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El proyecto del doctor Topacio
El proyecto del doctor Topacio
El proyecto del doctor Topacio
Libro electrónico229 páginas3 horas

El proyecto del doctor Topacio

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Una historia de superación y amistad que llegará a tu corazón.

Laura, la protagonista de la novela, perdió a su padre, un famoso escritor, al que estaba muy unida. Tras su fallecimiento, empieza a frecuentar malas amistades, abandona sus estudios y se lleva cada vez peor con su madre. Una noche tiene un accidente de tráfico que le cambiará la vida.

A raíz del accidente entrará a formar parte de El proyecto del doctor Topacio, una terapia experimental de un reconocido psiquiatra. Este doctor le propondrá vivir en un piso con otros cuatro jóvenes que también tienen que resolver sus propios problemas e inseguridades. Jóvenes para los que la vida no ha sido fácil. Una amistad muy profunda será la base de esta historia de superación. Llegarán a hacerse grandes amigos y también surgirá el amor. Juntos, a base de mucha tolerancia y autocontrol, lograrán encauzar sus vidas.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento3 nov 2015
ISBN9788491121848
El proyecto del doctor Topacio
Autor

Paloma Sánchez Cortés

Paloma Sánchez Cortés nació en Valencia en 1976. Es diplomada en turismo y técnico especialista en biblioteconomía, archivística y documentación. Esta escritora valenciana lleva escribiendo desde la tierna edad de once años. Escribe novelas y relatos. Esta es su primera novela.

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    El proyecto del doctor Topacio - Paloma Sánchez Cortés

    © 2015, Paloma Sánchez Cortés

    © 2015, megustaescribir

             Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    ISBN:   Tapa Blanda          978-8-4911-2183-1

                 Libro Electrónico   978-8-4911-2184-8

    Contents

    Capítulo 1

    Primera Parte

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Sobre el autor

    A mis padres por inculcarme el amor por la literatura, por su paciencia y comprensión.

    A José por estar siempre a mi lado, por animarme y apoyarme en todo momento en mi camino hacia la consecución de lo que al principio parecía solo un sueño infantil; gracias por estar ahí y por ser siempre mi mejor crítico. Sabes que sin ti este libro no sería igual. Tus críticas y correcciones le han dado un aire nuevo. Y gracias por ser siempre ante todo, mi amigo. Te quiero.

    Y a todas las personas anónimas que todos los días tropiezan, caen y vuelven a levantarse.

    Capítulo 1

    Estaba allí, en la FNAC, firmando ejemplares de mi novela. Todavía no me lo creía, mi primera novela y se habían vendido cincuenta mil ejemplares en un par de meses. Lo cierto es que había tenido una buena promoción, Amaya se había encargado de eso.

    Me gustaba aquello del contacto con los lectores. Ver sus caras, oír de sus propios labios lo mucho que les había gustado la novela, escribirles una dedicatoria. Mi sueño se había cumplido más pronto de lo que había creído. Mi padre estaría orgulloso de mí, tenía a quién parecerme. Enrique Plaza, mi padre, escritor fallecido hacía cerca de seis años, víctima de un atropello si puede considerarse así. Él había sido toda mi vida antes de que pereciera. Un padre, un educador, un amigo, una madre también y sin que parezca fuerte mi dios particular.

    Todas las páginas de aquel libro habían surgido gracias a él o por desgracia, todo lo que me había ocurrido tras su muerte era el argumento de aquellas páginas impresas. Mis sentimientos expuestos a la lectura de extraños.

    Los motivos que me indujeran a ponerlos sobre el papel todavía no estaban claros. Al principio escribir sobre mí misma me daba mucho reparo, contarle a la gente todo aquello era todo un reto. Pero después todos me animaron, habían sido duros aquellos años y quizá como decía mi psiquiatra me desahogaría escribir sobre ello. En un primer momento había comenzado escribiendo un diario, después lo pasé todo al ordenador incluyendo los escritos que les había pedido a todas las personas que habían convivido conmigo por aquellos tiempos. Quería que reflejaran sus pensamientos, sus impresiones de entonces, así la novela sería más rica en puntos de vista. Deseaba saber que habían pensado de mí, cómo habían vivido ellos aquellos momentos y lo conseguí, todos se prestaron a colaborar y no me pusieron ninguna objeción. Cuando la novela estuvo terminada y la leyeron les gustó mucho; también era cierto que ellos habían estado implicados en los hechos y les tocaba mucho la parte sensible volver a revivir aquellos dos años, que para algunos más que otros, fueron más intensos y especialmente duros.

