraciones y transgresiones
Divagario de un ser accidental - un viaje a través de las dudas: Prólogos, no cuentos, narraciones y transgresiones
Divagario de un ser accidental - un viaje a través de las dudas: Prólogos, no cuentos, narraciones y transgresiones
Libro electrónico526 páginas8 horas

Divagario de un ser accidental - un viaje a través de las dudas: Prólogos, no cuentos, narraciones y transgresiones

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No divagues en este mundo lleno de dudas y refúgiate en el silencio. Cualquier otro puedes ser tú mismo visto desde otro punto de vista.

Para que cualquier obra comience a desarrollarse, será necesario que exista un desencadenante y que, desde él, comiencen a transitarlos sucesos hasta convertirse en aquello que empuja a un ser a vaciar su alma conmocionada y llena de dudas, que él, necesita compartir con los demás.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento29 jul 2016
ISBN9788491126539
Divagario de un ser accidental - un viaje a través de las dudas: Prólogos, no cuentos, narraciones y transgresiones
Autor

Luis Jiménez Delgado

Luis Jimenez nació en Madrid en el año 1944, se licenció en filosofía y letras por la Universidad Complutense de Madrid y ha trabajado como informático en una multinacional. El autor es un personaje lleno de dudas que trata de compartirlas desde su divagar. Jamás trata de despejar esas dudas, porque considera que ellas aportan el calor y la ilusión necesaria para que la búsqueda esencial de las cosas permanezca viva. Es por tanto, una voz única que narra sus vivencias internas con la pretensión de ser leído y aceptado. El ser o no comprendido, siempre corresponderá a los otros. En la actualidad, Luis reside en su ciudad natal.

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    Divagario de un ser accidental - un viaje a través de las dudas - Luis Jiménez Delgado

    DIVAGARIO DE UN

    SER ACCIDENTAL-UN

    VIAJE A TRAVÉS

    DE LAS DUDAS

    prólogos, no cuentos,

    narraciones y transgresiones

    Luis Jiménez Delgado

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    Título original: Divagario de un ser accidental-un viaje a través de las dudas

    Primera edición: Julio 2016

    © 2016, Luis Jiménez Delgado

    © 2016, megustaescribir

    Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Contenido

    ENTONCES

    ALGO QUE PRESENTAR

    UNA VEZ MÁS, LA MUERTE

    REPETICIÓN

    TIEMPO PRESTADO

    LOS GOLPES DEL MAL

    DIVAGAR

    INTRODUCCIÓN PARA UN PERSONAJE DE FRICCIÓN

    AQUELLO SIN DETERMINAR

    LOS MOMENTOS, LOS SUCESOS Y LAS COSAS

    SE TRATA DEL CÁNCER

    UNA CONTINUACIÓN

    LA PARTIDA

    ENSOÑACIONES. VIDA Y VUELTA

    POR QUÉ

    A MODO DE PRÓLOGO

    ALBERTO

    EL PUNTO DE PARTIDA

    DESCOLOCACIÓN

    OTRA COSA

    CAMINAR

    LA AMBULANCIA

    TIEMPO-INSTANTE

    INTERIORES CÍNICOS

    SILLAS DE URGENCIAS

    ¿FATALIDAD O CIRCUNSTANCIA?

    TARDES DE HOSPITAL

    NUEVAS FAMILIAS

    TITULCIA

    ELLA, LA TRISTEZA

    EL VIAJE SIN FIN DE PARECERES Y APARECERES

    LUZ

    ARMONIA

    IMAGINACION

    LA LIBERTAD

    ENCUENTROS

    EL OFICIO DE VIVIR

    TRAZOS

    Para Asunción, que es mi soporte absoluto, en el silencio que nos une, a veces

    A mis hijos, que siempre los encuentro cerca, a veces

    Para aquellos que quiero, ellos saben quiénes son, yo sé que me quieren y sé quiénes son, sólo a veces

    Escribo para que la muerte no tenga la última palabra

    Odysseus Elytis

    ENTONCES

    Si, sucedió entonces:

    Era la hora cercana a la medianoche, era el 12 de Abril, y corrían inquietos los idus… Entonces, justo entonces aparecieron ellos, mezclados y sin orden aparente: se trataba del ruido con el que venían las furias. Traían la luz más intensa y, más tarde, el horror de su ausencia. Les acompañaba la vida y la muerte despegándose y despidiéndose, destrozándose ansiosas cada una en defensa de lo suyo. Ganó la muerte pues tenía cosas por completar, o eso dijeron una parte de los otros.

    A cuantos murieron entonces os llevo conmigo. Sabed que todos cuantos compartieron conmigo el juego de la vida y de la muerte entonces, vivirán conmigo…Ellos tragados por la muerte. Ellos tragados por la vida.

    Entonces fue cuando unos partieron, acaso para esperar, y otros quedaron esperando, acaso para partir más tarde, al mismo no lugar.

    Desde el parto angustioso hasta la angustia de partir se desarrolla la trama entera, embutida en el instante que se pretende. Que se pretende ninguno. ¿Quién llamó a los agonistas y los agrupó en aquél entonces?

    Cuéntame de los tramadores, aunque por favor, hazlo en silencio para que no me entere de lo que traman ni sepa de ellos. Es por no maldecir.

    Mi saludo es para todos, incluidos los tramadores, a quienes Dios maldiga, ahora.

    Sí, fue entonces, en aquella fecha y en aquella hora cuando estalló la bomba. Fue en aquella noche de 1985. Los que murieron fueron dieciocho y, entre aquellos que murieron no se encontraban los americanos que ellos buscaban. Malditos sean si aun viven aquellos, los que pusieron la bomba con la que asesinaron a otros aquellos; entre ellos a mi esposa.

