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Tú serás mía: Los Tanner de Texas (2)
Por Peggy Moreland
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¿Podría aquel soltero empedernido hacer realidad sus sueños?
La familia Tanner estaba a punto de adoptar a una pequeña, sólo quedaba que Woodrow Tanner se lo comunicara a la doctora Elizabeth Montgomery, la única familiar que podía reclamar también la custodia del bebé. Pero él sabía perfectamente cómo conseguir lo que deseaba de una mujer. Claro que no había contado con que desearía tanto de aquella mujer...
Elizabeth siempre había querido tener una verdadera familia y cuando aquel atractivo cowboy le dio noticias de la pequeña, pensó que aquello era más de lo que habría podido soñar...
La familia Tanner estaba a punto de adoptar a una pequeña, sólo quedaba que Woodrow Tanner se lo comunicara a la doctora Elizabeth Montgomery, la única familiar que podía reclamar también la custodia del bebé. Pero él sabía perfectamente cómo conseguir lo que deseaba de una mujer. Claro que no había contado con que desearía tanto de aquella mujer...
Elizabeth siempre había querido tener una verdadera familia y cuando aquel atractivo cowboy le dio noticias de la pequeña, pensó que aquello era más de lo que habría podido soñar...
Autor
Peggy Moreland
A blind date while in college served as the beginning of a romance that has lasted 25 years for Peggy Moreland — though Peggy will be quick to tell you that she was the only blind one on the date, since her future husband sneaked into the office building where she worked and checked her out prior to asking her out! For a woman who lived in the same house and the same town for the first 23 years of her life, Peggy has done a lot of hopping around since that blind date and subsequent marriage. Her husband's promotions and transfers have required 11 moves over the years, but those "extended vacations" as Peggy likes to refer to them, have provided her with a wealth of ideas and settings for the stories she writes for Silhouette. Though she's written for Silhouette since 1989, Peggy actually began her writing career in 1987 with the publication of a ghostwritten story for Norman Vincent Peale's inspirational Guideposts magazine. While exciting, that foray into nonfiction proved to her that her heart belongs in romantic fiction where there is always a happy ending. A native Texan and a woman with a deep appreciation and affection for the country life, Peggy enjoys writing books set in small towns and on ranches, and works diligently to create characters unique, but true, to those settings. In 1997 she published her first miniseries, Trouble in Texas, and in 1998 introduced her second miniseries, Texas Brides. In October 1999, Peggy joined Silhouette authors Dixie Browning, Caroline Cross, Metsy Hingle, and Cindy Gerard in a continuity series entitled The Texas Cattleman's Club. Peggy's contribution to the series was Billionaire Bridegroom. This was followed by her third series, Texas Grooms in the summer of 2000. A second invitation to contribute to a continuity series resulted in Groom of Fortune, in December 2000. When not writing, Peggy enjoys spending time at the farm riding her quarter horse, Lo-Jump, and competing in local barrel-racing competitions. In 1997 she fulfilled a lifelong dream by competing in her first rodeo and brought home two silver championship buckles, one for Champion Barrel Racer, and a second for All-Around Cowgirl. Peggy loves hear from readers. If you would like to contact her, email her at: peggy@peggymoreland.com or write to her at P.O. Box 2453, Round Rock, TX 78680-2453. You may visit her web site at: www.eclectics.com/peggymoreland.
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Tú serás mía - Peggy Moreland
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Peggy Bozeman Morse. Todos los derechos reservados.
TÚ SERÁS MÍA, Nº 1367 - agosto 2012
Título original: Baby, You’re Mine
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2005
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción,
total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de
Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido
con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas
registradas por Harlequin Books S.A
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y
sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están
registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros
países.
I.S.B.N.: 978-84-687-0787-7
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Capítulo Uno
«Arisco».
Ésa era la palabra que la gente educada utilizaba para describir a Woodrow Tanner. Cuando no se quería ser tan educado y no había niños alrededor, se utilizaba un vocablo mucho más fuerte.
Sin embargo, a Woodrow le importaba muy poco lo que la gente lo llamara o pensara de él. Woodrow hacía lo que le venía en gana y, a los que no les gustara, que se fueran al infierno.