    Mandé la novela a la editora de mi padre, todavía gran amiga de la familia, y la leyó. No esperaba que le impresionara tanto, pero fue así, y yo entonces supe que por fin había logrado lo que siempre había soñado: publicar una novela, como mi padre. Siempre me había gustado el trabajo de mi padre y desde muy temprana edad ya tenía decidido a qué me dedicaría cuándo fuese mayor. A escribir como él, a crear historias, a hacer soñar a la gente, quería lograr lo mismo que todos los escritores que había leído habían conseguido conmigo: hacerme volar a otro mundo, trasladarme a otra realidad, evadirme del presente. Deseaba hacer eso durante toda mi vida y por ahora parecía que iba por buen camino. Mi padre estaría orgulloso de mí, además aquella novela era una forma de enfrentarme a mis problemas y encararlos. La novela llevaba dos dedicatorias, una era para él y otra era para Ángel, el mejor amigo que se pueda tener nunca, alguien que me enseñó muchas cosas y entre todas ellas a ser tolerante, a valorar la amistad; a ponerme en la piel del otro y a querer a los demás sin importarme nada, viendo solo lo positivo que hay en cada uno y olvidándome de los prejuicios. Era un amigo de los que no se encuentran muchos a lo largo de la vida, y que por desgracia ya nunca más estaría con nosotros. Aquella misma tarde hacía tres años que había fallecido, y como cada año desde entonces todos nos encontraríamos en el cementerio. Fernando, Miguel, Pedro, Silvia y yo. Amigos también de los que se encuentran pocos y especiales protagonistas de esta historia que paso a contaros.

    Primera Parte

    Capítulo 2

    (4 Años antes)

    Acababa de entrar por la puerta de mi casa. No me hizo falta accionar el interruptor de la luz. Lo hizo mi madre. Ya estaba allí esperándome, como cada noche, dispuesta a echarme una bronca. Yo no tenía ganas de discutir, la cabeza me daba vueltas y solo necesitaba en esos momentos tirarme en la cama y dormir. La miré, su imagen estaba borrosa, los efectos del alcohol y los porros fumados esa noche empezaban a marearme pero ya estaba acostumbrada. Lo mismo cada noche. Me miraba desafiante, como esperando una explicación, que yo, por supuesto, no iba a darle. Estaba claro lo que me sucedía y parecía estúpido que cada noche me preguntara lo mismo, como una cantinela.

    —¿De dónde vienes? ¿Sabes qué hora es?

    —Sí mamá, las cuatro, hora de dormir.

    — No vas a irte a la cama hasta que me digas dónde has estado y con quién.

    —En casa de Quique.

    —¿En casa de ese sin vergüenza? ¡Y por el aspecto que tienes has estado bebiendo!

    —Sí mamá.

    —Y has vuelto a fumar porros.

    —Sí mamá lo que tú digas.

    —¡Lo que yo diga no! ¡Eres una golfa! Te haces con una clase de gente que no te conviene y vienes todas las noches en ese estado de embriaguez, no me extrañaría que también te acostases con ese tipo.

    —Si te interesa saberlo me acuesto con él, es mi vida y mi cuerpo y hago lo que me da la gana.

    —Si tu padre viviera ya te habría puesto en tu sitio.

    —¡No mentes a mi padre, no tienes derecho!

    —¿Qué no tengo derecho desvergonzada? Pero ¿quién eres tú para decirme si tengo o no derecho? Mientras vivas en esta casa harás lo que yo te diga y mencionaré a tu padre cuando quiera.

    —Déjame en paz, quiero irme a la cama—pero no parecía dispuesta a dejarme ir porque me cortaba el paso.

    —Mañana vendrá tu hermano y hablará contigo. No voy a consentir que sigas viviendo así; entrando y saliendo cuando te apetece como si esto fuera un hotel. Esto es una familia pero tú no haces vida de familia y ya me estoy cansando de esta situación.

    —Pues si tú ya estás cansada déjame entrar en mi cuarto, quiero acostarme, estoy harta de estos discursitos nocturnos.