    ALGO QUE PRESENTAR

    Estoy confuso ante el papel, pues di por concluido el tiempo parcial asignado a pensar sin concluir y, han decidido la circunstancia y el deseo, que debo comenzar a escribir acerca de todo cuanto alcance a traer, y depositarlo aquí para ahora o, para más adelante. Si es por deber, que no es, debo contar algunas de aquellas cosas que no me permiten respirar a veces, aunque yo culpe de ello a mi alergia y culpe al asma que la envuelve y acompaña. Si es otra la razón, que me maldiga el tiempo eterno por la pretensión de robarle cortos instantes para congelarlos con el frío que los quema. A él no le importará ni a mí tampoco, entender de lo distinto.

    Cualquiera que sea la circunstancia que mueve a las cosas, ésta circunstancia se convierte en la extrema necesidad, absurda igual, de hacer más somera mi vida para aligerarla de ciertos contenidos, y hacerlo suavemente hasta quedar a merced de lo diferente que aparezca, todo lo cual viene a resumirse en lo mismo; inciertos sucesos de entonces que se me hacen cuerpo ahora para que, junto a ese resto que permanece, ocupen mi duración pues así lo reclama esa circunstancia.

    Pasado el tiempo de la quietud, y abierta ya la vida al movimiento, aquello que sale, fluido o no, que pase a otros se hace necesario como camino de alguno, y que yo lo recuerde y lo traiga también me vale, no para que oficien de depositarios aquellos sino, únicamente en el ánimo de que las dejen correr sueltas, a las cosas, y ellas vuelen, discurran o se remansen, aunque no será mi caso, desconocido caso, determinado acaso.

    Encaro este divagario de una forma particular y personal que está claro imaginar como cosa mía o eso proclamo, y de ella se supone que puedo tener algún conocimiento aunque éste sea: quizás sesgado, más bien privativo y, seguro que parcial. Se hace necesario así para no entorpecer a la torpeza que ronda, debido a que eludes a la propia mirada y te evitas cuando puedes en lo desagradable, o te enfangas adrede en lo que no debes.

    También a veces tienen lugar los imprevistos, que afloran en los momentos en que contemplas la nada, son cuerpos extraños porque son inesperados, y son los que ocupan un espacio esencial durante esos recorridos de tantas mañanas. Los que te ocupan antes de que aparezca la luz que se lleva a las sombras y borra lo inexistente, en tanto que tratas, inconsecuente, de llenar nada. Te las ves contigo que eres un ser descompuesto. Un ser que todavía huele a dinamita explotada y, tu pretensión, es salir de una situación que resulta insólita.

    Recibiréis con lentitud datos convulsos con que rellenar lo que no se puede, pues los sucesos rinden cuentas, en definitiva, a la cadena interminable de todas las cosas, como lo hacen al conjunto de todos los invitados a este festín forzoso y, si fuera tuya esta manera de entonar cualquier aleluya, terminaría por condenarte dada la manera en que aquello se ejecuta. Finalmente entenderás/entenderemos, y aprenderás/aprenderemos, quizás por el roce canalla que, ese roce especial nos toca a todos, y a todos nos impregna del olor cambiante de la noche cuando ella es grata y te lame las heridas. Que esto es una pose resulta fácil de adivinar, en cuanto que es pose todo cuanto es canalla y permites que suceda, o permite aquello que esto suceda.

    Jugaré a traer, para describir, sobre aquello que deseo aliviar, pareciendo que se trata de tu deseo y, en tu ansia de corregir lo imposible de corregir, por sucedido, creerás que me engaño en el planteamiento y lo que ocurre es que no hay tal planteamiento. Sólo hay exposición infernal y de allí sale todo y golpea caliente.

    La pretensión es hacer canallesca literaria, inútil por tanto, sobre el amor y el dolor que flotaban mezclados entre el delirio de la muerte. Narrar sobre la descomposición que estuvo compuesta de nada, siempre asuntos y sujetos desconocidos, inabarcables cuando se mezclan por culpa de la disolución de su tiempo. Y se hará así para que algo os quede y mezclado con vuestra parte, me lo devolváis después traducido, y con todas las claves reforzadas para mostrarlo. Será útil por eso mismo cuando me llegue.

    Acabáis… de empezar a leer un divagario que, os llega envuelto con mi transparencia quebrada, y a un tiempo velado por la necesidad y, si lo dejáis libre por vuestra voluntad, él se vuelve ansioso, mira hacia el presente y se amolda manso, y sobre vosotros caerá lento si así os parece. Todo le ocurre al divagar porque, asilvestrado, os lleva y os trae de manera ilusoria a través de mi través, que no será sino un extenso compendio sobre el ego universal.

    El divagar se mezcla por tanto, con otros tantos de otros tantos que, o bien define el suyo narrado por él mismo, o lo sirve a los demás como lo igual de los otros y los usa como marco de referencia. De esta manera ofrece el límite necesario de la seguridad cínica, o aquello dorado que lo separa de lo blanco, como en el cuadro de una pared para mostrar la cosa aparte.

    Trata de la muerte, hermana, cuando la confunden y pretende lo suyo, y lo consigue antes de la hora que nosotros pretendemos. Trata de destrucciones, vacío, letargos, pérdidas, encuentros, construcciones y deconstrucciones, que obligan a tu ser a que te obligues a encontrar aquello que consideras necesario, aun sin saber sobre qué necesidad se cuestiona ese resto que te ha quedado.