Tenía un rancho de setecientos cincuenta acres al suroeste de Tanner’s Crossing y vivía en una casa de madera que se había construido en mitad de la propiedad.
Había decidido construirla en aquel lugar para intentar distanciarse lo más posible de los vecinos.
Vivía solo, únicamente acompañado por su perra, y la gente, las ciudades y los atascos lo sacaban de sus casillas.
En aquellos momentos, estaba metido en un embotellamiento en la autopista y su carácter normalmente arisco estaba llegando a límites peligrosos.
De haber tenido en aquellos momentos a su hermano Ace delante, le habría puesto un ojo morado por haberlo mandado a aquella misión.
Por supuesto, había intentado zafarse diciendo que fuera otro de sus hermanos, pero Ace le había asegurado que Ry tenía que atender su consulta médica y Rory estaba fuera de la ciudad comprando mercancías para su cadena de tiendas de artículos del Oeste.
Pero no se había molestado en poner ninguna excusa ni para él ni para Whit. Este último, que era su hermanastro, se libraba de casi todas las responsabilidades familiares, algo que a Woodrow no le hacía ninguna gracia.
Así que, al final, le había tocado a él ir a Dallas a ocuparse de aquel asunto.
Cuando vio su salida, la tomó y se relajó ya que allí ya no había atasco. Dos calles a la derecha y una a la izquierda y llegó al aparcamiento que había frente a un moderno edificio de cinco plantas.
Se estremeció al ver que era de cristal y metal pues a Woodrow le gustaban los materiales naturales como la piedra y la madera.
Cada vez más enfadado, se bajó de su furgoneta y se dirigió a la puerta principal. Una vez dentro, miró los buzones y tomó el ascensor hasta la quinta planta.
Allí había una puerta con una placa en la que se leía Elizabeth Montgomery, médico pediatra. Woodrow la abrió y se acercó a la recepción. La mujer que estaba allí alzó la mirada y se quedó con la boca abierta.
Woodrow estaba acostumbrado a aquella reacción pues todos los hombres de la familia Tanner eran altos y guapos y creaban aquella reacción en casi todas las mujeres, lo quisieran o no.
–¿En qué puedo ayudarlo? –le preguntó la enfermera por fin.
–Estoy buscando a la doctora Montgomery –contestó Woodrow.
–¿Tenía usted cita con ella?
–No, vengo por un asunto personal.
–¿Sabía la doctora que iba a venir? –quiso saber la enfermera frunciendo el ceño.
–No.
–Deme usted su nombre para que la avise.
–Woodrow Tanner.
–Espere momento, por favor –dijo la mujer perdiéndose por un pasillo.
Woodrow esperó tamborileando con los dedos sobre el mostrador de cristal. Transcurridos unos segundos, la enfermera volvió hacia él.
Antes de hacerlo, se atusó los cabellos y se colocó la falda del uniforme. Woodrow no pudo evitar fijarse en que movía las caderas más que cuando se había ido.
–Lo siento, pero la doctora Montgomery no tiene hoy tiempo de recibirlo –le dijo jugueteando con el primer botón de su blusa–, pero, si quiere, le puedo dar cita para otro día.
A Woodrow le dio la impresión de que aquella mujer estaba flirteando con él. Si hubieran estado en otro lugar y en otras circunstancias, seguramente se habría planteado tener una aventura con ella, pero, dadas las circunstancias, prefería abandonar Dallas cuanto antes.
–¿A qué hora se cierra la clínica? –quiso saber.
–A las cuatro –sonrió la enfermera.
Woodrow se dio cuenta de que la mujer había creído que lo preguntaba por ella, pero se dijo que no era asunto suyo sacarla de su error.
–Esperaré –anunció al ver que eran las tres y media.
–Pase a la sala de espera –dijo la enfermera–. ¿Quiere beber algo?
Woodrow negó con la cabeza y se alejó hacia la sala de espera, convencido de que la oferta no incluía whisky, que era lo que necesitaba en aquellos momentos.
Sentado en una silla que parecía hecha para uno de los siete enanitos, Woodrow consideró pasar el rato hojeando las revistas que había sobre la mesa, pero el fijarse en sus títulos, Good Housekeeping, Working Mother y Ladies Home Journal, decidió no hacerlo.