    —Si tu padre viviera todo sería diferente.

    —¡Desde luego que sería diferente! Yo sería feliz, cosa que contigo no he logrado.

    La verdad es que no me esperaba su reacción, me arreó un guantazo como no lo había hecho desde que cumpliera los quince años. Y yo no estaba como para soportar bofetadas a esas horas de la madrugada. La miré con desprecio y salí de casa sin que nadie me lo impidiera. Ya estaba harta de vivir allí, de que todos los días me estuviera repitiendo lo mismo, de que me tratara de aquella forma.

    Estaba decidida a no volver. Iría a casa de Quique. Él me recibiría bien. Bajé las escaleras en medio de una nube y cuando llegué al portal y salí a la calle cogí la moto y arranqué a toda velocidad deseando olvidarme de todo. Quizá mi estado no era el más satisfactorio para coger la moto y conducir de aquel modo, pero me daba igual.

    La velocidad siempre me había gustado y me hacía sentir ligera, como si no pesara, como si volara. Me olvidaba de todo en aquellos instantes y esa sensación me agradaba muchísimo. Mi melena bailaba con el viento, la ropa se me despegaba del cuerpo, aquel aire nocturno era tan agradable… pero la situación cambió cuando antes de que pudiera darme cuenta vi como un camión se me venía encima mientras circulaba por la autopista de Barcelona. Iba a tanta velocidad que ni aunque hubiera podido frenar me hubiera salvado de aquel encontronazo.

    Vi sus luces potentes que me cegaron, venía haciendo eses, y antes de que pudiera hacer nada se apareció ante mí la imagen de mi padre que fue atropellado por un conductor ebrio. Parecía que estaba destinada a terminar como él, pero no me importaba, seguramente era mejor así, para vivir de aquel modo era mejor morir. No recuerdo nada más, solo que me cerní en la más absoluta oscuridad.

    Capítulo 3

    SERGIO

    Cuando Laura me pidió que escribiera unos cuantos folios sobre mis impresiones de aquellos días tuve grandes problemas para ponerme a escribir. Yo nunca fui un alumno demasiado aplicado en lengua y lo mío no era la literatura, no sabía cómo expresar mis sentimientos, plasmarlos en papel. Me costó bastante pero lo logré. Al menos servirían para algo.

    Recuerdo perfectamente como si fuera ayer la noche de autos. La noche en que empezó todo. La noche a partir de la cual se narran los hechos de esta historia. Yo estaba de guardia, soy médico. En urgencias, como cada jueves por la noche preparado para cualquier eventualidad. Me llamaron para que atendiera una urgencia. Una chica joven había colisionado con un camión de gran tonelaje. Su estado era muy grave. Ni siquiera se sabía si lograría sobrevivir. Tampoco podía imaginar quién era esa chica, y cuando la tuve frente a mí estuve a punto de desmayarme. Cuando la vi llegar, cubierta de sangre se me puso un nudo en la garganta y sentí que el corazón empezaba a latirme de tal modo que creí que se me iba a salir del pecho. Había tenido una parada cardio- respiratoria, tenía dificultades para respirar y su pierna derecha era un amasijo de sangre y hierros. Su rostro estaba lleno de arañazos y tenía un corte profundo en la mejilla izquierda que le atravesaba la cara desde la sien a la barbilla. Ordené que la subieran arriba, al quirófano ocho que ya estaba dispuesto para la intervención. Era milagroso que todavía estuviese viva, pero siempre había sido fuerte, y lo superaría, saldría de aquello, haría lo que fuese necesario para que saliera con vida de aquel quirófano.

    Cuando nos encontramos en el quirófano mi compañero Lucas y yo junto a una enfermera de guardia la despojamos de toda la ropa que llevaba y con unas tijeras le recortamos los pantalones para dejar las piernas al descubierto. Vino el anestesista y tras ponerle la anestesia empezamos a trabajar. Tenía hematomas a la altura de las costillas pero no parecía que éstas estuvieran rotas. La peor parte se la había llevado la pierna izquierda. No habría posibilidad de salvarla. La carne estaba totalmente desgarrada, tenía media pierna seccionada y la sangre perdida hacían muy difícil que pudiéramos hacer algo, salvo amputarle la pierna para que no se cangrenara. Me dolía muchísimo tener que hacerlo. Cuando se despertara y viera solamente un muñón no quería pensar cuál sería su reacción. Pero era lo único que se podía hacer. Estuvimos casi 4 horas en aquel quirófano pero el resultado había valido la pena. De todos modos no cantaba victoria porque su corazón aún latía muy débil. La instalamos en la UCI y allí la dejamos, conectada a numerosos aparatos deseando con todas mis fuerzas que se recuperara pronto. Ahora solo pensaba en cómo iba a decírselo a su familia. Que había sufrido un accidente era ya muy grave, pero decirles lo de la pierna iba a ser como arrancarles el corazón de cuajo. Pero no valía la pena lamentarse cuanto antes les llamara mucho mejor.