    Trata sobre las tensiones que se ciernen sobre ti y sobre mí, ambas las mismas cuando nos comprendemos y nos sorprendemos. Ego sudoroso sobre ego sudoroso, de un amor que se muestra circular. Trata de los contrarios que se saludan en la frontera sin permitirse el paso, o que acaso no se saludan dependiendo el hecho de lo impreciso que resulta desconocerse como iguales. Trata, por lo mismo, sobre tantos que se cruzan o se encuentran en el campo de la vida.

    Todos ellos tienen que ver contigo y no dejan de ser los mismos, pero buscando o recolectando, más mal que bien, el equilibrio que, según él dice, únicamente logra poseer por medio de la cesión de tensiones que le producen el sujetar al poseer, y el ceder al transgredir, asuntos que siempre le ocurren por desear aquello que le duele no poseer.

    Entretanto, este ser, continúa a la espera del tiempo de la recolección. Y, en el ocio de la espera, describe, o pretende describir, los episodios de su lucha por la calma, pudiéndolo hacer o no según sople el viento; pretende obedecer por deber inducido o por moral doblegada, lo cual le ocasiona, a veces, una extraña risa nerviosa, también sesgada, o más bien atravesada, de mejor sentido aunque de igual dirección.

    Trata del amor que surge a flor de piel o del odio que sientes escondido bajo ella y, como no lo reconoces aunque asoma al espejo, lo ves del revés y lo piensas como de otro que quizás tuvo que ver contigo. Trata de las placas que chocan en busca de expansión para que surja la explosión y aparezca lo diferente. Lo hacen ellos y lo hacemos todos. Se trata incluso y, alguna vez flota sin base, del erotismo que no se oculta porque no puede. Del amor que se engendró durante aquellas fiestas por el nacimiento de Afrodita: Eros, hijo de Poros (la Abundancia) y de Penía (la Escasez); participaba por igual de todos los opuestos y, desde lo más pobre, pretendió lo más bello aunque nunca lo consiguiera.

    En ese quehacer encuentra su motivo de satisfacción y por él, se escapa delirante. Esta clase de quehacer presta el tono mayor que, si sale, es el sesgo y el equivalente al hilo de la trama el cual, si se enreda, lleva tantos renglones desenredar, hasta conseguir, que el producto os llegue con una incierta elaboración, aunque exenta del toque crítico que os pertenece y que es legítimo, sin pretender tampoco, por mi parte, que sea el adecuado.

    Pelea que ya tiene perdida por el hecho de nacer hacia el morir, habiendo visto su cara y notado su apestoso aliento: Campo abierto-Campo de sangre. Lucha que tiene lugar en un campo de juego cuyo terreno se inclina hacia la vertical y, luchas por tanto, aferrado a una sujeción prestada para no caer, y están limitados tus miembros.

    Es la mente, poderosa, la que abriendo tus dedos de salamandra de fuego, estabiliza las sensaciones para que el pensamiento, producto de ella, apartando a la razón, permita el equilibrio del divagar acuoso y así, lo vertical tienda hacia lo horizontal del deseo sublime. Con tu color, el que te es propio, el que conforma tu propiedad particular para ser reconocido, flotarás en la pecera y vivirás durante el subir y el bajar, de cuanto cae en ella desde afuera.

    Vivirás por tanto, de aquello que llegue desde todos los lugares a tu esférica bola de cristal, figura perfecta y lisa, etérea, y serás como un errante. De ella irá a tu boca, siempre abierta y ansiosa, en espera de otros gustos. El sabor distinto te ofrecerá la experiencia de lo bueno otro y de lo malo tuyo. Aunque no ofrecerá de lo universal, o eso imaginas con extraño deseo, ese tuyo que te caracteriza.

    Tu pensamiento, que no olvida el uso, permitirá, pues Dios parece que no está, o es bueno, o no se inmiscuye, en que saltes y subas contra la corriente inexistente, ni se entromete en que nades en las absurdas aguas procelosas de tu pecera, en donde todas las cosas suceden porque son posibles, efectivamente en tu pensamiento puesto que son libres de nada, y se haga cierto que el peso de lo determinado quede envuelto por las olas y se estrelle contra las rocas, contra tus rocas interpuestas, justo para que se de lo contrario, y llegue el olor a sal de la libertad que buscas.

    La manera y el planteamiento son particulares y personales porque me corresponde cuanto escribo, aunque sólo me corresponde como amanuense y trasladador de lo que el tiempo disuelve en la superficie de la pecera; dueño final de nada, porque el divagar equivale a un apenas. Es importante, eso sí, ya que sospecho que es mío por su sabor acre y, porque será tuyo una vez que lo recibas y, como sospechoso debido al envío, que lo aceptes desde tu libertad de hacerlo real.

    Quiero recoger todo el revuelo que se forma en las cosas que me aparecen: las que veo, las que me rozan y me afectan porque presiento desde ellas el gusto de que me alteren. Porque noto en tu temblor y en tu mirada que te alteran también, aunque lo niegas, y percibo lo de ambos, y siento las rozaduras cuando me siento sentir. Como igual siento que me cambian la vida porque el deseo es que la cambien, por simple alternancia o por vulgar distracción, y conocer tal vez la tuya entrando en ti y saliendo de ti para volver al lugar.

    Así aprenderás por el contacto tenso, sobre la sabiduría que presta el divagar y la soltura que tiene la idea suelta y asilvestrada, y gustarás de no tener otra alternativa que el simple divagar cuando no hiere, y lo amarás como se ama a lo único de ese momento, como se ama a lo complejo que aparece en ese momento. Será tu soledad y será tu compañía con ella, y nos permitirá intercambiar las soledades sin alterar el significado de los sucesos.

