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Muertos sin saberlo
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Muertos sin saberlo
Libro electrónico53 páginas42 minutos

Muertos sin saberlo

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18 cuentos breves de excelente factura donde la idea del final idílico es cuestionada por distintos personajes, en su mayoría femeninos. Usando la alegoría y la metáfora como principales recursos narrativos, la autora nos envuelve en atmósferas nebulosas y obscuras donde las marcas del dolor y la muerte juegan con los mundos de la mente. Vivero se atreve así a desafiar a la felicidad para hacerle frente con los cantos que provienen de otras realidades.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 ago 2016
ISBN9786078098583
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    Muertos sin saberlo - Elizabeth Vivero

    Inmolación

    Nombre: Nohemí Santos

    Dicen que me llamo Nohemí, que así aparece en la fe de bautismo. Pero que para las leyes no existo porque no hay registro de mí en ninguna parte. Eso complica las cosas, pues no pueden hacerle nada a un fantasma que respira y los ve a los ojos. Se pasean de un lado a otro, llaman por teléfono, intentan a toda costa saber de qué parte de las profundidades emergí, a qué infierno de este mundo pertenezco. Yo no les digo nada: lo único que sé es que no necesito nombre para ser lo que soy. Y ellos, ante mi mudez, se desesperan. Pronto amanecerá y tendré frío.

    Lugar y fecha de nacimiento: Barranca de los Muertos,

    1º de noviembre de 1945

    Bajo los naranjos parió mi madre. No me esperaba aún cuando el aguacero de sus entrañas se precipitó sobre el cobre del piso. Mi madre no se sorprendió: ya a otras les había pasado. Desde que el hombre es hombre, le habían dicho, estas cosas han sucedido. Se levantó, pues, y fue en búsqueda de mi padre, que por esas horas regresaba de los campos. Era la época de la cosecha. Ella no alcanzó a llegar siquiera al camino. Yo empujé con todas mis fuerzas y la obligué a tumbarse junto a los naranjos. En medio del olor dulce de la fruta, mi madre esperó a mi padre durante una hora. Qué más daba regresarse a casa, si el fruto ya había florecido.

    Estado Civil: Casada

    Conocí a Abraham en el año de la matanza y las revueltas. En los periódicos y en el radio todos decían que los movimientos no eran sino producto de terroristas, de gente que buscaba la inestabilidad y que no le preocupaba el daño que provocaban sus pérfidas acciones contra un sistema que se erguía a la fuerza. Llegó a Barranca huyendo de sus pasos. Se quedaría un par de días y luego se internaría en la sierra. Mi padre lo encontró en la labor. Hablaron poco, a pesar de que no era necesario: mi padre, desde que lo vio, supo a lo que venía y, aun cuando no conocía bien a bien qué sucedía en los argüendes del mundo, no podía negarle hospedaje al muchacho que podría ser su hijo. Abraham y mi padre llegaron a la casa. Yo ya daba clases en la primaria del pueblo y esa tarde al regresar vi que alguien estaba sentado cerca de la ventana. Al entrar, mi madre nos presentó. Ésa y muchas noches más cenó con nosotros, mi padre lo convenció de que ya nadie lo buscaba y la sierra era muy peligrosa para que anduviera solo, sobre todo siendo él de la ciudad. Y Abraham se quedó. Como supo que yo daba clases, le pareció buena idea enseñar a las nuevas generaciones la verdad de la historia, mostrarles a esas cabecitas vírgenes el mundo de mentiras que los rodeaba y pudría a nuestro país. Todo eso me lo confesó Abraham acostados entre los maizales. Esa tarde nos unimos y Abraham comenzó a platicarme de sus andanzas, tratando de hacerme ver que una revolución ocurriría muy pronto gracias a nuestros hermanos franceses, iniciadores como siempre de todo lo nuevo. Después de las olimpiadas y del mundial Abraham no volvió nunca a tocar el tema.

    Domicilio: Av. Niños Héroes número 1900

    Desde que nos vinimos a la ciudad, Abraham comenzó a beber alcohol todas las tardes. No es que no lo hiciera antes, ya en casa

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