Resignado a aburrirse, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Poco después, se quedó dormido.
–Hay que llamar al laboratorio para ver si tienen los análisis del hijo de los Carter. Dijeron que los tendrían el lunes a las cuatro.
Woodrow abrió los ojos.
Había una mujer en la puerta dándole instrucciones de última ahora a la enfermera. Al ver que llevaba una bata blanca y un estetoscopio colgado del cuello, Woodrow se dijo que debía de ser la doctora.
Se quedó mirándola. La verdad era que no lo parecía. Más bien, parecía una tía solterona. Para empezar, llevaba gafas y el pelo recogido en un moño alto.
Sin embargo, al fijarse más detenidamente, Woodrow se dio cuenta de que tenía una nuca preciosa en la que había unas manchas rosas.
¿Una marca de nacimiento? ¿Un sarpullido? Fuera lo que fuese, a Woodrow le entraron unas enormes ganas de besarle el cuello.
–El doctor Silsby se hará cargo de mis pacientes –oyó que decía la doctora–. He dejado el número donde me puedes localizar si hay alguna urgencia y, por supuesto, me llevo el busca.
¿La doctora se iba de la ciudad? Woodrow miró a la enfermera, que le guiñó el ojo disimuladamente.
Al darse cuenta de que lo mejor que podía hacer era salir cuanto antes de allí, Woodrow se levantó y salió sigilosamente de la consulta.
Esperó a la doctora junto a los ascensores y unos minutos después la vio aparecer. Woodrow llamó al ascensor y le abrió la puerta.
–¿Va usted hacia abajo?
–Sí, gracias –contestó la doctora.
Woodrow apretó el botón de la planta baja y ambos se quedaron en silencio mientras el ascensor descendía.
Aquella mujer desprendía aquel olor limpio y estéril propio de los médicos, pero bajo él había una pizca de perfume más femenino.
Cuando llegaron a la planta baja, Woodrow le abrió la puerta y la dejó pasar.
–Gracias –dijo ella saliendo del ascensor sin mirarlo.
–¿Es usted la doctora Elizabeth Montgomery? –le preguntó Woodrow colocándose a su lado.
–Sí –contestó ella sin pararse.
Al llegar a la puerta principal, Woodrow se la volvió a abrir y la volvió a dejar pasar. De nuevo, ella le dio las gracias sin mirarlo a los ojos.
–Me gustaría hablar con usted –le dijo Woodrow.
–Lo siento, pero tengo prisa.
Al llegar a su coche, un Mercedes, la doctora abrió la puerta a toda velocidad. Woodrow se dio cuenta de que le temblaban las manos.
–No le voy a robar –le aseguró–. Sólo quería hacerle unas preguntas.
–Ya le he dicho que tengo prisa.
–Es sobre su hermana –insistió Woodrow agarrando la puerta.
–¿Conoce usted a mi hermana? –exclamó la doctora mirándolo sorprendida.
–No –contestó Woodrow–. Personalmente, no.
–Hace años que no la veo –dijo Elizabeth palideciendo–. ¿Tiene problemas?
–Yo no diría exactamente eso –contestó Woodrow no sabiendo exactamente qué decirle.
–Si necesita dinero, dígale que venga en persona a pedírmelo.
–No, no necesita dinero –contestó Woodrow cada vez más incómodo.
–Entonces, ¿qué quiere? –preguntó Elizabeth impaciente–. Normalmente, siempre que se pone en contacto conmigo, es porque necesita dinero.
–Bueno... su hermana... ha muerto –le dijo Woodrow por fin.
–¿Ha muerto? ¿Mi hermana ha muerto? –repitió Elizabeth visiblemente afectada.
–Sí, hace poco más de un mes –contestó Woodrow dándose cuenta de que se le saltaban las lágrimas–. Sí, lo cierto es que Star...
–¿Star? Mi hermana no se llama Star. Se llama Renee, Renee Montgomery –suspiró Elizabeth aliviada–. Dios mío, menos mal. Creía que había muerto– añadió dejando caer la cabeza hacia delante–. Lo siento, pero tengo prisa, se ha confundido usted
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