    Aunque a esas cosas yo las quiero de otra manera y cuando las consigo, las quiero de aquella otra que las convierte en circulares o de direcciones alternadas. Esa es la manera que han de tener las variaciones, y esas variaciones han de tener las maneras que deseo incorporar, y si apenas alcanzo esa estatura me rebajo para despistar o rebajo las expectativas, y termino, quizás, recogiendo lentejas del suelo mientras pienso en lo mierda que es la vida, esa que ayer era gloriosa, la misma vida, la misma gloria, las mismas lentejas, y la misma mierda convertida en vida, o en gloria. Ambas siempre esparcidas por el suelo.

    Más tarde deberé comer esas lentejas, una vez de limpias, para reconocer que, bien cocinadas, tienen el exquisito sabor que a la recolección le prestan tus manos, esas manos. Incluso en algún momento juego a preguntarme en qué consiste aquella, otra vez la vida, y a cuál de ellas me refiero. Por tal razón, así que llegue el momento de rendir, que llegará, hablaré de vuestras cosas y pensaréis que son mis cosas. No os confundáis, mis cosas son otras cosas. Son las mismas otras que las vuestras, aunque vayan vestidas de esa tal manera. Todos son sucesos que, alternados o dirigidos, terminan por conformarnos.

    Distintas ocasiones para diferentes usos. Porque ha llegado la hora de escapar y el salto es el esperado. Será aquella mañana, la puntual, en que me quedo afuera de la pecera esférica tomando el sol directamente. Lo constato porque me veo en conjunto, sin verme apenas por dentro debido a la densa niebla, o a que el agua, por la tarde, se ha vuelto turbia. Después, al subir más, fuera ya de la niebla, se ofrece una especie de vista aérea, extremadamente clara, que le otorga a la situación un aire divertido que es necesario aprovechar y apreciar ya que, al no ser posible la visión cercana, queda a tu entera disposición todo aquello que presumiblemente deseas ver. Así hago, con lo cual, aprecio y aprovecho la visión desde lo seco.

    En otros momentos, de los alternos que se enlazan con la misma situación presientes que, desde tu posición de afuera puedes forzarte, como visitante ajeno, para mirarte de manera descarnada. Sabes que nada te obliga a ello y que no sale de suyo, pues lo haces por simple curiosidad devaluada. Ni siquiera te asiste en ese caso, el ansia de conocer que nunca dejará de ser presencia hueca. Sólo te acompaña un tenértelas que ver con todo aquello, lo quieras o no lo quieras, debido a que entras a relacionarte con las cosas que se encuentran en ese lugar al que has sido empujado y no por nadie, empujado sólo por ti, o eso dices mientras dejas de lado a las circunstancias, que te acompañan y que no te quitan la vista de encima.

    Claro que hablaré de mí. Lo haré de mi pedantería y del lado ruin que siento adosado, fuente de movimiento que nada equilibra, y lo haré de la vida compartida que me quitaron los asesinos de la noche, y lo haré de lo diferente que me quisieron arrancar y, del revulsivo que inyectaron, en mi siempre particular, que es lo que al cabo me dieron para un desquite imposible de llevar a cabo. ¡Deseo que jamás lleguéis a entrar allí donde os prometieron los engañadores!

    Aparte de a la vida, marcharé al otro extremo, a la muy querida extrema-dura, que por éste camino sólo es un mal paso. Y hablaré de la muerte y de los lugares en que la encontré, y de las veces que felizmente me engañó, pues iba de recorrido largo sonriendo para otros. Hablaré de los hijos, y de las compañeras que me amaron, también hablaré. Lo haré de la vida gloriosa que, en su descalabro, te hace amar a la muerte y de la puta muerte que, reconocida, te hace amar más a la vida, aunque por las noches sientas como te coge de la mano y te arrulla.

    Me oiréis del odio y del amor: a Dios y al Diablo, aborrecibles cuando forman estructuras ideológicas, o dogmatizan y se relacionan ambos en la suciedad a través de ideologías, como todo lo aborrecible cuando se torna más aborrecible por acumulación. Estarán quietas en su lugar si no las tocas, esas tensiones que contemplo y por eso aparecen ellas así, hieráticas. Debido a que yo era el lugar en aquel momento, aunque no fuera el equilibrio por estar subido sobre ellas.

    Comienzo a escribir porque tengo cosas que decirme y contemplo razones de necesidad para hacerlo. De momento y sin entorpecer al resto de los hechos, me aparecen primero las dudas valiosas y lo hacen por orden. Yo recibo agradecido a las dudas cuando ellas se ordenan. Así, llegan de mayor a menor, de antes y de después y, aunque ordenadas, yo las agrupo siempre con la ayuda del viento, lo cual me hace suponer que las reconozco, que no existen dudas acerca de las dudas y, ¿qué otra cosa puedo decir si me asiste la voluntad y ésta se empuja por el deseo?

    Sé que de aquellas dudas, unas son extremadamente hermosas y el resto son, o quizás parecen, extremadamente inútiles. Lo mejor por tanto es, que descorramos el velo para ver mejor. Igualmente ignoro, con sorpresa, si la voluntad es buena o es mala; siempre el deseo es el señor y así, adaptaré la voluntad al deseo.

    Sin embargo, no entro tan hondo, sino que las miro y me limito a preguntar a nadie con impaciencia debido a la falta de respuesta, sobre cómo daré forma a cuantas dudas se presentan interesantes. Incluso me informo de cómo tratar sin desprecio a las inútiles, para hacer de ellas en lo posible, dudas hermosas, buscando con afán su punto oculto, seguro que igual de hermoso, o buscando aquella visión, perspectiva diferente y velada que siempre agrada. En este diálogo con nadie, me contesto que lo haré acorde con mi particular sentido de dirección: el uno o el otro, para lograr llevar a cabo la reforma de esas formas.