    Así lo hice. Llamé a su hermano Carlos, su hermano mayor y también mi mejor amigo y le di la noticia. Me sorprendió su entereza, la serenidad con la que encajó aquel golpe. Me pidió que le esperara en el hospital, que iría en seguida. Le esperé en la salita de espera del piso donde me encontraba. En ese instante fui realmente consciente de lo que significaba todo lo que había sucedido. Había estado como en una nube, pensando en ella como si de cualquier otra persona se tratara, pero no era alguien cualquiera. Era alguien que hasta hacía un año había sido la persona más especial en mi vida. A pesar de que nos separaban una docena de años habíamos estado unidos durante dos años y medio por un amor intenso y doloroso. Tras la muerte de su padre todo había cambiado. Su comportamiento, su personalidad, habían cambiado radicalmente desde entonces.

    Desde entonces nuestra relación era terrible, siempre discutíamos y nunca conseguíamos mantener una conversación normal. Ella idolatraba a su padre. Perderlo había sido como si una parte de sí misma se hubiera marchado con él. Todos habíamos acusado el cambio. Su nueva forma de ser era desconcertante. Tan pronto estaba alegre como de repente se quedaba callada y sus ojos se oscurecían, al tiempo que la expresión de su rostro se volvía inexpresiva, como si estuviera abstraída, pensando en sus cosas, viviendo en un mundo que no era el nuestro, como si no se apercibiera de la realidad que la rodeaba.

    Se enfadaba con más facilidad que nunca, estaba de una susceptibilidad exasperante, cualquier cosa podía hacerla saltar. Habíamos dejado nuestra relación de mutuo acuerdo. Fui yo quien planteó la cuestión, me estaba matando aquella situación, lo había intentado todo, había intentado ser comprensivo, tener en cuenta cuánto había repercutido en ella la muerte de su padre. Había intentado entender o al menos imaginar el dolor que ella sentía, pero lo que no podía comprender ni tolerar era la clase de vida que llevaba. Era consciente que, desde que su padre falleciera, ella había comenzado a frecuentar ambientes inadecuados para una chica como ella, había tomado contacto con gente que no le convenía, había dejado sus estudios; parecía que sus ambiciones ya no le importaran en absoluto y también era plenamente consciente de que ella se acostaba con otros hombres y eso era algo que yo no podía aceptar ni consentir. Yo la quería y darme cuenta que ya no significaba nada para ella era muy doloroso. Sí, ella me quería, pero no como al principio, la verdad es que nuestro amor era algo extraño, éramos dos personas totalmente diferentes.

    Nos conocíamos de toda la vida, yo era el mejor amigo de su hermano. Quizá aquella relación había nacido algo predestinada al fracaso. A lo mejor lo que nos había movido a iniciar aquella relación no era solo aquella sólida amistad que compartíamos desde que ella era solo una niña, sino la atracción, la idealización que ambos teníamos el uno del otro y que es posible que confundiéramos en un principio con el amor. Pero era cierto que habíamos estado enamorados, nos habíamos querido mucho, y el cariño que aún sentíamos el uno por el otro era seguramente lo único que compartiríamos de ahora en adelante y por supuesto una buena amistad. Yo tenía claro que no deseaba volver con ella, me hacía daño verla así, tan distinta a la persona de la que había estado enamorado, verla sufrir de aquella manera me hacía daño, porque sabía que aquella vida, aquel vivir deprisa no era un modo más que de ocultar a los demás su dolor y de ocultárselo a sí misma. Estaba dispuesto a ayudarla, a ofrecerle mi amistad, a apoyarla en todo momento, pero comenzar de nuevo era prácticamente imposible. Hacía

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