    Entretanto, soltaré cuerda o añadiré estopa para taponar, aflojar o expandir, a cuantos materiales sea preciso, y sucederá que ellos irán modelando, con mi intención aviesa, aligerando, o engrosando el camino alrededor de eso desconocido que camina, o alrededor tuyo, o al de aquel a quién toque por turno de oficio el beneficio de cuanto aparezca, que también lo hay. Y de esta manera se levantará cuanto se tenga que levantar, aunque lo haga lento.

    Me ronda la presunción de que es un trabajo vano si son cosas de antes, que suelen ser las olvidadas. Y otro tanto mayor por ignoradas sucede si son de las de después, y debo estar preparado para encontrarme en medio de la nada interesante, la única que hay para repartir, lo cual será sin duda, una experiencia inolvidable que, igualmente debido a su generación, durará apenas nada.

    Después lo aplanaremos con suavidad con la pala de aplanar, de la manera que lo hacía en la playa con mis hijos, cuando éramos otros, y cuando éramos de allí los propietarios y, aquella montaña que hacíamos era nuestra montaña de arena, y aquí la traigo. Abriremos luego los agujeros, como entonces, y a través de ellos, nos buscaremos las manos, anhelantes, para sentirlas distintas y reír de lo reconocido por medio de la comunicación abierta y del tacto cálido.

    Más tarde, con sabor agridulce, contemplaremos como las olas colocan de nuevo a la arena en el sitio de la arena, y será la nada de la montaña de arena aunque ella siga allí en esencia. Todo un preludio del poder de las cosas estables que necesitarán a las pequeñas maniobras para diferenciarse, darse a conocer y más tarde, ser diluidas y olvidadas como sucede con las cosas leves.

    Hablaré únicamente de sentimientos propios y de cosas mías que se revuelven porque se buscan. Hablaré de cómo los hechos, forzados por los demás, por las bombas de los demás, matan a las cosas mías, inestables y bellas, y de la manera en cómo siento al terror que penetra en mi carne y se instala, e imagino el de Ella cuando el cuerpo nos revienta porque, aquella noche, el terror parió al terror y aparecieron el grito y el silencio sepulcral, compartiendo el mismo nicho que me acogía, a mí con vida y a ella muerta.

    Siento el renacer, después. Y descubro el respirar para vivir, y el revivir también lo siento. Desconozco el lugar del sentimiento del cual parten o al cual llegan todos los accidentes. Sé que lo hacen y aparecen con ese orden, el mismo orden perfilado que poseen las dudas cuando se instalan como compañeras para cuidarte.

    Desde entonces, desde cualquier entonces que quieras imaginar, comprendí que me sería de ayuda divagar de manera circular y a ello me puse. Consistió tal tarea, en evitar al escollo de la comprensión confusa y navegar con el viento de cara, o sea, contar a mi manera lo que yo quiero contar, dejándome mecer por las cosas que me buscan para comenzar de nuevo, una vez apartada la furia.

    Tratar de atrapar el instante de aquello que me llena, respetando el orden de su llegada. Tener en cuenta a cuanto sale de allí fugaz y que, en mí, tenga más interés que sentido y que, para ti, tenga lo que tenga que tener; aquello que te corresponda, para que a tu alma llegue mecido y que, de aquello que case con lo tuyo, una parte la coloques allí; tú sabrás donde, si acaso tu gusto casase con el mío. Si no es así, me llamas cualquier tarde y me lo comentas delante de un café caliente, que algo haremos con aquello mecido.

    Actuaré desde lo posible sobre las cosas que pasen por mi mente, y sobre cuantas consiga cazar antes de que escapen, formando un rosario necesariamente apócrifo, que contendrá todas las cuentas necesarias, y a esas pocas añadidas, las postreras, les daré carácter hasta conseguir la cadencia. Más tarde miraré la manera de jugar con lo cazado para olvidar aquello, y recordar las fuentes de lo útil. Lo soltaré después con alegría y, para adquirir la experiencia, lo atraparé de nuevo con la seguridad que siempre ofrece la completa propiedad de ese acumulo que prestan las cosas, ese que tú mente ama, ese que goza u odia de una manera harto generosa, o sustancialmente mezquina.

    De mi mente se irán desprendiendo lentamente las cosas adquiridas hasta quedar pegadas sobre este papel, a la manera en que las acogen las grietas del muro y, aquello, será usado como pasto para la comida del tiempo y abrevadero de los otros, si pudiera servir para tal fin el muro de tu particular lamento.

    La razón de contarlo, sobre todas las cosas radica en poseerme más, para ignorarme después, y si otro ser penetrara en mí, por tal razón, me encontrará caliente y latiendo. O si se deja penetrar, lo estaré contando para él desde la unión intensa, porque él será lo que soy yo si tanto nos apretáramos, y si ello fuera posible lo haríamos en el olvido común del resto. Nos estaremos poseyendo entonces, deprisa o despacio, aunque se hará siempre al ritmo que marque la obra, y nos sonreiremos, y contestaremos mintiendo con ingenuidad a todas las preguntas imposibles.

    Lo más cierto es, que lo contaré para él, entre o salga de los episodios, y es cierto igual, que no sé quién es él, o si es ella, o acaso eres tú y no te atreves, porque las cosas se cruzan y tú, desapareces, o apareces a veces en lugares desconocidos, y simplemente los aceptas, a los sucesos y a las cosas. Porque es bueno el paisaje para mirarlo si estamos apretados; igual que es bueno si lo cuidas, el atardecer. Sin embargo, esto carece de importancia ahora.

    No es que trate de crear la cosa críptica, sino que se trata de un simple contar, para controlar aquello que rebosa, pretendiendo que no se pierda. Contar hasta el punto, siempre oscuro, en el que yo me entienda y vosotros tampoco. Desde allí saltaré entonces a cualquier lugar donde imagino que me llaman, aunque no sea el caso, y simularé contestar a nadie, porque me es grata, la grata compañía que me es grata. Todo tiene un hilo conductor en cada ser, y sólo sabrás con quién te comunicas cuando tenses tu hilo y aquel algo se mueva en el otro lado.

    El mío lo contemplo tenso, y no lo puedo alterar pues parece una grafía trazada con esfuerzo y carente de resaltes que permitan atraparlo, no obstante lo siento pasar entre las manos, a veces suave, otras quemando, según cuál sea la prisa de quien lo mueve, o según aquel de quien cuelgo me suba lento o caiga conmigo.

    Observo que es duro y no me conduce sino que más bien me arrastra, que me arroja a las cosas y me dejo porque soy fácil, y porque me agrada dejarme, me agrada hacer y me agrada que me hagan aquello, si no es daño lo que hacen. Es la vida que, coherente o inexplicable, tiene unos pasos, medidos siempre por otros pasos patrón, cuyo mecanismo es por todos conocido, uno detrás siempre del otro.

    Entro y salgo de narrar y a narrar voy por tanto, y me repito para recordarme a veces, acerca de no sé qué cosas que suelo olvidar con facilidad o, sólo por saber que existo, a veces hablo y me escucho. E incluso a ratos me pregunto y alzo los hombros con un –no sé-, dado que igual me desconozco a ratos, por lo cual, me cuento a menudo mis cosas, cansino ciertamente, porque son las mismas y parece que ya las conozco. Lo hago para terminar de aprenderme algún día, y me respondo sin ganas por justificar algún aturdimiento derivado de estar donde estoy. Es como si pensara que así no son las cosas, y me dejo, me olvido y gozo de manera estúpida como si aquello no fuera conmigo, si fuera el caso que se diera la ocasión de gozar con aquello que deseo y que no es mío.

    Esta repetición, estos ecos, son una absoluta necedad/nece-si-dad (si-necedad) de escucharme recontar, pues la pertinaz sordera que padezco me hace malentenderme en multitud de ocasiones, o sucede la confusión tan pronto como aparecen cercanos los ruidos. He conocido de los ruidos su falta de compás, por lo que se hace muy difícil convertirlos en compañía, tan difícil como alejarlos, por eso son ruidos.

    Debido a esa distorsión narro y me repito de nuevo, de manera constante desde distintos lugares, desde los distintos ángulos de las distintas horas de los días diversos. Lo hago por ver, si las otras veces, o en esas horas opuestas que no me pertenecían, me engañé o acaso no me reconocía, o era porque al tener al sol de espaldas, algunas cosas de aquellas, no sé cuales ahora, quedaban en las sombras, tantas y tan frías por delante. Más tarde usé de la perspectiva.

    Vosotros sabéis, y nos sirve a todos aunque yo lo ignore ahora, que se trata de los fenómenos característicos del contraluz: nitidez de los perfiles y dificultad para reconocer los contrastes esenciales, lo cual te convierte en amigo de esos perfiles que tú haces dulces, y te incapacita para distinguir las muecas esenciales de los contrastes, que parecerían de burla si las vieras claras y que, acaso amigas, te darían alguna idea para conocer de quién se trata ese que tratas.

    UNA VEZ MÁS, LA MUERTE

    Nada me parece más vergonzoso que desearse la muerte ¿Queréis vosotros vivir? Entonces ¿por qué deseáis moriros? ¿No queréis vivir? Entonces ¿por qué pedir a los dioses lo que os tienen otorgado desde vuestro nacimiento? Está decidido que, aun a despecho de vosotros, moriréis un día, pero lo que no está acordado es el que muráis cuando queráis: lo primero es necesario: lo último depende de vosotros.

    Del Ideario de Séneca.

    El segundo golpe de lucidez nos llegó para quedarse sólo en mí, durante aquella primavera de 1985…

    Aunque ya era tarde, queríamos respirar la noche fresca y descansar de familia. Por tanto, decidimos salir para cenar fuera de casa. Recordé y le conté a ella -serán siempre recuerdos que llevas o que traes- sobre aquel restaurante de la carretera de Barcelona, en donde yo había comido la semana anterior. La idea nos pareció buena; por lo mismo, os cuento, o quizás ya sabéis como se llega al lugar: autopista de Barajas giro en el puente de Las Moreras con dirección Madrid para, enseguida, pasadas Las Moreras y a unos cientos de metros de distancia, entrar en el aparcamiento del restaurante.

    El Descanso es el nombre del restaurante. Dado lo avanzado de la hora, aproximada a las once de la noche, el local estaba repleto de gente, y al no disponer de otra alternativa decidimos que, la mejor opción sería aguardar turno tomando un par de cervezas. En la caja nos habían dado un número de espera, el número 34, y un tiempo para mesa de unos veinte minutos.

    Mi mujer dejó de serlo para encontrarse con la muerte, o la muerte ciega, fuera de control y hambrienta, o movida quizás desde hambre distinta, se cruzó con nosotros arrastrándonos, y a ella, más dura, la quebró hasta su final. –La vida se separó de la muerte para morir y, en el mismo instante, la muerte se separó de la vida para vivir-. Fueron cinco los minutos de aquel adelanto a una cita no pedida.

    Eran cuantos abríamos necesitado perder para así mantener la vida y ser simples espectadores de un suceso dantesco. Sin embargo, se nos abrieron las puertas y accedimos a la visión; sintiendo la sensación y extraviándonos en la ceguera hacia todos los acontecimientos, y hacia otras vidas cambiadas por otras muertes, en las que entramos o de las que salimos, y fuimos protagonistas, agonistas, efímeros y no.

    Estos sucesos son narrados así porque me pertenecen.

    No hubo tiempo de pagar aquellas cervezas, o sí que las pagué. La suya costó una eternidad que sigue pagando su ser en algún lugar. Ni siquiera las llegamos a probar. Serían finalmente, humedad de vasos para mitigar aquel polvo de ruina y de cristales rotos. Como todo cuanto se hace si se hace de aquella manera. Dudo si lo que deseo y quiero contar voy a poder dejarlo escrito (que sí voy a dejarlo escrito), pues tendría que hacerlo en tromba, a borbotones, o prestaros mi mente para que lo entendierais y guardarais silencio entretanto.

    La intención es sólo mostrarlo, y tendrá que ser simple y abruptamente escrito, porque no sabría ni podría trasladarlo tal como sucedió, ni tengo a la mano otro que cuente este suceso, pues tampoco él la tuvo. Mi visión es parcial, es, únicamente desde el sentimiento de mi tumba; sólo sentir sin ver. Saldrá de mí para verterse desde un asco involuntario y limpiarme, para que en parte os llene con lo que ignoro, y en parte a mí me vacíe del asco, porque es necesario que así sea. Necesario que nos traslademos y quede nada en el aire, o quede en el viento como contado por vosotros, y que lo reciba quien deba, sobre la cara, lento y apacible.

    Al llegar de esta manera, al narrador desde el narrador, lo guardo donde esto no puede ser desvelado, archivo sensible y, en él se queda dentro de un baúl sin fondo que da al trasfondo de mi alma, de donde nunca sabré si escapó para dejarse ver y volver de nuevo, o medró a otro lugar diferente y me hizo una visita. Ese es el lugar, bajo esas capas selladas por nada, que pertenecen a un espacio que desconozco, que lo sé y que lo presiento. Lugar donde descansa abrigado y donde permanece vivo lo que se narra.

    Los hechos están perfectamente secuenciados, grabados segundo a segundo como los fotogramas de una película imposible de filmar, ya que aquella película trataba de nosotros y, en aquel lugar, no hubo sitio para cámara alguna. Se gravó a oscuras, ni en blanco ni en negro, tristeza ciega cuando es tristeza. Pero sepáis, que podré reproducirlo mientras conozca, que la conozco, a esa luz que ciega y trae otra luz; que siempre estará caliente y lo sentiré y la sentiré cerca.

    Es necesario para mí, hablaros de aquella noche sólo de manera parcial y únicamente si preguntáis; para contaros como es la muerte que te acompaña cuando, incitada discute contigo y se marcha sola, y te deja sin ella. Es necesario en vosotros, conectaros igual con todo, aunque sólo ahora en parte conmigo, rememorando la costumbre de escuchar, como se escucha al aparato de radio que os cuenta una historia, y que esa historia varía cuando sabes que la hubo y que allí, estaban vivos quién la vivió y quien la murió. Las preguntas os pertenecen todas a vosotros y en cada momento de cada uno os daré vuestra parte sin pediros nada, para que la recojáis y para que la guardéis.

    La situación cambia entonces porque cambian los contenidos, porque se hace tensa y aumenta el interés, y tu manera de escuchar se acentúa acerca de cuanto se haya de contar, pues reconoces que es tuyo una vez que te ha sido dado.

    Es desoladora la historia, de aquellas que ocurren cualquiera de los días alegres que se ponen grises por ciertas circunstancias y fuera hace frió, y lo notas en la escarcha del alma. Que no apetece salir y no sales, ¡qué maravilla! Enciendes la radio y escuchas una extraña música, desconocida, ruidosa, que penetra y te llega adentro… Pero no hace frió y sales. Ya no escuchas, estás a otras cosas de las que pasas inadvertido. Y de aquello, al infierno, que se abre y te recibe.

    Después de narrados y, línea a línea leídos por vosotros, ya no son míos y, por tanto, os pertenece lo escrito.

    La noche se quebró hacia el suceso desconocido y, sin preámbulo, hizo su aparición el más brutal cúmulo de sensaciones que se puedan percibir. Había comenzado ese raro instante que se gesta en la frontera de lo extraordinario y que, se prolonga o la traspasa hasta el infinito, el que jamás suele ocurrir en una vida y que, una vez puesto en marcha continúa hasta finalizar en la otra, si ha de finalizar. Aquella bomba tenía en sus cuadrículas muchos nombres escritos. Nombres que alguien había reunido meticulosamente en aquel lugar sin saber, cosas del azar, pero creyendo que sabía.

    Desde esa reunión, ya disgregada, habías sido lanzado a otra dimensión, fuera de ti y fuera de mí, para ubicarnos distintos. Cada sensación enloquecida y con su umbral traspasado, como yo también traspasado. Y mi cerebro, absurdo, desconociendo lo de dentro y lo de fuera, sin conocimiento para colocar los hechos porque carecía de experiencias previas, estaba falto de registros. Pues los hechos de la ficción no valen para algunas realidades, y como nunca sintió tanto dolor que no era, te deja de doler y, mientras te mueres, intentas saber por qué y cuál es la razón de lo que sucede si es que sucede. Llamas a nada a gritos para informarte, y nada acude veloz. Sólo la muerte acude.

    La paradoja es, que estás viviendo tu muerte porque algún animal, bestia socialmente descabalada, otra más, jugaba a la venganza bíblica con otros hermanos como manera de lavar su cortedad, su malformación y su odio desde la sangre de los textos. Y había sido empujado e inducido por formas inteligentes de vida, ansiosas de muerte o de poder, en aras de alguna extraña manera cultural de entenderse, por parte de algunos de ellos, y que daba a luz de aquel modo: siempre son reflejos. Benditos seáis los que en la misma situación sois capaces de usar la palabra, diferente pero igual.

    El comienzo de la destrucción es un ruido universal, el de la quiebra de aquello que ignoras y que, por tanto, no sabes cómo calificar porque no conoces la definición adecuada, ni existe para aquel final total, y cualquier apelativo la suaviza y ennoblece al caos. Lo adviertes como sensación extrema, extraño delirio, pues al tiempo que lo percibes, tus oídos están reventando para abrir paso a la muerte que ya se oye cercana, y lo que sientes está fuera de ti y está dentro de nadie. Se trata de una vibración cristalina intensísima, mantenida, sin fin, que está afuera y que te pertenece, una vez que te abre y te penetra con violencia.

    No se trata esta vez del derecho a la muerte sino del derecho de ella a la vida, quizás lejano, quizás legítimo. Así, junto a ella, cabalgando a ese sonido en la locura, aparece una luz fría, de muerte, esa que oías, pues era ella, helada, peticionaria, la que aparecía, aunque te estabas abrasando. Ella, que venía buscando la separación y esgrimiendo un derecho dudoso y esquivo, en ese momento.

    Unido todo en la misma dentellada adviertes/percibes/sientes, aunque no la sufres, porque desconoces qué cosa ocurre, a esa luz que te rebasa y te barre, esa luz penetrada que ya es tuya, que destruye todo aquello que recorre, y a ti te recorre sin terminar jamás contigo ni con tu desconcierto, determinados, sin que sepas la razón de la elección.

    Potente ella, imponente la situación, determinada la situación en que te sume, igual de inmensa e infinita que la luz o que el ruido. Ni sé si nació primero aquella luz que te recorre o fue aquel sonido que te traspasa. El sonido se perdió al quebrarse los tímpanos de mis oídos, y aquella luz que me penetró, aún la tengo adentro. Luz que, de una cierta manera, me alumbra y me la reconvierte en luz prestada desde algún lugar.

    Porque aquella luz era hermosísima -son los recuerdos-. Siempre serán iguales sus colores, y era anaranjada tendente al blanco más puro. Luz solar en apariencia cuando en mi recuerdo la miro fijo, y sin calor aparente, aunque ingresarías abrasado en grandes quemados. Luz cercana, envolvente, intensa y cegadora, sostenida igual, dilatada, larga e inmensa hasta encontrarse con otra oleada seca, de frenéticas sensaciones rocosas, contra las que choca tu ser, o a las que se suma. Sin tiempo para la razón ni espacio para el tiempo que ahora no existe, y tú entre ellas violentado y muriendo por vivir.

    Aquella luz jamás se marchó del todo, y aun alumbra ciertos rincones produciendo inciertas sombras cuando algo atraviesa esos mismos rincones que a veces recorres, buscando un imposible. Aquella luz quedó pura. El resto es la representación en vivo y para nadie de la destrucción obcecada, ya en el blanco y negro, igual que en el recuerdo. Permanece viva en ese absoluto que desconozco, diverso e imposible de transcribir en la plenitud de las esquirlas poderosas que aun cortan. Que siempre cortan. Aunque la voz de ¡fuego!, –desde el pelotón de fusilamiento- no la llegaras a oír, la hubo y fue sentida por unos y fue ejecutada por otros.

    No sé si lo cuento o lo vivo, todo está suavizado (no es posible, no está suavizado) por los años, o por la madurez irremisiblemente instalada, o porque lo cuento y así, ahora es vuestro. Era un espectáculo sobrecogedor, sin igual, de fulgor, de dolor, de desconocimiento, de sonido, de furia desatada. En efecto, era el día de las furias y estaban tocando a muerto, y había urgencia pues tocaban fuerte y pasaban rápidas ellas.

    Observas, extraña capacidad que te asiste en la oscuridad, que tu cerebro trabaja a la velocidad de esa luz y que es similar a ella, aunque ella sea incomparable. Es frió el conocimiento que te asiste, es veloz e intenso en escrutar las sensaciones que no cesan de llegar. Sientes, analizas y adivinas con una precisión, con un rigor y un asombro que desconocías.

    Todo ello lo adviertes más tarde, cuando al pasar aquel tiempo incontable, te cuentan que sólo has estado enterrado tres horas, solamente. Minuto a minuto a ti, a mí, nos llevaría días contarlo y varias vueltas de la vida comprenderlo, o sea, nunca te será dada la comprensión.

    En tanto que llego hasta cada línea, pararé y seguiré a mi manera, y a mi manera contaré la muerte, su muerte, mi muerte, las únicas que tengo el derecho de contar. Contaré la muerte, pero sin saber del pretendido mal de la muerte.

    El cúmulo continúa sin parar y eres atrapado, presa de extrañas sacudidas, con dentelladas rabiosas de una violencia desconocida, que te llegan desde todas partes, que te esperan desde todas partes. Sospechas que tu cuerpo se deshace aunque careces de la visión que te confirme cosa alguna. Adviertes que tu boca se hace barro pastoso, que tus dientes se ablandan y nada duele, porque nada entiendes y si la mente no entiende, no sucede nada.

    Supones que te estás electrocutando pues tu cuerpo siente lo desconocido con violentas vibraciones, aunque nada guarda relación en tu memoria porque se trata de lo desconocido y sólo imaginas que te ven, y que no pueden socorrerte porque ellos, también, están cegados por lo desconocido que nos atrapa.

    Tú eres incapaz de articular las palabras que no salen, pues estás rebasado en todo, por todo. Tu cerebro ha escapado de ti para abrirse paso por su cuenta, tropezando al hacerlo, con las cosas interpuestas

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